Malba Tahan
DEDICATORIA
A la memoria de los siete
grandes geómetras cristianos o agnósticos:
·
Descartes
·
Pascal
·
Newton
·
Leibniz
·
Euler
·
Lagrange
·
Comte
…(¡Alah
se compadezca de esos infieles!)
Y a la memoria del inolvidable
matemático, astrónomo y filósofo musulmán Abuchafar Moahmed Abenmusa
AL-KARISMI… (¡Alah lo tenga en su
gloria!) Y también a todos los que estudian, enseñan o admiran la
prodigiosa ciencia de las medidas, de las funciones, de los movimientos y de
las fuerzas.
Yo “el-hadj” cherif Alí Iezid Izzy-Edin Ibn Salin Hank,
MALBA TAHAN (creyente de Alah y de su
santo profeta Mahoma), dedico estas páginas, sin valor, de leyenda y
fantasía.
Bagdad, a 19 lunas de
Ramadán en 1321
CAPÍTULO
1
En el cual encuentro, durante una excursión,
un viajero singular.
Qué hacía el viajero y cuáles eran las palabras que pronunciaba.
Cierta vez volvía, al paso
lento de mi camello, por el camino de Bagdad, de una excursión a la famosa
ciudad de Samarra, en las márgenes del Tigris, cuando vi, sentado en una
piedra, a un viajero modestamente vestido, que parecía reposar de las fatigas
de algún viaje.
- Disponíame a dirigir al
desconocido el “zalam”1 trivial de los caminantes, cuando con gran
sorpresa le vi levantarse y pronunciar lentamente: - Un millón cuatrocientos
veintitrés mil, setecientos cuarenta y cinco.
Sentóse enseguida y quedó en
silencio, la cabeza apoyada en las manos, como si estuviera absorto en profunda
meditación.
Me paré a corta distancia y me
puse a observarle como lo habría hecho frente a un monumento histórico de
tiempos legendarios.
Momentos después se levantó,
nuevamente, el hombre, y, con voz clara y pausada, enunció otro número
igualmente fabuloso: - Dos millones, trescientos veintiún mil, ochocientos
sesenta y seis. Y así, varias veces, el extravagante viajero, puesto de pie,
decía un número de varios millones, sentándose en seguida en la tosca piedra
del camino.
Sin saber refrenar la
curiosidad que me aguijoneaba, me aproximé al desconocido, y después de
saludarlo en nombre de Alah (con Él
en la oración y en la gloria), le pregunté el significado de aquellos números
que sólo podrían figurar en proporciones gigantescas.
¡Forastero!, respondió el
“Hombre que calculaba”, no censuro la curiosidad que te llevó a perturbar la
marcha de mis cálculos y la serenidad de mis pensamientos. Y, ya que supiste
ser delicado al hablar y al pedir, voy a satisfacer tu deseo. Para eso
necesito, sin embargo, contarte la historia de mi vida. Y narróme lo siguiente:
CAPÍTULO 2
En el cual Beremís Samir, el “Hombre que calculaba”, cuenta
la historia de su vida.
Cómo fui informado de los prodigiosos
cálculos que realizaba y por qué nos hicimos compañeros de viaje.
Me llamo Beremís Samir y nací
en la pequeña aldea de Khoy, en Persia, a la sombra de la gran pirámide formada
por el monte Ararat.
Siendo muy joven todavía, me
empleé como pastor al servicio de un rico señor de Khamat3.
Todos los días, al salir el
Sol, llevaba el gran rebaño al campo, debiendo ponerlo al abrigo, al atardecer.
Por temor de extraviar alguna oveja y ser por tal negligencia castigado,
contábalas varias veces durante el día. Fui, así, adquiriendo, poco a poco, tal
habilidad para contar que, a veces, instantáneamente, calculaba sin error el
rebaño entero. No contento con eso, pasé a ejercitarme contando además los
pájaros cuando, en bandadas, volaban por el cielo. Volvíme habilísimo en ese
arte. Al cabo de algunos meses –gracias a nuevos y constantes ejercicios-,
contando hormigas y otros pequeños insectos, llegué a practicar la increíble
proeza de contar todas las abejas de un enjambre. Esa hazaña de calculista nada
valdría frente a las otras que más tarde practiqué. Mi generoso amo, que poseía,
en dos o tres oasis distantes, grandes plantaciones de dátiles, informado de
mis habilidades matemáticas, me encargó de dirigir su venta, contándolos yo uno
por uno en los cachos. Trabajé asía al pie de los datileros cerca de diez años.
Contento con las ganancias que obtuvo, mi bondadoso patrón acaba de concederme
algunos meses de descanso, y por eso voy ahora a Bagdad pues deseo visitar a
algunos parientes y admirar las bellas mezquitas y los suntuosos palacios de
esa bella ciudad. Y para no perder el tiempo, me ejército durante el viaje,
contando los árboles que dan sombra a la región, las flores que la perfuman y
los pájaros que vuelan en el cielo, entre las nubes.
Y señalando una vieja y grande
higuera que se erguía a poca distancia, prosiguió: - Aquel árbol, por ejemplo,
tiene doscientas ochenta y cuatro ramas. Sabiendo que cada rama tiene, término
medio, trescientas cuarenta y siete hojas, se deduce fácilmente que aquel árbol
tendrá un total de noventa y ocho mil quinientas cuarenta y ocho hojas. ¿Qué le
parece, amigo?
-
¡Qué maravilla! –exclamé atónito-. ¡Es
increíble que un hombre pueda contartodos los gajos de un árbol, y las flores
de un jardín! Tal habilidad puede proporcionar a cualquier persona un medio
seguro de ganar envidiables riquezas. - ¿Cómo es eso? –preguntó Beremís-,
¡Jamás pasó por mi imaginación que pudiera ganarse dinero contando los millones
de hojas de los árboles o los enjambres de abejas! ¿Quién podría interesarse
por el total de ramas de un árbol o por el número de pájaros que cruzan el
cielo durante el día?
-
Vuestra admirable habilidad – expliqué- podría
ser empleada en veinte mil casosdiferentes. En una gran capital como
Constantinopla, o aún en Bagdad, seríais útiles auxiliar para el Gobierno.
Podríais calcular poblaciones, ejércitos y rebaños. Fácil os sería evaluar las
riquezas del país, el valor de las colectas, los impuestos, las mercaderías y
todos los recursos del Estado. Yo os aseguro –por las relaciones que mantengo,
pues soy bagdalí4, que no os sería difícil obtener una posición
destacada junto al glorioso califa Al-Motacen (nuestro amo y señor). Podríais,
tal vez, ejercer el cargo de visir – tesorero o desempeñar las funciones de
Finanzas musulmanas5. - Si es así, joven – respondió el calculista-
no dudo más, y os acompaño hacia Bagdad.
Y sin más preámbulo, se
acomodó como pudo encima de mi camello (único que teníamos), rumbo a la ciudad
gloriosa.
De ahí en adelante, ligados
por ese encuentro casual en medio del agreste camino, nos hicimos compañeros y
amigos inseparables.
Beremís era de genio alegre y
comunicativo. Joven aún –pues no tendría veintiséis años-, estaba dotado de
gran inteligencia y notable aptitud para la ciencia de los números6.
Formulaba, a veces, sobre los
acontecimientos más banales de la vida, comparaciones inesperadas que denotaban
gran agudeza de espíritu y verdadero talento matemático. Beremís también sabía
contar historias y narrar episodios que ilustraban sus conversaciones, de por
sí atrayentes y curiosas.
A veces pasábase varias horas, en hosco silencio, meditando
sobre cálculos prodigiosos. En esas oportunidades me esforzaba por no
perturbarlo, quedándome quieto, a fin de que pudiera hacer, con los recursos de
su memoria privilegiada, nuevos descubrimientos en los misteriosos arcanos de
la Matemática, ciencia que los árabes tanto cultivaron y engrandecieron.
CAPÍTULO 3
Singular aventura
acerca de 35 camellos que debían ser repartidos entre tres árabes. Beremís
Samir efectúa una división que parecía imposible, conformando plenamente a los
tres querellantes.
La ganancia inesperada que obtuvimos con la transacción.
Hacía pocas horas que
viajábamos sin interrupción, cuando nos ocurrió una aventura digna de ser
referida, en la cual mi compañero Beremís puso en práctica, con gran talento,
sus habilidades de eximio algebrista.
Encontramos, cerca de una
antigua posada medio abandonada, tres hombres que discutían acaloradamente al
lado de un lote de camellos.
Furiosos se gritaban
improperios y deseaban plagas:
- ¡No
puede ser!
- ¡Esto
es un robo!
- ¡No
acepto!
El inteligente Beremís trató
de informarse de que se trataba.
- Somos
hermanos –dijo el más viejo- y recibimos, como herencia, esos 35 camellos.
Según la expresa voluntad de nuestro padre, debo yo recibir la mitad, mi
hermano Hamed Namir una tercera parte, y Harim, el más joven, una novena parte.
No sabemos sin embargo, como dividir de esa manera 35 camellos, y a cada
división que uno propone protestan los otros dos, pues la mitad de 35 es 17 y
medio. ¿Cómo hallar la tercera parte y la novena parte de 35, si tampoco son exactas
las divisiones?
- Es muy
simple –respondió el “Hombre que calculaba”-. Me encargaré de hacer conjusticia
esa división si me permitís que junte a los 35 camellos de la herencia, este
hermoso animal que hasta aquí nos trajo en buena hora.
Traté en ese momento de
intervenir en la conversación:
- ¡No
puedo consentir semejante locura! ¿Cómo podríamos dar término a nuestroviaje si
nos quedáramos sin nuestro camello?
- No te
preocupes del resultado “bagdalí” –replicó en voz baja Beremís-. Sé muybien lo
que estoy haciendo. Dame tu camello y verás, al fin, a que conclusión quiero
llegar.
Fue tal la fe y la seguridad
con que me habló, que no dudé más y le entregué mi hermoso “jamal”7,
que inmediatamente juntó con los 35 camellos que allí estaban para ser
repartidos entre los tres herederos.
- Voy,
amigos míos –dijo dirigiéndose a los tres hermanos- a hacer una divisiónexacta
de los camellos, que ahora son 36.
Y volviéndose al más viejo de
los hermanos, así le habló:
-
Debías recibir, amigo mío, la mitad de 35, o
sea 17 y medio. Recibirás en cambiola mitad de 36, o sea, 18. Nada tienes que
reclamar, pues es bien claro que sales ganando con esta división.
Dirigiéndose al segundo
heredero continuó:
-
Tú, Hamed Namir, debías recibir un tercio de
35, o sea, 11 camellos y pico. Vas arecibir un tercio de 36, o sea 12. No
podrás protestar, porque también es evidente que ganas en el cambio.
Y dijo, por fin, al más joven:
-
A ti, joven Harim Namir, que según voluntad de
tu padre debías recibir unanovena parte de 35, o sea, 3 camellos y parte de
otro, te daré una novena parte de 36, es decir, 4, y tu ganancia será también
evidente, por lo cual sólo te resta agradecerme el resultado.
Luego continuó diciendo:
-
Por esta ventajosa división que ha favorecido a
todos vosotros, tocarán 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero,
lo que da un resultado (18 + 12 + 4) de 34 camellos. De los 36 camellos sobran,
por lo tanto, dos. Uno pertenece, como saben, a mi amigo el “bagdalí” y el otro
me toca a mí, por derecho, y por haber resuelto a satisfacción de todos, el
difícil problema de la herencia8.
-
¡Sois inteligente, extranjero! –exclamó el más
viejo de los tres hermanos-.
Aceptamos vuestro reparto en
la seguridad de que fue hecho con justicia y equidad. El astuto beremís –el
“Hombre que calculaba”- tomó luego posesión de uno de los más hermosos
“jamales” del grupo y me dijo, entregándome por la rienda el animal que me
pertenecía:
-
Podrás ahora, amigo, continuar tu viaje en tu
manso y seguro camello. Tengo ahora yo, uno solamente para mí.
Y continuamos nuestra jornada
hacia Bagdad.
CAPÍTULO 4
En el cual
encontramos un rico sheik, casi muerto de hambre en el desierto. La propuesta
que nos hizo sobre los ocho panes que teníamos y como se resolvió, de manera
imprevista, el pago con ocho monedas. Las tres divisiones de Beremís: la
división simple, la división exacta y la división perfecta. Elogio que un
ilustre visir dirigió al “Hombre que calculaba”.
Tres días después, nos aproximábamos
a una pequeña aldea –llamada Lazakka cuando encontramos, caído en el camino, a
un pobre viajero herido.
Socorrímosle y de su labios
oímos el relato de su aventura.
Llamábase Salem Nasair, y era
uno de los más ricos negociantes de Bagdad. Al regresar, pocos días antes, de
Basora, con una gran caravana, fue atacado por una turba de persas, nómades del
desierto. La caravana fue saqueada, pereciendo casi todos sus componentes a
manos de los beduinos. Sólo se había salvado él, que era el jefe, ocultándose
en la arena, entre los cadáveres de sus esclavos. Al terminar el relato de sus
desgracias, nos preguntó con voz angustiosa:
- ¿Tenéis,
por casualidad, musulmanes, alguna cosa para comer? ¡Estoy casi muriéndome de
hambre!
- Tengo
solamente tres panes –respondí.
- Yo
traigo cinco –afirmó a mi lado el “Hombre que calculaba”.
- Pues
bien –sugirió el sheik9-; juntemos esos panes y hagamos una sociedad
única. Cuando lleguemos a Bagdad os prometo pagar con ocho monedas de oro el
pan que coma.
Así hicimos, y al día
siguiente, al caer la tarde, entramos en la célebre ciudad de Bagdad, la perla
de Oriente.
Al atravesar una hermosa plaza, nos enfrentamos
con un gran cortejo. Al frente marchaba, en brioso alazán, el poderoso Ibraim
Maluf, uno de los visires10 del califa en Bagdad.
Al ver el visir a sheik Salem
Nasair en nuestra compañía, gritó, haciendo parar su poderosa escolta, y le
preguntó:
- ¿Qué
te ha pasado, amigo mío? ¿Por qué te veo llegar a Bagdad sucio y harapiento, en
compañía de dos hombres que no conozco?
El desventurado sheik narró,
minuciosamente, al poderoso ministro todo lo que le ocurriera en el camino,
haciendo los mayores elogios respecto de nosotros.
- Paga
sin pérdida de tiempo a esos dos forasteros, ordenó el visir.
Y sacando de su bolsa 8
monedas de oro las entregó a Salem Nasair, insistiendo: - Quiero llevarte ahora
mismo al palacio, pues el Comendador de los Creyentes desea, con seguridad, ser
informado de esta nueva afrenta que lo beduinos practicaran, al matar a
nuestros amigos saqueando caravanas dentro de nuestras fronteras.
- Voy a dejaros, amigos míos
-; dijo Nasair- más, antes deseo agradeceros el gran servicio que me habéis
prestado. Y para cumplir la palabra, os pagaré el pan que tan generosamente me
dierais.
Y dirigiéndose al “Hombre que
calculaba” le dijo:
- Por tus cinco panes te daré
cinco monedas.
Y volviéndose hacia mí,
concluyó:
- Y a
ti, “bagdalí”, te daré por los tres panes tres monedas.
