Taller N° 1 CIENCIA Y FILOSOFÍA - El porqué de la filosofía
Quizá la filosofía interese a
unos pocos, la cuestión es que tarde o temprano necesitarán descubrirla, en un
sentido u otro. ¿Quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la
sociedad?
En el fondo los filósofos, se
empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así,
cuando dijo «sólo sé que no sé nada», Si no sabe nada, ¿para qué vamos a
escucharlo? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los
que no saben; sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y
sabemos cómo funcionan la mayoría de las cosas. Así pues, en la época actual,
la del microchip, del acelerador de partículas, el reino de Internet, la
televisión digital... ¿Qué información podemos recibir de la filosofía? La
única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente
ofrecido el propio Sócrates: ninguna.
Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos,
algunos programas de televisión…, pero no hay información «filosófica», y la
filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de
noticias. Pero ¿es información lo único que buscamos para entendemos mejor a
nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia
cualquiera, por ejemplo: x número de
personas muere diariamente de hambre en el mundo; nosotros, recibida la
información, nos preguntamos ¿Qué está ocurriendo?
Recabaremos opiniones, algunas
nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico
global, otras de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el
injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la
voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará quien
cándidamente, comente: «¡En qué mundo vivimos!» Entonces, como un eco, nos
preguntamos: ¿en qué mundo vivimos?»
No nos conformaremos con
respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un
mundo en el que x personas mueren
diariamente de hambre», «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito
por Dios a causa de los pecados humanos».
No queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretada y relacionarla con otras informaciones
anteriores o simultáneas, qué supone toda ella en la consideración general
de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la
situación así establecida. Estas son, precisamente preguntas a las que atiende
la filosofía. Digamos:
a) la información, que nos presenta
los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede, b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida,
jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para
ordenarla c) la sabiduría, que
vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir,
intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos. Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a
y el b de conocimiento, mientras la filosofía opera entre el b y el c. Así que
no hay información propiamente filosófica, pero sí conocimiento filosófico, lo
ideal sería llegar a la sabiduría filosófica ¿Es posible lograr y enseñar tal
cosa?
Intentemos precisar la diferencia
entre ciencia y filosofía. Lo primero que salta a la vista no es lo que las
distingue sino lo que las asemeja: tanto la ciencia como la filosofía intentan
contestar preguntas suscitadas por la realidad. De hecho, en sus orígenes,
ciencia y filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los siglos la
física, la química, la astronomía o la psicología se fueron independizando de
su común matriz filosófica. En la actualidad, las ciencias pretenden explicar
cómo están hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se
centra más bien en lo que significan para nosotros; la ciencia debe adoptar el
punto de vista impersonal para hablar sobre todos los temas, mientras que la
filosofía siempre permanece consciente de que el conocimiento tiene
necesariamente un sujeto, un protagonista humano.
La ciencia aspira a conocer lo que
hay y lo que sucede; la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo cuenta para
nosotros lo que sabemos que sucede y lo que hay. La ciencia multiplica las
perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir, fragmenta y especializa el
saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo, con todo lo demás,
intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que sobrevuele la
diversidad desde esa aventura unitaria que es pensar, o sea, ser humanos. La
ciencia desmonta las apariencias de lo real en elementos teóricos invisibles,
ondulatorios o corpusculares, matematizables, en elementos abstractos
inadvertidos; sin ignorar ni desdeñar ese análisis, la filosofía rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en
la que transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta (v. gr. la
ciencia nos revela que los árboles y las mesas están compuestos de electrones,
neutrones, etc., pero la filosofía, sin minimizar esa revelación, nos devuelve
a una realidad humana entre árboles y mesas). La ciencia busca saberes y no
meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el
conjunto de nuestros saberes... y si son verdaderos saberes o ignorancias
disfrazadas. Porque la filosofía suele preguntarse principalmente sobre
cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya por
supuestas o evidentes.
