Prólogo
El nombre de
este libro justificaría la inclusión del Príncipe Hamlet, del punto, de la
línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal
vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos
hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere la locución «seres
imaginarios»», hemos compilado un manual de los extraños entes que ha
engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres.
Ignoramos el sentido
del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen
que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón en distintas
latitudes y edades.
Un libro de esta índole
es necesariamente incompleto; cada nueva edición es el núcleo de ediciones
futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito.
Invitamos al eventual
lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres, la fidedigna
descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales.
Como todas las
misceláneas, como los inagotables volúmenes de Robert Burton, de Fraser o de
Plinio.
El Libro de los Seres Imaginarios no ha
sido escrito para una lectura consecutiva. Querríamos que los curiosos lo
frecuentaran, como quien juega con las formas cambiantes que revela un calidoscopio.
Son múltiples las
fuentes de esta
«silva de varia lección»; las hemos registrado en cada artículo. Que
alguna involuntaria omisión nos sea perdonada.
J. L. B.
M. G. Martínez.
Reseña
La primera edición de este libro,
escrito por Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero,
apareció con el título de Manual de
Zoología Fantástica, editorial Fondo de Cultura Económica, México. Fue
traducido al italiano, al alemán, y al francés.
Ampliado y publicado nuevamente en castellano
con el título de El Libro de los Seres
Imaginarios, y traducido al inglés. Igualmente apareció en japonés. También
será editado en portugués, en Brasil.
Los pigmeos
El dragón
A bao a qu
La anfisbena
Animales de los espejos
Animales esféricos
Un animal soñado por Kafka
Dos animales metafísicos
Un animal soñado por c. S.
Lewis
El animal soñado por Poe
Abtu y anet
El aplanador
Arpías
El asno de tres patas
El ave fénix
El centauro
El ave roc bahamut
El cancerbero el basilisco
El elefante que predijo el nacimiento del buddha
El catoblepas
El behemoth
Una cruza
Cronos o Hércules
Garuda
Los elfos
El borametz
El dragón
El dragón chino
El devorador de las sombras
El caballo del mar
La esfinge
El burak
Fauna de los estados unidos
El fénix chino
Los silfos
El golem
El grifo
El cien cabezas
Haniel, kafziel, azriel y aniel
La banshee
El hipogrifo
Haokah, dios del trueno
La hidra de lerna
La mandrágora
El kami
El minotauro
La madre de las tortugas
Los monóculos
El mantícora
Los gnomos
El mono de la tinta
Rémora
La quimera
Lilith
El peritio
El zorro chino
Fauna china
El monstruo aqueronte
Los nagas
La óctuple serpiente
El mirmecoleón
Youwarkee
El odradek
La pantera
El pelícano
El gato de cheshire y los gatos kilkenny
El simurg
La salamandra
Sirenas
Talos
Las ninfas
El zaratán
El doble
El squonk
El unicornio
El kraken
Los tigres del annam
La peluda de la ferte-bernard
El unicornio chino
El uroboros fastitocalón
Los demonios de swedenborg
Los lamed wufniks
Los yinn
El ciervo celestial
Los brownies
Un reptil soñado por c. S. Lewis
Un rey de fuego y su caballo
Crocotas y leucrocotas
El t’ao-t’ieh escila
Las valquirias
Las nornas
Chancha con cadenas
Ictiocentauros
Los seres térmicos
Demonios del judaísmo
El hijo de leviatán
El nesnás
Los ángeles de swedenborg
Khumbaba
Hochigan
Los antílopes de seis patas
Los eloi y los morlocks
Baldanders
Los trolls
Las hadas
Las lamias
Los lemures
Kuyata
Los sátiros
El gallo celestial
El pájaro que causa la lluvia
La liebre lunar
Los Pigmeos
Para los antiguos, esta nación de enanos habitaba en
los confines del Indostán o de Etiopía. Ciertos autores aseveran que edificaban
sus moradas con cáscaras de huevo. Otros, como Aristóteles, han escrito que
vivían en cuevas subterráneas. Para cosechar el trigo se armaban de hachas como
para talar una selva. Cabalgaban corderos y cabras, de tamaño adecuado.
Anualmente los invadían bandadas de grullas,
procedentes de las llanuras de Rusia. Pigmeo era asimismo el nombre de una
divinidad, cuyo rostro esculpían los cartagineses en la proa de las naves de
guerra, para aterrar a sus enemigos.
El Dragón
El dragón posee la capacidad de asumir muchas
formas, pero estas son inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de
caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y cuatro garras cada una
provista de cuatro uñas. Se habla asimismo de sus nueve semblanzas; sus cuernos
se asemejan a los de un ciervo, su cabeza a la del camello, sus ojos a los de
un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus
escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a
las del tigre y sus orejas a las del buey.
Hay ejemplares a quienes les faltan orejas y
que oyen por los cuernos.
Es habitual representarlo con una perla, que pende
de su cuello y es emblema del sol. En esa perla está su poder. Es inofensivo si
se la quitan.
La historia le atribuye la paternidad de los
primeros emperadores.
Sus huesos, dientes y saliva gozan de virtudes
medicinales. Puede, según su voluntad, ser visible a los hombres o invisible.
En la primavera sube a los cielos; en el otoño se sumerge en la profundidad de
las aguas. Algunos carecen de alas y vuelan con ímpetu propio. La ciencia
distingue diversos géneros. El dragón celestial lleva en el lomo los palacios
de las divinidades e impide que éstos caigan sobre la tierra; el dragón divino
produce los vientos y las lluvias, para bien de la humanidad; el dragón
terrestre determina el curso de los arroyos y de los ríos; el dragón
subterráneo cuida los tesoros vedados a los hombres. Los budistas afirman que
los dragones no abundan menos que los peces de sus muchos mares concéntricos;
en alguna parte del universo existe una cifra sagrada para expresar su número
exacto. El pueblo chino cree en los dragones más que en otras deidades, porque
los ve con tanta frecuencia en las cambiantes nubes. Paralelamente Shakespeare
había observado que hay nubes con forma de dragón («some times we see a cloud that’s dragonish»).
El dragón rige las montañas, se vincula a la geomancia,
mora cerca de los sepulcros, está asociado al culto de Confucio, es el Neptuno
de los mares y aparece en tierra firme. Los reyes de los dragones del mar
habitan resplandecientes palacios bajo las aguas y se alimentan de ópalos y de
perlas. Hay cinco de esos reyes; el principal está en el centro, los otros
cuatro corresponden a los puntos cardinales. Tienen una legua de largo; al
cambiar de postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos de una
armadura de escamas amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y
la cola son velludas. La frente se proyecta sobre los ojos llameantes, las
orejas son pequeñas y gruesas, la boca siempre abierta, la lengua larga y los
dientes afilados. El aliento hierve a los peces, las exhalaciones del cuerpo
los asa. Cuando sube a la superficie de los océanos produce remolinos y
tifones; cuando vuela por los aires causa tormentas que destechan las casas de
las ciudades y que inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse
entre sí a pesar de las distancias que los separan y sin necesidad de palabras.
En el tercer mes hacen su informe anual a los cielos superiores.
A Bao A Qu
Para contemplar el paisaje más maravilloso del
mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de la Victoria, en Chitor. Hay
ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de
caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la
fábula, que dice así:
«En la escalera de la Torre de la Victoria,
habita desde el principio del tiempo el A
Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado
letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien
sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y
una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi
translúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca casi en los talones
del visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados
por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su
color. Su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante.
Testimonio de su sensibilidad es el hecho que él sólo logra su forma perfecta
en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado
espiritualmente. De no ser así, el A Bao
A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color
indefinido y la luz vacilante. El A Bao A
Qu sufre cuando no puede formarse totalmente y su queja es un rumor apenas
perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el hombre o la mujer que
lo reviven están llenos de pureza, el A
Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e
irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar
el peregrino, el A Bao A Qu rueda y
cae hasta el escalón inicial, donde ya apagado y semejante a una lámina de
contornos vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando
llega a la mitad de la escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a
manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice
que mira con todo el cuerpo y que al tacto recuerda la piel del durazno.»
En el curso de los siglos, el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la
perfección.
El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su
versión de las Mil y Una Noches.
La Anfisbena
La Farsalia
enumera las verdaderas e imaginarias serpientes que los soldados de Catón
afrontaron en los desiertos de África; ahí están la parca «que enhiesta como
báculo camina» y el yáculo, que viene por el aire como una flecha, y la pesada
anfisbena, que lleva dos cabezas. Casi con iguales palabras la describe Plinio,
que agrega:
«como si una no le bastara para descargar su
veneno». El Tesoro de Brunetto Latini
-la enciclopedia que éste recomendó a su antiguo discípulo en el séptimo
círculo del Infierno- es menos sentencioso y más claro: «La anfisbena es
serpiente con dos cabezas, la una en su lugar y la otra en la cola; y con las
dos puede morder, y corre con ligereza, y sus ojos brillan como candelas». En
el siglo XVII, Sir Thomas Browne observó que no hay animal sin abajo, arriba,
adelante, atrás, izquierda y derecha, y negó que pudiera existir la anfisbena,
en la que ambas extremidades son anteriores. Anfisbena, en griego, quiere decir
que va en dos direcciones. En las
Antillas y en ciertas regiones de América, el nombre se aplica a un reptil que
comúnmente se conoce por doble andadora,
por serpiente de dos cabezas y por madre de las hormigas. Se dice que las
hormigas la mantienen. También que, si la cortan en dos pedazos, éstos se
juntan.
Las virtudes medicinales de la anfisbena ya
fueron celebradas por Plinio.
Animales de los Espejos
En algún tomo de las Cartas Edificantes y Curiosas que aparecieron en París durante la
primera mitad del siglo XVIII, el P. Zallinger, de la Compañía de Jesús,
proyectó un examen de las ilusiones y errores del vulgo de Cantón; en un censo
preliminar anotó que el pez era un ser fugitivo y resplandeciente que nadie
había tocado, pero que muchos pretendían haber visto en el fondo de los
espejos. El P. Zallinger murió en 1736 y el trabajo iniciado por su pluma quedó
inconcluso; ciento cincuenta años después, Herbert Allen Giles tomó la tarea
interrumpida.
Según Giles, la creencia del pez es parte de un
mito más amplio, que se refiere a la época legendaria del Emperador Amarillo.
En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el
mundo de los hombres no estaban, como ahora, incomunicados. Eran, además, muy
diversos; no coincidían ni los seres ni los colores ni las formas. Ambos
reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y se salía por los
espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la Tierra. Su fuerza era
grande, pero al cabo de sangrientas batallas las artes mágicas del Emperador
Amarillo prevalecieron. Éste rechazó a los invasores, los encarceló en los
espejos y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño, todos
los actos de los hombres. Los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a
simples reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico.
El primero que despertará será el pez. En el
fondo del espejo percibiremos una línea muy tenue y el color de esa línea será
un color no parecido a ningún otro. Después, irán despertando las otras formas.
Gradualmente diferirán de nosotros, gradualmente no nos imitarán. Romperán las
barreras de vidrio o de metal y esta vez no serán vencidas. Junto a las
criaturas de los espejos combatirán las criaturas del agua.
En el Yunnan no se habla del pez sino del tigre
del espejo. Otros entienden que antes de la invasión oiremos desde el fondo de
los espejos el rumor de las armas.
Animales Esféricos
La esfera es el más uniforme de los cuerpos sólidos,
ya que todos los puntos de la superficie equidistan del centro. Por eso y por
su facultad de girar alrededor del eje sin cambiar de lugar y sin exceder sus
límites, Platón (Timeo, 33) aprobó la
decisión del Demiurgo, que dio forma esférica al mundo. Juzgó que el mundo es
un ser vivo y en las Leyes (898)
afirmó que los planetas y las estrellas también lo son. Dotó, así, de vastos
animales esféricos a la zoología fantástica y censuró a los torpes astrónomos
que no querían entender que el movimiento circular de los cuerpos celestes era
espontáneo y voluntario.
(Más de quinientos años después, en Alejandría,
Orígenes enseñó que los bienaventurados resucitarían en forma de esferas y
entrarían rodando en la eternidad.)
En la época del Renacimiento, el concepto del
cielo como animal reapareció en Vantini; el neoplatónico Marsilio Ficino habló
de los pelos, dientes y huesos de la Tierra, y Giordano Bruno sintió que los
planetas eran grandes animales tranquilos, de sangre caliente y de hábitos
regulares, dotados de razón. A principios del siglo XVII, Kepler discutió con
el ocultista inglés Robert Fludd la prioridad de la concepción de la Tierra como monstruo viviente, «cuya respiración de ballena,
correspondiente al sueño y a la vigilia, produce el flujo y el reflujo del
mar». La anatomía, la alimentación, el color, la memoria y la fuerza
imaginativa y plástica del monstruo fueron estudiados por Kepler.
En el siglo XIX, el psicólogo alemán Gustav
Theodor Fechner (hombre alabado por William James, en la obra A Pluralistic Universe) repensó con una
suerte de ingenioso candor las ideas anteriores. Quienes no desdeñan la
conjetura que la Tierra, nuestra madre, es un organismo, un organismo superior
a la planta, al animal y al hombre, pueden examinar las piadosas páginas de su Zend-Avesta. Ahí leerán, por ejemplo,
que la figura esférica de la Tierra es la del ojo humano, que es la parte más
noble de nuestro cuerpo. También, «que si realmente el cielo es la casa de los
ángeles, éstos sin duda son las estrellas, porque no hay otros habitantes del
cielo».
Un Animal Soñado por Kafka
Es un animal con una gran cola, de muchos
metros de largo, parecida a la del zorro.
A veces me gustaría tener su cola en la mano,
pero es imposible; el animal está siempre en movimiento, la cola siempre de un
lado para otro. El animal tiene algo de canguro, pero la cabeza chica y oval no
es característica y tiene algo de humana; sólo los dientes tienen fuerza
expresiva, ya los oculte o les muestre. Suelo tener la impresión que el animal
quiere amaestrarme; si no, qué propósito puede tener retirarme la cola cuando
quiero agarrarla, y luego esperar tranquilamente que ésta vuelva a atraerme, y
luego volver a saltar. Franz Kafka: Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande.
Dos Animales
Metafísicos
El problema del origen de las ideas agrega dos
curiosas criaturas a la zoología fantástica. Una fue imaginada al promediar el
siglo XVIII; la otra, un siglo después.
La primera es la estatua sensible de Condillac.
Descartes profesó la doctrina de las ideas innatas; Etienne Bonmot de
Condillac, para refutarlo, imaginó una estatua de mármol, organizada y
conformada como el cuerpo de un hombre, y habitación de un alma que nunca
hubiera percibido o pensado. Condillac empieza por conferir un solo sentido a
la estatua: el olfativo, quizá el menos complejo de todos. Un olor a jazmín es
el principio de la biografía de la estatua; por un instante, no habrá sino ese
olor en el universo, mejor dicho, ese olor será el universo, que, un instante
después, será olor a rosa, y después a clavel. Que en la conciencia de la
estatua haya un olor único, y ya tendremos la atención; que perdure un olor
cuando haya cesado el estímulo, y tendremos la memoria; que una impresión
actual y una del pasado ocupen la atención de la estatua, y tendremos la
comparación; que la estatua perciba analogías y diferencias, y tendremos el
juicio; que la comparación y el juicio ocurran de nuevo, y tendremos la
reflexión; que un recuerdo agradable sea más vívido que una impresión
desagradable, y tendremos la imaginación. Engendradas las facultades del entendimiento,
las facultades de la voluntad surgirán después: amor y odio (atracción y
aversión), esperanza y miedo. La conciencia de haber atravesado muchos estados
dará a la estatua la noción abstracta de número; la de ser olor a clavel y
haber sido olor a jazmín, la noción del yo.
El autor conferirá después a su hombre
hipotético la audición, la gustación, la visión y por fin el tacto. Este último
sentido le revelará que existe el espacio y que en el espacio, él está en un
cuerpo, los sonidos, los olores y los colores le habían parecido, antes de esa
etapa, simples variaciones o modificaciones de su conciencia. La alegoría que
acabamos de referir se titula Traite des
Sensations y es de 1754; para esta noticia, hemos utilizado el tomo segundo
de la Histoire de la Philosophie de
Bréhier.
La otra criatura suscitada por el problema del
conocimiento es el «animal hipotético» de Lotze. Más solitario que la estatua
que huele rosas y que finalmente es un hombre, este animal no tiene en la piel
sino un punto sensible y movible, en la extremidad de una antena. Su
conformación le prohíbe, como se ve, las percepciones simultáneas. Lotze piensa
que la capacidad de retraer o proyectar su antena sensible bastará para que el
casi incomunicado animal descubra el mundo externo (sin el socorro de las
categorías kantianas) y distinga un objeto estacionario de un objeto móvil.
Esta ficción ha sido alabada por Vaihinger; la registra la obra Medizinische Psychologie, que es de
1852.
Un Animal Soñado por C.
S. Lewis
...El canto era fuerte ya, y la espesura muy densa,
de manera que no podía ver casi a un metro delante de él, cuando la música cesó
súbitamente. Oyó un ruido de maleza que se rompe. Se dirigió rápidamente en
aquella dirección, pero no vio nada. Había casi decidido abandonar su búsqueda
cuando el canto recomenzó un poco más lejano. De nuevo se dirigió hacia él; de
nuevo el que cantaba guardó silencio y lo evadió. Llevaría más de una hora
jugando a esta especie de escondite cuando su esfuerzo fue recompensado.
Avanzando cautelosamente en dirección a uno de
estos cantos fuertes, vio finalmente a través de las ramas floridas una forma
negra. Deteniéndose cuando dejaba de cantar, y avanzando de nuevo con cautela
cuando reanudaba el canto, la siguió durante diez minutos. Finalmente tuvo al
cantor delante de los ojos, ignorando que era espiado. Estaba sentado, erecto
como un perro, y era negro, liso y brillante; sus hombros llegaban a la altura
de la cabeza de Ransom; las patas delanteras sobre las que estaba apoyado eran
como árboles jóvenes, y las pezuñas que descansaban en el suelo eran anchas
como las de un camello. El enorme vientre redondo era blanco, y por encima de
sus hombros se elevaba, muy alto, un cuello como de caballo. Desde donde
estaba, Ransom veía su cabeza de perfil; la boca abierta lanzaba aquella
especie de canto de alegría, y el canto hacía vibrar casi visiblemente su
lustrosa garganta. Miró maravillado aquellos ojos húmedos, aquellas sensuales
ventanas de su nariz. Entonces el animal se detuvo, lo vio y se alejó,
deteniéndose a los pocos pasos, sobre sus cuatro patas, no de menor talla que
un elefante joven, meneando una larga cola peluda. Era el primer ser de
Perelandra que parecía mostrar cierto temor al hombre. Pero no era miedo.
Cuando lo llamó se acercó a él. Puso su belfo de terciopelo sobre su mano y soportó
su contacto; pero casi inmediatamente volvió a alejarse. Inclinando el largo
cuello, se detuvo y apoyó la cabeza entre las patas. Ransom vio que no sacaría
nada de él, y cuando al fin se alejó, perdiéndose de vista, no lo siguió.
Hacerlo le hubiera parecido una injuria a su timidez, a la sumisa suavidad de
su expresión, a su evidente deseo de ser para siempre un sonido y sólo un
sonido, en la espesura central de aquellos bosques inexplorados. Ransom prosiguió
su camino; unos segundos más tarde, el sonido empezó de nuevo detrás de él, más
fuerte y más bello que nunca, como un canto de alegría por su recobrada
libertad...
Las bestias de esta especie no tienen leche, y,
cuando paren, sus crías son amamantadas por una hembra de otra especie. Es una
bestia grande y bella, y muda, y hasta que la bestia que canta es destetada
vive entre sus cachorros y está sujeta a ella. Pero cuando ha crecido se
convierte en el animal más delicado y glorioso de todos los animales y se aleja
de ella. Y ella se admira de su canto... C. S. Lewis: Perelandra, 1949
El Animal Soñado por
Poe
En su Relato
de Arthur Gordon Pym de Nantucket, publicado en 1938, Edgar Allan Poe
atribuyó a las islas antárticas una fauna asombrosa pero creíble. Así, en el
capítulo xviii se lee:
Recogimos una rama con frutos rojos, como los
del espino, y el cuerpo de un animal terrestre, de conformación singular. Tres
pies de largo y seis pulgadas de alto tendría; las cuatro patas eran cortas y
estaban guarnecidas de agudas garras de color escarlata, de una materia
semejante al coral. El pelo era parejo y sedoso, perfectamente blanco. La cola
era puntiaguda, como de rata y tendría un pie y medio de longitud. La cabeza
parecía de gato, con excepción de las orejas, que eran caídas, como las de un sabueso.
Los dientes eran del mismo escarlata de las
garras. No menos singular era el agua de esas tierras australes:
Primero nos negamos a probarla, suponiéndola
corrompida. No sé cómo dar una idea justa de su naturaleza, y no lo conseguiré
sin muchas palabras. A pesar de correr con rapidez por cualquier desnivel,
nunca parecía límpida, excepto al despeñarse en un salto. En casos de poco
declive, era tan consistente como una infusión espesa de goma arábiga, hecha en
agua común. Éste, sin embargo, era el menos singular de sus caracteres. No era
incolora ni era de un color invariable, ya que su fluencia proponía a los ojos
todos los matices del púrpura, como los tonos de una seda tornasolada. Dejamos
que se asentara en una vasija y comprobamos que la masa del líquido estaba
separada en vetas distintas, cada una de tono individual, y que esas vetas no
se mezclaban. Si se pasaba la hoja de un cuchillo a lo ancho de las vetas, el
agua se cerraba inmediatamente, y al retirar la hoja, desaparecía el rastro. En
cambio, cuando la hoja era insertada con precisión entre dos de las vetas,
ocurría una separación perfecta, que no se rectificaba en seguida.
Abtu y Anet
Según la mitología de los egipcios, Abtu y Anet son
dos peces idénticos y sagrados que van nadando ante la nave de Ra, dios del
sol, para advertirlo contra cualquier peligro. Durante el día, la nave viaja
por el cielo, del naciente al poniente: durante la noche, bajo tierra, en
dirección inversa.
El Aplanador
Entre los años de 1840 y de 1864, el Padre de la Luz
(que también se llama la Palabra Interior) deparó al músico y pedagogo Jacob
Lorber una serie de prolijas revelaciones sobre la humanidad, la fauna y la
flora de los cuerpos celestes que constituyen el Sistema Solar. Uno de los
animales domésticos cuyo conocimiento debemos a esa revelación es el aplanador
o apisonador (bodendrucker) que
presta incalculables servicios en el planeta Miron, que el editor actual de la
obra de Lorber identifica con Neptuno.
El aplanador tiene diez veces el tamaño del elefante
al que se parece muchísimo. Está provisto de una trompa algo corta y de
colmillos largos y rectos; la piel es de un color verde pálido. Las patas son
cónicas y muy anchas; las puntas de los conos parecen encajarse en el cuerpo.
Este plantígrado va aplanando la tierra y precede a los albañiles y
constructores. Lo llevan a un terreno quebrado y lo nivela con las patas, con
la trompa y con los colmillos. Se alimenta de hierbas y de raíces y no tiene
enemigos, fuera de algunas variedades de insectos.