Con gran sorpresa nuestra, el
“Calculista” objetó, respetuosamente:
- ¡Perdón,
oh sheik! La división hecha de ese modo será muy sencilla, mas no es matemáticamente
exacta. Si yo di 5 panes, debo recibir 7 monedas; y mi compañero, “el Bagdad”
que dio tres panes, solamente debe recibir una moneda. - ¡Por el nombre de
Mahoma!11 –dijo el visir Ibraim, interesado vivamente por el caso-.
¿Cómo justificas, extranjero, tan disparatada forma de pagar 8 panes con 8
monedas? Si contribuiste con 5 panes, ¿por qué exiges 7 monedas? Y si tu amigo
contribuyó con 3 panes, ¿por qué afirmas que debe recibir únicamente una
moneda?
El “Hombre que calculaba” se aproximó al
poderoso ministro y así le habló: - Voy a probaros que la división de las monedas
hecha en la forma propuesta por mí, es más justa y más exacta.
Cuando, durante el viaje,
teníamos hambre, sacaba un pan de la caja y lo partía en tres trozos, uno para
cada uno de nosotros. Todos los panes que eran 8, fueron divididos, pues, en la
misma forma. Es evidente, por lo tanto, que si yo tenía 5 panes, di 15 pedazos;
si mi compañero tenía 3 panes, dio 9 pedazos. Hubo, así, un total de 24
pedazos, de los cuales cada uno de nosotros comió 8. Ahora bien; si de mis 15
pedazos comí 8, di, en realidad, 7; y mi compañero, que tenía 9 pedazos, al
comerse 8, solo dio 1. Los 7 que di yo y el que suministró “el bagdalí”
formaron los 8 que comiera el sheik Salem Nasair. Por consiguiente, es justo
que yo reciba 7 monedas y mi compañero 1.
El gran visir, después de
hacer los mayores elogios al “Hombre que calculaba”, ordenó que le fueran
entregadas las 7 monedas, pues a mí sólo me tocaba, por derecho, 1. La
demostración lógica y perfecta presentada por el matemático no admitía duda.
- Esa
división – replicó entonces el “Calculista”- es matemáticamente exacta, pero a los
ojos de Dios no es perfecta.
Y tomando las ocho monedas en
la mano las dividió en dos partes iguales. Dióme una de ellas y se guardó la
otra.
- Ese hombre es extraordinario
–exclamó el visir-. No aceptó la división propuesta de las ocho monedas en dos
partes de 5 y 3, en la que salía favorecido; demostró tener derecho a 7 y su
compañero a 1, acabando por dividir las 8 monedas en dos partes iguales, que
repartió con su amigo.
Y añadió con entusiasmo:
-
¡Mac Alah!12
Ese joven, además de parecerme un sabio habilísimo en los cálculos de
Aritmética, es bueno como amigo y generoso como compañero. Tómolo ahora mismo
como secretario mío.
-
Poderoso visir –le dijo el “Hombre que
calculaba”-, veo que acabáis de hacer, con29 palabras y un total de 145 letras,
el mayor elogio que oí en mi vida, y yo, para agradecéroslo, me veo en la
obligación de emplear 58 palabras en las cuales figuran nada menos que 290
letras, el doble de las vuestras13, precisamente. ¡Que Alah os
bendiga y proteja!
Con estas palabras el “Hombre
que calculaba” nos dejó a todos maravillados de su argucia e invencible talento
de calculista.
CAPÍTULO 5
En el cual nos
dirigimos a una posada. Palabras calculadas por minuto. Beremís resuelve un
problema y determina la deuda de un joyero. Los médicos del rey Artajerjes y la
Aritmética.
Después de abandonar la
compañía del sheik Nasair y del visir Maluf, nos encaminamos hacia una pequeña
posad denominada “Patito Dorado”, en
los alrededores de la Mezquita de Solimán.
Allí vendimos nuestros
camellos a un chamir14 de
mi confianza, que vivía cerca.
En el camino dije a Beremís:
- Ya
veis, amigo, tuve razón cuando afirmé que un calculista hábil hallaría con facilidad
un buen empleo en Bagdad. No bien llegasteis, fuisteis invitado a ejercer el
cargo de secretario de un visir. Ahora no necesitaréis más volver a la árida y
triste aldea de Khoy.
- Aunque
aquí prospere me contestó el “Calculista”-, aunque me enriquezca, volveré, con
el tiempo a Persia, para ver mi tierra natal. Es ingrato aquel que olvida su
patria y los amigos de la infancia., cuando tiene la felicidad de encontrar en
su vida un oasis de prosperidad y fortuna. Y añadió:
- Viajamos
juntos hasta este momento, exactamente ocho días. Durante ese tiempo, para
aclarar dudas e indagar sobre cosas que me interesaban, pronuncié exactamente
414.720 palabras. Ahora bien; como en 8 días hay 11.520 minutos, saco en
conclusión que durante nuestro viaje pronuncié, término medio, 36 palabras por
minuto, o sea 2.160 por hora. Estos números demuestran que hablé poco, fui
discreto y no ocupé tu tiempo haciéndote escuchar discursos engorrosos y
estériles. Un hombre taciturno, excesivamente callado, se vuelve desagradable, más
los que hablan sin parar irritan y fastidian a sus oyentes. Debemos, pues,
evitar las palabras inútiles, sin caer en el laconismo, que es incompatible con
la delicadeza.
- Había
una vez en Teherán, Persia, un viejo mercader que tenía tres hijos. Un día el
mercader los llamó y les dijo: “Aquel de vosotros que pase el día sin decir
palabras inútiles recibirá un premio de 23 dracmas15”. Al caer la
noche, los tres hijos se presentaron al anciano. El primero dijo: “Evité hoy,
padre mío, todas las palabras inútiles. Espero, por tanto, merecer, según
vuestra promesa, el premio estipulado, premio de 23 dracmas, como sin duda
recordareis.” El segundo se aproximó al anciano, le besó las manos y se limitó
a decir: “Buenas noches, padre mío.” El más joven, en fin, se aproximó al
anciano y sin decir palabra extendió la mano para recibir el premio. El
mercader, al observar la actitud de los tres muchachos, les habló así:
“Fatigóme el primero, al llegar a mi presencia, con varias palabras inútiles.
El tercero se mostró demasiado lacónico. El premio corresponde, pues, al
segundo, que en su conversación fue discreto y sin afectación.” Al terminar,
Beremís me preguntó:
- ¿No te
parece que el viejo mercader falló con justicia al juzgar a sus tres hijos? No
le respondí. Me pareció mejor no discutir el caso de los veintitrés dracmas con
aquel hombre prodigioso que calculaba medidas y resolvía problemas, reduciendo
todo a números.
Momentos después llegábamos al
“Patito Dorado”.
El dueño de la posada se
llamaba Salim y había sido empleado de mi padre. Al verme, gritó sonriente:
- ¡Alah
sea contigo, mi señor!16 Aguardo tus órdenes ahora y siempre.
Díjele entonces que necesitaba
una habitación para mí y para mi amigo Beremís Samir, el calculista, secretario
del visir Maluf.
- ¿Ese
hombre es un calculista? -exclamó el viejo Salim-. Sí así es, llegó en un momento
oportuno para sacarme de un apuro. Acabo de tener una seria divergencia con un
joyero. Discutimos largo rato, y de nuestra discusión ha resultado, al final,
un problema que no sabemos resolver.
Al saber que un calculista
había llegado a la posada, varias personas se aproximaron, curiosas. El
vendedor de joyas fue llamado, y declaró estar interesadísimo en la resolución
de ese problema.
- ¿Cuál
es el origen de la duda? –preguntó Beremís.
El viejo Salim contestó:
- Ese
hombre, y señaló al joyero, vino desde Siria a vender joyas en Bagdad, prometiéndome
pagar por el hospedaje veinte dracmas si vendía las joyas por 100 dracmas,
pagando 35 si las vendía por 200.
Proporción que planteó el mercader de
joyas:
200 : 35 = 140 : X
El valor de X es 24,5
Al cabo de varios días de ir y
venir de aquí para allá, vendió todo en 140 dracmas. ¿Cuánto debe pagar, en
consecuencia, ateniéndose a lo convenido, por concepto de hospedaje?
- Debo
pagar apenas 24 dracmas y medio –replicó el mercader sirio-. Si vendiendo a 200
pagaría 35, vendiendo a 140 debo pagar 24 y medio.
- Está
equivocado –replicó irritado el viejo Salim-. Por mis cálculos son 28. Vea usted:
si por 100 debía pagar 20, por 140 debo recibir 28.
Proporción que planteó el dueño de la
hospedería:
100 : 20 = 140 : X
El valor de X es 28
- Calma,
mis amigos –interrumpió el calculista- es preciso encarar las dudas con serenidad
y bondad. La precipitación conduce al error y a la discordia. Los resultados
que los señores indican están equivocados, según voy a demostrarlo:
Y aclaró el caso del siguiente
modo:
- De acuerdo con la
combinación hecha, el sirio pagaría 20 dracmas si vendiese las joyas por 100, y
se vería obligado a pagar 35 si las vendiese en 200.
Tenemos así:
Precio de venta Precio hospedaje
200 35
100 20
Diferencia: 100 15
Observen que a una diferencia
de 100 en el precio de venta, corresponde una diferencia de 15 en el precio del
hospedaje. ¿Está claro esto?
- Claro
como leche de camello –asintieron ambos.
- Ahora
–prosiguió el calculista-, si un acrecentamiento de 100 en la venta produce un
aumento de 15 en el hospedaje, un acrecentamiento de 40 (que es los dos quintos
de 100) debe producir un aumento de 6 (que es los dos quintos de 15) a favor
del posadero. El pago que corresponde a los 140 dracmas es, pues, 20 más 6, o
sea, 26.
Proporción que planteó el calculista:
200 : 15 = 40 : X
El valor de X es 6
Dirigiéndose entonces al
joyero sirio, así le habló:
- Mi
amigo. Los números, a pesar de su simplicidad aparente, no es raro que engañen,
aun al más capaz. Las proporciones, que nos parecen perfectas, nos conducen, a
veces, a error. De la incertidumbre de los cálculos es que resulta indiscutible
el prestigio de la Matemática. De los términos del problema resulta que el
señor deberá pagar a hotelero 26 dracmas y no 24 y medio, como al principio
sostenía. Hay todavía una pequeña diferencia que no merece ser considerada y
cuya magnitud no puedo expresar numéricamente, por carecer de recursos.17
- El
señor tiene razón –asintió el joyero-. Reconozco que mi cálculo estaba equivocado.
Y sin dudar, sacó de su bolsa
26 dracmas y los entregó al viejo Salim, ofreciendo como presente al talentoso
Beremís un hermoso anillo de oro con dos piedras oscuras, acompañando el
obsequio con expresiones afectuosas.
Todos los que se hallaban en
la posada admiraron la sagacidad del nuevo calculista, cuya fama, día a día,
ganaría a grandes pasos la “almenara”18 del triunfo.
Momentos después, cuando nos
encontrábamos a solas, interrogué a Beremís sobre el sentido exacto de una de
sus afirmaciones: “De la incertidumbre de los cálculos es que resulta
indiscutible el prestigio de la Matemática”.
El “Hombre que calculaba” me
aclaró el concepto:
- Si los cálculos no
estuvieran sujetos a dudas y contradicciones, la Matemática sería, al final, de
una simplicidad insípida, tibia, apagada, sin interés alguno. No habría
raciocinio, ni sofismas, ni artificios; la teoría más interesante desaparecería
entre las nebulosidades de las nociones inútiles. Presentándose, sin embargo,
aún en las fórmulas más perfectas y rígidas, las dudas, incertidumbres y
contradicciones, el matemático toma del carcaj de su inteligencia, sus armas y
se apresta a combatir. Donde el ignorante ve incertidumbre y contradicciones, el
geómetra demuestra que existe firmeza y armonía. El rey Artajerjes preguntó,
cierta vez, a Hipócrates de Cos, médico famoso, como debía proceder para
combatir de modo eficiente las epidemias que diezmaban al ejército persa.
Hipócrates respondió: “Obligad a todo vuestro cuerpo médico a estudiar
Aritmética. Al practicar el estudio de los números y las figuras, los doctores
aprenderán a razonar, desenvolviendo sus facultades de inteligencia, y aquel
que razona con eficacia es capaz de hallar los medios seguros para combatir
cualquier epidemia.”
CAPÍTULO 6
En el
cual vamos al palacio del visir Maluf. Encontramos al poeta Iezid, que no
reconoce los prodigios del cálculo. “El hombre que calculaba” cuenta, en forma
original, una caravana numerosa. La edad de la novia y un camello sin oreja.
Beremís descubre la “amistad cuadrática” y
habla del rey Salomón.
Después de la segunda oración19,
salimos de la posada y nos dirigimos hacia la residencia del visir Ibraim
Maluf.
Al entrar en la hermosa morada
del visir, el calculista quedó encantado.
Era una casa principesca, de
puro estilo árabe, con un pequeño jardín sombreado por filas paralelas de
naranjos y limoneros. Del jardín se pasaba a un patio interior por una estrecha
puerta y un corredor que tenía apenas el ancho de un hombre normal. En el fondo
del patio erguíanse doce columnas blancas, unidas por otros tantos arcos en
forma de herradura, que sostenían, a la altura del primer piso, una galería con
baranda de madera. El piso del patio, de la galería y de las habitaciones
estaba embaldosado con espléndidos mosaicos de cuadritos esmaltados, de
variados colores; los arcos lucían arabescos y pinturas sugestivas; la
balaustrada tenía labrados de motivos delicados; todo estaba diseñado con una
armonía y una gracia digna de los arquitectos de la Alhambra.
Había en el medio del patio
una fuente y, más adelante, otra, revestidas de mosaico con rosas y estrellas y
en ella tres surtidores. Del medio de cada arco colgaba una lámpara morisca.
Todo era allí, fastuoso y señorial. Una de las alas del edificio, que se extendía
a lo largo del jardín, tenía también un frente formado por tres arcos, ante los
que susurraba una tercera fuente. En las salas principales, ricos tapices de
oro lucían, suspendidos de las paredes.
Ante el gran ministro nos
condujo un esclavo negro. Lo encontramos reclinado en grandes almohadones,
hablando con dos de sus amigos.
Uno de ellos era el sheik
Salem Nasair, nuestro compañero de aventuras en el desierto; el otro era un
hombre bajo, de fisonomía bondadosa, de rostro redondo y barba ligeramente
grisácea. Vestía con esmerado gusto y lucía en el pecho, una medalla de oro de
forma rectangular, que tenía una cara del color del oro y otra obscura como
bronce.
Nos recibió el visir Maluf con
demostraciones de viva simpatía, y dirigiéndose al hombre de la medalla, le
dijo sonriente:
- Aquí
está, caro Iezid, nuestro gran matemático. El joven que lo acompaña es un “bagdalí”
que lo descubrió por casualidad cuando viajaba por los caminos de Alah.
Dirigimos un respetuoso “zalam” al noble jefe. Más tarde supimos que se trataba
de un poeta brillante –Iezid Abul -Hamid-, amigo y confidente del califa
Al-Motacen.
La singular medalla la había
recibido de sus manos como premio, por haber escrito un poema de treinta mil
doscientos versos sin emplear una sola vez, las letras “kaf”, “lam” y “ayu”20.