Un historiador se preguntará qué sucedió en tal momento del pasado, un
filósofo preguntará: ¿Qué es el tiempo? Un matemático investiga las relaciones
entre los números, pero un filósofo indagará: ¿Qué es un número? Un físico se
preguntará de qué están hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un
filósofo preguntará: ¿Cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes?
Un psicólogo puede investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un
filósofo preguntará: ¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede
preguntarse si está mal colarse en el cine sin pagar, pero un filósofo
preguntará: ¿por qué una acción es buena o mala?
En cualquier caso, tanto las
ciencias como la filosofía contestan a preguntas suscitadas por lo real. A
tales preguntas las ciencias brindan soluciones, es decir,
contestaciones que satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la anulan y
disuelven. Si una contestación científica funciona como tal ya no tiene sentido
insistir en la pregunta, deja de ser interesante.
En cambio, la filosofía no brinda
‘soluciones’ sólo respuestas, que no anulan las preguntas, y nos permiten
convivir racionalmente con ellas, aunque sigamos planteándolas una y otra vez;
por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere
sobre qué es la justicia o qué es tiempo, nunca dejaremos de preguntamos por el
tiempo y la justicia
Las respuestas filosóficas
cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a
seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, humanizamos en la
convivencia perpetua con la interrogación. Porque, ¿Qué es el hombre sino el
animal que pregunta y que seguirá preguntando más allá de cualquier respuesta
imaginable?
Hay preguntas que admiten
solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia; otras
creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y
responderlas -siempre insatisfactoriamente- es el empeño de la filosofía.
Históricamente ha sucedido que algunas preguntas empezaron siendo competencia
de la filosofía -la naturaleza, el movimiento de los astros, y luego pasaron a
recibir solución científica, tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimuladas
por dudas filosóficas (el paso de la geometría euclidiana a las geometrías no
euclidianas, por ejemplo).
Deslindar qué preguntas parecen
hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas
críticas más importantes de los filósofos... y de los científicos. De lo único
que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán
de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra diferencia
importante entre ciencia y filosofía. Un científico puede utilizar las
soluciones halladas por científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí
mismo todos los razonamientos, cálculos y experimentos que llevaron a
descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con
aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento
incontrovertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve
a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro
nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar
personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado
individualmente por cada cual, aunque parta de una muy rica tradición
intelectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien quiera consultarlos,
leerlos de la filosofía sólo sirven a quien se decide a meditarlos por sí
mismo.
Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que
se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas
personalmente, no merece la pena de vivirse. O sea que la filosofía, antes de proponer teorías
que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer
las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las
respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra
muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar.
Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar con
argumentos, antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber
al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a
afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un
valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que
creen que saben el filósofo sea el único que acepte no saber, pero conoce al
menos su ignorancia.
¿Enseñar a filosofar aun cuando
todo el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y
prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble
resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es
humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra
dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud
que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de
ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que
necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?
Aceptemos que hay que intentar enseñar filosofía o, mejor, a filosofar.
¿Cómo hacerlo? No puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí
mismo.
Luego de la Lectura Responder lo Siguiente:
1. ¿Cuáles son los niveles de
conocimiento que menciona el autor?
2. ¿Cree que la filosofía es valiosa
en el mundo real contemporáneo?
3. De acuerdo al autor ¿Cuál es el
papel de la filosofía en el mundo moderno?
4. ¿Cuál es la importancia de la
filosofía para encontrarle sentido a la
existencia?
5. ¿Cómo interpretar la expresión
de Sócrates «Sólo sé que no sé nada»? Según el autor del texto.
Texto fundamentado en: “Las preguntas de la vida”, Fernando
Savater.
Editorial Ariel. 1999. págs. 15 –
26.
Taller 2 Física
Cuántica y Filosofía. Debate sobre
la naturaleza de la realidad
La película documental ¿Y Tú qué
sabes? plantea
un interesante debate filosófico y científico.
