¿A qué deberían ir los niños a la escuela?
Por * Julián De Zubiría
En Colombia hemos aplazado el debate en torno a los fines de la
educación.
sin abordarlo, no será posible mejorar la calidad de la
educación, y mucho menos que logremos convertirnos en el país más educado de
América Latina
En Colombia hemos carecido de política pública en
educación. Andamos como inmigrantes: a la deriva. Cada nuevo ministro llega con
una nueva agenda. Tenemos políticas de gobierno, pero no de Estado. Y por ello,
como país no hemos abordado las reflexiones esenciales sobre los fines de la
escuela, los modelos pedagógicos, los fundamentos y la pertinencia del
currículo, la formación de docentes o la naturaleza de la educación inicial,
entre otros. El más serio intento por abordar estas temáticas fue en 1994,
cuando la gigantesca movilización de docentes culminó con una Ley General de
Educación. Sin embargo, el peso desproporcionado que alcanzaron los aspectos
administrativos durante los gobiernos de Pastrana y Uribe hizo abortar este
esfuerzo inicial. Doce años continuos de abandono de lo pedagógico produjeron
una gran contrarreforma educativa que a la postre terminó por anular las
grandes discusiones pedagógicas que se habían gestado durante el gobierno de
Ernesto Samper. También a ello contribuyó el abandono de FECODE del movimiento
pedagógico que había impulsado en los años 80 del siglo pasado y su casi
exclusiva dedicación a la reivindicación gremial del magisterio. Es por ello
que en las dos últimas décadas el país no ha vuelto a pensar en serio en torno
a un proyecto educativo de largo aliento. De esta manera, la reflexión
pedagógica se ha concentrado excesivamente en aspectos coyunturales. En estas
líneas me referiré a uno de los debates pedagógicos pendientes: El currículo.
La visión fragmentada, informativa y desarticulada
que ha dominado la educación en Colombia ha conducido a una idea totalmente
equivocada a nivel curricular y es que, ante cualquier nuevo problema, debe
aparecer una nueva asignatura. La idea mágica que subyace es que la cátedra
creada lo resolverá. Así aparecieron múltiples asignaturas en la última época:
La de tránsito, finanzas, cooperativismo, educación sexual, paz o
emprendimiento, para citar algunas de ellas. Sólo en las dos últimas
legislaturas del Congreso se promovieron iniciativas para crear 16 nuevas
cátedras. La gran mayoría de ellas fueron pensadas y diseñadas por
congresistas que carecen de los mínimos elementos para realizar una reflexión
pedagógica que amerite ser comentada en estas líneas. Una y otra vez se ha
impuesto esta visión en el currículo nacional. Y por ello, hoy los jóvenes
tienen que enfrentar hasta quince asignaturas en cada uno de los grados.
Y también por ello, matemáticas no tiene nada que ver con sociales, ni
educación física está relacionado con artes; como tampoco lo está lenguaje con
ciencias naturales. Son congregaciones de islas o pequeños árboles de navidad
recargados de adornos, según el símil del senador Juan Manuel Galán en el
reciente debate que promovieron quienes quieren retornar a una Constitución más
clerical, excluyente y discriminante.
La idea que sustentaré en estas líneas es en
extremo sencilla. En lugar de quince asignaturas desligadas, toda la educación
básica debe estar concentrada en desarrollar tres esenciales competencias
transversales: pensar, comunicarse y convivir. En últimas, los estudiantes
deberían ir al colegio a aprehender a pensar, comunicarse y convivir. Todo lo
demás es superficial al lado de esas tres esenciales competencias en la vida.
Por ello, todas las asignaturas de todos los grados y todas las áreas deben
desarrollarlas. Así se garantizaría que desapareciera uno de los factores que
más explica la baja calidad: el trabajo desarticulado de los docentes en las instituciones
educativas.
De esta manera, el desarrollo de la competencia
para interpretar puede considerarse la meta cognitiva más importante del
proceso educativo durante la educación básica. No se requiere tener en la
cabeza la información exacta sobre los accidentes geográficos, los presidentes,
los algoritmos, la gramática o los símbolos químicos, como equivocadamente
había supuesto la escuela tradicional. Ahora bastará con una tecla de un
computador o un celular para acceder a cualquier información necesaria. Lo que
sí necesitamos es que los jóvenes sepan dónde y cómo encontrar la información y
que tengan los conceptos previos para interpretarla. Que puedan trabajar
hipotética y deductivamente con ella; es decir, requerimos competencias para
argumentar, deducir, inferir e interpretar. Así como los deportistas necesitan
ejercitar sus músculos, niños y jóvenes tienen que ejercitar una y otra vez sus
procesos para pensar. La escuela tendríamos que convertirla en un verdadero
gimnasio para pensar.
Pero, por importante que sea, la finalidad
cognitiva no basta. Necesitamos que los niños y jóvenes desarrollen
competencias que les faciliten la comunicación con los demás. La escuela tiene
que ser un lugar para aprender a hablar, escribir, escuchar y leer. Estas son
competencias sin las cuales no se puede convivir de manera adecuada en el siglo
XXI.
Hoy estas competencias tendrán que desarrollarse
con diferentes lenguajes y discursos, ya que los niños no sólo se enfrentan a
textos escritos. Niños y jóvenes están diariamente expuestos a comunicaciones
visuales en afiches, propagandas y en el cine. Varias veces al día interactúan
de diversas formas en la red. En este contexto, no tiene sentido que la escuela
siga mediando exclusivamente el lenguaje escrito.
Finalmente, pero no por ello menos importante,
habría que desarrollar las competencias para convivir con los otros; en
muchísimo mayor medida en un país que por primera vez en décadas tiene la
histórica oportunidad de decidir si continúa la guerra o si comienza a respetar
y valorar las diferencias y a convivir en paz. Si le seguimos apostando a la
exclusión, la ira y la amargura, o si nos decidimos por la alegría y la
esperanza. Estas competencias están asociadas a lo que Gardner llamó la
inteligencia intra e interpersonal. Es decir, son las competencias que nos
ayudan a conocernos, comprendernos y a convivir con los otros de manera
civilizada. Por ello, algunos pedagogos las llaman competencias ciudadanas.
La escuela tiene que enseñarnos a convivir con
quienes son diferentes a nosotros porque tienen diversas razas, idiomas,
religiones, culturas, estratos, géneros o inclinaciones sexuales. La escuela no
puede concentrarse únicamente en la dimensión cognitiva y no debe trabajar
exclusivamente algunas zonas del cerebro. Necesitamos que se convierta en un
espacio en el cual desarrollemos intereses y fortalezcamos la autonomía y la
solidaridad. Necesitamos formar individuos que se comprendan a sí mismos, a los
otros y al contexto. Necesitamos individuos más éticos, sensibles e integrales,
y eso sólo lo resolveremos si entendemos que el trabajo en la dimensión ética,
valorativa y ciudadana es una responsabilidad de todos los docentes.
Pero nada de lo anterior será posible si no resolvemos
de manera colectiva, reflexiva y argumentada la pregunta central en educación:
Hoy en día, ¿a qué deberían ir los niños y jóvenes a las escuelas? Y ello no es
posible responderlo si no garantizamos un currículo más pertinente para formar
los niños y jóvenes que requiere la sociedad del siglo XXI. En este debate,
diversos países de América Latina nos llevan una ventaja casi inalcanzable.
Precisamente, por ello, hay que iniciarlo cuanto antes.
*Director del Instituto Alberto Merani y Consultor
en educación de las Naciones Unidas (@juliandezubiria)
http://www.semana.com/educacion/articulo/para-que-sirve-estudiar/489542
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