-
Amigo Maluf –dijo el poeta Iezid-, cuéstame
creer las hazañas prodigiosas llevadas a cabo por este calculista persa. Cuando
se combinan los números, aparecen, también, los artificios del cálculo y las
mistificaciones algebraicas. Presentóse cierta vez un mago, que afirmaba poder
leer el destino de los hombres en la arena, al rey El-Harit, hijo de Modad.
–“¿Hace usted cálculos?”, le preguntó el rey. Y antes de que el mago saliese de
su asombro, continuó: “Si no hace cálculos, sus predicciones nada valen; más si
las obtiene por los cálculos, dudo de ellas.” Aprendí en la India un proverbio
que dice: “Es preciso desconfiar siete veces del cálculo y cien del
calculista.”
-
Para poner fin a esas de desconfianzas –sugirió
el visir- vamos a someter a nuestro huésped a una prueba decisiva.
Y diciendo así se levantó de
los almohadones y nos condujo a una de las ventanas del palacio.
Daba esa ventana para un gran
patio que, en ese momento, estaba lleno de camellos.
Eran todos muy hermosos,
pareciendo de buena raza; distinguí entre ellos dos o tres blancos, de
Mongolia, y varios “carehs”, de pelo claro.
- Es esa
–dijo el visir- una hermosa partida de camellos que he comprado y que pienso
enviar como dote al padre de mi novia. Di, sin error, cuántos son.
El visir, para hacer más
interesante la prueba, dijo en secreto a su amigo Iezid, el número total de
animales.
Quiero ahora –prosiguió,
volviéndose a Beremís- que nuestro calculista nos diga cuántos camellos hay en
el patio, delante de nosotros.
Esperé aprensivo el resultado.
Los camellos eran muchos y se confundían en medio de la agitación en que se
hallaban. Si mi amigo, en un descuido, errase el cálculo, terminaría nuestra
visita, en consecuencia, con el más grande de los fracasos.
Después de dar un vistazo a
todos los camellos, el inteligente Beremís dijo:
- Señor
visir: creo que se encuentran ahora en el patio, 257 camellos.
- Es
verdad –confirmó el visir-: ha acertado. El total es ese, precisamente: 257. -
¿Cómo llegó al resultado con tanta rapidez y precisión? –preguntó con
grandísima curiosidad el poeta Iezid.
- Muy
simplemente –explicó Beremís-. Contar los camellos uno por uno, sería, a mi modo
de ver, tarea sin importancia, una bagatela. Para hacer más interesante el
problema, procedí de la siguiente manera: conté primero todas las patas y
después todas las orejas, hallando de ese modo un total de 1.541. A ese
resultado sumé una unidad y dividí por 6. Hecha esa división, hallé como
cociente exacto, 257. - ¡Por el nombre del profeta! –exclamó el visir-. Todo
esto es originalísimo, admirable. ¡Quién iba a imaginar que este calculista,
para hacer más interesante el problema, fuese capaz de contar todas las patas y
orejas de 257 camellos! ¡Por la gloria de Mahoma!
- Debo
decir, señor ministro –retrucó Beremís-, que los cálculos se vuelven a veces complicados
y difíciles como consecuencia de un descuido o de la falta de habilidad del
propio calculista. Cierta vez en Khói, en Persia, cuando vigilaba el rebaño de
mi amo, pasó por el cielo una bandada de mariposas. “Preguntóme, a mi lado, un
pastor, si podía contarlas.” “Son ochocientas cincuenta y seis” –respondí.
“¡Ochocientas cincuenta y seis!” respondió mi compañero, como si hubiese exagerado
el total. –Fue entonces que noté que por descuido había contado, no las
mariposas, sino sus alas. Después de dividir por 2, le dije el resultado
verdadero. Al oír el relato de ese caso, lanzó el visir estrepitosa carcajada,
que sonó en mis oídos como si fuera una música deliciosa.
- Hay,
sin embargo –insistió muy serio el poeta Iezid- una particularidad que escapa a
mi raciocinio. Dividir por 6 es aceptable, ya que cada camello tiene 4 patas y
2 orejas, cuya suma (4+2) es igual a 621. No obstante, no comprendo
por qué razón antes de dividir sumó una unidad al total.
- Nada
más simple –respondió Beremís-. Al contar las orejas noté que uno de los camellos
era defectuoso (sólo tenía una oreja). Para que la cuenta fuese exacta era,
pues, necesario aumentar uno al total obtenido.
Y volviéndose hacia el visir,
preguntó:
- ¿Sería
indiscreción o imprudencia de mi parte preguntaros, señor, cuál es la edad de
aquella que tiene la ventura de ser vuestra novia?
- De
ningún modo –respondió sonriente el ministro-. Asir tiene 16 años.
Y añadió, subrayando las
palabras con un ligero tono de desconfianza:
- Pero
no veo relación alguna, señor calculista, entre la edad de mi novia y los camellos
que voy a ofrecer como presente a mi futuro suegro.
-
Deseo apenas –refutó Beremís- haceros una pequeña
sugestión. Si retiraseis del conjunto, el camello defectuoso (sin oreja), el
total sería 256. Ahora bien: 256 es el cuadrado de 16, o sea, 16 veces 16. El
presente ofrecido al padre de la encantadora Asir tomará, de ese modo, alto
significado matemático. El número de camellos que forman la dote será igual al
cuadrado de la edad de la novia. Además el número 256 es potencia exacta del
número 2 (que para los antiguos era número simbólico), mientras que 257 es
primo22. Esas relaciones entre los números cuadrados son buen
augurio para los enamorados. Cuéntase que el rey Salomón, para asegurar la base
de su felicidad, dio a la reina de Saba –la famosa Balkis- una caja con 529
perlas. Es precisamente 529 el cuadrado de 23, que era la edad de la reina. El
número 526 presenta, no obstante, gran ventaja sobre el 529. Si sumamos los
guarismos de 256 obtenemos 13, que elevado al cuadrado da 169; la suma de las
cifras de ese número es 16, cuyo cuadrado nos reproduce precisamente, 256. Por
ese motivo los calculistas llaman reversible al número 256. Existe, pues, entre
los números 13 y 16 curiosa relación, que podría ser llamada “amistad
cuadrática”. Realmente, si los números hablasen podríamos oír la siguiente
conversación: El dieciséis diría al trece:
“Quiero
ofrecerte mi homenaje, amigo.
Mi
cuadrado es 256, cuya suma de guarismos es 13.” Y el
trece respondería:
“Agradezco
tu bondad y quiero retribuirla en la misma forma. Mi cuadrado es 169, cuya suma
de guarismos es 16.”
El calculista agregó:
-
Creo haber justificado plenamente la
preferencia que debe ser otorgada al número256, que excede en propiedades al
257.
-
Su idea es bastante curiosa – acordó
prontamente el visir- y voy a adoptarla, aunque caiga sobre mí la acusación de
plagiario, del rey Salomón.
Y dirigiéndose al poeta Iezid,
concluyó:
-
Veo que la inteligencia de este calculista no
es menos que su habilidad parades cubrir analogías e inventar leyendas. Estuve
muy acertado en el momento en que decidí ofrecerle ser mi secretario.
-
Siento decirle, ilustre mirza23
–replicó Beremís- que sólo podría aceptar vuestra honrosa invitación si aquí
hubiera lugar para mi buen amigo Hank-Tad-Madya –el “bagdalí”-, que se
encuentra en estos momentos sin recursos y sin empleo. Quedé encantado con la
delicadeza del calculista, que procuraba, de esa manera, atraer sobre mí la
valiosa protección del poderoso visir.
-
Es muy justo su pedido –dijo
condescendientemente el ministro-, y su compañero Hank-Tad-Madya se quedará
también aquí, ejerciendo las funciones de escribiente, como ya lo he ordenado.
Acepté, sin dudar, la
propuesta, expresando después al visir y también al bondadoso Beremís mi
reconocimiento.
CAPÍTULO 7
En el
cual vamos a la calle de los mercaderes. Beremís y el turbante azul. El caso de
los cuatro cuatros. El problema del mercader sirio. Beremís explica todo y es generosamente
recompensado. Historia de la “prueba real” del rey de Yemen.
Algunos días después,
terminados los trabajos que diariamente hacíamos en el palacio del visir,
fuimos a pasear por el suque24
de los mercaderes.
Aquella tarde, la ciudad
presentaba un aspecto febril, fuera de lo común. Era que por la mañana habían llegado
dos grandes caravanas de Damasco.
Los bazares aparecían llenos
de gente; los patios de los almacenes estaban atestados de mercaderías; los
fieles rezaban en las puertas de las mezquitas. Por todas las calles se veían
los turbantes blancos de los forasteros, y no eran solo los turbantes los que
nos parecían blancos, sino que todo se nos presentaba de ese color; daba la
impresión de que la gente caminara en puntas de pies. Todo estaba impregnado de
un fuerte aroma de áloe, de especias, de incienso, de mirra; parecía que se
anduviera por una inmensa droguería.
Los vendedores pregonaban sus
mercaderías, aumentando su valor con elogios exagerados, para los que es tan
fértil la imaginación árabe.
- ¡Este
rico tejido, es digno del profeta!
- Amigo.
¡Es un delicioso perfume, que aumentará el cariño de vuestra esposa! - Reparad,
oh sheik, en estas chinelas y en este lindo “cafetán”25 que los
dijins26 recomiendan a los ángeles.
Se interesó Beremís por un
elegante y armonioso turbante azul claro, que un sirio, medio jorobado, ofrecía
por 4 dracmas. La tienda de ese mercader era muy original, pues todo allí
(turbantes, cajas, pulseras, puñales, etc.) se vendía por 4 dracmas.
Había un letrero que, en
caracteres árabes decía:
Los
cuatro cuatros
Al ver a Beremís interesado en
adquirir el turbante azul, objeté:
- Juzgo
una locura el comprar ese lujo. Tenemos poco dinero y no hemos pagado aún el
hospedaje.
- No es
el turbante lo que me interesa –retrucó Beremís-; observo que la tienda de este
mercader se llama “Los cuatro cuatros”. Hay en ello una gran coincidencia,
digna de mi atención.
- ¿Coincidencia?
¿Por qué?
- En
este momento, “bagdalí” –replicó Beremís- la leyenda que figura en ese letrero me
recuerda una de las maravillas del cálculo. Podemos formar un número cualquiera,
empleando solamente cuatro cuatros, ligados por signos matemáticos. Y antes de
que le interrogase sobre aquel enigma, Beremís explicó, dibujando en la fina
arena que cubría el piso:
- Quiero
formar el número cero. Nada hay más simple. Basta escribir:
44-44
= 0
Están así los cuatro cuatros
formando una expresión igual a cero.
Pasamos ahora al número 1.
Esta es la forma más cómoda:
- ¿Quiere ver ahora el número 2? Fácilmente se usan los cuatro cuatros escribiendo
- El 3
es más fácil todavía. Basta escribir la expresión:
Repare en que la suma de 12 dividida por 4, da un cociente 3. Resulta así el número 3 formado por cuatro cuatros.
- ¿Cómo
formareis el número 4? –pregunté.
- Muy
fácilmente –dijo Beremís-. El número cuatro puede formarse de varias maneras;
una de ellas sería la siguiente:
En la que el segundo sumando vale cero, y su suma, por lo tanto, vale 4.
Noté entonces que el mercader
sirio seguía atento, sin perder palabra, la explicación de Beremís, como si
mucho le interesasen las expresiones aritméticas formadas por los cuatro cuatros.
Beremís continuó:
- Para
formar el número 5, por ejemplo, no hay dificultad. Escribimos:
Una pequeña alteración de la expresión
anterior la convierte en 7:
Y de manera más simple logramos el 8:
4 + 4
+ 4 – 4 = 8
El nueve no deja de ser
interesante:
Y ahora una expresión igual a 10 formada por los cuatro cuatros:
En ese momento, el jorobado, dueño de la tienda, que estuviera oyendo la explicación del calculista en actitud de respetuoso silencio e interés, observó: - Por lo que acabo de oír, el señor es hábil para sacar cuentas y hacer cálculos. Le regalaré este bello turbante, como presente, si se sirve explicarme cierto misterio que encontré en una suma, y que me tortura desde hace dos años.
Y el mercader narró lo
siguiente:
-
Presté, cierta vez, la cantidad de 100 dracmas:
50 a un sheik y los otros 50 a un judío de El Cairo.
El sheik pagó su deuda en cuatro cuotas, del
modo siguiente:
Pagó |
20 |
quedó debiendo |
30 |
|
Pagó |
15 |
quedó debiendo |
15 |
|
Pagó |
10 |
quedó debiendo |
5 |
|
Pagó |
5 |
quedó debiendo |
0 |
|
Suma |
50 |
|
suma |
50 |
- Fíjese, mi amigo continuó el
mercader-, en que tanto la suma de las cuotas pagadas como la de los saldos
deudores es igual a 50. El judío pagó también los 50 dracmas en cuatro cuotas,
del modo siguiente:
Pagó |
20 |
quedó debiendo |
30 |
|
Pagó |
18 |
quedó debiendo |
12 |
|
Pagó |
3 |
quedó debiendo |
9 |
|
Pagó |
9 |
quedó debiendo |
0 |
|
Suma |
50 |
|
suma |
51 |
En este caso la primera suma
es 50 (como en el caso anterior), mientras que la segunda da un total de 51. No
sé explicarme esa diferencia de 1 que se observa en la segunda parte del pago.
Se bien que no salí perjudicado (pues recibí el total de la deuda), mas ¿cómo
justificar el hecho de ser la segunda suma igual a 51 y no a 50?
- Amigo mío –aclaró Beremís-,
esto se explica con pocas palabras. En las cuentas de pago, los saldos deudores
nada tienen que ver con el total de la deuda. Admitamos que una deuda de 50
fuese pagada en tres cuotas: la primera de 10, la segunda de 5 y la tercera de
35. Efectuemos las sumas:
Pagó |
10 |
quedó debiendo |
40 |
|
Pagó |
5 |
quedó debiendo |
35 |
|
Pagó |
35 |
quedó debiendo |
0 |
|
Suma |
50 |
|
suma |
75 |
En este ejemplo, la primera
suma es 50, mientras que la de los saldos es 75; podía también haber resultado
igual a 80, 99, 100, 260, 8000 u otro número cualquiera. Puede por casualidad
dar 50 (como en el primer caso), o 51 (como en el caso del judío).
Quedó conforme el mercader al
haber entendido el asunto, cumpliendo su promesa de ofrecer, como presente, al
calculista, el turbante azul que valía 4 dracmas. Beremís, para distraer al
buen mercader, le contó enseguida este curioso episodio: - Omeya, rey de Yemen,
tenía un tesorero llamado Quelal, que parecía muy cuidadoso y probo. Queriendo
el monarca asegurarse de la honestidad de su auxiliar, hizo lo siguiente:
durante tres días colocó, sin decir nada, un dracma en la caja de los gastos.
Resultaba claro que el tesorero, al finalizar el día, cuando hiciera el arqueo,
hallaría el exceso de un dracma, que anotaría como saldo en el libro
correspondiente. El rey observó que en los tres días el tesorero no registraba
aquella diferencia. –“Naturalmente que, el muy ambicioso, se guarda el dracma excedente”,
supuso el rey. “¡Quien iba a imaginar que el tesorero Quelal fuese capaz de tal
proceder!” Resolvió, sin embargo, someterlo a una verdadera prueba, esto es, a
una “prueba real”. ¿Y qué hizo el
rey? Pues, durante los tres días siguientes retiró secretamente de la caja un
dracma, y esperó que el tesorero se diese cuenta y reclamase la diferencia.