Constituye un nuevo intento por
acercarnos a los conocimientos sobre las partículas elementales, englobados en
lo que ha dado en llamarse la Física Cuántica. Su campo de actuación es el de
las partículas elementales, que se desenvuelven de manera misteriosa para la
percepción ordinaria, ajenas a las leyes de los objetos físicos, dando lugar a
diferentes interpretaciones.
Dudas de
realidad
La revolución cultural que se deriva de estos conocimientos tiene que ver,
sobre todo, con la naturaleza de la realidad. La tesis de la película es que la
realidad se reduce a la percepción y que la percepción (a la que llamamos
realidad) se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y
emociones. La consecuencia de
esta tesis es que el sujeto es el artífice último de lo real y que, cuando
descubrimos la estrecha relación entre el mundo interno de las personas y lo
que acontece en su entorno, alcanzamos la capacidad de alterar la realidad.
El argumento sobre la estructura
cuántica de la realidad se completa con recientes descubrimientos sobre el
funcionamiento del cerebro, capaz de reaccionar de la misma forma tanto
respecto a un objeto real como a otro imaginario, siempre que una emoción esté
asociada a estos procesos.
La película se articula en torno al
sentido de la vida, y las experiencias de una serie de expertos de diferentes
disciplinas: física, neurología, psiquiatría, filosofía, medicina, biología,
teología, explicando conocimientos relativos a la experiencia.
La Física Cuántica, despierta interés
por la ciencia. La película evoca un importante debate filosófico y científico
que se remonta al Siglo IV antes de Cristo, cuando Platón señaló con el mito de la caverna que no conocemos la realidad, sino las sombras que el mundo refleja en
las paredes de la caverna en la que estamos encerrados.
En 1781 Kant especula con que
sólo podemos conocer a través de modelos de realidad, innatos en nosotros, que
son sólo una tenue representación del mundo real, por lo demás inaccesible al
conocimiento.
A su vez, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las
apariencias materiales es la voluntad y que la realidad última es una voluntad
universal. Más de cien años después, Einstein descubre, ya sobre bases
científicas, que el mundo real no coincide siempre con nuestras estructuras
mentales, ya que, a partir del conocimiento de las partículas elementales,
hemos descubierto que lo que sabemos del mundo objetivo es muy diferente de las
ideas que tenemos sobre ese mismo mundo.
La película recupera el papel del
sujeto (observador en el lenguaje de la Física) en la construcción de la
realidad planteado por la teoría cuántica: en 1984, John Wheeler y Wojcieck
Zurek, en su obra Quantum Theory and Measurement, señalaron que son necesarios
los observadores para dar existencia al mundo. Más tarde el físico alemán
Dieter Zeh cuestionara esta hipótesis con su propuesta de los procesos de decoherencia para explicar los mecanismos de formación de la
realidad, el debate sobre el papel del observador en el mundo no ha concluido.
La neurología ha venido a arrojar
nueva luz al señalar que el cerebro nos ofrece, no un reflejo de la realidad,
sino una interpretación de señales, símbolos y signos a través de un complicado
ejercicio vertiginoso de matemáticas complejas, lo que aparentemente reduce la
naturaleza de la realidad a un conjunto de ondas electromagnéticas que se
concretan en objetos por mediación del cerebro.
1. ¿Es la realidad una ‘construcción’
de la mente?
Exprese sus ideas sobre el artículo y la anterior
pregunta en un texto de 15 renglones mínimo.
Taller N° 3 Taller
3 DESHILANDO LA TRAMA CÓSMICA
Einstein creía firmemente en la armonía de la
naturaleza y durante toda su vida se esforzó, sin éxito, por encontrar una
teoría unitaria de la física que reflejara dicha armonía. Tres cuartos de siglo
después de que publicara su teoría general de la relatividad, la física
contemporánea sigue sin poder ofrecer una visión unitaria del universo.