Arpías
Para la Teogonía
de Hesíodo, las arpías son divinidades aladas, y de larga y suelta cabellera,
más veloces que los pájaros y los vientos; para el tercer libro de la Eneida, aves con cara de doncella,
garras encorvadas y vientre inmundo, pálidas de hambre que no pueden saciar.
Bajan de las montañas y mancillan las mesas de los festines. Son invulnerables
y fétidas; todo lo devoran, chillando, y todo lo transforman en excrementos.
Servio, comentador de Virgilio, escribe que así como Hécate es Proserpina en
los infiernos, Diana en la tierra y luna en el cielo y la llaman diosa
triforme, las arpías son furias en los infiernos, arpías en la tierra y demonios
(dirae) en el cielo. También las
confunden con las parcas.
Por mandato divino, las arpías persiguieron a
un rey de Tracia que descubrió a los hombres el porvenir o que compró la
longevidad al precio de sus ojos y fue castigado por el sol, cuya obra había
ultrajado.
Se aprestaba a comer con toda su corte y las
arpías devoraban o contaminaban los manjares. Los argonautas ahuyentaron a las
arpías; Apolonio de Rodas y William Morris (Life
and Death of Jason) refieren la fantástica historia. Ariosto, en el canto
xxxiii del Furioso, transforma al rey
de Tracia en el Preste Juan, fabuloso emperador de los abisinios.
Arpías, en griego, significa las que raptan,
las que arrebatan. Al principio, fueron divinidades del viento, como los Maruts
de los Vedas, que blanden armas de oro (los rayos) y que ordeñan las nubes.
El Asno de Tres Patas
Plinio atribuye a Zarathustra, fundador de la
religión que aún profesan los parsis de Bombay, la escritura de dos millones de
versos; el historiador arábigo Tabarí afirma que sus obras completas,
eternizadas por piadosos calígrafos, abarcan doce mil cueros de vaca. Es fama
que Alejandro de Macedonia las hizo quemar en Persépolis, pero la buena memoria
de los sacerdotes pudo salvar los textos fundamentales y desde el siglo IX los
complementa una obra enciclopédica, el Bundahish,
que contiene esta página:
Del asno de tres patas se dice que está en la
mitad del océano y que tres es el número de sus cascos y seis de sus ojos y
nueve el de sus bocas y dos el de sus orejas y uno su cuerno. Su pelaje es
blanco, su alimento es espiritual y todo él es justo. Y dos de los seis ojos
están en el lugar de los ojos y dos en la punta de la cabeza y dos en la
cerviz; con la penetración de los seis ojos rinde y destruye.
De las nueve bocas tres están en la cabeza y
tres en la cerviz y tres adentro de los ijares... Cada casco, puesto en el
suelo, cubre el lugar de una majada de mil ovejas, y bajo el espolón pueden
maniobrar hasta mil jinetes. En cuanto a las orejas, son capaces de abarcar a
Mazandarán.[1]
El cuerno es como de oro y hueco, y le han crecido mil ramificaciones. Con ese cuerno vencerá y disipará todas las
corrupciones de los malvados.
Del ámbar se sabe que es el estiércol del asno
de tres patas. En la mitología del mazdeísmo, este monstruo benéfico es uno de
los auxiliares de Ahura Mazdah (Ormuz), principio de la Vida, de la Luz y de la
Verdad.
El Ave Fénix
En efigies monumentales, en pirámides de piedra
y en momias, los egipcios buscaron eternidad; es razonable que en su país haya
surgido el mito de un pájaro inmortal y periódico, si bien la elaboración ulterior
es obra de los griegos y de los romanos.
Erman escribe que en la mitología de
Heliópolis, el fénix (benu) es el
señor de los jubileos, o de los largos ciclos de tiempo; Heródoto, en un pasaje
famoso (II, 73), refiere con repetida incredulidad una primera forma de la
leyenda:
Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en
pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se
deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a
Egipto cada quinientos años, a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y
conformación es tal como la describen, su mole y figura son muy parecidas a las
del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales
son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco dignos de
fe, no emitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde
Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante
todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo,
probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas
compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el
cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella
la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que
cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva
al Templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro
refieren.
Unos quinientos años después, Tácito y Plinio
retomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda
antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del
fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI,
28). También el segundo investigó la cronología
del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o
año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la Luna y los cinco
planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos
noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme
ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en todos sus detalles,
por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a ser un espejo o
una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el
universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y
no tuvo principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la
generación del fénix, Heródoto menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero
Claudiano, a fines del siglo IV, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de
su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan difundidos como el del
fénix. A los autores ya enumerados cabe agregar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno,
XXIV). Shakespeare (Enrique VIII, V,
4), Pellicer (El Fénix y su Historia
Natural), Quevedo (Parnaso Español,
VI), Milton (Samson Agonistes, in fine).
Mencionaremos asimismo el poema latino De
Ave Phoenice, que ha sido atribuido a Lactancio, y una imitación
anglosajona de ese poema, del siglo VIII. Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de
Jerusalén han alegado el fénix como prueba de la resurrección de la carne.
Plinio se burla de los terapeutas que prescriben remedios extraídos del nido y
de las cenizas del fénix.
El Centauro
Es la criatura más armoniosa de la zoología
fantástica. Biforme lo llaman las Metamorfosis de Ovidio, pero nada cuesta olvidar su índole heterogénea y
pensar que en el mundo platónico de las formas hay un arquetipo del centauro,
como del caballo o del hombre. El descubrimiento de ese arquetipo requirió
siglos; los monumentos primitivos y arcaicos exhiben un hombre desnudo, al que
se adapta incómodamente la grupa de un caballo.
En el frontón occidental del Templo de Zeus, en
Olimpia, los centauros ya tienen patas equinas; de donde debiera arrancar el
cuello del animal arranca el torso humano.
Ixión, rey de Tesalia, y una nube a la que Zeus
dio la forma de Hera, engendraron a los centauros; otra leyenda refiere que son
hijos de Apolo. (Se ha dicho que centauro
es una derivación de gandharva; en la
mitología védica, los gandharvas son
divinidades menores que rigen los caballos del sol.) Como los griegos de la
época homérica desconocían la equitación, se conjetura que el primer nómada que
vieron les pareció todo uno con su caballo y se alega que los soldados de
Pizarro o de Hernán Cortés también fueron centauros para los indios. «Uno de
aquellos de caballo cayó del caballo abajo; y como los indios vieron dividirse
aquel animal en dos partes, teniendo por cierto que todo era una cosa, fue
tanto el miedo que tuvieron que volvieron las espaldas dando voces a los suyos,
diciendo que se había hecho dos haciendo admiración dello: lo cual no fue sin
misterio; porque a no acaecer esto, se presume que mataran todos los
cristianos», dice uno de los textos que cita Prescott. Pero los griegos
conocían el caballo, a diferencia de los indios; lo verosímil es conjeturar que
el centauro fue una imagen deliberada y no una confusión ignorante.
La más popular de las fábulas en que los
centauros figuran es la de su combate con los lapitas, que los habían convidado
a una boda. Para los huéspedes, el vino era cosa nueva; en mitad del festín, un
centauro borracho ultrajó a la novia e inició, volcando las mesas, la famosa centauromaquia que Fidias, o un
discípulo suyo, esculpiría en el Partenón, que Ovidio cantaría en el libro XII
de las Metamorfosis y que inspiraría
a Rubens. Los centauros, vencidos por los lapitas, tuvieron que huir de
Tesalia. Hércules, en otro combate, aniquiló a flechazos la estirpe.
La rústica barbarie y la ira están simbolizadas
en el centauro, pero «el más justo de los centauros, Quirón» (Ilíada, XI, 832), fue maestro de
Aquiles y de Esculapio, a quienes instruyó en las artes de la música, de la
cinegética, de la guerra y hasta de la medicina y la cirugía. Quirón
memorablemente figura en el canto XII del Infierno,
que por consenso general se llama canto de los centauros. Véanse a este
propósito las finas observaciones de Momigliano, en su edición de 1945.
Plinio dice haber visto un hipocentauro, conservado en miel, que mandaron
de Egipto al emperador.
En la Cena
de los Siete Sabios, Plutarco refiere humorística-mente que uno de los
pastores de Periandro, déspota de Corinto, le trajo en una bolsa de cuero una
criatura recién nacida que una yegua había dado a luz y cuyo rostro, pescuezo y
brazos eran humanos y lo demás equino. Lloraba como un niño y todos pensaron
que se trataba de un presagio espantoso. El sabio Tales lo miró, se rió y dijo
a Periandro que realmente no podía aprobar la conducta de sus pastores.
En el quinto libro de su poema, Lucrecio afirma
la imposibilidad del centauro, porque la especie equina logra su madurez antes
que la humana y, a los tres años, el centauro sería un caballo adulto y un niño
balbuciente. Este caballo moriría cincuenta años antes que el hombre.
El Ave Roc
El roc es una magnificación del águila o del
buitre, y hay quien ha pensado que un cóndor, extraviado en los mares de la
China o del Indostán, lo sugirió a los árabes. Lane rechaza esta conjetura y
considera que se trata, más bien, de una especie fabulosa de un género
fabuloso, o de un sinónimo árabe del simurg.
El roc debe su fama occidental a las Mil
y Una Noches.
Nuestros lectores recordarán que Simbad, abandonado por sus compañeros en una isla, divisó a lo lejos
una enorme cúpula blanca y que al día siguiente una vasta nube le ocultó el
sol. La cúpula era un huevo de roc y la nube era el ave madre. Simbad, con el
turbante, se ata a la enorme pata del roc; éste alza el vuelo y lo deja en la
cumbre de una montaña sin haberlo sentido. El narrador agrega que el roc
alimenta a sus crías con elefantes.
En el capítulo 36 de los Viajes de Marco Polo se lee:
Los habitantes de la isla de Madagascar
refieren que en determinada estación del año llega de las regiones australes una especie
extraordinaria de pájaro, que llaman roc. Su forma es parecida a la del águila,
pero es incomparablemente mayor. El roc es tan fuerte que puede levantar en sus
garras a un elefante, volar con él por los aires y dejarlo caer desde lo alto
para devorarlo después. Quienes han visto el roc aseguran que las alas miden
dieciséis pasos de punta a punta y que las plumas tienen ocho pasos de
longitud.
Marco Polo agrega que unos enviados del Gran
Khan llevaron una pluma de roc a la China.
Bahamut
La fama de Behemoth
llegó a los desiertos de Arabia, donde los hombres alteraron y magnificaron su
imagen. De hipopótamo o elefante lo hicieron pez que se mantiene sobre un agua
sin fondo y sobre el pez imaginaron un toro y sobre el toro una montaña hecha
de rubí y sobre la montaña un ángel y sobre el ángel seis infiernos y sobre los
infiernos la tierra y sobre la tierra siete cielos. Leemos en una tradición
recogida por Lane:
Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía
sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así
bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía
sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil ojos, orejas, narices,
bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un
pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y
la ciencia humana no ve más allá de ese punto.
Otros declaran que la tierra tiene su
fundamento en el agua; el agua, en el peñasco; el peñasco, en la cerviz del
toro; el toro en un lecho de arena; la arena en Bahamut; Bahamut, en un viento
sofocante; el viento sofocante en una neblina. La base de la neblina se ignora.
Tan inmenso y tan resplandeciente es Bahamut
que los ojos humanos no pueden sufrir su visión. Todos los mares de la Tierra,
puestos en una de sus fosas nasales, serían como un grano de mostaza en mitad
del desierto. En la noche 496 del Libro
de las Mil y una Noches, se refiere que a Isa (Jesús) le fue concedido ver
a Bahamut y que, lograda esa merced, rodó por el suelo y tardó tres días en
recobrar el conocimiento. Se añade que bajo el desaforado pez hay un mar, y
bajo el mar un abismo de aire, y bajo el aire, fuego, y bajo el fuego, una
serpiente que se llama Falak, en cuya boca están los infiernos.
La ficción del peñasco sobre el toro y del toro
sobre Bahamut y de Bahamut sobre cualquier otra cosa parece ilustrar la prueba
cosmológica que hay Dios, en la que se argumenta que toda causa requiere una
causa anterior y se proclama la necesidad de afirmar una causa primera, para no
proceder en infinito.
El Cancerbero
Si el Infierno es una casa, la casa de Hades,
es natural que un perro la guarde; también es natural que a ese perro lo
imaginen atroz. La Teogonía de
Hesíodo le atribuye cincuenta cabezas; para mayor comodidad de las artes
plásticas, este número ha sido rebajado y las tres cabezas del cancerbero son
del dominio público. Virgilio menciona sus tres gargantas; Ovidio, su triple
ladrido; Butler compara las tres coronas de la tiara del Papa, que es portero
del Cielo, con las tres cabezas del perro que es portero de los Infiernos (Hudibras, IV, 2). Dante le presta
caracteres humanos que agravan su índole infernal: barba mugrienta y negra,
manos uñosas que desgarran, entre la lluvia, las almas de los réprobos. Muerde,
ladra y muestra los dientes.
Sacar el cancerbero a la luz del día fue el
último de los trabajos de Hércules. Un escritor inglés del siglo XVIII, Zachary
Grey, interpreta así la aventura:
Este perro con tres cabezas denota el pasado,
el presente y el porvenir, que reciben y, como quien dice, devoran todas las
cosas. Que fuera vencido por Hércules prueba que las Acciones heroicas son
victoriosas sobre el Tiempo y subsisten en la Memoria de la Posteridad.
Según los textos más antiguos, el cancerbero
saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran en el Infierno, y
devora a los que procuran salir. Una tradición posterior lo hace morder a los
que llegan; para apaciguarlo, era costumbre poner en el ataúd un pastel de
miel.
En la mitología escandinava, un perro
ensangrentado, Garmr, guarda la casa de los muertos y batallará con los dioses,
cuando los lobos infernales devoren la luna y el sol. Algunos le atribuyen
cuatro ojos; cuatro ojos tienen también los perros de Yama, dios brahmánico de
la muerte.
El brahmanismo y el budismo ofrecen infiernos
de perros, que, a semejanza del cerbero dantesco, son verdugos de las almas.
El Basilisco
En el curso de las edades, el basilisco se
modifica hacia la fealdad y el horror y ahora se lo olvida. Su nombre significa
pequeño rey; para Plinio el Antiguo (viii, 33), el basilisco era una serpiente
que en la cabeza tenía una mancha clara en forma de corona. A partir de la Edad
Media, es un gallo cuadrúpedo y coronado, de plumaje amarillo, con grandes alas
espinosas y cola de serpiente que puede terminar en un garfio o en otra cabeza
de gallo. El cambio de la imagen se refleja en un cambio de nombre; Chaucer, en
el siglo XIV, habla del basili-cock.
Uno de los grabados que ilustran la Historia
Natural de las Serpientes y Dragones de Aldrovandi le atribuye escamas, no
plumas, y la posesión de ocho patas.[2]
Lo que no cambia es la virtud mortífera de su
mirada. Los ojos de las gorgonas petrificaban; Lucano refiere que de la sangre
de una de ellas, Medusa, nacieron todas las serpientes de Libia: el áspid, la
anfisbena, el amódite, el basilisco. El pasaje está en el libro IX de la Farsalia, Jáuregui lo traslada así al
español:
El vuelo a Libia dirigió
Perseo,
Donde jamás verdor se engendra
o vive;
Instila allí su sangre el
rostro feo,
Y en funestas arenas muerte
escribe;
Presto el llovido humor logra
su empleo
En el cálido seno, pues
concibe
Todas sierpes, y adúltera se
extraña
De ponzoñas preñadas la campaña...
La sangre de Medusa, pues en
este
Sitio produjo al basilisco
armado
En lengua y ojos de insanable
peste,
Aun de las sierpes mismas
recelado:
Allí se jacta de tirano
agreste,
Lejos hiere en ofensas
duplicado,
Pues con el silbo y el mirar
temido Lleva muerte a la vista y al oído.
El basilisco reside en el desierto; mejor
dicho, crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los
frutos; el agua de los ríos en que se abreva queda envenenada durante siglos.
Que su mirada rompe las piedras y quema el pasto ha sido certificado por
Plinio. El olor de la comadreja lo mata; en la Edad Media, se dijo que el canto
del gallo. Los viajeros experimentados se proveían de gallos para atravesar
comarcas desconocidas. Otra arma era un espejo; al basilisco lo fulmina su
propia imagen.
Los enciclopedistas cristianos rechazaron las
fábulas mitológicas de la Farsalia y
pretendieron una explicación racional del origen del basilisco. (Estaban
obligados a creer en él, porque la Vulgata
traduce por basilisco la voz hebrea tsepha,
nombre de un reptil venenoso.) La hipótesis que logró más favor fue la de un
huevo contrahecho y deforme, puesto por un gallo e incubado por una serpiente o
un sapo. En el siglo XVII, Sir Thomas Browne la declaró tan monstruosa como la
generación del basilisco. Por aquellos años, Quevedo escribió su romance El Basilisco, en el que se lee:
Si
está vivo quien te vio,
Toda
tu historia es mentira,
Pues
si no murió, te ignora,
Y
si murió no lo afirma.
El Elefante Que Predijo
El Nacimiento del Buddha
Quinientos años antes de la era cristiana, la reina
Maya, en el Nepal, soñó que un elefante blanco, que procedía de la Montaña de
Oro, entraba en su cuerpo. Este animal onírico tenía seis colmillos, que
corresponden a las seis dimensiones del espacio indostánico: arriba, abajo,
atrás, adelante, izquierda y derecha. Los astrólogos del rey predijeron que
Maya daría a luz un niño, que sería emperador de la Tierra o redentor del
género humano. Aconteció según se sabe, lo último.
En la India, el elefante es un animal
doméstico. El color blanco significa humildad y el número seis es sagrado.
El Catoblepas
Plinio (viii, 32)
cuenta que en los confines de Etiopía, no lejos de las fuentes del Nilo, habita
el catoblepas, «fiera de tamaño
mediano y de andar perezoso. La cabeza es notablemente pesada y al animal le da
mucho trabajo llevarla; siempre se inclina hacia la tierra. Si no fuera por
esta circunstancia, el catoblepas
acabaría con el género humano, porque todo hombre que le ve los ojos, cae
muerto».
Catoblepas, en griego, quiere
decir «que mira hacia abajo». Cuvier ha sugerido que el gnu (contaminado por el
basilisco y por las gorgonas) inspiró a los antiguos el catoblepas. En el final de la Tentación
de San Antonio se lee:
El catoblepas
(búfalo negro, con una cabeza de cerdo que cae hasta el suelo, unida a las
espaldas por un cuello delgado, largo y flojo como un intestino vaciado. Está
aplastado en el fango, y sus patas desaparecen bajo la enorme melena de pelos
duros que le cubren la cara):
-Grueso, melancólico, hosco, no hago otra cosa
que sentir bajo el vientre el calor del fango. Mi cráneo es tan pesado que me
es imposible llevarlo.
Lo enrollo alrededor de mí, lentamente; y, con las mandíbulas entreabiertas, arranco con la lengua
las hierbas venenosas humedecidas por mi aliento. Una vez, me devoré las patas
sin advertirlo.
«Nadie, Antonio, ha visto mis ojos, o quienes
los vieron han muerto. Si levantara mis párpados rosados e hinchados -te
morirías en seguida.»
El Behemoth
Cuatro siglos antes de
la era cristiana, Behemoth era una
magnificación del elefante o del hipopótamo, o una incorrecta y asustada
versión de esos dos animales; ahora es, exactamente, los diez versículos
famosos que lo describen (Job 40: 10-19) y la vasta forma que evocan. Lo demás
es discusión o filología.
El nombre Behemoth
es plural; se trata (nos dicen los filólogos) del plural intensivo de la voz
hebrea b’hemah, que significa bestia.
Como dijo fray Luis de León en su Exposición
del Libro de Job: «Behemoth es
palabra hebrea, que es como decir bestias;
al juicio común de todos sus doctores, significa el elefante, llamado ansí por
su desaforada grandeza, que siendo un animal vale por muchos». A título de
curiosidad recordemos que también es plural el nombre de Dios, Elohim, en el primer versículo de la Ley,
aunque el verbo que rige está en singular («En el principio hizo los Dioses el
cielo y la tierra») y que esta formación ha sido llamada plural de majestad o
de plenitud...[3]
Éstos son los versículos que figuran en el Behemoth, en la traducción literal de
fray Luis de León, que se propuso «conservar el sentido latino y el aire
hebreo, que tiene su cierta majestad»:
10. Ves agora a Behemoth;
yerba como buey come.
11. Ves; fortaleza suya en
sus lomos, y poderío suyo en ombligo de su vientre.
12. Menea su cola como
cedro; nervios de sus vergüenzas enhebrados.
13. Sus huesos fístulas de
bronce; como vara de hierro.
14. El principio de caminos
de Dios, quien le hizo aplicará su cuchillo.[4]
15. Que a él montes le
producen yerba, y todas las bestias del campo hacen juegos allí.
16. Debajo de sombríos
pace: en escondrijo de caña, en pantanos húmedos.
17. Cúbrenle sombríos su
sombra; cercáranle sauces del arroyo.
18. Ves; sorberá río, y no
maravilla; y tiene fiucia (fiducia, confianza) que el Jordán pasará por su
boca.
19. En sus ojos como
anzuelo le prenderá; con palos agudos horadará sus narices.
Agregamos, para
aclaración de lo anterior, la versión de Cipriano de
Valera:[5]
10. He aquí ahora Behemoth,
al cual yo hice contigo; yerba
come como buey.
11. He aquí ahora que su
fuerza está en sus lomos; y su fortaleza en el ombligo de su vientre.
12. Su cola mueve como un
cedro; y los nervios de sus genitales son entretejidos.
13. Sus huesos son fuertes como acero, y sus miembros
como barras de hierro.
14. Él es la cabeza de los caminos de Dios: el que le hizo le acercará de
su espada.
15. Ciertamente los montes
llevan renuevo para él; y toda bestia del campo retoza allá.
16. Debajo de las sombras
se echará, en lo oculto de las cañas, y de los lugares húmedos.
17. Los árboles sombríos le cubren con su
sombra; los sauces del arroyo le cercan.
18. He aquí que él robará
el río que no corra; y confíase que el Jordán pasará por su boca.
19. Él le tomará por sus
ojos en los tropezaderos, y le horadará la nariz.
Una Cruza
Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad
cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo;
antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la
cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son
huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la
par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana, se hace un
ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de
los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo
favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones.
Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un
asesinato. Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos
sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran
espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me
siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la
vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias
preguntas, que no puede contestar ningún ser humano: Por qué hay un solo animal
así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal
semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no
tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar: me
limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas
traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se
produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre
desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis
rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra
mí, es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa
fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal, que aunque
tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo,
y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi
alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si
no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez —eso le
acontece a cualquiera— yo no veía modo de salir de dificultades económicas, yo
estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto,
con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que
goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma
de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale
la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la
del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A
veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca
el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira
deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago
como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y
brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la
redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso
deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con
razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable. Franz Kafka
Cronos o Hércules
El tratado Dudas
y Soluciones sobre los Primeros Principios del neoplatónico Damascio
registra una curiosa versión de la teogonía y cosmogonía de Orfeo, en la que
Cronos —o Hércules— es un monstruo:
Según Gerónimo y Helánico (si los dos no son
uno solo), la doctrina órfica enseña que en el principio hubo agua y lodo, con
los que se amasó la tierra. Estos dos principios puso como primeros: agua y
tierra. De ellos salió el tercero, un dragón alado, que por delante mostraba la
cabeza de un toro, por detrás la de un león y por el medio el rostro de un
dios; lo llamaron Cronos que no envejece
y también Heracles. Con él nació la
Necesidad, que también se llama la Inevitable, y que se dilató sobre el
Universo y tocó sus confines... Cronos, el dragón, sacó de sí una triple simiente:
el húmedo Éter, el ilimitado Caos y el nebuloso Erebo. Debajo de ellos puso un
huevo, del que saldría el mundo. El último principio fue un dios que era hombre
y mujer, con alas de oro en las espaldas y cabezas de toro en los flancos, y
sobre la cabeza un desmesurado dragón, igual a toda suerte de fieras...