Pero eso tampoco dio resultado. Mediante esas pruebas, que consideró
suficientes, Omeiá llamó su gran visir y le dijo: “Es preciso hacer con
urgencia un interrogatorio. Tengo serias razones para desconfiar de nuestro
tesorero Quelal.” –“Creo, mi rey, que es necesario investigar”-replicó el
visir-.
Puedo probar que el indigno
Quelal no procede con honestidad.” “¿Cómo?”, preguntó el rey. – Dijo entonces
el ministro: “Sepa Vuestra Majestad que resolví, una vez, saber si eran exactas
o no las cuentas presentadas diariamente por el tesorero de la Corte. Sin decir
nada, durante tres días, retiré de la caja la cantidad de un dracma. Pues bien,
el tesorero nunca anotó lo que yo retiraba. A continuación, y también durante
tres días, coloqué un dracma en la caja de Quelal, sin que él registrara ese exceso.
Ahora bien: cuando un tesorero no anota con exactitud las diferencias de caja,
es porque su forma de proceder se aparta de los principios de la más elemental
honestidad.” Con sobrada razón se asombró el rey al oír el relato del gran
visir. Estaba sí explicado el misterio del caso. Las leyes del Destino son
insondables. Por extraordinaria coincidencia, los mismos días en que él ponía
un dracma, el visir retiraba la misma cantidad de la caja. El rey no hizo otra
cosa, en los días siguientes, que retirar al diligente Quelal el dinero
colocado por el astuto ministro. Avergozóse entonces el digno monarca, por el
espionaje a que sometiera a un funcionario tan fiel y que tanta lealtad y
dedicación había demostrado siempre, así como de haber empleado esos ardides y
fraudes, que fueran anulados, empleando iguales medios, por el visir. Cuando el
ministro terminó el relato, el poderoso rey se levantó y dijo, mirándolo
fijamente: “Sus palabras, visir, solo prueban que nuestro tesorero Quelal es
escrupuloso y honestísimo en sus funciones. Resuelvo, pues, que no se haga el
interrogatorio, y que Quelal quede en su puesto con el mismo cargo y doble
sueldo. El visir, al oír esa inesperada sentencia del rey, tuvo un ataque al
corazón y cayó fulminado sobre las gradas del trono. Y no era para menos.
¡Uassalam!27
CAPÍTULO 8
En el cual Beremís habla de las formas geométricas. Encontramos al sheik Salen
Nasair entre los
vendedores de vino. Beremís resuelve el problema de los 21 vasos y otro más que
causa asombro a los mercaderes. Un camello robado, descubierto por Geometría.
Habla del sabio Al-Hossein, que inventó la “prueba del nueve”.
Estaba Beremís satisfechísimo
con el bello regalo que le hiciera el mercader sirio. Está muy bien arreglado.
-decía, haciendo girar el
turbante y examinándolo cuidadosamente por todos lados-. Tiene, para mí manera
de ver, un pequeño defecto que pudo ser evitado. Su forma no es rigurosamente
geométrica. Quedé atónito, sin poder disimular la sorpresa que sus palabras me
causaran. Aquel hombre, a más de ser un calculista original, tenía la manía de
transformar las cosas más vulgares, de modo de darle forma geométrica hasta a
los turbantes de los musulmanes.
- No le admire, amigo mío
–prosiguió el inteligente persa-, que yo quiera ver turbantes de forma
geométrica28. La geometría existe en todas partes. Procure observar
las formas regulares y perfectas que presentan algunos cuerpos.
Las flores, las hojas y muchos
animales revelan simetrías admirables que deslumbran nuestro espíritu. La
Geometría, repito, existe en todas partes. En el disco del Sol, en la hoja del
datilero, en el arco iris, en la mariposa, en el diamante, en la estrella de
mar y hasta en un pequeño grano de arena. Hay, en fin, infinita variedad de
formas geométricas presentadas por la Naturaleza. Un cuervo, al volar
lentamente por el cielo, describe figuras admirables; la sangre que circula por
las venas de los camellos no escapa a los rigurosos principios geométricos29;
la piedra que se tira al importuno chacal, dibuja en el aire una curva perfecta30.
“El beduino ve las formas geométricas, pero no las entiende; el sunita las entiende mas no las admira; el artista, finalmente, mira la perfección de las figuras, comprende lo bello y admira el orden y la armonía”. En el dibujo que ilustra esta página se ve una flor en la que se destaca, en forma impecable, la simetría pentagonal.
La abeja construye sus
alvéolos en forma de prismas hexagonales, y adopta esa forma geométrica, creo,
para obtener mayor rendimiento y economía de material. La Geometría existe,
como dijo el filósofo, en todas partes. Sin embargo, es preciso saber verla,
tener inteligencia para comprenderla y alma para admirarla. El rudo beduino, ve
las formas geométricas, mas no las comprende; el “sunita”31 las
entiende pero no las admira; el artista, finalmente, mira la perfección de las
figuras, comprende lo bello y admira el orden y la armonía. Dios fue un gran
geómetra.
Geometrizó la Tierra y el
Cielo32. Existe en Persia una planta, el “saxahul”, muy apreciada
como alimento para los camellos y ovejas, cuya semilla…
Iba a proseguir el elocuente
calculista con sus consideraciones sobre las formas geométricas de las semillas
del “saxahul”, cuando vimos en la puerta de una tienda próxima, a nuestro
protector, el sheik Salerm Nasair, que nos llamaba a grandes voces.
- Me
siento feliz de haberlo encontrado, calculista (exclamó el sheik al aproximársenos);
su presencia es muy oportuna. Estoy aquí en compañía de algunos amigos y me
hallo azorado con dos problemas que sólo un gran matemático podría resolver.
Aseguró Beremís que
emplearía todos sus recursos para hallar la solución de los problemas que
interesaban al sheik, pues no quería desperdiciar una sola ocasión de servir a
un hombre tan amable y generoso. El sheik señaló a los tres árabes que lo
acompañaban y dijo:
- Estos tres hombres recibirán, como pago de un
servicio hecho, una partida de vino compuesta de 21 vasos iguales, estando 7
llenos, 7 medio llenos y 7 vacíos. Quieren ahora dividir los 21 vasos de manera
que cada uno reciba el mismo número de vasos y la misma cantidad de vino. ¿Cómo
hacer el reparto? Ese es el primer problema.
Pasados algunos minutos de
silencio, Beremís respondió:
-
La división que acabáis de proponer se puede
hacer de varias maneras. Indicaré una de ellas. El primer socio recibirá:
|
3 vasos llenos, |
|
1 medio lleno, |
|
3 vasos vacíos, |
Al segundo le
corresponderán: |
|
|
2 vasos llenos, |
|
3 medio llenos, |
|
2 vasos vacíos |
|
|
Según ese reparto, cada socio
recibirá 7 vasos y la misma cantidad de vino. Ya ve, sheik, que el problema no
presenta dificultad alguna, y que si analizamos el enunciado no es difícil
demostrar que él admite otra solución rigurosamente exacta33.
La espiral logarítmica se presenta con
frecuencia en la naturaleza. Así, por ejemplo, en el girasol aparece dicha
curva notable.
Se aproximó uno de los árabes
a Beremís y lo saludó respetuosamente hablando así:
-
Es mucho más difícil el problema que me
preocupa. Tengo continuas transacciones con los cristianos que negocian en
vinos de Ispahán. Se vende ese vino en vasos pequeños y grandes. Según nuestra
invariable combinación, un vaso grande lleno vale 6 vasos pequeños vacíos; dos
vasos grandes vacíos valen uno pequeño lleno. Procuro ahora saber cuántos vasos
pequeños vacíos puedo cambiar por la cantidad de vino contenida en dos vasos
grandes.
Aquel embrollo de valores y
relaciones no intimidaron al “Hombre que calculaba”. Habituado a enfrentarse a
problemas difíciles y a trabajar con números enormes, Beremís no se confundía
con el enunciado de cuestiones abstrusas y aparentemente sin sentido.
- Amigo
mío –respondió, dirigiéndose al vendedor de vinos-. Tengo gran placer en aclarar
esta cuestión que me parece tan sencilla como la primera. Por lo que he oído,
“2 vasos grandes llenos valen 12 pequeños vacíos”. Por otra parte, si 2 grandes
vacíos valen 1 pequeño lleno, y 3 pequeños vacíos valen también 1 pequeño
lleno, está claro que 2 grandes vacíos valdrán 3 pequeños vacíos. Es preciso
ahora, para mayor claridad, recordar de memoria los dos resultados ya
obtenidos:
2 vasos grandes llenos valen 12 pequeños vacíos
2 vasos grandes vacíos valen 3 pequeños
vacíos
De aquí sacamos la conclusión
que la diferencia de los valores entre 2 grandes llenos y 2 grandes vacíos es
igual a 9 pequeños vacíos. Esa diferencia se debe precisamente, a la cantidad
de vino contenida en dos vasos grandes.
Conclusión: La cantidad de
vino contenida en dos vasos grandes puede ser permutada por 9 vasos pequeños
vacíos.
La solución presentada por
Beremís asombró a los comerciantes en vinos. Ninguno de ellos suponía que la
imaginación de mi amigo fuese capaz de realizar ese prodigio.
Uno de los compañeros del
sheik ofreció un poco de vino a Beremís. Este, sin embargo, como buen musulmán,
agradeció el ofrecimiento pero no lo aceptó. La bebida es un pecado, y
perjudica grandemente la salud y la inteligencia. Y, a fin de evitar que los
mercaderes se sintiesen ofendidos con su rechazo, relató lo siguiente:
Figura
trazada por Avicena, matemático y médico famoso, con la que pretendía demostrar
cierta proposición de Euclides, y concluyó, según reza la leyenda, descubriendo
el camello robado.
-
Al-Hossein34, médico y matemático
famoso, al llegar a Ispahán, después de una larga excursión, encontró un grupo
de hombres que charlaban a la sombra de un gigantesco “betoum”35. El
sabio, que se hallaba en ese momento alegre y bien dispuesto, resolvió enseñar
alguna cosa útil e interesante a los desconocidos.
Acercóse a ellos, y, después
de saludarlos con simpatía, dijo:
-
Amigos míos. Existe una ciencia notable y muy
útil a los hombres. Con la ayuda de ella se descubre todos los secretos y se
revela la verdad. Esa ciencia es la Matemática. Voy a demostraros, en pocas
palabras, en que radica su belleza y su poder.
Y después de proferir estas
palabras, que no fueron comprendidas por sus rudos oyentes, Al-Hossein tomó un
pedazo de carbón y trazó en el tronco de un árbol dos rectas cruzadas.
Pretendía el sabio demostrar, con auxilio de esa figura, una propiedad
enunciada por Euclides, geómetra griego: “Dos ángulos opuestos por el vértice
son iguales”.
La
espiral logarítmica puede notarse en gran número de estos seres vivos. Las
flores, las hojas y muchos animales revelan simetrías admisibles que maravillan
el espíritu. Como dijo Platón, “la Geometría existe en todas partes”.
Después de trazar las rectas
en posición conveniente, Al-Hossein marcó con cuidado los dos ángulos cuya
igualdad pretendía demostrar con su admirable raciocinio. No había terminado la
figura geométrica, cuando uno de los dos camelleros se levantó de súbito y se
arrojó trémulo a los pies del sabio, murmurando con voz ronca, que expresaba
gran temor:
- ¡Fui
yo, señor! ¡Fui yo! ¡Diré la verdad!
Realmente sorprendido con la
inesperada actitud del beduino, Al-Hossein se dio cuenta de que había, en la
confusión del camellero, un misterio que convenía conocer. Dominando, pues, la
sorpresa que experimentara, dijo así:
- Nada
debes temer, amigo mío. La verdad es siempre descubierta. Vamos, confiesa todo
y serás perdonado.
En el perfil de ciertas palmeras se observa una curva que los matemáticos estudian y analizan minuciosamente: es la curva logarítmica. Esta forma es adoptada por principio de economía, pues el vegetal, de ese modo, con menos cantidad de material, resiste mejor el impulso del viento. El ingeniero, después de laboriosas aplicaciones de cálculo infinitesimal, demuestra que la curva logarítmica es el perfil más conveniente para los faros.
Al oír estas palabras, el
hombre confesó al sabio que había robado, días antes, el camello predilecto del
visir.
Inútil es decir que Al-Hossein
ignoraba aquel hurto audaz que preocupaba a todos y en torno del cual se habían
hecho infructuosas pesquisas.
Descubierto, así, el autor del
robo, el camello fue restituido pocas horas después a su poderoso dueño y el
ladrón, amparado por el prestigio de Al-Hossein, se libró de severa sentencia,
siendo perdonado36.
¿Cómo explicar los motivos que
llevaran al criminal a revelar su secreto? Lo sucedido era, sin embargo, muy
sencillo: la figura geométrica hecha por el matemático para explicar la
proposición de Euclides, era exactamente igual a la “marca” que tenía el
camello robado. El ladrón, al ver la figura, creyó que AlHossein conocía su
secreto y, lleno de indecible espanto, no se sintió con ánimo de ocultar la
verdad.
La fama de Al-Hossein, desde
ese día, se volvió, bajo el cielo de Persia, cien veces mayor.
¡No era para menos! ¡Con una
simple figura geométrica descubrió al más audaz ladrón, y encontró un camello
que ya se daba por perdido!
CAPÍTULO
9
En el
cual recibimos la visita del sheik Iezid. Extraña consecuencia de la previsión
de un astrólogo. La mujer y la Matemática. Beremís es invitado a enseñar
Matemática a una joven. Situación singular de la misteriosa alumna. Beremís
habla de su antiguo maestro, el sabio No-Elin.
En el último día de Moharran,
al caer la noche, fuimos sorprendidos por la presencia, en la posada, del gran
Iezid-Abul-Hamid, amigo y confidente del califa.
- ¿Algún
nuevo problema que resolver? – preguntó Beremís.
- ¡Adivinó!...
–respondió Iezid- . Me hallo en la necesidad de resolver un grave problema.
Tengo una hija llamada Telassim37, dotada de gran inteligencia y
marcada de inclinación para los estudios. Cuando nació Telassim, consulté a un
astrólogo famoso que sabía revelar el futuro por la observación de las nubes y
las estrellas. Ese mago afirmó que mi hija viviría feliz hasta los 18 años; a
partir de esa edad se vería amenazada por un cúmulo de desgracias lamentables.
Había, no obstante, un medio de evitar que la desdicha cayese sobre ella.
Telassim –añadió el mago- debía aprender las propiedades de los números y todas
las operaciones que con ellos se hacen. Ahora bien: para dominar los números y
hacer cálculos es necesario conocer la ciencia de Al-Carismi, es decir, la
Matemática. Resolví, pues, asegurar a Telassim un futuro feliz haciendo que
estudiase los misterios del Cálculo. Busqué varios “Ulemas”38 de la
Corte, mas no logré hallar uno solo que se sintiese capaz de enseñar Matemática
a una joven de 17 años. Uno de ellos, dotado de gran talento, intentó
disuadirme de tal propósito.
