miércoles, octubre 26, 2016

Relatos  de  niños en la guerra

María. Ella recuerda que en agosto de 2013 un grupo de guerrilleros del Sexto Frente de las Farc llegó hasta su casa, una finca cercana al poblado de Inzá, en el Cauca, la amenazaron y le dijeron que se llevarían a Alex. El niño tenía, entonces, 8 años. Amaba jugar a la pelota, también a las canicas y al trompo.

María lloró, intentó enfrentarse a los guerrilleros; le apuntaron, mientras Alex también lloraba. Los guerrilleros cargaron con él y desaparecieron. María lo supo momentos después; al menos otros cinco niños de los alrededores de su casa desaparecieron con los guerrilleros. Recuerda que las madres y los padres y los hermanos, los abuelos y las abuelas se reunieron, secándose las lágrimas, algunos con las manos sobre la cabeza en un gesto de desesperación. Se llevaron a nuestros niños, dijeron.

María tuvo la valentía de ir hasta una base del Ejército a informarle los soldados. Le dijeron que iban a hacer lo posible por rescatarlos. Los dos años siguientes, María pudo acostumbrarse a no llorar todos los días. Tenía ocasiones en que podía pasar hasta dos días sin llorar, cuenta.

Alex. Cuando llegó al campamento de los guerrilleros tenía las lágrimas resecas y terrosas sobre el rostro. Y la primera noche lloró hasta el cansancio, hasta que se quedó dormido. Tuvo mucho miedo y sintió por primera vez la más grande de las soledades que cualquier hombre, cualquier niño, puede llegar a padecer. ¿Y a mi mamá cuándo la volveré a ver? ¿Dónde estaba? ¿Y mi casa y mis hermanos? ¿Y  ellos  quiénes son?

Al día siguiente descubrió que con él había muchos de los niños que conocía en su finca, en la vereda en la que vivía. Y empezó todo: la mala comida, trotar, los ejercicios físicos. El niño, 8 años, menos de un metro cincuenta de estatura, con unas botas brutales y tratando de manejar un fusil que por poco lo superaba en peso. Pero para Alex era imposible manejar el fusil. Tampoco podía disparar una pistola porque no tenía la fuerza suficiente para controlar el retroceso. Así que, junto a otros chicos de su edad, lo entrenaron para ser un informante de las Farc.

Su tarea consistía en llegar a la cabecera del municipio de Inzá, Cauca, e informar sobre los movimientos de los soldados y los policías en sus bases. Debía llamar desde un celular cada hora al comandante, alias Duber Chiquito, y entregarle un reporte.

Entre los meses de octubre y diciembre de 2013, él junto a otros cinco chicos, le entregaron a ‘Duber Chiquito’ la información necesaria para la ejecución del atentado contra la estación de Policía de Inzá, el 7 de diciembre de 2013. El atentado, un carrobomba que estalló en la madrugada de ese sábado, terminó con la vida de 9 personas, entre ellas 5 militares y un policía, y dejó a otras 40 heridas.

Alex no supo muy bien qué había pasado. En los días siguientes al atentado no volvió al pueblo. Siguió en el campamento, caminando en las noches para evitar a los soldados, corriendo, de nuevo los ejercicios físicos, los intentos para que aprendiera a manejar el fusil. De cuando en cuando se le permitía jugar de nuevo a la pelota. Igual, ya no le importaba.

Para agosto de 2014, los guerrilleros enviaron de nuevo a Alex al pueblo para planear un segundo atentado. Un día, Alex se acercó demasiado a la estación de Policía y se percató de que los uniformados lo observaban fijamente. Así que echó a correr. Los policías sospecharon, lo alcanzaron. Alex lloró de nuevo, otra vez, les pidió que no lo mataran, que a él lo estaban obligando, que él no quería hacer nada de eso, que él quería volver con María, su madre...

Ese día, Alex empezó a ser parte de las estadísticas, de las cifras devastadoras que se acumulan cada año en este país: pasó a ser parte de los 5.708 niños desvinculados del conflicto entre 1.999 y 2014. Pasó a ser parte de los más de 20 mil niños que se calcula han sido reclutado por las Farc, el ELN, los paramilitares o las bandas criminales.



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