Tal vez porque lo desaforado y monstruoso
parece menos propio de Grecia que del Oriente, Walter Kranz atribuye a estas
invenciones una procedencia oriental.
Garuda
Vishnu, segundo dios de la Trinidad que preside
el panteón brahmánico, suele cabalgar en la serpiente que llena el mar, o en el
ave garuda. A Vishnu lo representan azul y provisto de cuatro brazos que
sostienen la clava, el caracol, el disco y el loto; a garuda, con alas, rostro
y garras de águila y tronco y piernas de hombre. El rostro es blanco, las alas
de color escarlata, y el cuerpo, de oro. Imágenes de garuda, labradas en bronce
o en piedra, suelen coronar los monolitos de los templos. En Gwalior hay uno,
erigido por un griego, Heliodoro, devoto de Vishnu, más de un siglo antes de la
era cristiana.
En el Garuda-purana
(que es el decimoséptimo de los puranas,
o tradiciones), el docto pájaro declara a los hombres el origen del universo,
la índole solar de Vishnu, las ceremonias de su culto, las ilustres genealogías
de las casas que descienden de la luna y del sol, el argumento del Ramayana y diversas noticias que se
refieren a la versificación, a la gramática y a la medicina.
En el Nagananda
(Alegría de las Serpientes), drama compuesto por un rey en el siglo VII, garuda
mata y devora una serpiente todos los días, hasta que un príncipe budista le
enseña las virtudes de la abstención. En el último acto, el arrepentido hace
que vuelvan a la vida los huesos de las serpientes devoradas. Eggeling sospecha
que esta obra es una sátira brahmánica del budismo.
Nimbarka, místico de fecha insegura, ha escrito
que garuda es un alma salvada para siempre; también son almas la corona, los
aros y la flauta del dios.
Los Elfos
Son de estirpe germánica. De su aspecto poco
sabemos, salvo que son siniestros y diminutos. Roban hacienda y roban niños. Se
complacen asimismo en diabluras menores. En Inglaterra se dio el nombre de elf-lock (rizo de elfo) a un enredo del
pelo, porque lo suponían obra de elfos. Un exorcismo anglosajón les atribuye la
malévola facultad de arrojar desde lejos minúsculas flechas de hierro, que
penetran sin dejar un rastro, en la piel y causan dolores neurálgicos. En
alemán, pesadilla se traduce por alp,
los etimólogos derivan esa palabra de elfo, dado que en la Edad Media era común
la creencia que los elfos oprimían el pecho de los durmientes y les inspiraban
sueños atroces.
El Borametz
El cordero vegetal de Tartaria, también llamado
borametz y polypodium borametz y polipodio chino, es una planta cuya forma es
la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. Se eleva sobre cuatro o cinco
raíces; las plantas mueren a su alrededor y ella se mantiene lozana; cuando la
cortan, sale un jugo sangriento. Los lobos se deleitan en devorarla. Sir Thomas
Browne la describe en el tercer libro de la obra Pseudodoxia Epidémica (Londres, 1646). En otros monstruos se
combinan especies o géneros animales; en el borametz,
el reino vegetal y el reino animal.
Recordemos a este propósito, la mandrágora, que
grita como un hombre cuando la arrancan, y la triste selva de los suicidas, en
uno de los círculos del Infiemo, de
cuyos troncos lastimados brotan a un tiempo sangre y palabras, y aquel árbol
soñado por Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y
que, en la primavera, dio plumas en lugar de hojas.
El Dragón
Una gruesa y alta serpiente con garras y alas
es quizá la descripción más fiel del dragón. Puede ser negro, pero conviene que
también sea resplandeciente; asimismo suele exigirse que exhale bocanadas de
fuego y de humo. Lo anterior se refiere, naturalmente, a su imagen actual; los
griegos parecen haber aplicado su nombre a cualquier serpiente considerable.
Plinio refiere que en el verano el dragón apetece la sangre del elefante, que
es notablemente fría. Bruscamente lo ataca, se le enrosca y le clava los
dientes. El elefante exangüe rueda por tierra y muere; también muere el dragón,
aplastado por el peso de su adversario. También leemos que los dragones de
Etiopía, en busca de mejores pastos, suelen atravesar el Mar Rojo y emigrar a
Arabia. Para ejecutar esa hazaña, cuatro o cinco dragones se abrazan y forman
una especie de embarcación, con las cabezas fuera del agua. Otro capítulo hay
dedicado a los remedios que se derivan del dragón. Ahí se lee que sus ojos,
secados y batidos con miel, forman un linimento eficaz contra las pesadillas.
La grasa del corazón del dragón guardada en la piel de una gacela y atada al
brazo con los tendones de un ciervo asegura el éxito en los litigios; los
dientes, asimismo atados al cuerpo, hacen que los amos sean indulgentes y los
reyes graciosos. El texto menciona con escepticismo una preparación que hace
invencibles a los hombres. Se elabora con pelo de león, con la médula de ese
animal, con la espuma de un caballo que acaba de ganar una carrera, con las
uñas de un perro y con la cola y la cabeza de un dragón.
En el libro XI de la Ilíada se lee que en el escudo de Agamenón había un dragón azul y
tricéfalo; siglos después los piratas escandinavos pintaban dragones en sus
escudos y esculpían cabezas de dragón en las proas de las naves. Entre los
romanos, el dragón fue insignia de la cohorte, como el águila de la legión; tal
es el origen de los actuales regimientos de dragones. En los estandartes de los
reyes germánicos de Inglaterra había dragones; el objeto de tales imágenes era
infundir terror a los enemigos. Así, en el romance de Athis se lee:
Ce
souloient Romains porter,
Ce nous fait moult a redouter.
(Esto solían llevar los
romanos,
Esto hace que nos teman
muchísimo.)
En el Occidente el dragón siempre fue concebido
como malvado. Una de las hazañas clásicas de los héroes (Hércules, Sigurd, San
Miguel, San Jorge) era vencerlo y matarlo. En las leyendas germánicas, el
dragón custodia objetos preciosos. Así, en la Gesta de Beowulf, compuesta en
Inglaterra hacia el siglo VIII, hay un dragón que durante trescientos años es
guardián de un tesoro. Un esclavo fugitivo se esconde en su caverna y se lleva
un jarro. El dragón se despierta, advierte el robo y resuelve matar al ladrón;
a ratos, baja a la caverna y la revisa bien. (Admirable ocurrencia del poeta
atribuir al monstruo esa inseguridad tan humana.) El dragón empieza a desolar
el reino; Beowulf lo busca, combate con él y lo mata.
La gente creyó en la realidad del dragón. Al
promediar el siglo XVI, lo registra la Historia
Animalium de Conrad Gesner, obra de carácter científico.
El tiempo ha desgastado notablemente el
prestigio de los dragones. Creemos en el león como realidad y como símbolo;
creemos en el minotauro como símbolo, ya que no como realidad; el dragón es
acaso el más conocido pero también el menos afortunado de los animales
fantásticos. Nos parece pueril y suele contaminar de puerilidad las historias
en que figura. Conviene no olvidar, sin embargo, que se trata de un prejuicio
moderno, quizá provocado por el exceso de dragones que hay en los cuentos de
hadas. Empero, en la Revelación de
San Juan se habla dos veces del dragón, «la vieja serpiente que es el Diablo y
es Satanás». Análogamente, San Agustín escribe que el Diablo «es león y dragón;
león por el ímpetu, dragón por la insidia». Jung observa que en el dragón están
la serpiente y el pájaro, los elementos de la tierra y el aire.
El Dragón Chino
La cosmogonía china enseña que los Diez Mil
Seres (el mundo) nacen del juego rítmico de dos principios complementarios y
eternos, que son el Yin y el Yang. Corresponden al Yin la concentración, la
oscuridad, la pasividad, los números pares y el frío; al Yang, el crecimiento,
la luz, el ímpetu, los números impares y el calor. Símbolos del Yin son la
mujer, la tierra, el anaranjado, los valles, los cauces de los ríos y el tigre;
del Yang, el hombre, el cielo, el azul, las montañas, los pilares, el dragón.
El dragón chino, el lung, es uno de los cuatro animales mágicos. (Los otros son el
unicornio, el fénix y la tortuga.) En el mejor de los casos, el dragón
occidental es aterrador, y en el peor, ridículo; el lung de las tradiciones, en cambio, tiene divinidad y es como un
ángel que fuera también un león. Así, en las Memorias Históricas de Ssu-Ma Ch’ien leemos que Confucio fue a
consultar al archivero o bibliotecario Lao Tse y que, después de la visita,
manifestó:
—Los pájaros vuelan, los peces nadan y los animales
corren. El que corre puede ser detenido por una trampa, el que nada por una red
y el que vuela por una flecha. Pero ahí está el dragón; no sé cómo cabalga en
el viento ni cómo llega al cielo. Hoy he visto a Lao Tse y puedo decir que he
visto al dragón.
Un dragón o un caballo-dragón surgió del Río
Amarillo y reveló a un emperador el famoso diagrama circular que simboliza el
juego recíproco del Yang y el Yin; un rey tenía en sus establos dragones de
silla y de tiro; otro se nutrió de dragones y su reino fue próspero. Un gran
poeta, para ilustrar los riesgos de la eminencia, pudo escribir: «El unicornio
acaba como fiambre, el dragón como pastel de carne.» En el I King (Canon de las mutaciones), el dragón suele significar el
sabio.
Durante siglos, el dragón fue un emblema
imperial. El trono del emperador se llamó el Trono del Dragón; su rostro, el
Rostro del Dragón. Para anunciar que el emperador había muerto, se decía que
había ascendido al firmamento sobre un dragón.
La imaginación popular vincula el dragón a las
nubes, a la lluvia que los agricultores anhelan y a los grandes ríos. La tierra se une con el dragón es una
locución habitual para significar la lluvia. Hacia el siglo VI, Chang Seng-Yu
ejecutó una pintura mural en la que figuraban cuatro dragones. Los espectadores
lo censuraron porque había omitido los ojos. Chang, fastidiado, retomó los
pinceles y completó dos de las sinuosas imágenes. Entonces, «el aire se pobló
de rayos y truenos, el muro se agrietó y los dragones ascendieron al cielo.
Pero los otros dos dragones sin ojos se quedaron en su lugar».
El dragón chino tiene cuernos, garras y
escamas, y su espinazo está como erizado de púas. Es habitual representarlo con
una perla, que suele tragar o escupir; en esa perla está su poder. Es inofensivo
si se la quitan.
Chuang Tzu nos habla de un hombre tenaz que, al
cabo de tres ímprobos años, dominó el arte de matar dragones, y que en el resto
de sus días no dio con una sola oportunidad de ejercerlo.
El Devorador de las
Sombras
Hay un curioso género literario que
independientemente se ha dado en diversas épocas y naciones: la guía del muerto
en las regiones ultraterrenas. El Cielo y
el Infierno de Swedenborg, las escrituras gnósticas, el Bardo Tbodol de los tibetanos (título
que, según EvansWentz, debe traducirse Liberación
por Audición en el Plano de la Posmuerte) y el Libro Egipcio de los Muertos no agotan los ejemplos posibles. Las
«simpatías y diferencias» de los dos últimos han merecido la atención de los
eruditos; bástenos aquí repetir que para el manual tibetano el otro mundo es
tan ilusorio como éste y para el egipcio es real y objetivo.
En los dos textos hay un tribunal de
divinidades, algunas con cabeza de mono; en los dos, una ponderación de las
virtudes y de las culpas. En el Libro de los
Muertos, una pluma y un corazón ocupan los platillos de la balanza; en el Bardo Tbodol, piedritas de color blanco
y de color negro. Los tibetanos tienen demonios que ofician de furiosos
verdugos; los egipcios, el devorador de las sombras.
El muerto jura no haber sido causa de hambre o
causa de llanto, no haber matado y no haber hecho matar, no haber robado los
alimentos funerarios, no haber falseado las medidas, no haber apartado la leche
de la boca del niño, no haber alejado del pasto a los animales, no haber
apresado los pájaros de los dioses.
Si miente, los cuarenta y dos jueces lo
entregan al devorador «que por delante es cocodrilo, por el medio, león y, por
detrás, hipopótamo». Lo ayuda otro animal, Babaí, del que sólo sabemos que es
espantoso y que Plutarco identifica con un titán, padre de la Quimera.
El Caballo del Mar
A diferencia de otros animales fantásticos, el
caballo del mar no ha sido elaborado por combinación de elementos heterogéneos;
no es otra cosa que un caballo salvaje cuya habitación es el mar y que sólo
pisa la tierra cuando la brisa le trae el olor de las yeguas, en las noches sin
luna. En una isla indeterminada —acaso Borneo— los pastores manean en la costa
las mejores yeguas del rey y se ocultan en cámaras subterráneas; Simbad vio el
potro que salía del mar y lo vio saltar sobre la hembra y oyó su grito.
La redacción definitiva del Libro de las Mil y Una Noches data,
según Burton, del siglo XIII; en el siglo XIII nació y murió el cosmógrafo
AlQazwiní que, en su tratado Maravillas
de las Criaturas, escribió estas palabras: «El caballo marino es como el
caballo terrestre, pero las crines y la cola son más crecidas y el color más
lustroso y el vaso está partido como el de los bueyes salvajes y la alzada es
menor que la del caballo terrestre y algo mayor que la del asno». Observa que
el cruzamiento de la especie marina y de la terrestre da hermosísimas crías y
menciona un potrillo de pelo oscuro, «con manchas blancas como piezas de
plata».
Wang Tai-hai, viajero del siglo XVIII, escribe
en la Miscelánea China: El caballo
marino suele aparecer en las costas en busca de la hembra; a veces lo apresan.
El pelaje es negro y lustroso; la cola es larga y barre el suelo; en tierra
firme anda como los otros caballos, es muy dócil y puede recorrer en un día
centenares de millas. Conviene no bañarlo en el río, pues en cuanto ve el agua
recobra su antigua naturaleza y se aleja nadando.
Los etnólogos han buscado el origen de esta
ficción islámica en la ficción grecolatina del viento que fecunda las yeguas.
En el libro tercero de las Geórgicas,
Virgilio ha versificado esta creencia. Más rigurosa es la exposición de Plinio
(viii, 67): «Nadie ignora que en Lusitania, en las cercanías de Olisipo
(Lisboa) y de las márgenes del Tajo, las yeguas vuelven la cara al viento
occidental y quedan fecundadas por él; los potros engendrados así resultan de
admirable ligereza, pero mueren antes de cumplir los tres años».
El historiador Justino ha conjeturado que la
hipérbole hijos del viento, aplicada
a caballos muy veloces, originó esta fábula.
La Esfinge
La esfinge de los monumentos egipcios (llamada androesfinge por Heródoto, para
distinguirla de la griega) es un león echado en la tierra y con cabeza de
hombre; representaba, se conjetura, la autoridad del rey y custodiaba los
sepulcros y templos. Otras, en las avenidas de Karnak, tienen cabeza de
carnero, el animal sagrado de Amón. Esfinges barbadas y coronadas hay en los
monumentos de Asiria y la imagen es habitual en la gemas persas. Plinio, en su
catálogo de animales etiópicos, incluye las esfinges, de las que no precisa
otro rasgo que el pelaje pardo rojizo y los pechos iguales. La esfinge griega
tiene cabeza y pechos de mujer, alas de pájaro, y cuerpo y pies de león. Otros
le atribuyen cuerpo de perro y cola de serpiente. Se refiere que desolaba el
país de Tebas, proponiendo enigmas a los hombres (pues tenía voz humana) y
devorando a quienes no sabían resolverlos. A Edipo, hijo de Yocasta, le
preguntó: —¿Qué ser tiene cuatro pies, dos pies o tres pies, y cuantos más
tiene es más débil?[6]
Edipo contestó que era el hombre, que de niño
se arrastra en cuatro pies, cuando es mayor anda en dos y a la vejez se apoya
en un báculo. La esfinge, descifrado el enigma, se precipitó desde lo alto de
su montaña.
De Quincey, hacia 1849, sugirió una segunda
interpretación, que puede complementar la tradicional. El sujeto del enigma,
según De Quincey, es menos el hombre genérico que el individuo Edipo desvalido
y huérfano en su mañana, solo en la edad viril y apoyado en Antígona en la
desesperada y ciega vejez.
El Burak
El primer versículo del capítulo XVII del Alcorán consta de estas palabras:
«Alabado sea Él que hizo viajar; durante la noche, a su siervo desde el templo
sagrado hasta el templo que está más lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para
hacerle ver nuestros signos». Los comentadores declaran que el alabado es Dios,
que el siervo es Mahoma, que el templo sagrado es el de la Meca, que el templo
distante es el de Jerusalén y que, desde Jerusalén, el profeta fue transportado
al séptimo cielo. En las versiones más antiguas de la leyenda, Mahoma es guiado
por un hombre o un ángel; en las de fecha posterior, se recurre a una
cabalgadura celeste, mayor que un asno y menor que una mula. Esta cabalgadura
es Burak, cuyo nombre quiere decir
resplandeciente. Según Burton, los musulmanes de la India suelen representarlo
con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo
real.
Una de las tradiciones islámicas refiere que Burak, al dejar la tierra, volcó una
jarra llena de agua. El Profeta fue arrebatado hasta el séptimo cielo y
conversó en cada uno con los patriarcas y ángeles que lo habitan y atravesó la
Unidad y sintió un frío que le heló el corazón cuando la mano del Señor le dio
una palmada en el hombro. El tiempo de los hombres no es conmensurable con el
de Dios; a su regreso, el Profeta levantó la jarra de la que aún no se había
derramado una sola gota.
Miguel Asín Palacios habla de un místico
murciano del siglo XIII, que en una alegoría que se titula Libro del Nocturno Viaje hacia la Majestad del más Generoso ha
simbolizado en Burak el amor divino.
En otro texto se refiere al «Burak de la pureza de la intención».
Fauna de los Estados Unidos
La jocosa mitología de los campamentos de
hacheros de Wisconsin y de Minnesota incluye singulares criaturas, en las que,
seguramente, nadie ha creído.
El Hidebehind
siempre está detrás de algo. Por más vueltas que diera un hombre, siempre lo
tenía detrás y por eso nadie lo ha visto, aunque ha matado y devorado a muchos
leñadores.
El Roperite,
animal del tamaño de un petiso, tiene un pico semejante a una cuerda, que le
sirve para enlazar los conejos más rápidos.
El Teakettler
debe su nombre al ruido que hace, semejante al del agua hirviendo de la caldera
del té; echa humo por la boca, camina para atrás y ha sido visto muy pocas
veces.
El Axebandle
Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango de
hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha.
Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles,
vuelan muy bien y tienen miedo al agua.
Existe además el Goofang, que nada para atrás para que no se le meta el agua en los
ojos y es del tamaño exacto del pez rueda, pero mucho más grande.
No olvidemos el Goofus Bird, pájaro que construye el nido al revés y vuela para
atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo.
El Gillygaloo
anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía huevos
cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían estos huevos
y los usaban como dados.
El Pinnacle
Grouse sólo tenía un ala que le permitía volar en una sola dirección, dando
infinitamente la vuelta a un cerro cónico. El color del plumaje variaba según
las estaciones y según la condición del observador.
El Fénix Chino
Los libros canónicos de los chinos suelen defraudar,
porque les falta lo patético a que nos tiene acostumbrados la Biblia. De pronto, en su razonable
decurso, una intimidad nos conmueve. Ésta, por ejemplo, que registra el séptimo
libro de las Analectas de Confucio:
Dijo el Maestro a sus discípulos:
—¡Qué bajo he caído! Hace ya tiempo que no veo
en mis sueños al príncipe de Chu.
O ésta, del noveno:
El Maestro dijo:
—No viene el fénix, ningún signo sale del río.
Estoy acabado.
El «signo» (explican los comentadores) se
refiere a una inscripción en el lomo de una tortuga mágica. En cuanto al fénix
(feng), es un pájaro de colores
resplandecientes, parecido al faisán y al pavo real. En épocas prehistóricas,
visitaba los jardines y los palacios de los emperadores virtuosos, como un
visible testimonio del favor celestial. El macho, que tenía tres patas,
habitaba en el Sol.
En el primer siglo de nuestra era, el
arriesgado ateo Wang Ch’ung negó que el fénix constituyera una especie fija.
Declaró que así como la serpiente se transforma en un pez y la rata en una
tortuga, el ciervo, en épocas de prosperidad general, suele asumir la forma del
unicornio, y el ganso, la del fénix. Atribuyó esta mutación al «líquido
propicio» que, dos mil trescientos cincuenta y seis años antes de la era
cristiana, hizo que en el patio de Yao, que fue uno de los emperadores modelo,
creciera pasto de color escarlata. Como se ve, su información era deficiente o
más bien excesiva.
En las regiones infernales hay un edificio
imaginario que se llama Torre del Fénix.
Los Silfos
A cada una de las cuatro raíces o elementos, en que
los griegos habían dividido la materia, correspondió después un espíritu. En la
obra de Paracelso, alquimista y médico suizo del siglo XVI, figuran cuatro
espíritus elementales: los gnomos de la tierra, las ninfas del agua, las
salamandras del fuego y los silfos o sílfides del aire. Estas palabras son de
origen griego. Littré ha buscado la etimología de silfo en las lenguas celtas,
pero es del todo inverosímil que Paracelso conociera o siquiera sospechara esas
lenguas.
Nadie cree en los silfos, ahora; pero la
locución figura de sílfide sigue
aplicándose a las mujeres esbeltas, como elogio trivial. Los silfos ocupan un
lugar intermedio entre los seres materiales y los inmateriales. La poesía
romántica y el ballet no los han
desdeñado.
El Golem
Nada casual podemos admitir en un libro dictado
por una inteligencia divina, ni siquiera el número de las palabras o el orden
de los signos; así lo entendieron los cabalistas y se dedicaron a contar,
combinar y permutar las letras de la Sagrada Escritura, urgidos por el ansia de
penetrar los arcanos de Dios, Dante, en el siglo XIII, declaró que todo pasaje
de la Biblia tiene cuatro sentidos, el literal, el alegórico, el moral y el
anagógico; Escoto Erígena, más consecuente con la noción de divinidad,
ya había dicho que los sentidos de la Escritura son infinitos, como los colores
de la cola del pavo real. Los cabalistas hubieran aprobado este dictamen; uno
de los secretos que buscaron en el texto divino fue la creación de seres
orgánicos. De los demonios se dijo que podían formar criaturas grandes y
macizas, como el camello, pero no finas y delicadas, y el rabino Eliezer les
negó la facultad de producir algo de tamaño inferior a un grano de cebada. Golem se llamó al hombre creado por
combinaciones de letras; la palabra significa, literalmente, una materia amorfa
o sin vida.