- Quien
quisiese enseñar canto a una jirafa, cuyas cuerdas vocales no pueden producir
el menor sonido, perdería el tiempo trabajando inútilmente. La jirafa, por su
propia naturaleza, no podría cantar. Del mismo modo, el cerebro femenino (explicó
el monje mahometano) es incompatible con las nociones más simples de
Matemática. Se basa esa incomparable ciencia en el raciocinio, en el empleo de
fórmulas y principios demostrables con los poderosos recursos de la Lógica y de
las Proporciones. ¿Cómo podrá una pequeña, encerrada en el “harem”39
de su padre, aprender fórmulas de Álgebra y teoremas de Geometría? ¡Nunca! Es
más fácil que una ballena vaya a la Meca en peregrinación, que una mujer
aprenda Matemática.
- ¿Para
qué luchar contra lo imposible? ¡Mactub!40.
Si la desgracia debe caer sobre nosotros, ¡que se haga la voluntad de Alah! El
mayor de los desánimos se apoderó de mí al oír aquellas palabras. Sin embargo,
yendo cierta vez a visitar a mi amigo Salen Nasair, el mercader, oí referencias
elogiosas del nuevo calculista persa que llegara a Bagdad. Hablóme del episodio
de los ocho panes, y ese caso, narrado minuciosamente, me impresionó. Procuré
conocer al talentoso matemático y fui con ese fin a la casa del visir Maluf,
quedando asombrado con la solución dada al problema de los 257 camellos
reducidos luego a 256.
La
Geometría, dijo Platón, existe en todas partes. En el disco del sol, en la
forma del datilero, en el arco iris, en el diamante, en la estrella de mar, en
la tela de la araña y hasta en un pequeño grano de arena. En la figura de
arriba vemos la forma perfecta que presenta la flor del maracuyá. Es admirable
la simetría pentagonal con que están dispuestos los elementos de esa flor. Llamamos la atención del lector para una observación realmente extraordinaria:
“Las simetrías
de orden impar sólo se
encuentran en los seres dotados de vida. La materia inorgánica sólo presenta
simetría par”
El jefe Iezid, irguiendo la
cabeza, miró fija y solemnemente al calculista, y añadió: - ¿Será capaz, el
hermano de los árabes, de enseñar los artificios del cálculo a mi hija
Telassim? Pagaré por las lecciones el precio que me indique, pudiendo, como
ahora, seguir en el cargo de secretario del visir Maluf.
- ¡Generoso
sheik! -exclamó Beremís-. No encuentro motivo para rechazar vuestra invitación.
En pocos meses podré enseñar a vuestra hija todas las operaciones algebraicas y
el secreto de la Geometría. Se equivocan dos veces los filósofos cuando
intentan medir con unidades negativas la capacidad intelectual de la mujer. La
inteligencia femenina, cuando es bien orientada, puede acoger perfectamente las
bellezas y secretos de la ciencia. Tarea fácil sería desmentir los conceptos
injustos formulados por el sacerdote. Los historiadores citan varios ejemplos
de mujeres que se hicieron célebres por su cultura matemática. En Alejandría,
por ejemplo, vivió Hipatia, que enseñó la ciencia del cálculo a centenares de
personas, comentó las obras de Diofanto, analizó los dificilísimos trabajos de
Apolonio y rectificó todas las tablas astronómicas usadas hasta entonces. No
hay motivo, oh sheik, para afligirse ni dudar. Vuestra hija aprenderá
fácilmente la ciencia de Pitágoras. Deseo solamente que determinéis el día y
hora en que deberá iniciar las lecciones.
Respondió el noble:
- Lo más
de prisa posible. Telassim cumplió ya 17 años, y estoy ansioso por librarla de
las tristes previsiones del astrólogo. Y añadió:
-
Debo advertirlo de una particularidad que no
deja de tener importancia en este caso. Mi hija vive encerrada en el “harem” y
nunca fue vista por hombres extraños a nuestra familia. Solo podrá, por lo tanto,
oír sus lecciones de Matemática, oculta por una espesa cortina, con el rostro
cubierto por un “jaique” y vigilada por dos esclavas de confianza. ¿Acepta, aun
así, mi propuesta?
- Acepto
con gran satisfacción –respondió Beremís-. Es evidente que el recato y pudor de
una joven valen mucho más que los cálculos y las fórmulas algebraicas. Platón,
filósofo y matemático, mandó colocar la leyenda siguiente en la puerta de su
escuela:
“No
entre si no es geómetra”.
Presentóse un día un joven de
costumbres libertinas y manifestó deseos de frecuentar la academia. El maestro,
sin embargo, no lo admitió, diciendo: “La Geometría es pureza y simplicidad; tu
impudicia ofende a tan pura ciencia”. El célebre discípulo de Sócrates
procuraba, de ese modo, demostrar que la Matemática no armoniza con la
depravación y con las torpes indignidades de los espíritus inmorales. Serán,
pues, encantadoras las lecciones dadas a esa joven que no conozco y cuyo rostro
candoroso jamás tendré la ventura de admirar. Queriéndolo usted, podré iniciar
mañana las lecciones.
- Perfectamente
–asintió el jefe-. Uno de mis siervos vendrá mañana a buscarlo (¡queriendo
Alá!), poco después de la segunda oración. ¡Uassalam!
Después que el jefe Iezid dejó
la posada, interrogué al calculista:
- Escucha,
Beremís. Hay en todo eso un punto oscuro para mí. ¿Cómo podrás enseñar
Matemática a una joven, cuando, en verdad, nunca estudiaste esa ciencia en los
libros, ni tomaste lecciones de los “ulemas”? ¿Cómo aprendiste el cálculo, que
aplicas con tanto brillo y oportunidad? Bien lo sé, calculista: entre pastores
persas, contando ovejas, dátiles y bandadas de pájaros en vuelo por el cielo.
- Estás
equivocado, “bagdalí” –replicó con serenidad el calculista-. En el tiempo enque
vigilaba los rebaños de mi amo, en Persia, conocí a un viejo derviche llamado
No-Elin, a quien, durante una tempestad de arena, salvé de la muerte. Desde ese
día, el bondadoso anciano fue mi amigo. Era un gran sabio y me enseñó muchas
cosas útiles y maravillosas. Fue con él que aprendí las reglas que permiten
efectuar los cálculos con precisión y rapidez. El prudente derviche me decía:
“la Matemática se funda únicamente en la verdad, sin tener en cuenta ninguna
autoridad, tradición, interés o preconcepto. Lo mismo ocurre con cualquier
ciencia, pero no de una manera tan clara como en la Matemática, pues, en mayor
o menor grado, hay en las otras ciencias alguna cosa que se basa en la
autoridad de los investigadores.” Me habló muchas veces de los grandes trabajos
que los geómetras de la antigüedad habían realizado. Gracias al auxilio de ese
derviche, llegaron a mi conocimiento las obras de Euclides, Thales, Pitágoras,
del gran Arquímedes y de muchos otros sabios de la antigua Grecia.
Después de hacer una pequeña
pausa, concluyó Beremís:
- No-Elin
me enseñaba Matemáticas haciendo curiosas figuras en la arena orayando, con la
punta de una aguja, las hojas de una planta llamada “idomeg”41.
Verás cómo podré enseñar Matemática lo mismo, sin ver el rostro de la que va a
ser mi discípula.
- CAPÍTULO 10
En el
cual vamos al palacio de Iezid. El rencoroso Tara-Tir no confía en el
calculista.
Los
pájaros cautivos y los números perfectos. El “Hombre que calculaba” eXalta la
caridad del sheik. Oímos una tierna y arrebatadora canción.
Sería poco más de las cuatro
cuando dejamos la posada y nos dirigimos a la casa del poeta Iezid Abul-Hamid.
Guiados por un amable y
diligente criado, atravesamos de prisa las calles tortuosas del barrio
Mouassan, yendo a dar un suntuoso palacio que se erguía en medio de un bello
jardín.
Beremís quedó encantado con el
aspecto artístico que el rico Iezid procuraba dar a su residencia. En el centro
del parque levantábase una gran cúpula plateada, donde los rayos solares se
deshacían en fulgores rutilantes. Un gran patio, por fuerte portón de hierro,
ornamentado con todos los recursos del arte, daba entrada hacia el interior.
Un segundo patio interno, con
un bien cuidado jardín en su centro, dividía el edificio en dos cuerpos. Uno de
ellos estaba destinado a los aposentos particulares y el otro a las salas de
reunión, así como a un comedor, en el cual el sheik cenaba, a veces, en
compañía de poetas y escritores.
El aspecto exterior, a pesar
de la artística ornamentación del vestíbulo, era triste y sombrío. Quien
reparase en las ventanas enrejadas no podía sospechar la pompa y el arte con
que todos los aposentos estaban decorados.
Una galería con lindas arcadas
sostenidas por nueve o diez esbeltas y delgadas columnas de mármol blanco con
arcos recortados elegantes capiteles, con las paredes revestidas de azulejos en
relieve y el piso de mosaico, comunicaba los dos cuerpos del edificio; dos
largas escalinatas, también de mármol, conducían al jardín, donde flores de
diversas formas y perfumes bordeaban un tranquilo lago.
Un vivero lleno de pájaros,
adornado con mosaicos y arabescos, parecía ser lo más importante del jardín.
Había allí aves de exóticos cantos de variadas formas y rutilantes plumajes.
Algunas, de peregrina belleza, pertenecían a especies para mí desconocidas.
Nos recibió el dueño de casa,
con mucha simpatía, viniendo a nuestro encuentro en el jardín. Se hallaba en su
compañía un joven moreno, delgado y de amplios hombros, que nos resultó
simpático. Tenía un modo agresivo de mirar, y la forma en que hablaba era
bastante desagradable, llegando, en ciertos momentos, hasta ser insolente.
- ¿Es pues, éste el
calculista? –Observó, subrayando las palabras con tono de menosprecio-. Me
admira tu buena fe, querido Iezid. Vas a permitir que un mísero encantador de
serpientes se aproxime y dirija la palabra a la encantadora Telassim.
¡No faltaba más! ¡Por Alah,
que eres ingenuo!
Y pronunció una carcajada injuriosa.
Aquella grosería me sublevó.
Tuve ímpetus de repeler la descortesía de aquel atrevido. Beremís, sin embargo,
continuaba imperturbable. Era posible, tal vez, que el algebrista descubriera,
en las palabras insultantes que oyera, nuevos elementos para hacer cálculos o
para resolver problemas.
El poeta, mostrándose apenado
por la actitud poco delicada de su amigo, dijo: - Perdone, señor calculista, el
juicio precipitado que acaba de hacer mi primo “elhadj” Tara-Tir42.
Él no conoce, ni puede evaluar su capacidad matemática, pues está por demás
ocupado por el futuro de Telassim.
- No lo conozco, es claro; no
me empeño mayormente en conocer los camellos que pasan por Bagdad en busca de
sombra y alfalfa –replicó iracundo Tara-Tir, con insultante desprecio.
Y siguió hablando de prisa,
nervioso y atropelladamente:
- Puedo
probar, en pocos minutos, primo mío, que estás completamente engañadorespecto a
la capacidad de ese aventurero. Si me lo permites, yo lo confundiré con dos o
tres simplezas que oí a un maestro de escuela en Mosul.
- Seguramente
–convino Iezid-. Puedes interrogar a nuestro calculista y proponerle,ahora
mismo, el problema que quisieras.
- ¿Problema?
¿Para qué? ¿Quieres confrontar a un chacal que aúlla con un “ulema”que estudia?
–interrumpió groseramente-. Te aseguro que no será necesario inventar problemas
para desenmascarar al “sufi”43 ignorante. Llegaré al resultado que
pretendo sin fatigar la memoria, más rápidamente de lo que piensas.
Y, apuntando hacia el gran
criadero, interpretó a Beremís, fijando en nosotros sus pequeños ojos acerados,
que brillaban inexorables:
- Respóndame,
calculista del “Patito”44, ¿cuántos pájaros hay en ese criadero?
Beremís Samir cruzó los brazos
y se puso a observar con viva atención. Sería prueba de insana, pensé tratar de
contar tantos pájaros, que inquietos volaban por todos lados, ya cruzándose en
el aire, ya sustituyéndose en las perchas con increíble ligereza.
Al cabo de algunos minutos se
volvió el calculista hacia el generoso Iezid y le dijo: - Ruego a vos, jefe, mandéis
soltar inmediatamente tres pájaros cautivos. Será de ese modo más fácil y
agradable, para mí, enunciar el número total.
Aquel pedido tenía todo el
aspecto de un disparate. Está claro que quien cuenta cierto número, podrá
contar, fácilmente, ese número más 3.
Iezid, intrigadísimo, con el
inesperado pedido del calculista, hizo comparecer al encargado del criadero y
le dio órdenes para que la solicitud del calculista fuese atendida: libertados
prontamente, tres lindos colibríes volaron rápidos por el cielo hacia fuera.
-
Se encuentran ahora en el criadero –declaró
Beremís- cuatrocientos noventa y seis pájaros.
-
¡Admirable! –exclamó Iezid entusiasmado-. Es
así. Mi colección era de mediomillar. Descontando los tres que ahora solté y un
ruiseñor que envié a Mosul, quedan precisamente 496.
La suma de los divisores de
496, menores a 496 es:
- Acertó
por casualidad –rezongó, lleno de rencor, el terrible Tara-Tir.
El poeta Iezid, instigado por
la curiosidad, preguntó a Beremís:
- ¿Puede
decirme, amigo mío, por qué prefirió contar 496, cuando es tan sencillo contar
496 + 3, o sea 499?
- Puedo
explicarle, oh sheik, la razón de mi pedido –respondió Beremís con altivez-.
Los matemáticos procuran siempre dar preferencia a los números notables y
evitar los resultados inexpresivos o vulgares. Ahora bien: entre 499 y 496 no
se puede dudar. El número 496 es un número
perfecto y debe merecer nuestra preferencia.
- ¿Y qué
es un número perfecto? –preguntó el poeta.
- Número
perfecto –aclaró Beremís- es el que presenta la propiedad de ser igual a la
suma de sus divisores, excluyéndose, claro está, el propio número. Así, por
ejemplo, el número 28 presenta 5 divisores, menores que 28, son: 1, 2, 4, 7 y
14.
La suma de estos divisores,
1 + 2
+ 4 + 7 + 14 = 28
por consiguiente, 28 pertenece
a la categoría de los denominados números perfectos.
El número 6, también lo es.
Los divisores de 6 (menores que 6) son 1, 2 y 3, cuya suma es 6. Al lado de 6 y
de 28 puede figurar 496, que es también, como ya dije, un número perfecto45.
El rencoroso Tara-Tir, sin
querer oír más explicaciones, se despidió del sheik Iezid y se retiró
destilando rabia, por la gran derrota sufrida al pretender poner en evidencia
la falta de habilidad del calculista.
- Ruégole
señor calculista –dijo Iezid- que no se ofenda por las palabras de mi primo
Tara-Tir. Tiene él, exaltado temperamento, y desde que asumió la dirección de
las minas de sal en Al-Derid, se ha vuelto irascible y violento.