La física cuántica se ha
convertido en una fuente de paradojas, ante las que Einstein -como los otros
grandes físicos- tuvo que rendirse: “como si la tierra se abriese debajo de uno, sin que haya por ninguna
parte un cimiento firme sobre el que se pueda construir algo”. Sin
embargo, hoy se está avanzando hacia una visión orgánica, en la que el cosmos
aparece como una totalidad invisible y dinámica, interconectada en todas sus
partes como una gigantesca tela sin costuras. Numerosas evidencias
experimentales han llevado a abandonar el paradigma mecanicista newtoniano; hoy
el modelo del universo físico ya no es la máquina, si no la mente. Como expreso
sir James Hopwood Jeans, el físico inglés: “el universo empieza aparecerse
más a un gran pensamiento que a una gran máquina”.
La física newtoniana ya no es válida para explicar
el mundo de lo muy pequeño (partículas subatómicas) ni de lo muy grande, pero
su éxito en descubrir el ámbito de las cosas cotidianas llevo a que las demás
ciencias la tomaran como modelo. La creencia en que la física tiene la
última palabra sobre la realidad, y que por tanto todos los saberes humanos
pueden reducirse a física, es tan fuerte que incluso muchos divulgadores de
la nueva física han creído estar ante una demostración de la interdependencia
de todo cuanto existe, cuanto la física nada puede decir sobre
los procesos biológicos o los sentires humanos que de algún modo incluyen
electrones, protones, pero no pueden reducirse a hechos-. Hecha esta salvedad,
los descubrimientos de la física contemporánea son un desafío formidable a
nuestra manera actual de ver las cosas.
Las sorpresas empezaron cuando se comprobó que los
átomos no eran partículas sólidas y fijas, sino prácticamente vacías y en
continua vibración, y que en los niveles íntimos de la materia se altera todo
lo que se pretende observar. Si imaginamos que el minúsculo átomo fuera
tan grande como la cúpula de San Pedro del Vaticano, su núcleo tendría el
tamaño de un gramo de sal suspendido en su centro, y los electrones que danzan
a su alrededor- a velocidades cercanas a la de la luz- serían menores que motas
de polvo; todo el resto, vacío.
Además, estos electrones y los protones y los
neutrones que componen el núcleo parecen ser a la vez partículas y
ondas: si hacemos un experimento considerando que son ondas, actúan como
ondas, si consideramos que son partículas, actúan como partículas. Las ondas
son tan diferentes de las partículas como las piedras de las naranjas, pero ha
habido que aceptar esta naturaleza doble.
Se vio también que todo intento de observar los
niveles íntimos de la materia altera lo que se quería observar, con lo que se esfuma la
supuesta objetividad de la observación científica; como explica el principio
de incertidumbre de Heisenberg, si queremos conocer la posición de una partícula,
no podremos saber su velocidad, y si queremos conocer su velocidad habremos de
ignorar su posición. Se derrumba el determinismo, y las leyes matemáticas, que
pareció que habrían de explicarlo todo, se quedan en meros cálculos de probabilidades.
La teoría
cuántica se desarrolló en las tres primeras décadas de este siglo para
intentar explicar estos paradójicos fenómenos, que sólo pueden entenderse
viendo el mundo subatómico no como un conjunto de piezas sino como una red de
relaciones. Como lo expresó uno de sus artífices, Niels Bohr: «las partículas
materiales aisladas son abstracciones; sus propiedades sólo se pueden definir
y observar a través de su interacción con otros sistemas».
La otra gran teoría de la
física de este siglo es la relatividad einsteniana. Así como la
teoría cuántica penetró en las sorpresas del mundo subatómico, la
relatividad encontró paradojas en el mundo macroscópico. Descubrió que la
masa -la materia-no es más que una forma de energía comprimida (como
tristemente evidencian los usos bélicos y empresariales de la energía nuclear),
y que el tiempo y el espacio son mutuamente interdependientes. Cuanto mayor es
la velocidad, más lento transcurre el tiempo: si pudiéramos emprender un viaje
de pocos días a una velocidad cercana a la de la luz, al regresar a la Tierra
aquí habrían transcurrido años o siglos.