En el Talmud
(Sanhedrin, 65, b) se lee:
Si los justos quisieran crear un mundo, podrían
hacerlo. Combinando las letras de los inefables nombres de Dios, Rava consiguió
crear un hombre y lo mandó a Rav Zera. Éste le dirigió la palabra; como el
hombre no respondía, el rabino le dijo:
—Eres una creación de la magia; vuelve a tu
polvo.
Dos maestros solían cada viernes estudiar las
Leyes de la Creación y crear un ternero de tres años, que luego aprovechaban
para la cena.[7]
La fama occidental del Golem es obra del escritor austriaco Gustav
Meyrink, que en el quinto capítulo de su novela
onírica Der Golem (1915) escribe así:
El origen de la historia remonta al siglo XVII.
Según perdidas fórmulas de la cábala, un rabino[8] construyó un hombre
artificial — el llamado Golem— para que éste tañera las campanas en la sinagoga
e hiciera los trabajos pesados. No era, sin embargo, un hombre como los otros y
apenas lo animaba una vida sorda y vegetativa. Ésta duraba hasta la noche y
debía su virtud al influjo de una inscripción mágica, que le ponían detrás de los
dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Una tarde,
antes de la oración de la noche, el rabino se olvidó de sacar el sello de la
boca del Golem y éste cayó en un frenesí, corrió por las callejas oscuras y
destrozó a quienes se le pusieron delante. El rabino, al fin, lo atajó y rompió
el sello que lo animaba. La criatura se desplomó. Sólo quedó la raquítica
figura de barro, que aún hoy se muestra en la sinagoga de Praga.
Eleazar de Worms ha conservado la fórmula
necesaria para construir un Golem. Los pormenores de la empresa abarcan
veintitrés columnas en folio y exigen el conocimiento de los «alfabetos de las
221 puertas» que deben repetirse sobre cada órgano del Golem. En la frente se
tatuará la palabra emet, que
significa verdad. Para destruir la
criatura, se borrará la letra inicial, porque así queda la palabra met, que significa muerto.
El Grifo
Monstruos alados dice de los grifos Heródoto, al
referir su guerra continua con los arimaspos; casi tan impreciso es Plinio que
habla de las largas orejas y del pico curvo de estos «pájaros fabulosos» (X,
70). Quizá la descripción más detallada es la del problemático Sir John
Mandeville, en el capítulo 85 de sus famosos Viajes:
De esta tierra [Turquía] los hombres irán a la
tierra de Bactria, donde hay hombres malvados y astutos, y en esa tierra hay
árboles que dan lana, como si fueran ovejas, de la que hacen tela. En esa
tierra hay ypotains [hipopótamos] que
a veces moran en la tierra, a veces en el agua, y son mitad hombre y mitad caballo,
y sólo se alimentan de hombres, cuando los consiguen. En esa tierra hay muchos
grifos, más que en otros lugares, y algunos dicen que tienen el cuerpo
delantero de águila, y el trasero de león, y tal es la verdad, porque así están
hechos; pero el grifo tiene el cuerpo mayor que ocho leones y es más robusto
que cien águilas. Porque sin duda llevará volando a su nido un caballo con el
jinete, o dos bueyes uncidos cuando salen a arar, porque tiene grandes uñas en
los pies, del grandor de cuerpos de bueyes, y con éstas hacen copas para beber,
y con las costillas, arces para tirar.
En Madagascar, otro famoso viajero, Marco Polo,
oyó hablar del roc y al principio entendió que se referían al ucello grifone, al pájaro grifo (Milione, CLXVIII).
En la Edad Media, la simbología del grifo es
contradictoria. Un bestiario italiano dice que significa el demonio; en
general, es emblema de Cristo, y así lo explica Isidoro de Sevilla en sus Etimologías: «Cristo es león porque
reina y tiene la fuerza; águila porque, después de la resurrección, sube al
cielo.»
En el canto XXIX del Purgatorio, Dante sueña un carro triunfal tirado por un grifo; la
parte de águila es de oro, la de león es blanca, mezclada con bermejo, por
significar, según los comentadores, la naturaleza humana de Cristo.[9]
(Blanco mezclado con bermejo, da el color de la carne.)
Otros entienden que Dante quería simbolizar el
Papa, que es sacerdote y rey. Escribe Didron, en su Iconografía Cristiana: «El Papa, como pontífice o águila, se eleva
hasta el trono de Dios a recibir sus órdenes, y como león o rey anda por la
tierra con fortaleza y con vigor.»
El Cien Cabezas
El cien cabezas es un pez creado por el karma de unas palabras, por su póstuma
repercusión en el tiempo. Una de las biografías chinas del Buddha refiere que
éste se encontró con unos pescadores, que tironeaban de una red. Al cabo de
infinitos esfuerzos, sacaron a la orilla un enorme pez, con una cabeza de mono,
otra de perro, otra de caballo, otra de zorro, otra de cerdo, otra de tigre, y
así hasta el número cien. El Buddha le preguntó:
—¿No eres Kapila?
—Soy Kapila —respondieron las cien cabezas
antes de morir.
El Buddha explicó a los discípulos que en una
encarnación anterior, Kapila era un brahmán que se había hecho monje y que a
todos había superado en la inteligencia de los textos sagrados. A veces, los
compañeros se equivocaban y Kapila les decía cabeza de mono, cabeza de perro,
etc. Cuando murió, el karma de esas
invectivas acumuladas lo hizo renacer monstruo acuático, agobiado por todas las
cabezas que había dado a sus compañeros.
Haniel, Kafziel, Azriel
Y Aniel
En Babilonia, Ezequiel vio en una visión cuatro
animales o ángeles, «y cada uno tenía cuatro rostros, y cuatro alas» y «la
figura de sus rostros era rostro de hombre, y rostro de león a la parte
derecha, y rostro de buey a la parte izquierda, y los cuatro tenían asimismo
rostro de águila.» Caminaban donde los llevara el espíritu, «cada uno en
derecho de su rostro», o de sus cuatro rostros, tal vez creciendo mágicamente,
hacia los cuatro rumbos. Cuatro ruedas «tan altas que eran horribles» seguían a
los ángeles y estaban llenas de ojos alrededor.
Memorias de Ezequiel inspiraron los animales de
la Revelación de San Juan, en cuyo
capítulo IV se lee:
Y delante del trono había como un mar de vidrio
semejante al cristal; y en medio del trono; y al derredor del trono cuatro
animales llenos de ojos delante y detrás. Y el primer animal era semejante a un
león, y el segundo animal, semejante a un becerro, y el tercer animal tenía la
cara como hombre, y el cuarto animal, semejante al águila que vuela. Y los
cuatro animales tenían cada uno por sí seis alas al derredor; y de dentro
estaban llenos de ojos; y no tenían reposo día ni noche, diciendo: Santo,
Santa, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, que era, y que es, y que ha de
venir.
En el Zohar
o Libro del Esplendor se agrega que
los cuatro animales se llaman Haniel, Kafziel, Azriel y Aniel, y que miran al
Oriente, al Norte, al Sur y al Occidente.
Stevenson preguntó que si tales cosas había en
el Cielo, qué no habría en el Infierno. Del pasaje anterior del Apocalipsis derivó Chesterton su ilustre
metáfora de la noche: «un monstruo hecho de ojos».
Hayoth (seres vivientes) se
llaman los ángeles cuádruples del Libro
de Ezequiel; para el Sefer Yetsirah,
son los diez números que sirvieron, con las veintidós letras del alfabeto, para
crear este mundo; para el Zohar,
descendieron de la región superior, coronados de letras.
De los cuatro rostros de los Hayoth derivaron los evangelistas sus
símbolos; a Mateo le tocó el ángel, a veces humano y barbado; a Marcos, el
león; a Lucas, el buey; a Juan, el águila. San Gerónimo, en su comentario a
Ezequiel, ha procurado razonar estas atribuciones. Dice que a Mateo le fue dado
el ángel (el hombre), porque destacó la naturaleza humana del Redentor; a
Marcos, el león, porque declaró su dignidad real; a Lucas, el buey, emblema de sacrificio,
porque mostró su carácter sacerdotal; a Juan, el águila, por su vuelo
ferviente.
Un investigador alemán, el doctor Richard
Hennig, busca el remoto origen de estos emblemas en cuatro signos del Zodíaco,
que distan noventa grados uno del otro. El león y el toro no ofrecen la menor
dificultad; el ángel ha sido identificado con Acuario, que tiene cara de
hombre, y el águila de Juan con Escorpio, rechazado por juzgarse de mal agüero.
Nicolás de Vore, en su Diccionario de
Astrología propone también esta hipótesis y observa que las cuatro figuras
se juntan en la esfinge, que puede tener cabeza humana, cuerpo de toro, garras
y cola de león y alas de águila.
La Banshee
Nadie parece haberla visto; es menos una forma
que un gemido que da horror a las noches de Irlanda y (según la Demonología y Hechicería de Sir Walter
Scott) de las regiones montañosas de Escocia. Anuncia al pie de las ventanas,
la muerte de algún miembro de la familia. Es privilegio peculiar de ciertos
linajes de pura sangre celta, sin mezcla latina, sajona o escandinava. La oyen
también en Gales y en Bretaña. Pertenece a la estirpe de las hadas. Su gemido
lleva el nombre de keening.
El Hipogrifo
Para significar imposibilidad o incongruencia,
Virgilio habló de encastar caballos con grifos. Cuatro siglos después, Servio
el comentador afirmó que los grifos son animales que de medio cuerpo arriba son
águilas, y de medio abajo, leones. Para dar mayor fuerza al texto, agregó que
aborrecen a los caballos... Con el tiempo, la locución Jungentur jam grypes equis[10]
llegó a ser proverbial; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto la recordó
e inventó al hipogrifo. Águila y león conviven en el grifo de los antiguos;
caballo y grifo en el hipogrifo ariostesco, que es un monstruo o una
imaginación de segundo grado. Pietro Micheli hace notar que es más armonioso
que el caballo con alas.
Su descripción puntual, escrita para un
diccionario de zoología fantástica, consta en el Orlando Furioso:
No es fingido el corcel, sino natural, porque
un grifo lo engendró en una yegua. Del padre tiene la pluma y las alas, las
patas delanteras, el rostro y el pico; las otras partes, de la madre y se llama
Hipogrifo. Vienen (aunque, a decir verdad, son muy raros) de los montes Rifeos,
más allá de los mares glaciales.
La primera mención de la extraña bestia es
engañosamente casual:
Cerca de Rodona vi un caballero que tenía un
gran corcel alado.
Otras octavas dan el estupor y el prodigio del
caballo que vuela.
Ésta es famosa:
Y vio al huésped y a toda la
familia,
Ya otros en las ventanas y en
las calles,
Que elevaban al cielo los ojos
y las cejas,
Como si hubiera un eclipse o
un cometa.
Vio la mujer una alta
maravilla,
Que no sería fácil de creer:
Vio pasar un gran corcel
alado,
Que llevaba por los aires a un
caballero armado
Astolfo, en uno de los cantos finales,
desensilla el hipogrifo y lo suelta.
Haokah, Dios del Trueno
Entre los indios sioux, Haokah usaba los
vientos como palillos para que resonara el tambor del trueno. Sus cuernos
demostraban que era también dios de la caza. Lloraba cuando estaba contento;
reía cuando triste. Sentía el frío como el calor y el calor como frío.
La Hidra de Lerna
Tifón (hijo disforme de la Tierra y del
Tártaro) y Equidna, que era mitad hermosa mujer y mitad serpiente, engendraron
la hidra de Lerna. Cien cabezas le cuenta Diódoro el historiador; nueve, la Biblioteca de Apolodoro. Lempriere nos
dice que esta última cifra es la más recibida; lo atroz es que, por cada cabeza
cortada, dos le brotaban en el mismo lugar. Se ha dicho que las cabezas eran
humanas y que la del medio era eterna. Su aliento envenenaba las aguas y secaba
los campos. Hasta cuando dormía, el aire ponzoñoso que la rodeaba podía ser la
muerte de un hombre. Juno la crió para que se midiera con Hércules.
Esta serpiente parecía destinada a la
eternidad. Su guarida estaba en los pantanos de Lerna. Hércules y Yolao la
buscaron; el primero le cortó las cabezas y el otro fue quemando con una
antorcha las heridas sangrantes. A la última cabeza, que era inmortal, Hércules
la enterró bajo una gran piedra, y donde la enterraron estará ahora, odiando y
soñando.
En otras aventuras con otras fieras, las
flechas que Hércules mojó en la hiel de la hidra causaron heridas mortales.
Un cangrejo, amigo de la hidra, mordió durante
la pelea el talón del héroe. Éste lo aplastó con el pie. Juno lo subió al
cielo, y ahora es una constelación y el signo de cáncer.
La Mandrágora
Como el borametz,
la planta llamada mandrágora confina con el reino animal, porque grita cuando
la arrancan; ese grito puede enloquecer a quienes lo escuchan (Romeo y Julieta, IV, 3). Pitágoras la
llamó antropomorfa: el agrónomo latino Lucio Columela, semi- homo, y Alberto
Magno pudo escribir que las mandrágoras figuran la humanidad, con la distinción
de los sexos. Antes, Plinio había dicho que la mandrágora blanca es el macho y
la negra es la hembra. También, que quienes la recogen trazan alrededor tres
círculos con la espada y miran al poniente; el olor de las hojas es tan fuerte
que suele dejar mudas a las personas. Arrancarla era correr el albur de
espantosas calamidades; el último libro de la Guerra Judía de Flavio Josefo nos aconseja recurrir a un perro
adiestrado. Arrancada la planta, el animal muere, pero las hojas sirven para
fines narcóticos, mágicos y laxantes.
La supuesta forma humana de las mandrágoras ha
sugerido a la superstición que éstas crecen al pie de los patíbulos. Browne (Pseudodoxia Epidemica, 1646) habla de la
grasa de los ahorcados; el novelista popular Hanns Heinz Ewers (Alraune, 1913), de la simiente.
Mandrágora, en alemán, es alraune;
antes se dijo alruna; la palabra trae
su origen de runa, que significó
misterio, cosa escondida, y se aplicó después a los caracteres del primer
alfabeto germánico.
El Génesis
(xxx, 14) incluye una curiosa referencia a las virtudes generativas de la
mandrágora. En el siglo XII, un comentador judíoalemán del Talmud escribe este párrafo:
Una especie de cuerda sale de una raíz en el
suelo y a la cuerda está atado por el ombligo, como una calabaza, o melón, el
animal llamadoyadu’a, pero elyadu’a es en todo igual a los hombres:
cara, cuerpo, manos y pies. Desarraiga y destruye todas las cosas, hasta donde
alcanza la cuerda. Hay que romper la cuerda con una flecha, y entonces muere el
animal.
El médico Discórides identificó la mandrágora
con la circea, o hierba de Circe, de
la que se lee en la Odisea, en el
libro X; «La raíz es negra, pero la flor es como la leche. Es difícil empresa
para los hombres arrancarla del suelo, pero los dioses son todopoderosos.»
El Kami
Según un pasaje de Séneca, Tales de Mileto
enseñó que la tierra flota en el agua, como una embarcación, y que el agua,
agitada por las tormentas, causa los terremotos. Otro sistema sismológico nos
proponen los historiadores, o mitólogos, japoneses del siglo VIII.
En una página famosa se lee:
Bajo la Tierra -de llanuras juncosas- yacía un Kami (un ser sobrenatural) que tenía la
forma de un barbo y que, al moverse, hacía que temblara la tierra hasta que el
Magno Dios de la Isla de Ciervos hundió la hoja de su espada en la tierra y le
atravesó la cabeza. Cuando el Kami se
agita, el Magno Dios se apoya en la empuñadura y el Kami vuelve a la quietud.
(El pomo de la espada, labrado en piedra,
sobresale del suelo a unos pocos pasos del templo de Kashima. Seis días y seis
noches cavó en el siglo XVIII un señor feudal, sin dar con el fin de la hoja.)
Para el vulgo, el Jinshin-Uwo, o Pez de los Terremotos, es una anguila de setecientas
millas de largo que lleva el Japón en el lomo. Corre de Norte a Sur; la cabeza
viene a quedar bajo Kioto, la punta de la cola bajo Awomori. Algún racionalista
se ha permitido invertir ese rumbo, porque en el Sur abundan los terremotos y
resulta más fácil imaginar un movimiento de la cola. De algún modo, este animal
es análogo al Bahamut de las
tradiciones arábigas y al Midgardsorm
de la Edda.
En ciertas regiones lo sustituye sin ventaja
apreciable el Escarabajo de los Terremotos, el Jinshin-Mushi. Tiene cabeza de dragón, diez patas de araña y está
recubierto de escamas. Es bestia subterránea no submarina.
El Minotauro
La idea de una casa hecha para que la gente se
pierda es tal vez más rara que la de un hombre con cabeza de toro, pero las dos
se ayudan y la imagen del laberinto conviene a la imagen del minotauro. Queda
bien que en el centro de una casa monstruosa haya un habitante monstruoso.
El minotauro, medio toro y medio hombre, nació
de los amores de Pasifae, reina de Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo
salir del mar. Dédalo, autor del artificio que permitió que se realizaran tales
amores, construyó el laberinto destinado a encerrar y a ocultar al hijo monstruoso.
Éste comía carne humana; para su alimento, el rey de Creta exigió anualmente de
Atenas un tributo de siete mancebos y de siete doncellas. Teseo decidió salvar
a su patria de aquel gravamen y se ofreció voluntariamente. Ariadna, hija del
rey, le dio un hilo para que no se perdiera en los corredores; el héroe mató al
minotauro y pudo salir del laberinto.
Ovidio, en un pentámetro que trata de ser
ingenioso, habla del hombre mitad toro y
toro mitad hombre; Dante, que conocía las palabras de los antiguos pero no
sus monedas y monumentos, imaginó al minotauro con cabeza de hombre y cuerpo de
toro
(Infierno,
XII: 1-30).
El culto del toro y de la doble hacha (cuyo
nombre era labrys, que luego pudo dar
laberinto) era típico de las
religiones prehelénicas, que celebraban tauromaquias sagradas. Formas humanas
con cabeza de toro figuraron, a juzgar por las pinturas murales, en la
demonología cretense. Probablemente, la fábula griega del minotauro es una
tardía y torpe versión de mitos antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más
horribles.
La Madre de las
Tortugas
Veintidós siglos antes de la era cristiana, el
justo emperador Yü el
Grande recorrió y midió con sus pasos las Nueve
Montañas, los Nueve Ríos y los Nueve Pantanos y dividió la tierra en Nueve Regiones,
aptas para la virtud y la agricultura. Sujetó así las Aguas que amenazaban
inundar el Cielo y la Tierra; los historiadores refieren que la división que
impuso al mundo de los hombres le fue revelada por una tortuga sobrenatural o
angelical que salió de un arroyo. Hay quien afirma que este reptil, madre de
todas las tortugas, estaba hecho de agua y de fuego; otros le atribuyen una
sustancia harto menos común: la luz de las estrellas que forman la constelación
del Sagitario. En el lomo se leía un tratado cósmico titulado el Hong Fan (Regla General) o un diagrama
de las Nueve Subdivisiones de ese tratado, hecho de puntos blancos y negros.
Para los chinos, el cielo es hemisférico y la
tierra es cuadrangular; por ello, descubren en las tortugas una imagen o modelo
del universo. Las tortugas participan, por lo demás, de la longevidad de lo
cósmico; es natural que las incluyan entre los animales espirituales (junto al
unicornio, al dragón, al fénix y al tigre) y que los augures busquen presagios
en su caparazón.
Than-Qui (tortuga-genio) es el nombre de la que
reveló el Hong Fan al emperador.
Los Monóculos
Antes de ser nombre de un instrumento, la
palabra monóculo se aplicó a quienes
tenían un solo ojo. Así, en un soneto redactado a principios del siglo XVII,
Góngora pudo hablar del
Monóculo
galán de Galatea.
Se refería, claro está, a Polifemo, de quien
antes dijo en la Fábula:
Un monte era
de miembros eminente
Este que, de
Neptuno hijo fiero,
De un ojo
ilustre el orbe de su frente,
Émulo casi del
mayor lucero;
Cíclope a
quien el pino más valiente
Bastón le
obedecía tan ligero,
Y al grave
peso junco tan delgado,
Que un día era
bastón y otro, caiado.
Negro el
cabello, imitador undoso
De las
obscuras aguas del Leteo,
Al viento que
le peina proceloso
Vuela sin
orden, pende sin aseo;
Un torrente es
su barba impetuoso
Que,
adusto hijo de este Pirineo, Su pecho
inunda, o tarde o mal o en vano Surcada aún de los dedos de su mano...
Estos versos exageran y debilitan a otros del
tercer libro de la Eneida (alabados
por Quintiliano) que a su vez exageran y debilitan a otros del noveno libro de
la Odisea. Esta declinación literaria
corresponde a una declinación de la fe poética; Virgilio quiere impresionar con
su Polifemo, pero apenas cree en él, y Góngora sólo cree en lo verbal o en los
artificios verbales.
La nación de los cíclopes no era la única que
tenía un solo ojo; Plinio (vii, 2) también hace mención de los arimaspos,
hombres notables por tener sólo un ojo, y éste en la mitad de la frente. Viven
en perpetua guerra con los grifos, especie de monstruos alados, para
arrebatarles el oro que éstos extraen de las entrañas de la tierra y que
defienden con no menos codicia que la que ponen los arimaspos en despojarlos.
Quinientos años antes, el primer
enciclopedista, Heródoto de Halicarnaso, había escrito:
Por el lado del Norte, parece que hay en Europa
copiosísima abundancia de oro, pero no sabré decir dónde se halla ni de dónde
se extrae. Se cuenta que lo roban a los grifos los monóculos arimaspos; pero es
harto grosera la fábula para que pueda creerse que existan en el mundo, hombres
que tienen un solo ojo en la cara y son en lo restante como los demás (iii,
116).
El Mantícora
Plinio (viii, 30) refiere que, según Ctesias,
médico griego de
Artajerjes Mnemón, hay entre los etíopes un
animal llamado Mantícora; tiene tres
filas de dientes que calzan entre sí como los de un peine, cara y orejas de
hombre, ojos azules, cuerpo carmesí de león y cola que termina en un aguijón,
como los alacranes. Corre con suma rapidez y es muy aficionado a la carne
humana; su voz es parecida a la consonancia de la flauta y de la trompeta.
Flaubert ha mejorado esta descripción; en las
últimas páginas de la Tentación de San
Antonio se lee:
El Mantícora
(gigantesco león rojo, de rostro humano, con tres filas de dientes):
—Los tornasoles de mi pelaje escarlata se
mezclan a la reverberación de las grandes arenas. Soplo por mis narices el
espanto de las soledades. Escupo la peste. Devoro los ejércitos, cuando éstos
se aventuran en el desierto. Mis uñas están retorcidas como barrenos, mis
dientes están tallados en sierra; y mi cola, que gira, está erizada de dardos
que lanzo a derecha, a izquierda, para adelante, para atrás. ¡Mira, mira!
El Mantícora
arroja las púas de la cola, que irradian como flechas en todas direcciones.
Llueven gotas de sangre sobre el follaje.
Los Gnomos
Son más antiguos que su nombre, que es griego,
pero que los clásicos ignoraron, porque data del siglo XVI. Los etimólogos lo
atribuyeron al alquimista suizo Paracelso, en cuyos libros aparece por vez
primera.