Comprendí que el inteligente
Beremís no deseaba causar disgusto al sheik, cuando respondió lleno de bondad:
- Dada
la gran variedad de temperamentos y caracteres, no nos es posible vivir en paz
con el prójimo sin refrenar nuestra ira y cultivar la paciencia. Cuando me
siento herido por la injuria, procuro seguir el sabio precepto de Salomón:
Quien de repente se enfurece, es tonto;
Quien es prudente, disimula el insulto.
Y, después de una pequeña
pausa, continuó:
- Estoy,
sin embargo, muy agradecido al poderoso Tasra-Tir, y no le puedo guardar rencor,
pues su turbulento primo me ofreció la oportunidad de hacer nueve actos de
caridad.
- ¿Cómo?
- Cada
vez que ponemos en libertad un pájaro cautivo –explicó el calculista practicamos
tres actos de caridad. El primero, para con la avecilla, restituyéndole la
libertad que le había sido robada; el segundo, para con nuestra conciencia, y
el tercero, para con Dios.
- Quiere
decir, entonces, que si diera libertad a todos los pájaros del criadero…
- Yo os
aseguro, oh sheik, que practicando mil cuatrocientos ochenta y ocho actos de
caridad –replicó prontamente Beremís, como si ya supiese de antemano el
producto de 496 por 3.
Impresionado por estas
palabras, el generoso Iezid ordenó que fueran puestas en libertad todas las
aves que se hallaban en el criadero.
Los siervos y esclavos
quedaron aterrados al oír esa orden. La colección, formada con paciencia y
trabajo, valía una fortuna. En ella figuraban perdices, colibríes, faisanes
multicolores, gaviotas negras, patos de Madagascar, lechuzas del Cáucaso, y
varias golondrinas rarísimas de China y de la India.
- ¡Suelten
los pájaros! –ordenó nuevamente el sheik, agitando la mano resplandeciente de
anillos.
Las grandes puertas de tela
metálica se abrieron. En grupos, de a pares, los cautivos dejaban la prisión y
esparcíanse por la arboleda del jardín.
Dijo entonces Beremís:
- Cada
ave, con las alas extendidas, es un libro de dos hojas abierto en el cielo.
Esun gran crimen robar o destruir esa pequeña biblioteca de Dios.
En ese momento oímos el
comienzo de una canción; la voz era tan tierna y suave, que se confundía con el
trino de las golondrinas y el arrullar de las palomas. Al principio era una
melodía afable y triste, llena de melancolía y recuerdo, como las endechas de
un ruiseñor solitario; animóse, luego, en un crescendo vivo, en gorjeos
complicados, en trinos argentinos, entrecortados con gritos de amor que
contrastaban con la serenidad de la tarde, y revoloteaban por el espacio como
si fueran hojas que llevara el viento. Por último volvió al tono triste del
principio, lanzando una nota desgarradora que quedó flotando en la límpida
atmósfera, como un suspiro de virazón:
Si yo hablase las lenguas de los hombres y
de los ángeles y no tuviese caridad, sería como el metal que suena, o como la
campana que tañe, ¡Nada sería!... ¡Nada sería!...
Si yo
tuviese el don de la profecía y toda la ciencia, de tal manera que transportase
los montes, y no tuviese caridad.
¡Nada
sería!... ¡Nada sería!...
Si distribuyese todos mis bienes para el
sustento de los pobres y entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tuviese
caridad.
¡Nada
sería!... ¡Nada sería!...
El encanto de aquella voz
parecía envolver la tierra en una ola de indefinible alegría.
El día parecía más claro, el
cielo más azul y el aire más leve.
-
Es Telassim que canta –explicó el jefe al
reparar en la atención con que oíamos embebidos la extraña canción.
La bandada de pájaros que
revoloteaba llenaba el espacio con sus alegres notas de libertad. No eran más
que 496, pero daban la impresión de que eran ¡diez mil!...
-
¿Y de quién son esos brillantísimos versos?46
–indagué.
-
No lo sé. Una esclava cristiana los enseñó a
Telassim y ella jamás los olvidó.
Deben ser de algún poeta
nazareno47.
Subimos, y así se inició la
primera lección de Matemática.
CAPÍTULO
11
Beremís
inicia su curso de Matemática. El número y el universo. Una frase de Platón. La
unidad y Dios. Que medir. Las partes que forman la Matemática. La Aritmética y
los números. El Álgebra y las relaciones. La Geometría y las formas. La
Mecánica y la Astronomía. Un sueño del rey Aldebazan. La “alumna invisible”
eleva a Alah una oración.
La habitación en que Beremís
debía realizar su curso de Matemática era espaciosa. Estaba dividida en el
centro por una gran cortina de terciopelo rojo que descendía del techo hasta el
suelo. El techo era de colores y las columnas doradas. Esparcidos sobre las
alfombras se encontraban grandes almohadones de seda con leyendas del Corán.
Adornaban las paredes
caprichosos arabescos azules entrelazados con hermosos versos de Antar48,
el poeta del desierto. En el centro, entre dos columnas, con letras de oro
sobre fondo azul, se leía este notable dístico:
“Cuando
Alah quiere bien a uno de sus servidores abre para él las puertas de la
inspiración.”
La tarde declinaba; en el aire
flotaba un suave perfume de incienso y rosas. Las ventanas, de pulido mármol,
estaban abiertas, dejando ver el jardín y los frondosos pomares, que se extendían
hasta el parduzco y triste río.
Una esclava morena, de clásica
hermosura circasiana, estaba de pié, el rostro descubierto, junto a la puerta.
- ¿Vuestra
hija se halla ya presente? –preguntó Beremís al sheik.
- Seguramente
-respondió Iezid-. Le ordené estar en el otro extremo de la habitación, detrás
de la cortina, desde donde podrá ver y oír, permaneciendo sí invisible para los
que aquí se hallen.
Realmente, las cosas fueron
dispuestas de tal manera, que ni siquiera se distinguía la sombra de la joven
que iba a ser discípula de Beremís. Era muy probable que ella nos estuviera
observando por algún pequeño orificio hecho en el terciopelo, e imperceptible
para nosotros.
- Pienso
que es oportuno comenzar ya la primera lección –advirtió el sheik.
Y preguntó con cariño:
- ¿Estás
atenta, Telassim, hija mía?
- Sí,
padre -respondió una voz femenina de agradable timbre, desde el otro lado
delaposento.
Mientras tanto Beremís se
había preparado para la lección; cruzó las piernas, sentándose sobre un
almohadón, en el centro de la sala. Yo procuré ser discreto, colocándome a un
lado; junto a mí vino a sentarse el sheik Iezid.
Toda investigación científica,
es costumbre que sea precedida por una oración. Fue, pues, así, que Beremís
comenzó:
- Nosotros
Te Adoramos, Señor, e imploramos Tu divina providencia. Condúcenos por el
camino de la verdad; por el camino de los iluminados y bienamados por Ti.
Terminada la oración, así
habló:
- Cuando
miramos, señora, hacia el cielo, en las noches límpidas y calmas, sentimos que
nuestra inteligencia es pequeña para concebir las obras maravillosas del
Creador. Delante de nuestra mirada sorprendida, las estrellas son una caravana
luminosa que desfila por el desierto insondable del infinito; las nebulosas
inmensas y los planetas giran según leyes eternas por los abismos del espacio.
Una noción surge, entretanto, bien nítida, en nuestro espíritu: la noción de número.
Vivió otrora, en Grecia,
cuando ese país era dominado por el paganismo, un filósofo notable llamado
Platón. (Alah es, sin embargo, más sabio). Consultado por un discípulo sobre
las fuerzas dominantes de los destinos del hombre, el gran sabio respondió: “Los números gobiernan el mundo”.
Realmente es así. El
pensamiento más simple no puede ser formulado sin que en él se involucre, bajo
múltiples aspectos, el concepto fundamental de número. El beduino que en medio
del desierto, en el momento de la oración, murmura el nombre de Dios, tiene su
espíritu dominado por un número: ¡La
Unidad! Sí; Dios, según las verdades escritas en el Libro Santo y repetidas
por el Profeta, es Uno, eterno e
inmutable. Luego, el número Uno
aparece en el cuadro de nuestra inteligencia como el símbolo del propio
Creador.
Del número, señora, que es la
base de la razón y del entendimiento, surge otra noción de indiscutible
importancia: la noción de medida.
Medir, señora, es comparar.
Por lo tanto, solo son susceptibles de medirse las magnitudes que admiten un
elemento como base de comparación. ¿Será posible medir la extensión del
espacio? De ningún modo. El espacio es infinito y, siendo así, no admite
término de comparación. ¿Será posible avaluar la eternidad? De ninguna manera.
Dentro de las posibilidades humanas, el tiempo es siempre finito, y en el
cálculo de la Eternidad no puede lo efímero servir de unidad de evaluación.
En muchos casos, sin embargo,
nos es posible representar una magnitud que no se adapte a los sistemas de medida,
por otra que pueda ser avaluada con exactitud. Ese cambio de magnitudes,
tendiente a simplificar los procesos de medidas, constituye el objeto principal
de una ciencia, que los hombres denominan Matemática.
Para alcanzar su objetivo, precisa la Matemática
estudiar los números, sus propiedades y transformaciones. En esa parte ella
toma el nombre de Aritmética.
Conocidos los números, es posible aplicarlos a la evaluación de magnitudes que
varían, o que son desconocidas, pero que se presentan expresadas por medio de
relaciones y fórmulas. Tenemos así el Álgebra.
Los valores que medimos en el campo de la realidad son representados por
cuerpos materiales o por símbolos; en cualquier caso, esos cuerpos o esos
símbolos están dotados por tres atributos: forma, tamaño y posición. Es
necesario, pues, estudiar estos tres atributos; ese estudio constituye el
objeto de la Geometría.
Estudia, además, la
Matemática, las leyes que rigen los movimientos y las fuerzas, leyes que
aparecen en la admirable ciencia que se denomina Mecánica.
La Matemática pone todos sus
recursos al servicio de una ciencia que eleva el alma y engrandece al hombre.
Esa ciencia es la Astronomía.
Hablan algunos de las Ciencias
Matemáticas, como si la Aritmética, el Álgebra y la Geometría fuesen partes
enteramente distintas. No es así, sin embargo. Todas se auxilian mutuamente,
apoyándose unas en las otras, y, en ciertos puntos, se confunden.
Hay una ciencia única, la Matemática, la cual nadie se puede
jactar de conocer, porque sus conocimientos son, por su naturaleza, infinitos,
y de la cual todos hablan, sobre todo los que más la ignoran.
Entre los hombres que la
estudian y la conocen hay, sin embargo, algunos que más se fijan en minucias
que en las ideas generales, siendo, por lo tanto, sus descubrimientos de escasa
importancia.
Nárrase que Moisés se
encontró, cierta vez, en las playas de Judea, con El-Quíder49, el
más grande entre los sabios de la Tierra. Se hallaban los dos grandes Maestros
conversando sobre los más altos problemas de la Vida y del Destino, cuando se
acercó a ellos un pajarito que traía en el pico una gota de agua de mar. La
pequeña avecilla, sin interrumpir el vuelo, dejó caer la gota sobre el hombro
de El-Quíder. Él, que era sabio entre los sabios, dijo entonces a Moisés:
“¡Profeta de Dios! Ese pájaro
acaba de enseñarnos una profunda verdad, mostrándonos de una manera elocuente,
que la ciencia de Moisés, que es incalculable, acrecentada con paciencia de
El-Quíder, que es bien poca, y la de todos los sabios de la Tierra –delante de
la ciencia de Dios- es como una gota de agua comparada con el mar.”
La Matemática, señora, enseña al hombre a ser sencillo y modesto; es
la base de todas las ciencias y todas las artes. Aldebazan, rey de Irak,
descansando cierta vez en la galería de su palacio, soñó que encontraba siete
jóvenes que caminaban por una ruta. En cierto momento, vencidas por la fatiga y
por la sed, las jóvenes se detuvieron bajo el sol calcinante del desierto.
Apareció, entonces, una hermosa princesa que se aproximó a las peregrinas,
trayéndoles un gran cántaro de agua pura y fresca. La bondadosa princesa sació
la sed que devoraba a las jóvenes, y éstas pudieron reanudar su interrumpida
jornada.
Al despertar, impresionado con
ese curioso sueño, decidió Aldebazan entrevistarse con un astrólogo famoso,
llamado Sanib, a cual consultó sobre el significado de aquella escena en la que
él –rey poderoso y justo- asistiera en el mundo de las visiones y fantasías.
Dijo Sanib, el astrólogo “¡Señor! Las siete jóvenes que caminaban por la ruta,
eran las artes divinas y las ciencias humanas: la Pintura, la Música, la
Escultura; la Arquitectura, la Retórica, la Dialéctica y la Filosofía. La
princesa que las socorrió representa la grande y prodigiosa Matemática. Sin el
auxilio de la Matemática –prosiguió
el sabio- las artes no pueden progresar, y todas las otras ciencias perecen.”
Impresionado el rey por lo que oía, determinó que se organizasen en todas las
ciudades, oasis y aldeas de su país, centros de estudios matemáticos. Elocuentes y hábiles “ulemas”, iban por orden del
soberano recorriendo los bazares y caravanas, enseñando Aritmética a los
caballeros y beduinos. En las paredes de las mezquitas y en las puertas de los
palacios, los versos de los poetas famosos fueron sustituidos por fórmulas
algebraicas y por cálculos numéricos.
Al cabo de pocos meses
aconteció que el país atravesaba por una era de prosperidad. Paralelamente al
progreso de la ciencia, crecían los recursos naturales del país, las escuelas
estaban repletas; el comercio se acrecentaba en forma prodigiosa;
multiplicábanse las obras de arte; levantábanse monumentos, y las ciudades
estaban colmadas de turistas y curiosos. El país de Irak tenía abiertas las
puertas al Progreso y a la Riqueza, si no hubiese la fatalidad, (¡Mactub!)
puesto el término a aquel período de trabajo y prosperidad. El rey Aldebazan,
acometido por repentina enfermedad, murió, siendo llevado por el maligno Azrail50
para el cielo de Alah. La muerte del soberano abrió dos tumbas. Una de ellas
acogió el cuerpo del glorioso Monarca, y la otra la cultura científica del
pueblo. Subió al trono un príncipe vanidoso, indolente y de limitadas dotes
intelectuales. Le preocupaban más las diversiones que los problemas
Administrativos del Estado. Pocos meses después, todos los servicios públicos
estaban desorganizados; las escuelas cerradas, y los artistas y “ulemas”,
forzados huir bajo la amenaza de los malvados y ladrones. El tesoro público fue
dilapidado en múltiples festines y desenfrenados banquetes. El país de Irak,
llevado a la ruina por el desorden, fue atacado por enemigos ambiciosos, y
vencido.
La historia de Aldebazan,
señora, nos demuestra que el progreso de un pueblo se halla ligado al
desenvolvimiento de los estudios matemáticos51. En el Universo todo
es número y medida. La Unidad,
símbolo del Creador, es el principio de todas las cosas, las cuales no existen
sino en virtud de inmutables proporciones y relaciones numéricas. Todos los
grandes enigmas de la Vida pueden ser reducidos a simples combinaciones de elementos
variables o constantes, conocidos o desconocidos.
Para que podamos conocer la
Ciencia es necesario tomar un número por fase.
Veremos cómo estudiarlo con la
ayuda de Alah, Clemente y Misericordioso.
- ¡Uaasalam!
Con estas palabras concluyó el
calculista, dando por terminada su primera clase de Matemática.