El espacio y el tiempo se
veían como coordenadas separadas y absolutas; a partir de Einstein el
absolutismo desaparece de la física: según cual sea nuestra posición y velocidad,
nuestras mediciones darán resultados diferentes, y no existe en el universo
ningún punto de referencia fijo. Todo se vuelve (y del sentido común ordinario)
era que una cosa no puede influir en otra si no hay algo que las una. Sin embargo,
la interconexión descubierta por la física cuántica establecía la existencia
de conexiones no-locales, es decir, que lo que le sucede a una
partícula puede influir simultáneamente en otras partículas, por muy
alejadas que estén y sin que haya nada que las una. Ni siquiera Einstein fue
capaz de aceptar esta conclusión, y protagonizó en los años veinte un
histórico debate con Niels Bohr, en el que afirmó su convicción de que «Dios
no juega a los dados».
Para demostrar que la
teoría de Bohr era errónea, Einstein y otros dos físicos diseñaron en 1935 un
experimento que se conoce por sus iniciales: EPR. Tres décadas
después, John Bell elaboró un teorema según el cual el experimento de
Einstein, Podolski y Rosen no habría de dar la razón a éstos, sino a Bohr. Y
cuando finalmente se realizó el experimento, así ocurrió. En la versión del
experimento que hizo David Bohm, consiste en separar dos partículas subatómicas
y alterar el spin (o sentido de rotación) de una de ellas.
Según la física cuántica,
en un sistema de dos partículas su spin ha de ser opuesto: si una
rota hacia la derecha, la otra rota hacia la izquierda. Si ahora llevamos a una
de estas partículas a Nueva York y la otra a Madrid, y a la que rotaba a la
derecha la hacemos rotar hacia la izquierda, instantáneamente la que
rotaba a la izquierda se pone a hacerlo hacia la derecha, por miles de
kilómetros que las separen. El experimento se ha repetido varias veces, y
siempre funciona: lo que le ocurre a una partícula afecta a la otra, y viceversa.
Ello recuerda al concepto
de sin-cronicidad postulado por Carl Gustav Jung y el físico Pauli,
que trasciende las tradicionales relaciones de causa-efecto. El experimento
EPR y el teorema de Bell sólo pueden explicarse aceptando, como Bohm, que todo
sistema físico es una «totalidad indivisible».
La teoría del orden
implicado de David Bohm es una forma de reconciliar la armonía de la
naturaleza con los paradójicos descubrimientos de la física cuántica. Todos los
fenómenos tendrían dos estados posibles: implicado (o plegado)
y explicado (o desplegado), que el propio Bohm ilustra con un
sencillo experimento: «Consideremos 2 cilindros
de cristal concéntricos, el interior fijo y el exterior capaz de girar
lentamente. Llenamos el espacio entre los cilindros con un líquido viscoso,
como la glicerina. Cuando se le da vueltas al cilindro exterior, éste arrastra consigo
casi a la misma velocidad
al fluido que tiene al lado, mientras que el fluido más próximo al cilindro
interior permanece prácticamente en reposo. Así, el fluido de diferentes
partes se mueve en proporciones diferentes, y de esta manera, cualquier
pequeño elemento de glicerina termina finalmente alargándose en un hilo largo
y fino. Si ponemos en el líquido una gota de tinta insoluble, podremos seguir
el movimiento de algún pequeño elemento, observando cómo la gota va siendo
alargada en un hilillo que llega a hacerse tan fino que resulta invisible.
A primera vista, uno
tiende a pensar que la gota de tinta ha quedado totalmente mezclada en la
glicerina, de modo que su orden inicial se ha perdido y es ahora aleatorio o
caótico. Pero imaginemos que giramos ahora el cilindro exterior en la dirección
contraria. Si el fluido es muy viscoso, como sucede con la glicerina, y no
giramos el cilindro demasiado rápido, entonces el elemento del fluido volverá
exactamente esencial es que el todo es más que la suma de sus
partes; las propiedades de un sistema no pueden reducirse a las
propiedades de los subsistemas que lo componen, al igual que un gato
es algo más que la mera suma de los órganos que lo forman.