Son duendes de la tierra y de las montañas. La
imaginación popular los ve como enanos barbudos, de rasgos toscos y grotescos;
usan ropa ajustada de color pardo y capuchas monásticas. A semejanza de los
grifos de la superstición helénica y oriental y de los dragones germánicos,
tienen la misión de custodiar tesoros ocultos.
Gnosis, en griego, es
conocimiento; se ha conjeturado que Paracelso inventó la palabra gnomo, porque
éstos conocían, y podían revelar a los hombres el preciso lugar en que los
metales estaban escondidos.
El Mono de la Tinta
Este animal abunda en las regiones del Norte y
tiene cuatro o cinco pulgadas de largo; está dotado de un instinto curioso; los
ojos son como cornalinas, y el pelo es negro azabache, sedoso y flexible, suave
como una almohada. Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas
escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando
que hayan concluido y se bebe el sobrante de la tinta. Después vuelve a
sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo.
Wang Ta-hai (1791).
Rémora
Rémora, en latín, es demora. Tal es el recto
sentido de esa palabra, que figuradamente se aplicó a la echeneis, porque le atribuyeron la facultad de detener los barcos.
El proceso se invirtió en español; rémora, en sentido propio, es el pez y, en
sentido figurado, el obstáculo. La rémora es un pez de color ceniciento; sobre
la cabeza y la nuca tiene una placa oval, cuyas láminas cartilaginosas le
sirven para adherirse a los demás cuerpos submarinos, formando con ella el
vacío. Plinio declara sus poderes:
Hay un pescado llamado la rémora, muy
acostumbrado a andar entre piedras, el cual, pegándose a las carenas, hace que
las naos se muevan más tardas, y de aquí le pusieron el nombre, y por esta
causa es también infame hechicería, y para detener y obscurecer los juicios y
pleitos. Pero estos males los modera con un bien, porque retiene en el vientre
las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para manjares. Entiende
Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas de tal manera la
multitud de sus escamas que lo parecen... Trebio Negro dice que este pez es del
largo de un pie y del grueso de cinco dedos y que detiene los navíos y, fuera
de esto, que poniéndole conservado en sal tiene la virtud que el oro caído en
profundísimos pozos lo saca pegado a él.11
Extraño es comprobar cómo de la idea de detener
los barcos se llegó a la de detener los pleitos y a la de detener las
criaturas.
En otro lugar, Plinio refiere que una rémora
decidió la suerte del
11 9-41: Versión de
Gerónimo Gómez de Huerta. (1604).
Imperio Romano, deteniendo en la batalla de
Accio la galera en que Marco Antonio revistaba su escuadra, y que otra rémora
paró el navío de Calígula, a pesar del esfuerzo de los cuatrocientos remeros.
Soplan los vientos y se encolerizan las
tempestades —exclama Plinio—, pero la rémora sujeta su furia y ordena que los
barcos se detengan en su carrera y alcanza lo que no alcanzarían las más
pesadas áncoras y los cables.
«No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de
una nave detiene una pequeña rémora», repite Diego de Saavedra Fajardo.[11]
La Quimera
La primera noticia de la Quimera está en el
libro VI de la Ilíada. Ahí está
escrito que era de linaje divino y que por delante era un león, por el medio
una cabra y por el fin una serpiente; echaba fuego por la boca y la mató el
hermoso Belerofonte, hijo de Glauco, según lo habían presagiado los dioses. Cabeza
de león, vientre de cabra y cola de serpiente, es la interpretación más natural
que admiten las palabras de Homero, pero la Teogonía
de Hesíodo la describe con tres cabezas, y así está figurada en el famoso
bronce de Arezzo, que data del siglo V. En la mitad del lomo está la cabeza de
cabra, en una extremidad la de serpiente, en otra la de león.
En el libro VI de la Eneida reaparece «la Quimera armada de llamas»; el comentador
Servio Honorato observó que, según todas las autoridades, el monstruo era originario
de Licia y que en esa región hay un volcán, que lleva su nombre. La base está
infestada de serpientes, en las laderas hay praderas y cabras, la cumbre exhala
llamaradas y en ella tienen su guarida los leones; la Quimera sería una
metáfora de esa curiosa elevación. Antes, Plutarco había sugerido que Quimera
era el nombre de un capitán de aficiones piráticas, que había hecho pintar en
su barco un león, una cabra y una culebra.
Estas conjeturas absurdas prueban que la
Quimera ya estaba cansando a la gente. Mejor que imaginarla era traducirla en
cualquier otra cosa. Era demasiado heterogénea; el león, la cabra y la
serpiente (en algunos textos, el dragón) se resistían a formar un solo animal.
Con el tiempo, la Quimera tiende a ser «lo quimérico»; una broma famosa de
Rabelais («Si una quimera, bamboleándose en el vacío, puede comer segundas
intenciones») marca muy bien la transición. La incoherente forma desaparece y
la palabra queda, para significar lo imposible. Idea falsa, vana imaginación, es la definición de quimera que ahora
da el diccionario.
Lilith
Porque antes de Eva fue
Lilith,
se lee en un texto hebreo. Su leyenda inspiró al poeta inglés Dante Gabriel
Rossetti (1728-1882) la composición de Eden
Bower. Lilith era una serpiente; fue la primera esposa de Adán y le dio glittering sons and radiant daughters (hijos
resplandecientes e hijas radiantes). Dios creó a Eva, después; Lilith, para
vengarse de la mujer humana de Adán, la instó a probar el fruto prohibido y a
concebir a Caín, hermano y asesino de Abel. Tal es la forma primitiva del mito,
seguida por Rossetti. A lo largo de la Edad Media, el influjo de la palabra layil, que en hebreo vale por noche, fue
transformándolo. Lilith dejó de ser una serpiente para ser un espíritu
nocturno. A veces es un ángel que rige la generación de los hombres; otras es
demonios que asaltan a los que duermen solos o a los que andan por los caminos.
En la imaginación popular suele asumir la forma de una alta mujer silenciosa,
de negro pelo suelto.
El Peritio
Parece que la sibila de Eritrea afirmó en uno
de sus oráculos que Roma sería destruida por los peritios.
Al desaparecer dichos oráculos en el año 671 de
nuestra era (fueron quemados accidentalmente), quien se ocupó en restituirlos
omitió el vaticinio y por ello en los mismos no hay indicación alguna al
respecto.
Ante tan oscuro antecedente, se hizo necesario
buscar una fuente que arrojara mayor luz sobre el particular. Así fue como tras
mil y un inconvenientes se supo que en el siglo XVI un rabino de Fez (con toda
seguridad Aaron-Ben-Chaim) había publicado un folleto dedicado a los animales
fantásticos, donde traía a colación la obra de un autor árabe leída por él, en
la que se mencionaba la pérdida de un tratado sobre los peritios, al incendiar
Omar la biblioteca de Alejandría en el 640.
Si bien el rabino no ha dado el nombre del
autor árabe, tuvo la feliz idea de transcribir algunos párrafos de su obra,
dejándonos una valiosa referencia del peritio.
A falta de mayores elementos, es juicioso
limitarse a copiar textualmente dichos párrafos; helos aquí:
...Los peritios habitan en la Atlántida y son
mitad ciervos, mitad aves. Tienen del ciervo la cabeza y las patas. En cuanto
al cuerpo es un ave perfecta con sus correspondientes alas y plumaje.
...Su más asombrosa particularidad consiste en
que, cuando les da el sol, en vez de proyectar la sombra de su figura,
proyectan la de un ser humano, de donde algunos concluyen que los peritios son
espíritus de individuos que murieron lejos de la protección de los dioses...
...se los ha sorprendido alimentándose de
tierra seca..., vuelan en bandadas y se los ha visto a gran altura en las
Columnas de Hércules...
...ellos (los peritios) son temibles enemigos
del género humano. Parece que cuando logran matar a un hombre, inmediatamente
su sombra obedece a su cuerpo y alcanzan el favor de los dioses...
...Los que cruzaron las aguas con Escipión para
vencer a Cartago estuvieron a muy poco de fracasar en su empresa, pues durante
la travesía apareció un grupo compacto de peritios, que mataron a muchos...
...si bien nuestras armas son impotentes ante
el peritio, el animal no puede matar a más de un hombre...
...Se revuelca en la sangre de su víctima y
luego huye hacia las alturas...
...En Ravena, donde los vieron hace pocos años,
dicen que su plumaje es de color celeste, lo cual me sorprende mucho por cuanto
he leído que se trata de un verde muy
oscuro...
Aun cuando los párrafos que anteceden son
suficientemente explícitos, es lamentable que a nuestros días no haya llegado
ninguna otra información atendible sobre los peritios.
El folleto del rabino que permitió esta
descripción se hallaba depositado hasta antes de la última Guerra Mundial en la
Universidad de Munich. Doloroso resulta decirlo, pero en la actualidad ese
documento también ha desaparecido, no se sabe si a consecuencia de un bombardeo
o por obra de los nazis.
Es de esperar que, si fue esta última la causa
de su pérdida, con el tiempo reaparezca para adornar alguna biblioteca del
mundo.
El Zorro Chino
Para la zoología común, el zorro chino no
difiere muchísimo de los otros; no así para la zoología fantástica. Las
estadísticas le dan un promedio de vida que oscila entre ochocientos y mil
años. Se lo considera de mal agüero y cada parte de su cuerpo goza de una
virtud especial. Le basta golpear la tierra con la cola para causar incendios,
puede prever el futuro y asumir muchas formas, preferentemente de ancianos, de
jóvenes doncellas y de eruditos. Es astuto, cauto y escéptico; su placer está
en las travesuras y en las tormentas. Los hombres, cuando mueren suelen
trasmigrar con cuerpo de zorros. Su morada está cerca de los sepulcros. Existen
miles de leyendas sobre él; transcribimos una, que no carece de humorismo: Wang
vio dos zorros parados en las patas traseras y apoyados contra un árbol. Uno de
ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como compartiendo una
broma. Trató de espantarlos, pero se mantuvieron firmes y él disparó contra el
del papel; lo hirió en el ojo y se llevó el papel. En la posada refirió su
aventura a los otros huéspedes. Mientras estaba hablando entró un señor, que
tenía un ojo lastimado. Escuchó con interés el cuento de Wang y pidió que le
mostraran el papel. Wang ya iba a mostrárselo, cuando el posadero notó que el
recién venido tenía cola. ¡Es un zorro!, exclamó y en el acto el señor se
convirtió en un zorro y huyó. Los zorros intentaron repetidas veces recuperar
el papel, que estaba cubierto de caracteres indescifrables, pero fracasaron.
Wang resolvió volver a su casa. En el camino se encontró con toda su familia,
que se dirigía a la capital. Declararon que él les había ordenado ese viaje, y
su madre le mostró la carta en que le pedía que vendiera todas las propiedades
y se reuniera con él en la capital. Wang examinó la carta y vio que era una
hoja en blanco. Aunque ya no tenían techo que los cobijara, Wang ordenó:
Regresemos.
Un día apareció un hermano menor que todos
habían dado por muerto. Preguntó por las desgracias de la familia y Wang le
refirió toda la historia. Ah, dijo el hermano, cuando Wang llegó a su aventura
con los zorros, ahí está la raíz de todo el mal. Wang mostró el documento.
Arrancándoselo, su hermano lo guardó con apuro. Al fin he recobrado lo que
buscaba, exclamó y, convirtiéndose en un zorro, se fue.
Fauna China
El chiang-liang
tiene cabeza de tigre, cara de hombre, cuatro vasos, largas extremidades, y una
culebra entre los dientes.
En la región al oeste del Agua Roja habita el
animal llamado ch’ou-t’i que tiene
una cabeza de cada lado.
Los habitantes de Ch’uan-T’ou tienen cabeza humana, alas de murciélago y pico de
pájaro. Se alimentan exclusivamente de pescado crudo.
El hsiao
es como la lechuza, pero tiene cara de hombre, cuerpo de mono y cola de perro.
Su aparición presagia rigurosas sequías.
Los hsing-hsing
son como monos. Tienen caras blancas y orejas puntiagudas. Caminan erectos como
hombres, y trepan a los árboles.
El hsing-t’ien
es un ser acéfalo que, habiendo combatido contra los dioses, fue decapitado y
quedó para siempre sin cabeza. Tiene los ojos en el pecho y su ombligo es su
boca. Brinca y salta en los descampados, blandiendo su escudo y su hacha.
El pez hua
o pez serpiente voladora, parece un pez, pero tiene alas de pájaro. Su
aparición presagia la sequía.
El hui
de las montañas parece un perro con cara de hombre. Es muy buen saltador y se
mueve con la rapidez de una flecha; por ello se considera que su aparición
presagia tifones. Se ríe burlonamente cuando ve al hombre.
Los habitantes del país de los brazos largos tocan el suelo con las manos. Se
mantienen atrapando peces en la orilla del mar. Los hombres marinos tienen cabeza y brazos de hombre, y cuerpo y cola
de pez. Emergen a la superficie de las Aguas Fuertes.
La serpiente
musical tiene cabeza de serpiente y cuatro alas. Hace un ruido como el de
la piedra musical.
El ping-feng,
que habita en el país del Agua Mágica, parece un cerdo negro, pero tiene una
cabeza en cada extremo.
El caballo
celestial parece un perro blanco con cabeza negra. Tiene alas carnosas y
puede volar.
En la región del brazo raro, las personas tienen un brazo y tres ojos. Son
notablemente hábiles y fabrican carruajes voladores, en los que viajan por el
viento.
El ti-chiang
es un pájaro sobrenatural que habita en las Montañas Celestiales. Es del color
bermejo, tiene seis patas y cuatro alas, pero no tiene ni cara ni ojos.
Tai P’ing
Kuang Chi.
El Monstruo Aqueronte
Un solo hombre, una sola vez, vio al monstruo
Aqueronte; el hecho se produjo en el siglo XII, en la ciudad de Cork. El texto
original de la historia, escrito en irlandés, se ha perdido, pero un monje
benedictino de Regensburg (Ratisbona) lo tradujo al latín y de esa traducción
el relato pasó a muchos idiomas y, entre otros, al sueco y al español. De la
versión latina quedan cincuenta y tantos manuscritos, que concuerdan en lo
esencial. Visio Tundali (Visión de
Tundal) es su nombre, y se la considera una de las fuentes del poema de Dante.
Empecemos por la voz aqueronte. En el décimo libro de la Odisea, es un río infernal y fluye en los confines occidentales de
la tierra habitable. Su nombre retumba en la Eneida, en la Farsalia de
Lucano y en las Metamorfosis de
Ovidio. Dante; lo graba en un verso:
Su la trista riviera
d’Acheronte.
Una tradición hace de él un titán castigado;
otra, de fecha posterior, lo sitúa no lejos del polo austral, bajo las
constelaciones de las antípodas. Los etruscos tenían libros fatales que enseñaban la adivinación, y libros aquerónticos que enseñaban los caminos del alma después de
la muerte del cuerpo. Con el tiempo, el aqueronte
llega a significar el infierno.
Tundal era un joven caballero irlandés, educado
y valiente, pero de costumbres no irreprochables. Se enfermó en casa de una
amiga y durante tres días y tres noches lo tuvieron por muerto, salvo que
guardaba en el corazón un poco de calor. Cuando volvió en sí, refirió que el
ángel de la guarda le había mostrado las regiones ultraterrenas. De las muchas
maravillas que vio, la que ahora nos interesa es el monstruo Aqueronte.
Éste es mayor que una montaña. Sus ojos llamean
y su boca es tan grande que nueve mil hombres cabrían en ella. Dos réprobos,
como dos pilares o atlantes, la mantienen abierta; uno está de pie, otro de
cabeza. Tres gargantas conducen al interior; las tres vomitan fuego que no se
apaga. Del vientre de la bestia sale la continua lamentación de infinitos
réprobos devorados. Los demonios dicen a Tundal que el monstruo se llama
Aqueronte. El ángel de la guarda desaparece y Tundal es arrastrado con los
demás. Dentro de
Aqueronte hay lágrimas, tinieblas, crujir de
dientes, fuego, ardor intolerable, frío glacial, perros, osos, leones y
culebras. En esta leyenda, el Infierno es un animal con otros animales adentro.
En 1758, Emanuel Swedenborg escribió: «No me ha sido otorgado ver la forma
general del Infierno, pero me han dicho que de igual manera que el Cielo tiene
forma humana, el Infierno tiene la forma de un demonio.»
Los Nagas
Los nagas
pertenecen a las mitologías del Indostán. Se trata de serpientes, pero suelen
asumir forma humana.
Arjuna, en uno de los libros del Mahabharata, es requerido por Ulupi,
hija de un rey naga, y quiere hacer
valer su voto de castidad; la doncella le recuerda que su deber es socorrer a
los infelices; y el héroe le concede una noche. Buddha, meditando bajo la
higuera, es castigado por el viento y la lluvia; un naga compasivo se le enrosca siete veces alrededor y despliega sobre
él sus siete cabezas, a manera de un techo. El Buddha lo convierte a su fe.
Kern, en su Manual
del Budismo Indio, define a los nagas
como serpientes parecidas a nubes. Habitan bajo tierra, en hondos palacios. Los
sectarios del Gran Vehículo refieren que el Buddha predicó una ley a los
hombres y otra a los dioses, y que ésta —la esotérica— fue guardada en los
cielos y palacios de las serpientes, que la entregaron, siglos después, al
monje Nagarjuna.
He aquí una leyenda, recogida en la India por
el peregrino Fa Hsien, a principios del siglo V:
El Rey Asoka llegó a un lago, cerca del cual
había una torre. Pensó destruirla para edificar otra más alta. Un brahmán lo
hizo penetrar en la torre y, una vez dentro, le dijo:
—Mi forma humana es ilusoria; soy realmente un naga, un dragón. Mis culpas hacen que yo
habite este cuerpo espantoso, pero observo la ley que ha dictado el Buddha y
espero redimirme. Puedes destruir este santuario, si te crees capaz de erigir
otro que sea mejor.
Le mostró los vasos del culto. El rey los miró
con alarma, porque eran muy distintos de los que fabrican los hombres, y
desistió de su propósito.
La Óctuple Serpiente
La óctuple serpiente de Koshi atrozmente figura
en los mitos cosmogónicos del Japón. Ocho cabezas y ocho colas tenía; sus ojos
eran del color rojo oscuro de las cerezas; pinos y musgo le crecían en el lomo,
y abetos en las frentes. Al reptar, abarcaba ocho valles y ocho colinas; su
vientre siempre estaba manchado de sangre. Siete doncellas, que eran hijas de
un rey, había devorado en siete años y se aprestaba a devorar la menor, que se
llamaba Peine-Arrozal. La salvó un dios, llamado Valeroso-Veloz-Impetuoso-Macho.
Este paladín construyó un gran cercado circular de madera, con ocho
plataformas. En cada plataforma puso un tonel, lleno de cerveza de arroz. La
óctuple serpiente acudió, metió una cabeza en cada tonel, bebió con avidez y no
tardó en quedarse dormida. Entonces Valeroso-Veloz- Impetuoso-Macho le cortó
las ocho cabezas. De las heridas brotó un río de sangre. En la cola de la
serpiente se halló una espada, que aún se venera en el Gran Santuario de
Atsuta.
Estas cosas ocurrieron en la montaña que antes
se llamó de la Serpiente y ahora de Ocho Nubes; el ocho, en el Japón, es cifra
sagrada y significa muchos. El
papel-moneda del Japón aún conmemora la muerte de la serpiente.
Inútil agregar que el redentor se casó con la
redimida, como Perseo con Andrómeda.
En su versión inglesa de las cosmogonías y
teogonías del Japón (The Sacred
Scriptures of the Japanese, Nueva York, 1952), Post Wheeler recuerda los
mitos análogos de la hidra, de Fafnir y de la diosa egipcia Hathor, a quien un
dios embriagó con cerveza color de sangre, para librar de la aniquilación a los
hombres.
El Mirmecoleón
Un animal inconcebible es el mirmecoleón, definido así por Flaubert:
«León por delante, hormiga por detrás, y con
las pudendas al revés.» La historia de este monstruo es curiosa. En las
escrituras se lee: «El viejo león perece por falta de presa» (Job, 4:11). El
texto hebreo trae layish por león;
esta palabra anómala parecía exigir una traducción que también fuese anómala;
los Setenta recordaron un león arábigo que Eliano y Estrabón llaman myrmex y forjaron la palabra mirmecoleón.
Al cabo de unos siglos, esta derivación se
perdió. Myrmex, en griego, vale por
hormiga; de las palabras enigmáticas «El león-hormiga perece por falta de
presa» salió una fantasía que los bestiarios medievales multiplicaron:
El fisiólogo trata del león-hormiga; el padre
tiene forma de león, la madre de hormiga; el padre se alimenta de carne, y la
madre de hierbas. Y éstos engendran el león-hormiga, que es mezcla de los dos y
que se parece a los dos, porque la parte delantera es de león, la trasera de
hormiga. Así conformado, no puede comer carne, como el padre, ni hierbas, como
la madre; por consiguiente muere.
Youwarkee
En su Breve
Historia de la Literatura Inglesa, Saintsbury considera que Youwarkee es
una de las heroínas más deliciosas de esa literatura. Mitad mujer y mitad
pájaro o —como escribiría el poeta Browning de su esposa muerta, Elizabeth
Barret— mitad ángel y mitad pájaro. Sus brazos pueden abrirse en alas y un
sedoso plumón cubre su cuerpo. Mora en una isla perdida de los mares
antárticos; ahí la descubre un náufrago, Peter Wilkings, que se casa con ella.
Youwarkee es de la estirpe de los glums,
una tribu alada. Wilkings los convierte a la fe de Cristo y, muerta su mujer,
logra regresar a Inglaterra.
La historia de este curioso amor puede leerse
en la novela Peter Wilkings (1751) de
Robert Paltoek.
El Odradek[12]
Unos derivan del eslavo la palabra odradek y quieren explicar su formación
mediante ese origen. Otros la derivan del alemán y sólo admiten una influencia
del eslavo. La incertidumbre de ambas interpretaciones es la mejor prueba que
son falsas; además, ninguna de ellas nos da una explicación de la palabra.
Naturalmente nadie perdería el tiempo en tales
estudios si no existiera realmente un ser que se llama Odradek. Su aspecto es
el de un huso de hilo, plano y con forma de estrella, y la verdad es que parece
hecho de hilo, pero de pedazos de hilos cortados, viejos, anudados y
entreverados, de distinta clase y color. No sólo es un huso; del centro de la
estrella sale un palito transversal, y en este palito se articula otro en
ángulo recto. Con ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos de
la estrella del otro, el conjunto puede pararse como si tuviera dos piernas.
Uno estaría tentado de creer que esta
estructura tuvo alguna vez una forma adecuada a una función, y que ahora está
rota. Sin embargo, tal no parece ser el caso; por lo menos no hay ningún
indicio en ese sentido; en ninguna parte se ven composturas o roturas; el
conjunto parece inservible, pero a su manera completo. Nada más podemos decir,
porque Odradek es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar.
Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la
escalera, en los corredores, en el zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo
vea. Se ha corrido a las casas vecinas, pero siempre vuelve a la nuestra.
Muchas veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve en el descanso de la escalera,
dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen preguntas difíciles, sino
que se lo trata —su tamaño diminuto nos lleva a eso— como a un niño. «¿Cómo te
llamas?», le preguntan. «Odradek», dice. «¿Y dónde vives?» «Domicilio
incierto», dice y se ríe, pero es una risa sin pulmones. Suena como un susurro
de hojas secas. Generalmente el diálogo acaba ahí. No siempre se consiguen esas
respuestas; a veces guarda un largo silencio, como la madera, de la que parece
estar hecho.
Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él.
¿Puede morir? Todo lo que muere ha tenido antes una meta, una especie de
actividad, y así se ha gastado; esto no corresponde a Odradek. ¿Bajará la
escalera arrastrando hilachas ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis
hijos? No hace mal a nadie, pero la idea que puede sobrevivirme es casi
dolorosa para mí. Franz Kafka
La Pantera
En los bestiarios medievales, la palabra pantera indica un animal asaz diferente
del «mamífero carnicero» de la zoología contemporánea. Aristóteles había
mencionado que su olor atrae a los demás animales; Eliano —autor latino apodado
Lengua de Miel por su cabal dominio del griego— declaró que ese olor también
era agradable a los hombres. (En este rasgo, algunos han conjeturado una
confusión con el gato de algalia.) Plinio le atribuyó una mancha en el lomo, de
forma circular, que menguaba y crecía con la luna. A estas circunstancias
maravillosas vino a agregarse el hecho que la Biblia griega de los Setenta usa la palabra pantera en un lugar que puede referirse a Jesús (Oseas 5: 14).
En el bestiario anglosajón del códice de
Exeter, la pantera es un animal solitario y suave, de melodiosa voz y aliento
fragante. Hace su habitación en las montañas, en un lugar secreto. No tiene
otro enemigo que el dragón, con el que sin tregua combate. Duerme tres noches
y, cuando se despierta cantando, multitudes de hombres y de animales acuden a
su cueva, desde los campos, los castillos y las ciudades, atraídos por la
fragancia y la música. El dragón es el antiguo Enemigo, el Demonio; el
despertar es la resurrección del
Señor; las multitudes son la comunidad de los
fieles y la pantera es Jesucristo.
Para atenuar el estupor que puede producir esta
alegoría, recordemos que la pantera no era una bestia feroz para los sajones, sino
un sonido exótico, no respaldado por una representación muy concreta. Cabe
agregar, a título de curiosidad, que el poema Gerontion, de Eliot, habla de Christ
the tiger, de Cristo el tigre.
Anota Leonardo da Vinci:
La pantera africana es como una leona, pero las
patas son más altas, y el cuerpo más sutil. Es toda blanca y está salpicada de
manchas negras que parecen rosetas. Su hermosura deleita a los animales, que
siempre le andarían alrededor, si no fuera por su terrible mirada. La pantera,
que no ignora esta circunstancia, baja los ojos; los animales se le aproximan
para gozar de tanta belleza y ella atrapa al que está más cerca y lo devora.
El Pelícano
El pelícano de la zoología común es un ave
acuática, de dos metros de envergadura, con un pico muy largo y ancho, de cuya
mandíbula inferior pende una membrana rojiza que forma una especie de bolsa
para guardar pescado; el de la fábula es menor y su pico es breve y agudo. Fiel
a su nombre, el plumaje del primero es de color blanco; el del segundo es
amarillo y a veces verde. Aún más singular que su aspecto resultan sus
costumbres.
Con el pico y las garras, la madre acaricia los
hijos con tanta devoción que los mata. A los tres días llega el padre; éste,
desesperado al hallarlos muertos, se abre a picotazos el pecho. La sangre que
derraman sus heridas los resucita... Así refieren los bestiarios el hecho,
salvo que San Jerónimo, en un comentario al salmo 102 («Soy como un pelícano
del desierto, soy como una lechuza del yermo»), atribuye la muerte de los hijos
a la serpiente. Que el pelícano se abre el pecho y alimenta con su propia
sangre a los hijos es la versión común de la fábula.
Sangre que da vida a los muertos sugiere la
eucaristía y la cruz, y así un verso famoso del Paraíso (xxv, 113) llama «nuestro pelícano» a Jesucristo. El
comentario latino de Benvenuto de Imola aclara: «Se dice pelícano porque se
abrió el costado para salvarnos, como el pelícano que vivifica a los hijos
muertos con la sangre del pecho. El pelícano es ave egipcia.»
La imagen del pelícano es habitual en la
heráldica eclesiástica y todavía la graban en los copones. El bestiario de
Leonardo da Vinci define así al pelícano:
Quiere mucho a sus hijos, y hallándolos en el
nido muertos por las serpientes, se desgarra el pecho y, bañándolos con su
sangre, los vuelve a la vida.
El Gato de Cheshire y los Gatos Kilkenny
En inglés existe la locución grin like a Cheshire cat (sonreír
sardónicamente como un gato de Cheshire). Se han propuesto varias
explicaciones. Una, que en Cheshire vendían quesos en forma de gato que ríe.
Otra, que Cheshire es un condado palatino o earldom
y que esa distinción nobiliaria causó la hilaridad de los gatos. Otra, que en
tiempos de Ricardo Tercero, hubo un guardabosque Caterling que sonreía
ferozmente al batirse con los cazadores furtivos.
En la novela onírica Alice in Wonderland publicada en 1865, Lewis Carrol otorgó al gato
de Cheshire el don de desaparecer gradualmente, hasta no dejar otra cosa que la
sonrisa, sin dientes y sin boca. De los gatos de Kilkenny se refiere que
riñeron furiosamente y se devoraron hasta no dejar más que las colas. El cuento
data del siglo XVIII.
El Simurg
El simurg
es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo
equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento
de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama
Iggdrasill.
El Thalaba
(1801) de Southey y la Tentación de San
Antonio (1874) de Flaubert hablan del simurg
Anka; Flaubert lo rebaja a servidor de la Reina Belkis y lo describe como
un pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de cabecita humana, provisto de
cuatro alas, de garras de buitre y de una inmensa cola de pavo real. En las
fuentes originales el simurg es más
importante. Firdusí, en el Libro de Reyes,
que recopila y versifica antiguas leyendas del Irán, lo hace padre adoptivo de
Zal, padre del héroe del poema; Farid al-Din Attar, en el siglo XIII, lo eleva
a símbolo o imagen de la divinidad. Esto sucede en el Mantig al-tayr (Coloquio de los pájaros). El argumento de esta
alegoría, que integran unos cuatro mil quinientos dísticos, es curioso. El
remoto rey de los pájaros, el simurg
deja caer en el centro de China una pluma espléndida; los pájaros resuelven
buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere
decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña o
cordillera circular que rodea la tierra. Al principio, algunos pájaros se
acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro, la belleza que es la
razón que viva enjaulado; la perdiz no puede prescindir de las sierras, ni la
garza de los pantanos ni la lechuza de las ruinas. Acometen al fin la
desesperada aventura; superan siete valles o mares; el nombre del penúltimo es
Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros
mueren en la travesía. Treinta, purificados por sus trabajos, pisan la montaña
del simurg. Lo contemplan al fin:
perciben que ellos son el simurg, y
que el simurg es cada uno de ellos y
todos ellos.
El cosmógrafo Al-Qazwiní, en su Maravillas de las Criaturas, afirma que
el simurg Anka vive mil setecientos
años y que, cuando el hijo ha crecido, el padre enciende una pira y se quema.
Esto, observa Lane, recuerda la leyenda del fénix.
La Salamandra
No sólo es un pequeño dragón que vive en el
fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) «un
batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas
simétricas». De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie
sorprenderá su inclusión en este manual.
En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el
fuego con su simple contacto; en el XXI recapacita, observando incrédulamente
que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para
sofocar los incendios. En el libro xi, habla de un animal alado y cuadrúpedo,
la pyrausta, que habita en lo
interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un
pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado
el de ese olvidado animal.
El fénix fue alegado por los teólogos para
probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo que en el fuego
pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el
fuego y que se abre así:
¿A qué efecto he de demostrar sino para
convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando
animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino
que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que
atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo
demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay
efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin
embargo, viven en medio del fuego.
A la salamandra y al fénix recurren también los
poetas, como encarecimiento retórico. Así, Quevedo, en los sonetos del cuarto
libro del Parnaso Español, que «canta
hazañas del amor y de la hermosura»:
Hago
verdad al Fénix en la ardiente
Llama, en
que renaciendo me renuevo,
Y la
virilidad del fuego pruebo
Y que es
padre, y que tiene descendiente.
La
Salamandra fría, que desmiente
Noticia
docta, a defender me atrevo,
Cuando en
incendios, que sediento bebo Mi corazón habita, y no los siente...
Al promediar el siglo XII, circuló por las
naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, Rey de Reyes,
al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla
de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de Piedras, y de un Mar de
Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el
reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren
invisibilidad o alumbran la noche. Uno de los párrafos dice: «Nuestros dominios
dan el gusano llamado salamandra. Las salamandras viven en el fuego y hacen
capullos, que las señoras de palacio devanan, y usan para tejer telas y
vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego.»
De estos lienzos y telas incombustibles que se
limpian con fuego, hay mención en Plinio (xix, 4) y en Marco Polo (xxxix).
Aclara este último «La salamandra es una sustancia, no un animal.» Nadie, al
principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como de piel
de salamandra y fueron testimonio incontrovertible del hecho que la salamandra
existía.
En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en
el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. Éste
le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa
admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la
memoria. Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus
elementales del fuego. En esta atribución y en un argumento de Aristóteles, que
Cicerón ha conservado en el primer libro de su De natura deorum, se descubre por qué los hombres propendieron a
creer en la salamandra. El médico siciliano Empédocles de Agrigento había
formulado la teoría de cuatro «raíces de cosas», cuyas desuniones y uniones,
movidas por la Discordia y por el Amor, componen la historia universal. No hay
muerte; sólo hay partículas de «raíces», que los latinos llamarían elementos, y
que se desunen. Éstas son el fuego, la tierra, el aire y el agua. Son increadas
y ninguna es más fuerte que otra. Ahora sabemos (ahora creemos saber) que esta
doctrina es falsa, pero los hombres la juzgaron preciosa y generalmente se
admite que fue benéfica. «Los cuatro elementos que integran y mantienen el
mundo y que aún sobreviven en la poesía y en la imaginación popular tienen una
historia larga y gloriosa», ha escrito Theodor Gomperz. Ahora bien, la doctrina
exigía una paridad de los cuatro elementos. Si había animales de la tierra y
del agua, era preciso que hubiera animales del fuego. Era preciso, para la
dignidad de la ciencia, que hubiera salamandras.
En otro artículo veremos cómo Aristóteles logró
animales del aire. Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de
fuego y que éste le sirve para cambiar la piel.
Sirenas
A lo largo del tiempo, las sirenas cambian de
forma. Su primer historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para
Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de
medio cuerpo arriba son mujeres y, abajo, aves marinas; para el maestro Tirso
de Molina (y para la heráldica), «la mitad mujeres, peces la mitad». No menos
discutible es su género; el diccionario clásico de Lempriere entiende que son ninfas,
el de Quicherat que son monstruos y el de Grimal que son demonios. Moran en una
isla del poniente, cerca de la isla de Circe, pero el cadáver de una de ellas,
Parténope, fue encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad que
ahora lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y presenció los
juegos gimnásticos que periódicamente se celebraban para honrar su memoria.
La Odisea
refiere que las sirenas atraían y perdían a los navegantes y que Ulises, para
oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos de los remeros y ordenó que
lo sujetaran al mástil. Para tentarlo, las sirenas le ofrecieron el
conocimiento de todas las cosas del mundo: Nadie ha pasado por aquí en su negro
bajel, sin haber escuchado de nuestra boca la voz dulce como el panal, y
haberse regocijado con ella y haber proseguido más sabio... Porque sabemos
todas las cosas: cuantos afanes padecieron argivos y troyanos en la ancha
Tróada por determinación de los dioses, y sabemos cuanto sucederá en la tierra
fecunda (Odisea, xii).
Una tradición recogida por el mitólogo
Apolodoro, en su Biblioteca, narra
que Orfeo, desde la nave de los argonautas, cantó con más dulzura que las
sirenas y que éstas se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas,
porque su ley era morir cuando alguien no sintiera su hechizo. También la
esfinge se precipitó desde lo alto cuando adivinaron su enigma.
En el siglo VI, una sirena fue capturada y
bautizada en el Norte de Gales, y figuró como una santa en ciertos almanaques
antiguos, bajo el nombre de Murgen. Otra, en 1403, pasó por una brecha en un
dique, y habitó en Haarlem hasta el día de su muerte. Nadie la comprendía, pero
le enseñaron a hilar y veneraba como por instinto la cruz. Un cronista del
siglo XVI razonó que no era un pescado porque sabía hilar, y que no era una
mujer porque podía vivir en el agua.
El idioma inglés distingue la sirena clásica (siren) de las que tienen cola de pez (mermaids). En la formación de esta
última imagen habrían influido por analogía los tritones, divinidades del
cortejo de Poseidón.
En el décimo libro de la República, ocho sirenas presiden la revolución de los ocho cielos
concéntricos.
Sirena: supuesto animal marino, leemos en un
diccionario brutal.
Talos
Los seres vivos hechos de metal o de piedra
integran una especie alarmante de la zoología fantástica. Recordemos los
airados toros de bronce que respiraban fuego y que Jasón, por obra de las artes
mágicas de Medea, logró uncir al arado; la estatua psicológica de Condillac, de
mármol sensible; el banquero de cobre, con una lámina de plomo en el pecho, en
la que se leían nombres y talismanes, que rescató y abandonó, en Las Mil y Una Noches, al tercer mendigo
hijo de rey, cuando éste hubo derribado al jinete de la Montaña del Imán; las
muchachas «de suave plata y de furioso oro» que una diosa de la mitología de
William Blake apresó para un hombre, en redes de seda; las aves de metal que
fueron nodrizas de Ares y Talos, el guardián de la isla de Creta.[13]
Algunos lo declaran obra de Vulcano o de Dédalo; Apolonio de Rodas, en su Argonáutica, refiere que era el último
superviviente de una Raza de Bronce. Tres veces al día daba la vuelta a la isla
de Creta y arrojaba peñascos a los que pretendían desembarcar. Caldeado al rojo
vivo, abrazaba a los hombres y los mataba. Sólo era vulnerable en el talón;
guiados por la hechicera Medea, Cástor y Pólux, los Dióscuros, le dieron muerte.
Las Ninfas
Paracelso limitó su habitación a las aguas,
pero los antiguos las dividieron en ninfas de las aguas y de la tierra. De
éstas últimas, algunas presidían sobre los bosques. Las hamadríadas moraban invisiblemente en los árboles y perecían con
ellos; de otras se creyó que eran inmortales o que vivían miles de años. Las
que habitaban en el mar se llamaban oceánidas o nereidas; las de los ríos,
náyades. Su número preciso no se conoce; Hesíodo aventuró la cifra de tres mil.
Eran doncellas graves y hermosas; verlas podía provocar la locura y, si estaban
desnudas, la muerte. Una línea de Propercio así lo declara.
Los antiguos les ofrendaban miel, aceite y
leche. Eran divinidades menores; no se erigieron templos en su honor.
El Zaratán
Hay un cuento que ha recorrido la geografía y
las épocas: el de los navegantes que desembarcan en una isla sin nombre, que
luego se abisma y los pierde, porque está viva. Figura esta invención en el
primer viaje de Simbad y en el canto VI del Orlando
Furioso («Ch’ella sia una isoletta ci credemo»); en la leyenda irlandesa de
San Brandán y en el bestiario griego de Alejandría; en la Historia de las Naciones Septentrionales (Roma, 1555) del prelado
sueco Olao Magno y en aquel pasaje del primer canto del Paraíso Perdido, en el que se compara al yerto Satán con una gran
ballena que duerme sobre la espuma noruega («Him
hap’ly slumbering on the Norway foam»). Paradójicamente, una de las
primeras redacciones de la leyenda la refiere para negarla. Consta en el Libro de los Animales de Al-Yahiz,
zoólogo musulmán de principios del siglo IX. Miguel Asín Palacios la ha vertido
al español con estas palabras:
En cuanto al zaratán, jamás vi a nadie que
asegurase haberlo visto con sus ojos.
Algunos marineros pretenden que a veces se han
aproximado a ciertas islas marítimas y en ellas había bosques y valles y
grietas y han encendido un gran fuego; y cuando el fuego ha llegado al dorso
del zaratán, ha comenzado éste a deslizarse (sobre las aguas) con ellos
(encima) y con todas las plantas que sobre él había, hasta tal punto, que sólo
el que consiguió huir pudo salvarse. Este cuento colma todos los relatos más
fabulosos y atrevidos.
Consideremos ahora un texto del siglo XIII. Lo
escribió el cosmógrafo Al-Qazwiní y procede de la obra titulada Maravillas de las Criaturas. Dice así:
En cuanto a la tortuga marina, es de tan
desaforada grandeza que la gente del barco la toma por una isla. Uno de les
mercaderes ha referido:
«Descubrimos en el mar una isla que se elevaba
sobre el agua, con verdes plantas, y desembarcamos y en la tierra y cavamos
hoyos para cocinar, y la isla se movió, y los marineros dijeron: Vuelvan, porque es una tortuga, y el calor
del fuego la ha despertado, y puede perdernos.»
En la Navegación
de San Brandán se repite la historia:
...y entonces navegaron, y arribaron a aquella
tierra, pero como en algunos lugares había escasa profundidad, y en otros,
grandes rocas, fueron a una isla, que creyeron segura, e hicieron fuego para
cocinar la cena, pero San Brandán no se movió del buque. Y cuando el fuego
estaba caliente, y la carne a punto de asarse, esta isla empezó a moverse, y
los monjes se asustaron, y huyeron al buque, y dejaron el fuego y la carne, y
se maravillaron del movimiento. Y San Brandán los reconfortó y les dijo que era
un gran pez llamado Jasconye, que día y noche trata de morderse la cola, pero
es tan largo que no puede.[14]
En el bestiario anglosajón del códice de
Exeter, la peligrosa isla es una ballena, «astuta en el mal», que embauca
deliberadamente a los hombres. Éstos acampan en su lomo y buscan descanso de
los trabajos de los mares; de pronto, el Anfitrión del Océano se sumerge y los marineros
se ahogan. En el bestiario griego, la ballena quiere significar la ramera de
los Proverbios («sus pies descienden a la muerte: sus pasos sustentan el
sepulcro»); en el bestiario anglosajón, el Diablo y el Mal. Guardará ese valor
simbólico en Moby Dick, que se
escribirá diez siglos después.
El Doble
Sugerido o estimulado por los espejos, las
aguas, y los hermanos gemelos, el concepto del doble es común a muchas
naciones. Es verosímil suponer que sentencias como Un amigo es un otro yo de
Pitágoras o el Conócete a ti mismo platónico se inspiraron en él. En Alemania lo
llamaron el doppelgaenger; en Escocia
el fetch, porque viene a buscar fetch) a los hombres para llevarlos a la
muerte. Encontrarse consigo mismo es, por consiguiente, ominoso; la trágica
balada Ticonderoga de Robert Louis
Stevenson refiere una leyenda sobre este tema. Recordemos también el extraño
cuadro How They Met Themselves de Rossetti;
dos amantes se encuentran consigo mismos, en el crepúsculo de un bosque. Cabría
citar ejemplos análogos de Hawthorne, de Dostoievski y de Alfred de Musset.
Para los judíos, en cambio, la aparición del doble no era presagio de una
próxima muerte. Era la certidumbre de haber logrado el estado profético. Así lo
explica Gershom Scholem. Una tradición recogida por el Talmud narra el caso de un hombre en busca de Dios, que se encontró
consigo mismo.
En el relato William Wilson de Poe el doble es la conciencia del héroe. Éste lo
mata y muere. En la poesía de Yeats, el doble es nuestro anverso, nuestro
contrario, el que nos complementa, el que no somos ni seremos.
Plutarco escribe que los griegos dieron el
nombre de otro yo al representante de
un rey.
El Squonk
(Lacrimacorpus
dissolvens)
La zona del squonk
es muy limitada. Fuera de Pennsylvania pocas personas han oído hablar de él,
aunque se dice que es bastante común en los cicutales de aquel Estado. El squonk es muy hosco y generalmente viaja
a la hora del crepúsculo. La piel, que está cubierta de verrugas y de lunares,
no le calza bien; los mejores jueces declaran que es el más desdichado de todos
los animales. Rastrearlo es fácil, porque llora continuamente y deja una huella
de lágrimas. Cuando lo acorralan y no puede huir o cuando lo sorprenden y lo asustan
se disuelve en lágrimas. Los cazadores de squonks
tienen más éxito en las noches de frío y de luna, cuando las lágrimas caen
lentamente y al animal no le gusta moverse; su llanto se oye bajo las ramas de
los oscuros arbustos de cicuta. El señor J. P. Wentling, antes de Pennsylvania
y ahora establecido en St. Anthony Park, Minnesota, tuvo una triste experiencia
con un squonk cerca de Monte Alto.
Había remedado el llanto del squonk y
lo había inducido a meterse en una bolsa, que llevaba a su casa, cuando de
pronto el peso se aligeró y el llanto cesó. Wentling
abrió la bolsa; sólo quedaban lágrimas y burbujas.
William T. Cox: Fearsome Creatures of the Lumberwoods.
El Unicornio
La primera versión del
unicornio casi coincide con las últimas. Cuatrocientos años antes de la era
cristiana, el griego Ctesias, médico de Artajerjes Mnemón, refiere que en los
reinos del Indostán hay muy veloces asnos silvestres, de pelaje blanco, de
cabeza purpúrea, de ojos azules, provistos de un agudo cuerno en la frente, que
en la base es blanco, en la punta es rojo y en el medio es plenamente negro.
Plinio agrega otras precisiones (viii, 31): «Dan caza en la India a otra fiera:
el unicornio, semejante por el cuerpo al caballo, por la cabeza al ciervo, por las
patas al elefante, por la cola al jabalí. Su mugido es grave; un largo y negro
cuerno se eleva en medio de su frente. Se niega que pueda ser apresado vivo».
El orientalista Schrader, hacia 1892, pensó que el unicornio pudo haber sido
sugerido a los griegos por ciertos bajorrelieves persas, que representan toros
de perfil, con un sólo cuerno.
En la enciclopedia de Isidoro de Sevilla,
redactada a principios del siglo VII, se lee que una cornada del unicornio
suele matar al elefante; ello recuerda la análoga victoria del karkadán (rinoceronte), en el segundo
viaje de Simbad.[15]
Otro adversario del unicornio era el león, y una octava real del segundo libro
de la inextricable epopeya The Faerie
Queene conserva la manera de su combate. El león se arrima a un árbol; el
unicornio, con la frente baja, lo embiste; el león se hace a un lado, y el
unicornio queda clavado al tronco. La octava data del siglo XVI; a principios
del XVIII, la unión del reino de Inglaterra con el reino de Escocia
confrontaría en las armas de Gran Bretaña el leopardo (león) inglés con el
unicornio escocés.
En la Edad Media, los bestiarios enseñan que el
unicornio puede ser apresado por una niña; en el Physiologus Graecus se lee: «Cómo lo apresan. Le ponen por delante
una virgen y salta al regazo de la virgen y la virgen lo abriga con amor y lo
arrebata al palacio de los reyes». Una medalla de Pisanello y muchas y famosas
tapicerías ilustran este triunfo, cuyas aplicaciones alegóricas son notorias.
El Espíritu Santo, Jesucristo, el mercurio y el mal han sido figurados por el
unicornio. La obra Psychologie und
Alchemie (Zürich, 1944) de Jung historia y analiza estos simbolismos.
Un caballito blanco con patas traseras de
antílope, barba de chivo y un largo y retorcido cuerno en la frente, es la representación
habitual de este animal fantástico.
