Videgaray es una bomba andando
Ciudad de México (Proceso). -
Uno de los primeros nombramientos que realizó Donald Trump fue el de Luis Videgaray como
canciller de México.
Sucedió así.
A las dos
semanas de declarado electo presidente de los EUA, Donald Trump llamó por
teléfono al presidente Peña Nieto y le indicó que deseaba que Luis Videgaray
fuese el canciller mexicano.
–Con él
negocio, con otros no –dijo, con dureza.
Atendían
la llamada en teléfonos alternos, además de ambos, Jarred Kushner, yerno de
Trump, y Luis Videgaray, a un lado de Peña.
Trump asoció
explícitamente a Videgaray con su yerno.
–Son
amigos –afirmó un par de veces.
Y más
adelante, y ya en un tono amistoso, vaticinó que con Videgaray como canciller
“haremos negocios todos juntos”.
A lo que
Peña Nieto accedió, obsequioso:
–Muy bien,
presidente electo.
Así, a los
pocos días, Peña Nieto destituyó a la canciller de aquel entonces, Claudia Ruiz
de Massieu, y nombró en su lugar al preferido de Trump, Luis Videgaray.
El relato
de los hechos se filtró de Los Pinos a varios empresarios mexicanos por boca
del mismo Videgaray, probablemente para darse importancia.
Y el
relato se esparció entre los empresarios más ricos del país como un reguero de
pólvora: una alarma que espera sólo un cerrillo para reventar en pánico.
No es para
menos. El relato delata condiciones muy adversas para México.
Para
empezar, un presidente muy débil, rodeado de la desaprobación mayoritaria,
desanimado e inseguro, que acepta, desde antes de sentarse a la mesa de la
negociación con Trump, ceder y ceder y ceder.
Porque
poner a la cabeza de nuestros negociadores al que el adversario elige para
ello, equivale a poner al frente de un ejército al general del enemigo.
En segundo
lugar, el relato delata la devaluación de lo que está en juego para México, que
en realidad es enorme.
Nada menos
que pagar un muro en la frontera, cuya mera construcción, ya no su pago, es
oprobiosa. Desbaratar la economía integrada entre ambos países, que tardó 30
años en desarrollarse a lo que es hoy. El porvenir de 11 millones de mexicanos
indocumentados. El porvenir de nuestra relación con 27 millones de
mexamericanos. Millones de empleos. La valuación del peso. La productividad de
la zona fronteriza mexicana.
Y eso
sutil, y sin embargo real y trascendente, que se llama el orgullo de la
identidad mexicana.
Por fin,
el relato delata un juego de políticos mafiosos. Según lo antes apuntado, Trump
propuso que “haremos negocios todos juntos”: una promesa que en labios de un
presidente que se niega a deslindarse de sus negocios privados, como Trump, y
dicha a otro presidente que ha estado dispuesto a perder la legitimidad antes
de dar la espalda a la corrupción, como Peña Nieto, se convierte en el augurio
de corrupciones de una talla desaforada.
El
presidente Peña Nieto tendría que recapacitar. El mero hecho de que Trump le
haya impuesto a la cabeza de los negociadores mexicanos a Luis Videgaray,
debería descartarlo.
O en su
defecto, si el presidente no recapacita, debería movilizar a los empresarios,
que conocen de sobra este relato, y a los ciudadanos de otros sectores, para
pedir la remoción de un canciller que es un peligro.
O como lo
apalabró un empresario: una bomba andando…
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