Con agradable sorpresa oímos,
entonces a la alumna, a quien hacía invisible la cortina, pronunciar la
siguiente oración:
“¡Oh Dios Omnipotente, Creador
del Cielo y de la Tierra! Perdona la pobreza, pequeñez y puerilidad de nuestros
corazones. No escuches nuestros pedidos, pero oye el clamor de nuestras
necesidades; no atiendas nuestros pedidos, pero ten en cuenta nuestros
silenciosos gemidos. ¡Cuántas veces pedimos aquello que tuvimos y que dejamos
perder! ¡Cuántas veces soñamos poseer aquello que nunca será nuestro! ¡Oh Dios!
Nosotros te agradecemos por este Universo, que es nuestro grande hogar, por su
vastedad y riqueza, y por la vida multiforme que en él eXiste y de la cual
formamos parte. Loámoste por el esplendor del cielo azul y por la brisa de la
tarde, por las veloces nubes y por las constelaciones de las alturas. Loámoste
por los océanos inmensos, por el agua que corre, por las montañas eternas, por
los árboles frondosos, por el suave césped en que reposan nuestros pies.
¡Nosotros te agradecemos los múltiples encantos con que podemos experimentar en
nuestras almas las bellezas de la Vida y el Amor! ¡Oh Dios, Clemente y
Misericordioso!
Perdona la pobreza, la
pequeñez y la puerilidad de nuestros corazones.”
CAPÍTULO 12
En el
cual veo a Beremís interesado en el juego de saltar con cuerda. La curva del “baq-taque”
y las arañas. Pitágoras y el círculo. Encontramos a Harid Namur. El problema de
los 60 melones. Cómo perdió el intendente la apuesta. La voz del muezín ciego
llama a los creyentes para la oración de “mogreb”.
Cuando dejamos el hermoso
palacio del poeta Iezid, faltaba poco para la hora del “ezzan”. Al pasar por el
“marabú” de Ramir oí el suave gorjeo de un pájaro entre las ramas de una vieja
higuera.
- Es,
con seguridad, uno de los libertos de hoy –observé-. Reconforta oírlos
traduciren melódicos cantos, la alegría de la libertad reconquistada.
Beremís, sin embargo, en aquel
momento nos se preocupaba por el canto del pájaro. Absorbía su atención un
grupo de pequeños que se divertían en la calle, a corta distancia. Dos de ellos
sostenían, por los extremos, un trozo de cuerda fina que debía tener catorce o
quince palmos de extensión. Los otros trataban de trasponer de un salto, la
cuerda, colocada más o menos alta, conforme a la agilidad del saltador.
- Mira
la cuerda, “bagdalí” –dijo el calculista, tomándome por el brazo-, ¡Observaqué
curva perfecta! ¿No la hallas digna de estudio?
- Pues,
amigo mío –dijo Beremís-: convéncete de que tus ojos son ciegos para las más
grandes bellezas y maravillas de la Naturaleza. Cuando los niños tienen la
cuerda, sosteniéndola por los extremos, dejándola caer libremente y bajo su
propio peso, la cuerda forma una curva notable, pues surge como resultante de
fuerzas naturales52. Yo tuve ocasión de observar esa curva –que el
sabio No-Elin llamaba la “baq-taque”53, porque tiene la forma de la
joroba de ciertos dromedarios-. ¿Tendrá esa curva plana alguna analogía con las
derivadas de la parábola? En lo futuro, si Alah lo quiere, los matemáticos
descubrirán el medio de trazar esa curva, punto por punto, y estudiarán
rigurosamente todas sus propiedades.
- Hay,
sin embargo –prosiguió-, muchas otras curvas más importantes. Debo citar, en
primer lugar, el círculo54. Pitágoras, filósofo y matemático,
consideraba al círculo como la figura más perfecta, relacionándolo así con la
idea de perfección. Entre todas las curvas más perfectas, el círculo es la que
tiene el trazado más simple.
Beremís, interrumpiendo en ese
momento la disertación apenas comenzada sobre las curvas, señaló hacia un
jovencito que se hallaba a corta distancia y gritó:
- ¡Harim
Namir!
El joven se volvió rápidamente
y vino alegre a nuestro encuentro. Me di cuenta entonces, que se trataba de uno
de los tres hermanos que habíamos visto discutir en el desierto, cierto día,
por causa de la herencia de los 35 camellos; reparto complicado, lleno de
tercios y novenos, que Beremís resolvió por medio de un artificio curioso, al
que ya me he referido.
- ¡Mac
Alah! – exclamó Harim, dirigiéndose a Beremís-. Ha sido el Destino quien dispuso
ahora nuestro encuentro. Mi hermano Hamed se halla atribulado por una cuenta de
60 melones que nadie puede resolver.
Y Harim nos llevó a una pequeña
casa en donde se encontraba su hermano Hamed Namur, en compañía de varios
mercaderes.
Mostróse Hamed muy satisfecho
al ver a Beremís y, volviéndose hacia los mercaderes, les dijo:
- Este
hombre que acaba de llegar, es un gran matemático. Gracias a su valiosa ayuda
pusimos hallar la solución perfecta de un problema que nos parecía imposible:
dividir 35 camellos entre 3 personas. Estoy seguro de que él podrá explicar, en
pocos minutos, la diferencia encontrada en la venta de los 60 melones. Como era
necesario informar minuciosamente a Beremís, uno de los mercaderes tomó la
palabra y dijo:
- Los
dos hermanos, Harim y Named, me encargaron vender en el mercado dos partidas de
melones. Harim me entregó 30 melones, que debían ser vendidos á razón de 3 por
un denario; Hamed me dio, también, 30 melones, para los cuales fijó un precio
más elevado, esto es, a razón de dos por un denario. Era bien claro que,
terminada la venta, Harim recibiría 10 y su hermano 15 denarios. El total
obtenido sería, pues, de 25 denarios. Sin embargo, al llegar a la feria, una
duda me acometió: Si yo vendo primero los melones caros, pensé, peco de
imparcialidad, y si vendo los más baratos primero, encontraré dificultad para
colocar los otros. Lo mejor será que venda las dos partidas, al mismo tiempo.
Habiéndose llegado a esa conclusión, reuní los 60 melones y comencé a venderlos
a 5 por 2 denarios. El negocio se justificaba con un simple razonamiento. Si
debía vender 3 por un denario y luego 2 por la misma suma, era más simple que
vender 5 por 2 denarios. Vendidos los 60 melones en 12 lotes de 5 cada uno
obtuve 24 denarios. ¿Cómo pagar a los dos hermanos, si uno debía recibir 10 y
el otro 15 denarios? Había una diferencia de un denario, que no sabía cómo explicar,
pues el negocio había sido hecho con todo cuidado. Vender 3 por un denario y 2
por 1, ¿no es lo mismo que vender 5 por 2 denarios?
- La
cuestión no tendría importancia alguna –intervino Hamed Namir- si no fuese por
la intervención absurda del “vequil”55 que vigila la feria. Habiendo
oído algo sobre el caso, y no sabiendo explicar la diferencia, ha apostado 5
denarios a que esa diferencia provenía de la falta de un melón que fuera robado
durante la venta.
- El
“vequil” no tiene razón –afirmó Beremís- y debe ser obligado a pagar la apuesta.
La diferencia que encontró el vendedor se debe a lo siguiente: La partida de
Harim se componía de 10 lotes de 3 melones cada uno. Cada lote debía ser
vendido a un denario. El total de la venta sería 10 denarios. La partida de
Hamed se componía de 15 lotes (con dos melones cada uno) y un total de 15
denarios. Observen que el número de lotes de una partida es diferente al de la
otra. Para vender los melones en lotes de 5 cada uno, sólo los 10 primeros
lotes podrían ser vendidos (sin perjuicio) por 2 denarios cada uno. Vendidos
esos 10 lotes, quedan todavía 10 melones, que pertenecen exclusivamente a la
partida de Hamed y que, siendo de precio más elevado, debían ser vendidos a
razón de 2 por 1 denario. La diferencia de un denario resultó, pues, de la
venta de los 10 últimos melones. No hubo robo alguno. De la desigualdad de los
precios e las dos partidas, resultó la pérdida de un denario, que se verificó
en el resultado final.
En esta figura que aclara el problema de los 60 melones. En A están representados los 30 melones que debían ser vendidos a razón de 3 por 1 denario; en B los 30 más caros, cuyo precio era de 2 por un denario. Como el dibujo nos muestra, sólo hay 10 lotes de 5 cada uno (siendo 3 de A, y 2 de B) que pueden ser vendidos sin perjuicio a razón de 2 denarios cada uno.
En ese momento la voz del
“muecín”, cuyo eco vibraba en el aire al llamar a los fieles para la oración,
interrumpió nuestra reunión.
- ¡Hai
al el-salah!56 ¡Hai al el-salah!
Cada uno de nosotros procuró,
sin pérdida de tiempo, hacer, según lo indica el Libro Santo, las “guci” de
ritual.
El Sol ya se hallaba sobre la
línea del horizonte. Había llegado la hora del “mogreb”. Desde la tercera
almenara57 de la mezquita de Omar, el “muecín” ciego llamaba, con
voz pausada y ronca, a los creyentes para la oración:
- Alah
es grande y Mahoma es el verdadero enviado de Dios. ¡Venid a orar, musulmanes!
¡Venid a orar!
Los mercaderes, precedidos por
Beremís, extendieron sus tapetes de colores, se sacaron las sandalias, miraron
la dirección de la Ciudad Santa y exclamaron: - ¡Alah, omnipotente y
misericordioso! Loado sea el Creador de los mundos visibles e invisibles. A ti,
que eres el verdadero Sol del mundo; que siempre alumbras, sin tener ocaso; que
con tus rayos benéficos y con tu luz, alegras y avivas todas las cosas en el
Cielo y en la Tierra: Te rogamos que misericordiosamente brilles en nuestros
corazones, para que la noche y la oscuridad del pecado, y la niebla del error,
sean disipadas por el brillo de Tu luz en nuestros corazones, y nosotros por
toda nuestra vida andemos sin tropezar, como de día, puros, alcanzando las
bendiciones abundantes que tienes para nosotros.
CAPÍTULO 13
En el
cual vamos al palacio del califa. Beremís es recibido por el rey. Los poetas y
la Amistad. La amistad entre los hombres y la amistad entre los números.
Números amigos. El califa elogia al “Hombre que calculaba”. Es exigida en
palacio, la presencia de un calígrafo.
Cuatro días después, por la
mañana, se nos informó que seríamos recibidos en solemne audiencia por el
califa Abul-Aabas-Ahmed Al-Motacen Billah, Emir de los Creyentes, Vicario de
Alah.
Aquella comunicación, tan
grata para cualquier musulmán, fue recibida por Beremís y por mí con verdadera
ansiedad.
Era muy posible que el
soberano, al oír al sheik Iezid contar alguna de las proezas practicadas por el
eximio matemático, tuviese curiosidad por conocer al “Hombre que calculaba”. No
se puede explicar de otra forma nuestra presencia en la Corte, entre las
figuras de más prestigio de la alta sociedad de Bagdad.
Quedé asombrado al entrar en
el palacio del Emir.
Varias arcadas superpuestas,
formando curvas armoniosas, y sostenidas por altas y delgadas columnas
esculpidas, tenían sus basamentos ornados con finísimos mosaicos. Pude notar
que esos mosaicos estaban formados por fragmentos de loza blanca y bermeja,
alternando con franjas de estuque.
Los techos de los salones
principales eran de color oro y azul; las paredes de todas las habitaciones se
presentaban cubiertas de azulejos en relieve, y los pisos eran de mosaico.
Las cortinas, los tapices, los
divanes, todo, en fin, cuanto constituía el mobiliario del palacio, demostraba
la magnificencia indiscutible de un príncipe de leyenda hindú. Afuera, en los
jardines, se notaba la misma pompa, realzada por la mano de la Naturaleza,
perfumada por mil aromas diferentes, alfombrada con verde césped, bañada por el
río, refrescada por innumerables fuentes de mármol blanco, junto a las cuales
un millar de esclavas trabajaban sin cesar.
Fuimos conducidos por un
ayudante del visir Ibraim Maluf hasta la Sala de las Audiencias.
Vimos al llegar, al poderoso
monarca sentado en riquísimo trono de marfil y terciopelo.
Perturbóme algo la belleza
sublime del salón. Todas sus paredes estaban adornadas con inscripciones
admirables, hechas por el arte caprichoso de algún calígrafo genial. Las
leyendas aparecían, en relieve, sobre fondo azul claro con letra pequeña y
roja. Casi todas eran versos de los poetas más famosos de nuestra patria.
Jarrones con flores por todas partes, flores deshojadas sobre los cojines,
sobre las alfombras, o en bandejas de oro y plata primorosamente cinceladas.
Hermosas y numerosas columnas
lucían, airosas, con sus capiteles y basamentos, elegantemente ornadas por el
cincel de artistas árabes, que sabían, como ninguno, multiplicar ingeniosamente
las figuras geométricas asociadas con flores y hojas de tulipán, azucenas y mil
diversas plantas, en una armonía maravillosa de inenarrable belleza.
Se hallaban presentes siete
visires, dos jueces, varios doctores y diversos dignatarios de gran prestigio.
Al honrado Maluf correspondía
hacer nuestra presentación. En el desempeño de esta misión, el visir, con los
codos apoyados en la cintura y las palmas de las manos hacia fuera, habló así:
-
Para satisfacer tu deseo, rey del tiempo,
ordené compareciesen hoy, a esta excelsa audiencia, el calculista Beremís
Samir, mi actual secretario, y su amigo Hank-Tade_Madya, auxiliar de
escribiente y funcionario de palacio.
-
Sean bienvenidos, musulmanes. –respondió con
sencillez el sultán-. Admiro a los sabios. Un matemático, bajo el cielo de este
país, contará siempre con mi simpatía y, si fuera necesario, con mi decidida
protección.
-
¡Alah badie, ya sidi!58 –exclamó
Beremís, inclinándose delante del rey y besando, respetuoso, la tierra entre
las manos59.
Quedé inmóvil, la cabeza
inclinada, los brazos cruzados, pues no habiendo sido aludido en los elogios
por el soberano, no podía tener el honor de dirigirle el “zalam”.
El hombre que tenía en sus
manos el destino del pueblo árabe parecía bondadoso y desprovisto de
prejuicios. Tenía el rostro delgado, quemado por el sol del desierto y surcado
de arrugas prematuras. Vestía con relativa sencillez. Llevaba en la cintura,
bajo la faja de seda, un hermoso puñal, cuyo cabo estaba adornado con piedras
preciosas. El turbante era verde con pequeñas listas blancas. El color verde es
– como todos saben- lo que distingue a los descendientes de Mahoma, el Santo
Profeta (¡con Él haya paz y gloria!).
-
Muchas cosas importantes quiero resolver en la
audiencia de hoy –comenzó el califa-. No quiero, sin embargo, iniciar los
trabajos y discutir los grandes problemas políticos, sin recibir una prueba
clara y precisa que el matemático persa recomendado por mi amigo Iezid es,
realmente, un gran y hábil calculista. Interpelado de ese modo Beremís por el
glorioso monarca, se sintió obligado a corresponder brillantemente a la
confianza que el jefe Iezid, en él depositara.