El paradigma mecanicista
de Descartes y Newton se concentraba en las partes más pequeñas y a partir de
ahí intentaba comprender el todo; la visión sistémica reconoce el absurdo de
ese empeño y se concentra en las totalidades. Una persona es una persona, no
la suma de los elementos químicos que la componen -los cuales, puestos en un
saco, no valdrían más de cuarenta pesetas.
Todos los subsistemas que
componen un sistema son interdependientes. Y todos los sistemas se integran en
un orden «jerárquico»: las moléculas están compuestas de átomos y forman
células, las células forman órganos, los órganos individuos, y así hasta llegar
al conjunto del universo, que sería el gran sistema que agrupa a todos los
sistemas de sistemas. Y como lo que organiza a cada sistema puede ser llamado
«mente» -más o menos rudimentaria según el nivel del sistema-, Jantsch
concluyó que «Dios no es el creador, sino la mente del universo».
En todos los sistemas
vivos existen dos tendencias complementarias: una los hace mantenerse -
homeostasis, curación, regeneración, adaptación-, y otra los impulsa más allá
de sí mismos -crecimiento, aprendizaje, evolución-. Por otro lado, todo sistema
tiende a autoafirmarse, pero como parte de un sistema más amplio también tiende
a colaborar en el equilibrio del conjunto. La hipótesis Gaia nos muestra que somos
subsistemas del sistema planetario, y que tenemos adormecida o subdesarrollada
nuestra contribución al equilibrio global.
Si, como pretendía
Darwin, todos los organismos estuvieran en guerra unos contra otros, haría
millones de años que alguna especie habría triunfado sobre las demás y sería la
única superviviente. Y si así ocurriera, esa especie rápidamente se
extinguiría, pues se quedaría pronto sin nutrientes y, rota la cadena
alimenticia, no tendría forma de que sus productos de deshecho se
reconvirtieran en alimento.
Pero la naturaleza no es
un estruendo frenético, sino una orquesta bien afinada, una maravilla de
cooperación. Como escriben Augros y Stanciu: «Las plantas usan el dióxido de carbono del aire y el agua del
suelo para elaborar azúcares, liberando oxígeno como subproducto. Los animales
consumen los azúcares de las plantas y los oxidan para producir energía,
devolviendo al aire dióxido de carbono mediante la respiración y retornando
agua a la tierra en forma de orina. El ciclo es perfecto y nada se pierde.»
Por otra parte, las plantas
sirven de alimento a los herbívoros, que sirven de alimento a los carnívoros;
los restos de todos ellos son descompuestos por bacterias y hongos, que
enriquecen el suelo y devuelven así el alimento a las plantas. Sin estos ciclos
perfectamente coordinados la vida no podría existir.
La naturaleza recicla una
y otra vez sus materiales sin generar ningún tipo de residuos. Dieter Teufel,
del Umwelt und Prognose institut de Heidelberg, ha calculado que «la totalidad
del carbono que hay en nuestro cuerpo, en nuestros alimentos, en el dióxido de
carbono del aire y en las rocas calizas, ya ha formado parte unas 600 veces de
otros organismos en el proceso de producción de la vida».
En el cuerpo de cada uno
de nosotros hay alrededor de medio billón de átomos de carbono que formaron
parte del organismo de cualquier persona que viviera hace 2.000 años, por
ejemplo, Jesucristo. Del mismo modo, según los modelos de ordenador de Teufel,
todo «el nitrógeno que hay sobre la Tierra ya ha pasado a formar parte del
organismo de los seres vivos y ha sido eliminado de ellos unas 800 veces; el
azufre 300 veces; el fósforo 8.000 veces; el potasio 2.000 veces», etc. Así, la
naturaleza es la más limpia, eficaz, sorprendente e instructiva de todas las
fábricas imaginables, un ejemplo que el ser humano ha de imitar si quiere
sobrevivir.