Leonardo da Vinci atribuye la captura del
unicornio a su sensualidad; ésta le hace olvidar su fiereza y recostarse en el
regazo de la doncella, y así lo apresan los cazadores.
El Kraken
El kraken
es una especie escandinava del zaratán y del dragón de mar o culebra de mar de
los árabes.
En 1752, el dinamarqués Eric Pontoppidan obispo
de Bergen publicó, una Historia Natural
de Noruega, obra famosa por su hospitalidad o credulidad; en sus páginas se
lee que el lomo del kraken tiene una
milla y media de longitud y que sus brazos pueden abarcar el mayor navío. El
lomo sobresale como una isla; Eric Pontoppidan llega a formular esta norma:
«Las islas flotantes son siempre krakens»
Asimismo escribe que el kraken suele
enturbiar las aguas del mar con una descarga de líquido; esta sentencia ha
sugerido la conjetura que el kraken
es una magnificación del pulpo.
Entre las piezas juveniles de Tennyson, hay una
dedicada al kraken. Dice,
literalmente, así:
Bajos los truenos de la superficie, en las
honduras del mar abismal, el kraken duerme su antiguo, no invadido sueño sin
sueños. Pálidos reflejos se agitan alrededor de su oscura forma; vastas
esponjas de milenario crecimiento y altura se inflan sobre él, y en lo profundo
de la luz enfermiza, pulpos innumerables y enormes baten con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad, desde secretas celdas y grutas maravillosas. Yace ahí
desde siglos, y yacerá, cebándose dormido de inmensos gusanos marinos hasta que
el fuego del Juicio Final caliente el abismo. Entonces, para ser visto una sola
vez por hombres y por ángeles, rugiendo surgirá y morirá en la superficie.
Los Tigres del Annam
Para los annamitas, tigres o genios
personificados por tigres rigen los rumbos del espacio.
•
El
Tigre Rojo preside el Sur (que está en lo alto de los mapas); le corresponden
el estío y el fuego.
•
El
Tigre Negro preside el Norte; le corresponden el invierno y el agua.
•
El
Tigre Azul preside el Oriente; le corresponden la primavera y las plantas.
•
El
Tigre Blanco preside el Occidente; le corresponden el otoño y los metales.
Sobre estos Tigres Cardinales hay otro Tigre,
el Tigre Amarillo, que gobierna a los otros y está en el Centro, como el
Emperador está en el centro de China y China está en el centro del Mundo. (Por
eso la llaman el Imperio Central; por eso, ocupa el centro del mapamundi que el
P. Ricci, de la Compañía de Jesús, trazó a fines del siglo XVI para instruir a
los chinos.)
Lao Tse ha encomendado a los Cinco Tigres la
misión de guerrear contra los demonios. Una plegaria annamita, vertida al
francés por Louis Cho Chod, implora con devoción el socorro de sus
incontenibles ejércitos. Esta superstición es de origen chino; los sinólogos
hablan de un Tigre Blanco, que preside la remota región de las estrellas
occidentales. En el Sur, los chinos ubican un Pájaro
Rojo; en el Oriente, un Dragón Azul; en el
Norte, una tortuga Negra. Como se ve, los annamitas han conservado los colores,
pero han unificado los animales.
Los Bhils, pueblo del centro del Indostán,
creen en infiernos para tigres; los malayos saben de una ciudad en el corazón
de la jungla, con vigas de huesos humanos, con muros de pieles humanas, con
aleros de cabelleras humanas, construida y habitada por tigres.
La Peluda de la
Ferte-Bernard
A orillas del Huisne, arroyo de apariencia
tranquila, merodeaba durante la Edad Media la Peluda (la velue). Este animal habría sobrevivido el Diluvio, sin haber
sido recogido en el arca. Era del tamaño de un toro; tenía cabeza de serpiente,
un cuerpo esférico cubierto de un pelaje verde, armado de aguijones cuya
picadura era mortal. Las patas eran anchísimas, semejantes a las de la tortuga;
con la cola, en forma de serpiente, podía matar a las personas y a los
animales. Cuando se encolerizaba, lanzaba llamas que destruían las cosechas. De
noche, saqueaba los establos. Cuando los campesinos la perseguían, se escondía
en las aguas del Huisne que hacía desbordar, inundando toda la zona.
Prefería devorar los seres inocentes, las
doncellas y los niños. Elegía a la doncella más virtuosa, a la que llamaban la
Corderita (l’agnelle). Un día,
arrebató a una Corderita y la arrastró desgarrada y ensangrentada al lecho del
Huisne. El novio de la víctima cortó con una espada la cola de la Peluda, que
era su único lugar vulnerable. El monstruo murió inmediatamente. Lo
embalsamaron y festejaron su muerte con tambores, con pífanos y danzas.
El Unicornio Chino
El unicornio chino o k’i-lin es uno de los cuatro animales de buen agüero; los otros son
el dragón, el fénix y la tortuga. El unicornio es el primero de los animales
cuadrúpedos; tiene cuerpo de ciervo, cola de buey y cascos de caballo; el
cuerno que le crece en la frente está hecho de carne; el pelaje del lomo es de
cinco colores entreverados; el del vientre es pardo o amarillo. No pisa el
pasto verde y no hace mal a ninguna criatura. Su aparición es presagio del
nacimiento de un rey virtuoso. Es de mal agüero que lo hieran o que hallen su
cadáver. Mil años es el término natural de su vida.
Cuando la madre de Confucio lo llevaba en el
vientre, los espíritus de los cinco planetas le trajeron un animal «que tenía
la forma de una vaca, escamas de dragón y en la frente un cuerno». Así refiere
Soothill la anunciación; una variante recogida por Wilhelm dice que el animal
se presentó solo y escupió una lámina de jade en la que se leían estas
palabras: Hijo del cristal de la montaña
(o de la esencia del agua), cuando haya caído la dinastía, mandarás como rey
sin insignias reales. Setenta años después, unos cazadores mataron un k’i-lin que aún guardaba en el cuerno un
trozo de cinta que la madre de Confucio le ató. Confucio lo fue a ver y lloró,
porque sintió lo que presagiaba la muerte de ese inocente y misterioso animal y
porque en la cinta estaba el pasado.
En el siglo XIII, una avanzada de la caballería
de Zingis Khan, que había emprendido la invasión de la India, divisó en los
desiertos un animal «semejante al ciervo, con un cuerno en la frente, pelaje
verde», que les salió al encuentro y les dijo:
—Ya es hora que vuelva
a su tierra vuestro señor.
Uno de los ministros chinos de Zingis,
consultado por él, explicó que el animal era un chio-tuan, una variedad de k’i-lin.
Cuatro inviernos hacía que el gran ejército guerreaba en las regiones
occidentales; el Cielo, harto porque los hombres derramaran la sangre de los
hombres, había enviado ese aviso. El emperador desistió de sus planes bélicos.
Veintidós siglos antes de la era cristiana, uno
de los jueces de Shun disponía de un «chivo unicorne», que no agredía a los
injustamente acusados y que topaba a los culpables.
En la Anthologie
Raisonnée de la Littérature Chinoise (1948), de Margoulies, figura este
misterioso y tranquilo apólogo, obra de un prosista del siglo IX:
Universalmente se admite que el unicornio es un
ser sobrenatural y de buen agüero; así lo declaran las odas, los anales, las
biografías de varones ilustres y otros textos cuya autoridad es indiscutible.
Hasta los párvulos y las mujeres del pueblo saben que el unicornio constituye
un presagio favorable. Pero este animal no figura entre los animales
domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación.
No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales condiciones,
podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo es.
Sabemos que tal animal con crin es caballo y que tal animal con cuernos es
toro. No sabemos cómo es el unicornio.
El Uroboros
Ahora el Océano es un mar o un sistema de
mares; para los griegos, era un río circular que rodeaba la Tierra. Todas las
aguas fluían de él y no tenía ni desembocadura ni fuentes. Era también un dios
o un titán, quizá el más antiguo, porque el Sueño, en el libro XIV de la Ilíada, lo llama origen de los dioses;
en la Teogonía de Hesíodo, es el
padre de todos los ríos del mundo, que son tres mil, y que encabezan el Alfeo y
el Nilo. Un anciano de barba caudalosa era su personificación habitual; la
humanidad, al cabo de siglos, dio con un símbolo mejor.
Heráclito había dicho que en la circunferencia
el principio y el fin son un solo punto. Un amuleto griego del siglo III,
conservado en el Museo Británico, nos da la imagen que mejor puede ilustrar
esta infinitud: la serpiente que se muerde la cola o, como bellamente dirá
Martínez Estrada, «que empieza al fin de su cola». Uroboros (el que se devora
la cola) es el nombre técnico de este monstruo, que luego prodigaron los
alquimistas.
Su más famosa aparición está en la cosmogonía
escandinava. En la Edda Prosaica o Edda Menor, consta que Loki engendró un lobo
y una serpiente. Un oráculo advirtió a los dioses que estas criaturas serían la
perdición de la Tierra. Al lobo, Fenrir,
lo sujetaron con una cadena forjada con seis cosas imaginarias: el ruido de la
pisada del gato, la barba de la mujer, la raíz de la roca, los tendones del
oso, el aliento del pez y la saliva del pájaro. A la serpiente, Jormungandr, «la arrojaron al mar que
rodea la Tierra y en el mar ha crecido de tal manera que ahora también rodea la
Tierra y se muerde la cola». En Jotunheim, que es la tierra de los gigantes,
Utgarda-Loki desafía al dios Thor a levantar un gato; el dios, empleando toda
su fuerza, apenas logra que una de las patas no toque el suelo; el gato es la
serpiente. Thor ha sido engañado por artes mágicas.
Cuando llegue el Crepúsculo de los Dioses, la
serpiente devorará la Tierra; y el lobo, el Sol.
Fastitocalón
La Edad Media atribuyó al Espíritu Santo la
composición de dos libros. El primero era, según se sabe, la Biblia; el segundo, el universo, cuyas
criaturas encerraban enseñanzas inmorales. Para explicar esto último, se
compilaron los Fisiólogos o Bestiarios. De un bestiario anglosajón resumimos el
texto siguiente:
«Hablaré también en este cantar de la poderosa
ballena. Es peligrosa para todos los navegantes. A este nadador de las
corrientes del océano le dan el nombre Fastitocalón. Su forma es la de una
piedra rugosa y está como cubierta de arena; los marinos que lo ven lo toman
por una isla. Amarran sus navíos de alta proa a la falsa tierra y desembarcan
sin temor de peligro alguno. Acampan, encienden fuego y duermen, rendidos. El
traidor se sumerge entonces en el océano; busca su hondura y deja que el navío y
los hombres se ahoguen en la sala de la muerte. También suele exhalar de su
boca una dulce fragancia, que atrae a los otros peces del mar. Éstos penetran
en sus fauces, que se cierran y los devoran. Así el demonio nos arrastra al
infierno.»
La misma fábula se encuentra en el Libro de las Mil y Una Noches, en la
leyenda de San Brandán y en el Paraíso
Perdido de Milton, que nos muestra a la ballena durmiendo «en la espuma
noruega».
Los Demonios de
Swedenborg
Los demonios de Emanuel Swedenborg (1688-1772)
no constituyen una especie; proceden del género humano. Son individuos que,
después de la muerte, eligen el infierno. No están felices en esa región de
pantanos, de desiertos, de selvas, de aldeas arrasadas por el fuego, de
lupanares, y de oscuras guaridas, pero en el cielo serían más desdichados. A
veces un rayo de luz celestial les llega desde lo alto; los demonios lo sienten
como una quemadura y como un hedor fétido. Se creen hermosos, pero muchos
tienen caras bestiales o caras que son simples trozos de carne o no tienen
caras. Viven en el odio recíproco y en la armada violencia; si se juntan lo
hacen para destruirse o para destruir a alguien. Dios prohíbe a los hombres y a
los ángeles trazar un mapa del infierno, pero sabemos que su forma general es
la de un demonio. Los infiernos más sórdidos y atroces están en el Oeste.
Los Lamed Wufniks
Hay en la Tierra, y hubo siempre, 36 hombres
rectos cuya misión es justificar el mundo ante Dios. Son los Lamed Wufniks. No
se conocen entre sí y son muy pobres. Si un hombre llega al conocimiento que es
un Lamed Wufnik muere inmediatamente y hay otro, acaso en otra región del
planeta que toma su lugar. Constituyen, sin sospecharlo, los secretos pilares
del universo. Si no fuera por ellos Dios aniquilaría al género humano. Son
nuestros salvadores y no lo saben.
Esta mística creencia de los judíos ha sido
expuesta por Max Brod. La remota raíz puede buscarse en el capítulo XVIII del Génesis, donde el Señor declara que no destruirá
la ciudad de Sodoma, si en ella hubiere diez hombres justos.
Los árabes tienen un personaje análogo, los
Kutb.
Los Yinn
Alá, según la tradición islámica, hizo a los
ángeles con luz, a los yinn con fuego y a los hombres con polvo. Hay quien afirma
que la materia de los segundos es un oscuro fuego sin humo. Fueron creados dos
mil años antes de Adán, pero su estirpe no alcanzará el día del Juicio Final.
Al-Qazwiní los definió como vastos animales aéreos de cuerpo transparente,
capaces de asumir varias formas. Al principio se muestran como nubes o como
altos pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un
hombre, de un chacal, de un lobo, de un león, de un escorpión o de una culebra.
Algunos son creyentes; otros, heréticos o ateos.
Antes de destruir un reptil debemos pedirle que se retire, en nombre del
Profeta; es lícito matarlo si no obedece. Pueden atravesar un muro macizo o
volar por los aires o hacerse bruscamente invisibles. A menudo llegan al cielo
inferior, donde sorprenden la conversación de los ángeles sobre acontecimientos
futuros; esto les permite ayudar a magos y adivinos. Ciertos doctores les
atribuyen la construcción de las Pirámides o, por orden de Salomón, Hijo de
David, que conocía el Todopoderoso Nombre de Dios, del Templo de Jerusalén.
Desde las azoteas o los balcones lapidan a la
gente; también tienen el hábito de raptar mujeres hermosas. Para evitar sus
depredaciones, conviene invocar el nombre de Alá, el Misericordioso, el
Apiadado. Su morada más común son las ruinas, las casas deshabitadas, los
aljibes, los ríos, y los desiertos. Los egipcios afirman que son la causa de
las trombas de arena. Piensan que las estrellas fugaces son dardos arrojados
por Alá contra los yinn maléficos.
Iblis es su padre y su jefe.
El Ciervo Celestial
Nada sabemos de la estructura del ciervo
celestial (acaso porque nadie lo ha podido ver claramente), pero sí que estos
trágicos animales andan bajo tierra y no tienen otra ansia que salir a la luz
del día. Saben hablar y ruegan a los mineros que los ayuden a salir. Al
principio, quieren sobornarlos con la promesa de metales preciosos; cuando
falla este ardid, los ciervos hostigan a los hombres, y éstos los emparedan
firmemente en las galerías de la mina. Se habla asimismo de hombres a quienes
han torturado los ciervos...
La tradición añade que si los ciervos emergen a
la luz, se convierten en un líquido pestilente que puede asolar el país.
Esta imaginación es china y la registra el
libro Chínese Ghouls and Goblins
(Londres, 1928) de G. Willoughby-Meade.
Los Brownies
Son hombrecillos serviciales de color pardo,
del cual han tomado su nombre. Suelen visitar las granjas de Escocia y, durante
el sueño de la familia, colaboran en las tareas domésticas. Uno de los cuentos
de Grimm refiere un hecho análogo.
El ilustre escritor Robert Louis Stevenson
afirmó que había adiestrado a sus brownies
en el oficio literario. Cuando soñaba, éstos le sugerían temas fantásticos;
por ejemplo, la extraña transformación del doctor Jekill en el diabólico señor
Hyde, y aquel episodio de Olalla en el cual un joven, de una antigua casa
española, muerde la mano de su hermana.
Un Reptil Soñado por C.
S. Lewis
...Lentamente, temblorosa, con movimientos
inhumanos una forma humana, escarlata bajo el resplandor del fuego, salió del
edificio a la caverna. Era el Inhumano, desde luego; arrastrando su pierna rota
y con la mandíbula inferior colgante como la de un cadáver, se puso de pie. Y
entonces, poco después de él, otro cuerpo apareció por el agujero. Primero
salieron una especie de ramas de árbol y después seis o siete puntos luminosos
agrupados como una constelación; luego, una masa tubular que reflejaba el
resplandor rojo como si estuviese pulida. El corazón le dio un vuelco al ver
las ramas convertirse súbitamente en largos tentáculos de alambre y los puntos
de luz en otros tantos ojos de una cabeza recubierta de caparazón, que fue
seguida de un cuerpo cilíndrico y rugoso. Siguieron horribles cosas angulares,
piernas de varias articulaciones, y finalmente, cuando creía que todo el cuerpo
estaba ya a la vista, apareció otro cuerpo siguiendo al primero y otro tras el
segundo. Aquel ser se dividía en tres partes, unidas entre sí sólo por una
especie de cintura de avispa, tres partes que no parecían estar debidamente
alineadas y daban la sensación de haber sido pisoteadas; era una deformidad
temblorosa, enorme, con cien pies, que yacía inmóvil al lado del Inhumano,
proyectando ambos sobre el muro de roca sus dos sombras enormes en unida
amenaza...
C. S. Lewis: Perelandra, 1949
Un Rey de Fuego y su Caballo
Heráclito enseñó que el elemento primordial era
el fuego, pero ello no equivale a imaginar seres hechos de fuego, seres
labrados en la momentánea y cambiante sustancia de las llamas. Esta casi
imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El Anillo dado a Venus del ciclo El Paraíso Terrenal (1868-70). Dicen así
los versos:
El Señor de aquellos demonios era un gran rey,
coronado y cetrado.
Como una llama blanca resplandecía su rostro,
perfilado como un rostro de piedra; pero era un fuego que se transformaba y no
carne, y lo surcaba el deseo, el odio y el terror. Su cabalgadura era
prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a
esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueño. Tal vez en lo anterior
hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación de la Muerte en
el Paraíso Perdido (II, 66673). Lo
que parece la cabeza lleva corona y el cuerpo se confunde con la sombra que
proyecta a su alrededor.
Crocotas y Leucrocotas
Ctesias, médico de Artajerjes Mnemón, se valió
de fuentes persas para urdir una descripción de la India, obra de valor
inestimable para saber cómo los persas del tiempo de Artajerjes Mnemón se
imaginaban la India. El capitulo treinta y dos de ese repertorio ofrece una
noticia del lobo-perro; Plinio (viii, 30) dio a ese hipotético animal el nombre
de crocota y declaró que no había
nada que no pudiera partir con los dientes y acto continuo digerir.
Más precisa que la crocota es la leucrocota en
la que ciertos comentadores han visto un reflejo del gnu, y otros de la hiena,
y otros, una fusión de los dos. Es rapidísima y del tamaño del asno silvestre.
Tiene patas de ciervo, cuello, cola y pecho de león, cabeza de tejón, pezuñas
partidas, boca hasta las orejas y un hueso continuo en lugar de dientes. Habita
en Etiopía (donde asimismo hay toros salvajes, armados de cuernos movibles) y
es fama que remeda con dulzura la voz humana.
El T’ao-t’ieh
Los poetas y la mitología lo ignoran; pero
todos, alguna vez, lo hemos descubierto, en la esquina de un capitel o en el
centro de un friso, y hemos sentido un ligerísimo desagrado. El perro que
guardaba los rebaños del triforme Gerión tenía dos cabezas y un cuerpo y
felizmente Hércules lo mató; el T’ao-t’ieh
invierte ese procedimiento y es más horrible, porque la desaforada cabeza
proyecta un cuerpo a la derecha y otro a la izquierda. Suele tener seis patas,
porque las delanteras sirven para los dos cuerpos. La cara puede ser de dragón,
de tigre o de persona; «máscara de ogro» la llaman los historiadores del arte.
Es un monstruo formal, inspirado por el demonio de la simetría a escultores,
alfareros y ceramistas. Mil cuatrocientos años antes de la era cristiana, bajo
la dinastía de los Shang, ya figura en bronces rituales.
T’ao-t’ieh quiere decir glotón.
Los chinos lo pintan en la vajilla, para enseñar frugalidad.
Escila
Antes de ser un monstruo y un remolino, Escila
era una ninfa, de quien se enamoró el dios Glauco. Éste buscó el socorro de
Circe, cuyo conocimiento de hierbas y de magias era famoso. Circe se prendó de
él, pero como Glauco no olvidaba a Escila, envenenó las aguas de la fuente en
que aquélla solía bañarse. Al primer contacto del agua, la parte inferior del
cuerpo de Escila se convirtió en perros que ladraban. Doce pies la sostenían y
se halló provista de seis cabezas, cada una con tres filas de dientes. Esta
metamorfosis la aterró y se arrojó al estrecho que separa Italia de Sicilia.
Los dioses la convirtieron en roca. Durante las tempestades, los navegantes
oyen aún el rugido de las olas contra la roca.
Esta fábula está en las páginas de Homero, de
Ovidio y de Pausanias.
Las Valquirias
Valquiria significa, en las primitivas lenguas
germánicas, la que elige a los muertos. Un conjuro anglosajón contra los
dolores neurálgicos las describe, sin nombrarlas directamente, de esta manera: Resonantes eran, sí resonantes, cuando
cabalgaban sobre la altura. Eran resueltas, cuando cabalgaban sobre la tierra.
Poderosas mujeres...
No sabemos cómo las imaginaban las gentes de
Alemania o de Austria; en la mitología escandinava son vírgenes armadas y
hermosas. Su número habitual era tres.
Elegían a los caídos en el combate y llevaban
sus almas al épico paraíso de Odín, cuya techumbre era de oro y que iluminaban
espadas, no lámparas. Desde la aurora, los guerreros, en ese paraíso, combatían
hasta morir, luego resucitaban y compartían el banquete divino, donde les
ofrecían la carne de un jabalí inmortal e inagotables cuernos de hidromiel.
Bajo el creciente influjo del cristianismo, el
nombre de Valquiria degeneró; un juez en la Inglaterra medieval, hizo quemar a
una pobre mujer acusada de ser una Valquiria, es decir una bruja.
Las Nornas
En la mitología medieval de los escandinavos,
las nornas son las parcas. Snorri Sturluson, que, a principios del siglo XIII,
ordenó esa dispersa mitología, nos dice que las principales son tres y que sus
nombres son Pasado, Presente y Porvenir. Es verosímil sospechar que la última
circunstancia es un refinamiento, o adición, de naturaleza teológica; los
antiguos germanos no eran propensos a tales abstracciones. Snorri nos enseña
tres doncellas junto a una fuente, al pie del árbol, Iggdrasill, que es el
mundo. Urden inexorables nuestra suerte.
El tiempo (de lo que están hechas) las fue
olvidando, pero hacia 1606 William Shakespeare escribió la tragedia de Macbeth, en cuya primera escena
aparecen. Son las tres brujas que predicen a los guerreros el destino que los
aguarda. Shakespeare las llama las weird
sisters, las hermanas fatales, las parcas. Wyrd, entre los anglosajones era
la divinidad silenciosa que preside sobre los inmortales y los mortales.
