Opal
por Camila C. Valencia
Siempre fui muy torpe, relajado y sin muchas complicaciones; era seguro de mí mismo, mi personalidad era
un tanto rara pero muy bien definida.
Claro está que todo eso me abandonó en el momento en que cruzamos
miradas y dejé -lamentablemente- que esa muñeca de porcelana se adueñara de mi
vida y me exprimiera a tal punto de hacer de mí un completo desconocido.
Su mirada fría y calculadora, su sonrisa: la más erótica que he
conocido.
Sus perversiones, su figura delicada, su sufrimiento...
Le dibujé muchísimas veces encima de un sofá desgastado en el balcón,
totalmente perdida en sus sueños, con la mirada lejana.
Era una mujer curiosa, solitaria, exitosa y aparentemente muy amable;
pero yo logré ver más allá de la fachada, yo pude llegar a su centro y quemarme
con la intensidad de sus secretos.
Y ahora no sé si el objetivo era curarnos o desarmarnos mutuamente para
terminar de hundirnos, pero por si acaso, hicimos ambas cosas.
Cuanto más cerca estábamos, yo más le necesitaba; ella era una atracción
sensual y yo un animal fatal, la quería para mí o para nadie, y esa pobre
miserable, no se quería ni a sí misma.
La tomé, la amé, adoré cada parte de su cuerpo ya que no había alma qué
venerar; la dañé, la aborrecí, profané cada centímetro de su piel y al final,
la asesiné.
¿Qué había hecho conmigo? ¿En qué me había convertido?
Sólo una cosa logro tener clara, y es que ni en el mismo infierno podré
pagar la condena del amor y la lujuria,
la desgracia y la infamia de mí en ella, y ella en nadie..."
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