Las especies que pudieran
perjudicarse unas a otras suelen estar distribuidas en distintos continentes o
diferentes hábitats (el hombre, al trasladarlas, a veces provoca desastres
ecológicos, como cuando introdujo especies europeas en Australia). Y como
afirmaba Konrad Lorenz, cuando comparten el mismo habitad no se
estorban más de lo que «la práctica de un médico perjudica al negocio de un
mecánico que viva en el mismo pueblo». El mismo Lorenz, después de varios años
de estudiar los peces, señaló: «Nunca he visto atacarse a peces
de diferentes especies, aunque ambos fueran muy agresivos por naturaleza».
Está muy extendida la
idea de que los animales de una misma especie compiten entre sí. Pero una
mirada más atenta revela que lo que parece competición es en realidad una
forma cooperativa de repartirse los recursos. Por ejemplo, se ha visto que las
hienas abandonan la persecución de una presa ya prácticamente atrapada cuando
ésta penetra en el territorio de la hiena vecina, aunque no haya
ningún otro predador a la vista. Tales territorios no se adjudican con arreglo
a criterios latifundistas; los animales ocupan siempre una extensión limitada,
aun cuando sobre espacio para repartir. Y los territorios no se defienden en
una lucha a muerte, sino en lo que es más una contienda ritual que un verdadero
combate, de la que el animal vencido se retira ileso. Curiosamente, no suele
vencer el animal más fuerte, más grande o más agresivo, sino el animal que se
encuentra en su propio territorio.
A su vez, explican Augros
y Stanciu: «las plantas evitan la
competencia entre sus propias semillas a través de numerosas técnicas de
dispersión. Un único cultivo a lo largo de hectáreas de tierra sólo se encuentra
en la agricultura artificial humana, nunca en la naturaleza». Entre los miembros de diversas
manadas de animales existe una jerarquía de dominio -o un reparto de papeles-
que evita que malgasten tiempo y energías luchando por la misma comida o la
misma pareja.
Por otro lado, como ha
señalado Sheldrake, en los rebaños, manadas, bancos de
peces y bandadas de aves existe una conducta colectiva asombrosamente
coordinada pueden desplazarse a grandes velocidades sin que ningún animal
dirija el movimiento y sin estorbarse unos a otros.
Las bandadas de aves, por
ejemplo, son capaces de despegar, girar o invertir el sentido del
vuelo simultáneamente, como si todos los individuos que las componen
formaran un único organismo.
Dentro de estos grupos se
dan, como es lógico, muchas otras formas de cooperación. En contadas
ocasiones, las luchas territoriales o entre animales rivales pueden producir
daños, pero a diferencia del caso humano, el objetivo de la agresión nunca es
acabar con el contrario. Las luchas a muerte sólo se dan en circunstancias antinaturales,
como entre pájaros enjaulados o peces encerrados en un acuario.
Para convivir en un mismo
hábitat, diferentes especies se especializan -valga la redundancia- en distintos nichos
ecológicos. El nicho ecológico es el espacio que usa el animal o
planta y su manera de utilizar ese espacio: cuáles son sus
predadores y sus presas, cuál es su período de actividad, cómo modifica el
entorno, etc. Aunque coexistan, dos especies nunca ocupan un mismo nicho, ya
sea, por ejemplo, porque ingieren diferentes alimentos o porque actúan en
momentos diferentes. Colinvaux explica cómo conviven tres herbívoros en la
sabana africana: «Las cebras comen
los tallos largos y secos de los pastos, para lo cual sus equinos dientes
incisivos les van a la perfección. Los ñúes toman los retoños laterales,
recogiendo con sus lenguas al modo bovino y cortando el pasto con su único
juego de incisivos. Las gacelas de Thompson pastan donde los otros han
estado, cogiendo plantas a ras de suelo y otros bocados.
Luego de
la Lectura Realizar lo Siguiente
1. De acuerdo a lo planteado en este
Artículo, redacte cinco preguntas analíticas.
Es decir, que las respuestas no
sean literales, sino que deben inferirse de lo argumentado y planteado en el
texto.
Las Preguntas son sin Respuesta.