Chancha con Cadenas
En la página 106 del Diccionario Folklórico Argentino (Buenos Aires, 1950) de Félix
Coluccio se lee:
En el norte de Córdoba y muy especialmente en
Quilinos, se habla de la aparición de una chancha encadenada que hace su
presencia por lo común en horas de la noche. Aseguran los lugareños vecinos a
la estación del ferrocarril que la chancha con cadenas a veces se desliza sobre
las vías férreas y otros nos afirmaron que no era raro que corriera por los
cables del telégrafo, produciendo un ruido infernal con las «cadenas». Nadie la
ha podido ver, pues cuando se la busca desaparece misteriosamente.
Ictiocentauros
Licofronte, Claudiano y el gramático bizantino
Juan Tzetzes han mencionado alguna vez los ictiocentauros;
otra referencia a ellos no hay en los textos clásicos. Podemos traducir ictiocentauros por centauro-peces; la
palabra se aplicó a seres que los mitólogos han llamado también
centauro-tritones. Su representación abunda en la escultura romana y
helenística. De la cintura arriba son hombres, de la cintura abajo son peces, y
tienen patas delanteras de caballo o de león. Su lugar está en el cortejo de
las divinidades marinas, junto a los hipocampos.
Los Seres térmicos
Al visionario y teósofo Rudolf Steiner le fue
revelado que este planeta, antes de ser la Tierra que conocemos, pasó por una
etapa solar, y antes por una etapa saturnina. El hombre, ahora, consta de un
cuerpo físico, de un cuerpo etéreo, de un cuerpo astral y de un yo; a
principios de la etapa o época saturnina, era un cuerpo físico, únicamente.
Este cuerpo no era visible ni siquiera tangible, ya que entonces no había en la
Tierra ni sólidos ni líquidos ni gases. Sólo había estados de calor, formas
térmicas. Los diversos colores definían en el espacio cósmico figuras regulares
e irregulares; cada hombre, cada ser, era un organismo hecho de temperaturas
cambiantes. Según el testimonio de Steiner, la humanidad de la época saturnina
fue un ciego y sordo e impalpable conjunto de calores y fríos articulados.
«Para el investigador, el calor no es otra cosa que una sustancia aún más sutil
que un gas», leemos en una página de la obra Die Geheimwissenschaft im Umriss (Bosquejo de las Ciencias
Ocultas). Antes de la etapa solar, espíritus del fuego o arcángeles animaron
los cuerpos de aquellos «hombres», que empezaron a brillar y a resplandecer.
¿Soñó estas cosas Rudolf Steiner? ¿Las soñó
porque alguna vez habían ocurrido, en el fondo del tiempo? Lo cierto es que son
harto más asombrosas que los demiurgos y serpientes y toros de otras
cosmogonías.
Demonios del Judaísmo
Entre el mundo de la carne y del espíritu, la
superstición judaica presuponía un orbe que habitaban ángeles y demonios. El
censo de su población excedía las posibilidades de la aritmética. Egipto,
Babilonia y Persia contribuyeron, a lo largo del tiempo, a la formación de ese
orbe fantástico. Acaso por influjo cristiano (sugiere Trachtenberg) la
demonología o ciencia de los demonios importó menos que la angelología o
ciencia de los ángeles.
Nombremos sin embargo, a Keteh Merirí, señor
del medio día y de los calurosos veranos. Unos niños que iban a la escuela se
encontraron con él; todos murieron salvo dos. Durante el siglo XIII la
demonología judaica se pobló de intrusos latinos, franceses y alemanes, que
acabaron por confundirse con los que registra el Talmud.
El Hijo de Leviatán
En aquel tiempo, había en un bosque sobre el
Ródano, entre Arles y Aviñón, un dragón, mitad bestia y mitad pez, mayor que un
buey y más largo que un caballo. Y tenía los dientes agudos como la espada, y
cuernos a ambos lados, y se ocultaba en el agua, y mataba a los forasteros y
ahogaba las naves. Y había venido por el mar de Galasia, y había sido
engendrado por Leviatán, cruelísima serpiente de agua, y por una bestia que se
llama Onagro, que engendra la región de Galasia...
La Légende Dorée, Lyon, 1518
El Nesnás
Entre los monstruos de la Tentación figuran los
nesnás, que «sólo tienen un ojo, una
mejilla, una mano, una pierna, medio cuerpo y medio corazón». Un comentador,
Jean- Claude Margolin, escribe que los ha forjado Flaubert, pero el primer
volumen de las Mil y Una Noches de
Lane (1839) los atribuye al comercio de los hombres con los demonios. El nesnás —así escribe Lane la palabra— es
la mitad de un ser humano; tiene media cabeza, medio cuerpo, un brazo y una
pierna; brinca con suma agilidad y habita en las soledades del Hadramaut y del
Yemen. Es capaz de lenguaje articulado; algunos tienen la cara en el pecho,
como los blemies, y cola semejante a
la de la oveja; su carne es dulce y muy buscada. Una variedad de nesnás con alas de murciélago abunda en
la isla de Ra'ij (acaso Borneo), en los confines de China; pero, añade el
incrédulo expositor, Alá sabe todo.
Los ángeles de
Swedenborg
Durante los últimos veinticinco años de su
estudiosa vida, el eminente hombre de ciencia y filósofo Emanuel Swedenborg
(16881772) fijó su residencia en Londres. Como los ingleses son taciturnos, dio
en el hábito cotidiano de conversar con demonios y ángeles. El Señor le
permitió visitar las regiones ultraterrenas y departir con sus habitantes.
Cristo había dicho que las almas, para entrar en el cielo, deben ser justas;
Swedenborg, añadió que deben ser inteligentes; Blake estipularía después que
fueran artísticas. Los ángeles de Swedenborg son las almas que han elegido el
cielo. Pueden prescindir de palabras; basta que un ángel piense en otro para
tenerlo junto a él. Dos personas que se han querido en la Tierra forman un solo
ángel. Su mundo está regido por el amor; cada ángel es un cielo. Su forma es la
de un ser humano perfecto; la del cielo lo es asimismo. Los ángeles pueden
mirar al Norte, al Sur, al Este o al Oeste; siempre verán a Dios cara a cara.
Son ante todo teólogos; su deleite mayor es la plegaria y la discusión de
problemas espirituales. Las cosas de la Tierra son símbolos de las cosas del
Cielo. El sol corresponde a la Divinidad. En el Cielo no existe el tiempo; las
apariencias de las cosas cambian según los estados de ánimo. Los trajes de los
ángeles resplandecen según su inteligencia. En el Cielo los ricos siguen siendo
más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza. En el Cielo,
los objetos, los muebles y las ciudades son más concretos y complejos que los
de nuestra tierra; los colores, más variados y vívidos. Los ángeles de origen
inglés propenden a la política; los judíos al comercio de alhajas; los alemanes
llevan libros que consultan antes de contestar. Como los musulmanes están
acostumbrados a la veneración de Mahoma, Dios los ha provisto de un ángel que
simula ser el Profeta. Los pobres de espíritu y los ascetas están excluidos de
los goces del Paraíso porque no los comprenderían.
Khumbaba
¿Cómo era el gigante Khumbaba, que guarda la
montaña de cedros de la despedazada epopeya babilónica Gilgamesh, quizá la más antigua del mundo? George Burckhardt ha
tratado de reconstruirlo (Gilgamesh,
Wiesbaden, 1952); he aquí, vertidas al español, sus palabras:
Enkidu derribó con el hacha uno de los cedros. ¿Quién ha penetrado en el bosque y ha
derribado un cedro?, dijo una enorme voz. Los héroes vieron acercarse a
Khumbaba. Tenía uñas de león, el cuerpo revestido de ásperas escamas de bronce,
en los pies las garras del buitre, en la frente los cuernos del toro salvaje,
la cola y el órgano de la generación concluían en cabeza de sierpe.
En el noveno canto de Gilgamesh, hombres-escorpiones -que de la cintura arriba suben al
cielo y de la cintura abajo se hunden en los infiernos- custodian, entre las
montañas, la puerta por la que sale el sol.
De doce partes, que corresponden a los doce
signos zodiacales, consta el poema.
Hochigan
Descartes refiere que los monos podrían hablar
si quisieran, pero que han resuelto guardar silencio, para que no los obliguen
a trabajar. Los bosquimanos de África del Sur creen que hubo un tiempo en que
todos los animales podían hablar. Hochigan aborrecía los animales; un día
desapareció, y se llevó consigo ese don.
Los Antílopes de Seis
Patas
De ocho patas dicen que está provisto (o
cargado) el caballo del dios Odín, Sleipnir, cuyo pelaje es gris y que anda por
la tierra, por el aire y por los infiernos; seis patas atribuye a los
primitivos antílopes un mito siberiano. Con semejante dotación era difícil, o
imposible, alcanzarlos; el cazador divino Tunk-poj fabricó unos patines
especiales con la madera de un árbol sagrado que crujía incesantemente y que
los ladridos de un perro le revelaron. También crujían los patines y corrían con
la velocidad de una flecha; para sujetar, o moderar, su carrera, hubo que
ponerles unas cuñas fabricadas con la leña de otro árbol mágico. Por todo el
firmamento persiguió Tunk-poj al antílope. Éste, rendido, se dejó caer a la
tierra y Tunk-poj le cortó las patas traseras.
—Los hombres —dijo— son cada día más pequeños y
débiles. Cómo van a poder cazar antílopes de seis patas, si yo mismo apenas lo
logro.
Desde aquel día, los antílopes son cuadrúpedos.
Los Eloi y los Morlocks
El héroe de la novela The Time Machine (La Máquina del Tiempo), que el joven Wells
publicó en 1895, viaja, mediante un artificio mecánico, a un porvenir remoto.
Descubre que el género humano se ha dividido en dos especies: los Eloi,
aristócratas delicados e inermes, que moran en ociosos jardines y se nutren de
fruta, y los Morlocks, estirpe subterránea de proletarios, que, a fuerza de
trabajar en la oscuridad han quedado ciegos y que siguen poniendo en
movimiento, urgidos por la simple rutina, máquinas herrumbradas y complejas que
no producen nada. Pozos con escaleras en espiral unen ambos mundos. En las
noches sin luna, los Morlocks surgen de su encierro y devoran a los Eloi.
El héroe logra huir al presente. Trae como
único trofeo una flor desconocida y marchita, que se hace polvo y que florecerá
al cabo de miles de siglos.
Baldanders
Baldanders (cuyo nombre podemos traducir por Ya diferente o Ya otro) fue sugerido al maestro zapatero Hans Sachs, de Nüremberg,
por aquel pasaje de la Odisea en que
Menelao persigue al dios egipcio Proteo, que se transforma en león, en
serpiente, en pantera, en un desmesurado jabalí, en un árbol y en agua. Hans
Sachs murió en 1576; al cabo de unos noventa años, Baldanders resurge en el
sexto libro de la novela fantástico-picaresca de Grimmelshausen, Simplicius Simplicissimus. En un bosque,
el protagonista da con una estatua de piedra, que le parece el ídolo de algún
viejo templo germánico. La toca y la estatua le dice que es Baldanders y toma
las formas de un hombre, de un roble, de una puerca, de un salchichón, de un
prado cubierto de trébol, de estiércol, de una flor, de una rama florida, de
una morera, de un tapiz de seda, de muchas otras cosas y seres, y luego,
nuevamente, de un hombre. Simula instruir a Simplicissimus en el arte «de
hablar con las cosas que por su naturaleza son mudas, tales como sillas y
bancos, ollas y jarros»; también se convierte en un secretario y escribe estas
palabras de la Revelación de San
Juan: Yo soy el principio y el fin,
que son la clave del documento cifrado en que le deja las instrucciones.
Baldanders agrega que su blasón (como el del Turco y con mejor derecho que el
Turco) es la inconstante luna. Baldanders es un monstruo sucesivo, un monstruo
en el tiempo; la carátula de la primera edición de la novela de Grimmelshausen
trae un grabado que representa un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre,
alas desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una pata de cabra y una garra
de buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los individuos de las
especies. En el cinto lleva una espada y en las manos un libro abierto, con las
figuras de una corona, de un velero, de una copa, de una torre, de una
criatura, de unos dados, de un gorro con cascabeles y un cañón.
Los Trolls
En Inglaterra las Valquirias quedaron relegadas
a las aldeas y degeneraron en brujas; en las naciones escandinavas los gigantes
de la antigua mitología, que habitaban en Jotunheim y guerreaban con el dios
Thor, han decaído en rústicos trolls. En la Cosmogonía que da principio a la
Edda Mayor, se lee que, el día del Crepúsculo de los Dioses, los gigantes
escalarán y romperán Bifrost, el arco iris, y destruirán el mundo, secundados
por un lobo y una serpiente; los trolls de la superstición popular son elfos
malignos y estúpidos, que moran en las cuevas de las montañas o en deleznables
chozas. Los más distinguidos están dotados de dos o tres cabezas.
El poema dramático Peer Gynt (1867) de Henrik Ibsen les asegura su fama. Ibsen imagina
que son, ante todo, nacionalistas; piensan, o tratan de pensar que el brebaje
atroz que fabrican es delicioso y que sus cuevas son alcázares. Para que Peer
Gynt no perciba la sordidez de su ámbito, le proponen arrancarle los ojos.
Las Hadas
Su nombre se vincula a la voz latina futuro (hado, destino). Intervienen
mágicamente en los sucesos de los hombres. Se ha dicho que las hadas son las
más numerosas, las más bellas y las más memorables de las divinidades menores.
No están limitadas a una sola región o a una sola época. Los antiguos griegos,
los esquimales y los pieles rojas narran historias de héroes que han logrado el
amor de esas fantásticas criaturas. Tales aventuras son peligrosas; el hada,
una vez satisfecha su pasión, puede dar muerte a sus amantes.
En Irlanda y en Escocia les atribuyen moradas
subterráneas, donde confinan a los niños y a los hombres que suelen secuestrar.
La gente cree que poseían las puntas de flechas neolíticas que exhuman en los
campos y a las que dotan de infalibles virtudes medicinales.
A las hadas les gusta el color verde, el canto
y la música. A fines del siglo XVII un eclesiástico escocés, el reverendo Kirk,
de Aberboyle, compiló un tratado que se titula La Secreta República de los Elfos, de las Hadas y de los Faunos. En
1815, Sir Walter Scott dio esa obra manuscrita a la imprenta. Del señor Kirk se
dice que lo arrebataron las hadas porque había revelado sus misterios. En los
mares de Italia el Hada Morgana urde espejismos para confundir y perder a los
navegantes.
Las Lamias
Según los clásicos latinos y griegos, las
lamias habitaban en África. De la cintura para arriba su forma era la de una
hermosa mujer; más abajo la de una sierpe. Algunos las definieron como
hechiceras; otros como monstruos malignos. La facultad de hablar les faltaba,
pero su silbido era melodioso. En los desiertos atraían a los viajeros, para
devorarlos después. Su remoto origen era divino; procedían de uno de los muchos
amores de Zeus. En aquella parte de su Anatomía
de la Melancolía (1621) que trata de la pasión del amor, Robert Burton
narra la historia de una lamia, que había asumido forma humana y que sedujo a
un joven filósofo «no menos agraciado que ella». Lo llevó a su palacio, que
estaba en la ciudad de Corinto.
Invitado a la boda, el mago Apolonio de Tyana
la llamó por su nombre; inmediatamente desaparecieron la lamia y el palacio.
Poco antes de su muerte, John Keats (1795-1821) se inspiró en el relato de
Burton para componer su poema.
Los Lemures
También les dieron el nombre de larvas. A
diferencia de los lares de la familia, que protegían a los suyos. Los lemures,
que eran las almas de los muertos malvados, erraban por el mundo, infundiendo
horror a los hombres. Imparcialmente torturaban a los impíos y a los justos. En
la Roma anterior a la fe de Cristo, celebraban fiestas en su honor, durante el
mes de mayo. Las fiestas se llamaban Lamurias. Fueron instituidas por Rómulo,
para apaciguar el alma de Remo, a quien había ejecutado. Una epidemia asoló a
Roma y el oráculo, consultado por Rómulo, aconsejó esas fiestas anuales que
duraban tres noches. Los templos de las otras divinidades se clausuraban y
estaban prohibidas las bodas. Era costumbre arrojar habas sobre las tumbas o
consumirlas por el fuego, porque el humo ahuyentaba a los lemures. También los
espantaban los tambores y las palabras mágicas. El curioso lector puede
interrogar Los Fastos de Ovidio.
Kuyata
Según un mito islámico, Kuyata es un gran toro
dotado de cuatro mil ojos, de cuatro mil orejas, de cuatro mil narices, de
cuatro mil bocas, de cuatro mil lenguas y de cuatro mil pies. Para trasladarse
de un ojo a otro o de una oreja a otra bastan 500 años. A Kuyata lo sostiene el
pez Bahamut; sobre el lomo del toro hay una roca de rubí, sobre la roca un
ángel y sobre el ángel nuestra Tierra.
Los Sátiros
Así los griegos los llamaron; en Roma les
dieron el nombre de faunos, de Panes y de silvanos. De la cintura para abajo
eran cabras; el cuerpo, los brazos y el rostro eran humanos y velludos. Tenían
cuernitos en la frente, orejas puntiagudas y la nariz encorvada. Eran lascivos
y borrachos. Acompañaron al dios Baco en su alegre conquista del Indostán.
Tendían emboscadas a las ninfas; los deleitaba la danza y tocaban diestramente
la flauta. Los campesinos los veneraban y les ofrecían las primicias de las
cosechas. También les sacrificaban corderos.
Un ejemplar de esas divinidades menores fue
apresado en una cueva de Tesalia por los legionarios de Sila, que lo trajeron a
su jefe. Emitía sonidos inarticulados y era tan repulsivo que Sila inmediatamente
ordenó que lo restituyeran a las montañas. El recuerdo de los sátiros influyó
en la imagen medieval de los diablos.
El Gallo Celestial
Según los chinos, el gallo celestial es un ave
de plumaje de oro, que canta tres veces al día. La primera, cuando el sol toma
su baño matinal en los confines del océano; la segunda, cuando el sol está en
el cenit; la última, cuando se hunde en el poniente. El primer canto sacude los
cielos y despierta a la humanidad. Es antepasado del yang, principio masculino del universo. Está provisto de tres patas
y anida en el árbol fu-sang cuya
altura se mide por centenares de millas y que crece en la región de la aurora.
La voz del gallo celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso. Pone huevos de
los que salen pichones con crestas rojas que contestan a su canto cada mañana.
Todos los gallos de la tierra descienden del gallo celestial que se llama
también el ave del alba.
El Pájaro Que Causa La
Lluvia
Además del dragón, los agricultores chinos
disponen del pájaro llamado shang yang para
obtener la lluvia. Tiene una sola pata; en épocas antiguas los niños saltaban
en un pie y fruncían las cejas afirmando: lloverá porque está retozando el shangyang. Se refiere, en efecto que
bebe el agua de los ríos y la deja caer sobre la tierra.
Un antiguo sabio lo domesticó y solía llevarlo
en la manga. Los historiadores registran que se paseó una vez ante el trono del
príncipe Ch’i, agitando las alas y dando brincos. El príncipe, alarmado, envió
a uno de sus ministros a la corte de Lu, para consultar a
Confucio. Éste predijo que el shang yang produciría inundaciones en la
región y en las comarcas adyacentes. Aconsejó la construcción de diques y
canales. El príncipe acató las admoniciones del maestro, y evitó así grandes
desastres.
La Liebre Lunar
En las manchas lunares, los ingleses creen descifrar
la forma de un hombre; dos o tres referencias al hombre de la luna, al man in the moon, hay en el Sueño de una Noche de Verano.
Shakespeare menciona su haz de espinas o maleza de espinas; ya alguno de los
versos finales del canto XX del Infierno
habla de Caín y de las espinas. El comentario de Tommaso Casini recuerda a este
propósito la fábula toscana en que el Señor dio a Caín la Luna por cárcel y lo
condenó a cargar un haz de espinas hasta el fin de los tiempos. Otros, en la
Luna, ven la sagrada familia, y así Lugones pudo escribir en su Lunario Sentimental:
Y está todo:
la Virgen con el niño; al flanco,
San José (algunos
tienen la buena fortuna
De
ver su vara); y el buen burrito blanco Trota que trota los campos de la Luna.
Los chinos, en cambio, hablan de la liebre
lunar. El Buddha, en una de sus vidas anteriores, padeció hambre; para
alimentarlo, una liebre se arrojó al fuego. El Buddha, como recompensa, envió
su alma a la Luna. Ahí, bajo una acacia, la liebre tritura en un mortero mágico
las drogas que integran el elixir de la inmortalidad. En el habla popular de
ciertas regiones, esta liebre se llama el
doctor, o liebre preciosa, o liebre de jade.
De la liebre común se cree que vive hasta los
mil años y que encanece al envejecer.
f i n
[1]
Provincia del Norte de Persia.
[2]
Ocho patas tiene, según la Edda Menor, el caballo de Odín.
[3] Análogamente, en la
Gramática de la Real Academia Española se lee: «Nos, sin embargo de ser plural por su naturaleza, suele juntarse
con nombres del número singular cuando de sí propias hablan personas
constituidas en dignidad; v. gr.: Nos, D.
Luis Belluga, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de
Cartagena».
[4]
Es la mayor de las maravillas de Dios, pero Dios, que lo hizo, lo destruirá.
[5]
Las voces en bastardilla no figuran en el original hebreo y han sido suplidas
por el traductor.
[6] Así es, parece, la versión
más antigua. Los años le agregaron la metáfora que hace de la vida del hombre
un solo día. Ahora se formula de esta manera: ¿Cuál es el animal que anda en
cuatro pies a la mañana, en dos al mediodía, y en tres a la tarde?
[7] Parejamente, Schopenhauer
escribe: «En la página 325 del primer tomo de su Zauberbibliothek (Biblioteca Mágica), Horst compendia así la
doctrina de la visionaria inglesa Jane Lead: Quien posee fuerza mágica, puede,
a su arbitrio, dominar y renovar el reino mineral, el reino vegetal y el reino
animal; bastaría, por consiguiente, que algunos magos se pusieran de acuerdo
para que toda la Creación retornara al estado paradisíaco.» (Sobre la Voluntad en la Naturaleza,
VII.)
[8]
Judah Loew ben Bezabel.
[9] Éstos recuerdan la
descripción del Esposo en el Cantar de los Cantares (5-10-11): Mi amado, blanco y bermejo...; su cabeza
como oro.
[10]
Cruzar grifos con caballos.
[11]
Empresas Políticas, 84.
[12] El título original de
este relato es Die Sorge des Hausvaters.
(«La Preocupación del Padre de Familia».)
[13] A la serie podemos
agregar un animal de tiro: el rápido jabalí Guillinbursti, cuyo nombre quiere
decir El de Cerdas de Oro, y que
también se llama Slidrugtanni (El de
Peligrosos Colmillos). «Esta obra viva de herrería —escribe el mitólogo
Paul Herrmann— salió de la fragua de los habilidosos enanos; éstos arrojaron al
fuego una piel de cerdo y sacaron un jabalí de oro, capaz de recorrer la
tierra, el agua y el aire. Por oscura que sea la noche, siempre hay bastante
claridad en el sitio en que esté el jabalí.» Guillinbursti tira del coche de
Freyr, dios escandinavo de la generación y de la fecundidad.
[14]
Véase el artículo El urobobo
[15]
Éste nos dice que el cuerno del rinoceronte, partido en dos, muestra la figura
de un hombre; Al-Qazwiní dice que la de un hombre a caballo, y otros hablan de
pájaros y de peces.
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