Dirigiéndose, pues, al sultán,
así le habló:
-
No soy más, Comendador de los Creyentes, que un
rudo pastor que acaba de ser distinguido con vuestra honrosa atención.
Y después de corta pausa
prosiguió:
- Aseguran, entretanto, mis
generosos amigos, que es justo incluir mi nombre entre los calculistas.
Siéntome halagado por tan alta distinción, aunque pienso que, en general, los
hombres son buenos calculistas. Calculista es el pescador que cuenta los peces
que hay en su red; calculista es el soldado que avalora de una ojeada, cuando
está en campaña, la distancia de una parasanga; el calculista es el poeta que
cuenta las sílabas y mide el ritmo de los versos; calculista es el músico que
aplica, en la división en compases, las leyes de la perfecta armonía;
calculista es el pintor que traza las figuras según proporciones invariables,
para obtener perspectiva; calculista es el humilde tejedor que dispone uno por
uno, todos los hilos de su trabajo. ¡Todos, en fin, oh rey, son buenos y
hábiles calculistas! Y, después de mirar a todos los nobles que rodeaban el
trono, Beremís prosiguió: - Veo, con infinita alegría, que estáis rodeado de
“ulemas”, y doctores; que hay, a la sombra de vuestro trono poderoso, hombres
de valor que cultivan el estudio y engrandecen la ciencia. La compañía de los
sabios, oh rey, es para mí el mayor tesoro. El hombre sólo vale por lo que
sabe. Saber es poder. Los sabios educan por el ejemplo, y nada hay que
conquiste al espíritu humano más profundamente que el ejemplo. Sin embargo, no
debe el hombre cultivar la ciencia si no es para utilizarla en la práctica del
bien. Sócrates, filósofo griego, afirmaba con el peso de su autoridad enorme:
“Sólo es útil el conocimiento que nos hace mejores”. Séneca, otro pensador
famoso, decía, incrédulo: “¿Qué importa saber que es una línea recta, si no se
sabe lo que es la rectitud?” Permitidme, pues, rey generoso y justo, que rinda
mi humilde homenaje a los doctores y “ulemas” que se hallan en esta sala.
Durante los trabajos diarios,
observando las cosas que Alah sacó de la Nada para darles vida, aprendí a
valorar los números y a transformarlos por medio de reglas prácticas y seguras.
No deja de preocuparme, sin embargo, la prueba que solicitáis. Confiado en
vuestra proverbial generosidad, agrádame decir que observo en esta Sala de
Audiencias, demostraciones admirables y elocuentes de que la Matemática existe
en todas partes. Adornan las paredes de este bello salón varios versos que
contienen un total de 504 palabras, estando algunas trazadas en caracteres
negros y las restantes en rojo. El calígrafo que dibujó estos versos demostró
tener tanto talento e imaginación al descomponer las 504 palabras, como los
poetas que escribieran esas inmortales poesías.
¡Rey magnánimo! –prosiguió
Beremís-: encuentro en los versos incomparables que adornan esta Sala de
Audiencias grandes elogios sobre la Amistad. Puedo leer allí, cerca de la
columna, la célebre “cassida” de “Mohalhil”:
“Si
mis amigos me huyeran, de mí huirían todos los tesoros.”
Un poco más abajo encuentro el
elocuente pensamiento de Tarafa:
“El
encanto de la vida depende únicamente de las buenas amistades que cultivamos.”
A la izquierda se destaca el
profundo concepto de Hatim, de la tribu de Tai: “La buena amistad es para el hombre lo que el agua pura y límpida para
el beduino sediento.”
Sí, todo eso es sublime,
profundo y elocuente. La mayor belleza, sin embargo, reside en el ingenioso
artificio empleado por el calígrafo para demostrar que la amistad que los
versos exaltan, no existe solamente entre los seres dotados de vida y
sentimientos. La amistad se halla, también entre los números.
¿Cómo descubrir –preguntaréis-
entre los números, aquellos que están unidos por los lazos de la amistad
matemática? ¿De qué medios se vale el geómetra para señalar en la serie numérica
los elementos ligados por la estima?
En pocas palabras podré explicar
en qué consiste el concepto de los números amigos en Matemática.
Consideremos, por ejemplo, los
números 220 y 284.
El número 220 es divisible exactamente
por los números:
1, 2, 4,
5, 10, 11, 20, 22, 44, 55 y 110.
Estos son los divisores de 220
menores que 220 y su suma:
1 + 2
+ 4 + 5 + 10 + 11 + 20 + 22 + 44 + 55 + 110 = 284
El número 284 es –a su vez-
divisible exactamente por los números:
1, 2,
4, 71 y 142.
Son esos los divisores de 284
menores que 284 y su suma:
1 + 2
+ 4 + 71 + 142 = 220
Pues bien. Hay entre esos
números relaciones notables. Si sumamos los divisores de 220, arriba indicados,
obtenemos una suma igual a 284; si sumamos los divisores de 284, el resultado
es, precisamente, 220.
De esa relación los
matemáticos llegaron a la conclusión de que los números 220 y 284 son “amigos”;
es decir, que cada uno de ellos parece existir para servir, alegrar, defender u
honrar al otro.
Y el calculista concluyó:
- ¡Pues bien, rey generoso y
justo! Observad que las 504 palabras que forman el elogio poético de la Amistad
fueron escritas en la siguiente forma:
220 en caracteres negros y 284
en caracteres rojos. Y 220 y 284 son, como ya expliqué, números amigos.
Observad, también, una
relación no menos interesante: las 504 palabras forman 32 leyendas diferentes.
Pues bien, la diferencia entre 284 y 220 es 64, número que, además de ser
cuadrado y cubo perfecto, es precisamente igual al doble del número de leyendas
dibujadas.
El infiel dirá que se trata de
simples coincidencias. Sin embargo, aquel que cree en Dios y tiene la dicha de
seguir las enseñanzas del Santo Profeta Mahoma (¡con Él en la oración y en la
paz!), saben que las llamadas coincidencias no serían posibles si Alah no las
describiese en el libro del Destino. Afirmo, pues, que el calígrafo, al
descomponer el número 504 en dos porciones (220 y 284), escribió sobre la
Amistad un poema que eleva a todos los hombres de alma noble y espíritu claro.
Al oír las palabras del
calculista, el califa quedó extasiado. Resultaba extraordinario. Resultaba extraordinario
que aquel hombre contase, de una mirada, las 504 palabras de los 32 versos y
que, al contarlas, verificase que había 220 en negro y 284 en letras rojas.
- Tus palabras, calculista
–dijo el rey- me han dado la certeza de que eres un geómetra de gran mérito. He
quedado encantado con esa interesante relación que los algebristas denominan
“amistad numérica”, y estoy ahora interesado en saber cuál fue el calígrafo que
escribió, al hacer el decorado de esta habitación, los versos que sirven de
adorno a estas paredes.
Es fácil verificar si la
descomposición de las 504 palabras, en partes que formen números amigos, fue
hecha a propósito o resultó de un capricho del Destino (obra exclusiva de Alah,
el EXaltado).
Y haciendo aproximar al trono
a uno de sus secretarios, el sultán Al Motacen le preguntó:
- ¿Recuerdas
Nuredín Zarur, al calígrafo que trabajó en este palacio?
- Lo
conozco muy bien –respondió prontamente el sheik-. Vive junto a la mezquitade
Otman.
- Traedlo
aquí, “sejid”60, lo más pronto posible –ordenó el califa-. Quiero
interrogarlo.
- ¡Escucho
y obedezco!
Y salió a prisa a cumplir la
orden del soberano.
CAPÍTULO
14
En el
cual esperamos en el trono real, el regreso de Nuredín Zarur, el emisario del
califa. Los músicos y las bailarinas gemelas. Como Beremís reconoció a Iclimia
y Tabessan. Surge un visir envidioso que critica a Beremís. El elogio de los
teóricos soñadores hecho por Beremís. El rey proclama la victoria de la teoría
sobre el utilitarismo grosero.
Después que el jefe Nuredin
Zarur –el emisario del rey- partió en busca del calígrafo que dibujara las 504
palabras de las leyendas de la Sala de Audiencias, entraron en ella cinco
músicos egipcios que ejecutaron, con gran sentimiento, las más agradables
canciones y melodías árabes. En cuanto los músicos hicieron vibrar sus laúdes,
arpas cítaras y flautas, dos graciosas bailarinas djalcianas61, para
mayor entretenimiento de todos, danzaron sobre una gran tarima circular. Era
asombrosa la semejanza que se observaba entre las dos jóvenes esclavas. Tenían
ambas el talle esbelto, las caras morenas, los ojos pintados con “colk” negro;
pendientes, pulseras y collares exactamente iguales. Y para completar el
parecido, se presentaban con trajes en los que no se notaba la menor
diferencia.
En determinado momento el
califa, que estaba de buen humor, se dirigió a Beremís y le dijo:
-
¿Qué pensáis, calculista, de mis lindas
“adjamis”?62 Ya habréis notado que son parecidísimas. Una de ellas
se llama Iclimia63 y la otra responde al tierno nombre de Tabessan.64
Son gemelas y valen un tesoro. No encontré, hasta ahora, quien fuese capaz de
distinguir, con seguridad, una de otra, cuando reaparecen después de danzar.
Inclimia (¡mira bien!) es la que se encuentra ahora a la derecha; Tabessan, a
la izquierda, junto a la columna nos dirige su mejor sonrisa.
-
Confieso, oh sheik del Islam65
–respondió Beremís- que vuestras bailarinas son, realmente, irresistibles.
Loado sea Alah, el Único, que creó la Belleza para modelar con ella las
seductoras formas femeninas. De la mujer hermosa ya dijo el poeta:
“Mujer no eres solo obra de Dios, los
hombres te están creando eternamente con la hermosura de sus corazones
y sus ansias han vestido de gloria tu
juventud.” “Por ti labra el poeta su tela de oro imaginaria; el pintor regala a
tu forma, día tras día, nueva inmortalidad. Por adornarte, por vestirte, por
hacerte más preciosa, el mar da sus perlas, la tierra su oro, su flor los
jardines del estío.” “Mujer, eres mitad mujer y mitad sueño.” 66
Sin embargo, me parece
relativamente fácil – añadió el calculista- distinguir a Iclinia de su hermana
Tabessan, basta reparar en la hechura de los trajes de ambas. - ¡Cómo! –dijo el
sultán-. Por los trajes no se podrá descubrir la menor diferencia, pues
determiné que ambas usasen velos, blusas y mhazmas
67 rigurosamente iguales.
-
Pido perdón, rey generoso – contradijo
Beremís-, mas las costureras no acataron vuestra orden con el debido cuidado.
La “mhazma” de Iclinia tiene en el borde, 312 franjas, mientras que la de
Tabessan sólo posee 309 franjas. Esa diferencia de 3 franjas es suficiente para
evitar la confusión entre las dos hermanas gemelas. Al oír tales palabras, el
califa batió palmas, haciendo parar el baile, y ordenó que un “haquim” 68
contase, una por una, todas las franjas que aparecían en las polleras de las
bailarinas.
El resultado confirmó el
cálculo de Beremís.
Iclinia tenía en el vestido
312 franjas y Tabessan 309.
- ¡Mac
Alah! -exclamó el califa-. El sheik Iezid, a pesar de ser poeta, no exageró. Este
calculista es realmente prodigioso. ¡Contó todas las franjas de las polleras
mientras las bailarinas danzaban rápidamente sobre el tablado!
La envidia, cuando se apodera
de un hombre, abre en su alma el camino a todos los sentimientos despreciables
y torpes.
Había en la corte de
Al-Motacen un visir llamado Nahun Ibn-Nahun, hombre malo y ruin. Viendo crecer
ante el califa el prestigio de Beremís, como duna de arena formada por el
simún, y aguijoneado por el despecho, ideó desprestigiar a mi talentoso amigo,
colocándolo en situación falsa y ridícula. Con ese propósito se acercó al rey y
le dijo:
-
Acabo de observar, Emir de los Creyentes, que
el calculista persa es hábil para contar los elementos o figuras de un
conjunto. Contó las quinientas y tantas palabras escritas en las paredes del
salón, citó dos números amigos, habló de la diferencia 64 (que es cubo y
cuadrado), y terminó contando, una por una, las franjas de las polleras de las
hermosas bailarinas djalcianas.
Quedaríamos mal servidos si
nuestros matemáticos se dispusieran a observar solamente cosas tan pueriles y
sin utilidad práctica alguna. Realmente. ¿Qué nos importa saber si hay en los
versos que nos engrandecen, 220 o 284 palabras, y si esos números son amigos o
no? La preocupación de cuantos admiramos a un poeta, no es contar las letras de
sus versos, ni calcular el número de ellas escritas en rojo o en negro. Tampoco
nos interesa saber si en el vestido de esta bella y graciosa bailarina hay 309,
312 o 1.000 franjas. Todo eso es ridículo y de muy escaso interés para los
hombres de sentimiento que cultivan la Belleza y el Arte.
El ingenio humano, amparado
por la ciencia, debe consagrarse a la resolución de los grandes problemas de la
vida. Los sabios –inspirados por Alah, el Exaltado- no levantaron el
deslumbrante edificio de la Matemática para que esa noble ciencia viniese a
tener la aplicación que le encuentra el calculista persa. Me parece, pues, un
crimen, reducir la ciencia de un Euclides, de un Arquímedes o de un maravilloso
Omar Cayan (¡Alah lo tenga en su gloria!), a esa mísera situación de evaluadora
numérica de cosas y seres. Nos interesa, pues, ver a ese calculista aplicar las
teorías (que dice poseer) en la resolución de problemas de utilidad real, esto
es, problemas que se relacionen con las necesidades de la vida corriente.
-
Hay un pequeño engaño de vuestra parte, señor
visir –replicó en seguida Beremís, y yo tendría a gran honra esclarecer ese
pequeño error si el generoso Califa, nuestro amo y señor, me concediera permiso
para dirigirle más extensamente la palabra en esta audiencia.
-
No deja de parecerme, hasta cierto punto,
juiciosa –replicó el rey- la censura del visir Nahun Ibn-Nahun. Una aclaración
sobre el caso es indispensable. Habla, pues.
Tus palabras orientarán la
opinión de los que aquí se hallan.
-
Los doctores y “ulemas”, ¡Oh rey de los Árabes!
–comenzó Beremís- no ignoran que la Matemática surgió con el despertar del alma
humana; peor, no lo hizo con fines utilitarios. Fue el ansia de resolver el
misterio del Universo, delante del cual los hombres son como granos de arena,
que le dio el primer impulso. El verdadero desenvolvimiento resultó, ante todo,
del esfuerzo en penetrar y comprender el Infinito. El progreso material de los
hombres depende de las conquistas abstractas o científicas del presente, y es a
los hombres de ciencia que trabajan sin ningún designio de aplicación de sus
doctrinas, a los que la Humanidad será deudora en lo futuro69. Cuando
el matemático efectúa sus cálculos o busca nuevas relaciones entre los números,
no lo hace con fines utilitarios. Cultivar la ciencia por la utilidad práctica,
inmediata, es desvirtuar el alma de la propia ciencia.
Aparece
en la amonita (concha fósil perteneciente a un molusco cefalópodo) una curva
considerada entre las figuras más notables – la “espiral logarítmica”.
Privilegio grande del
matemático es esa ligazón íntima y misteriosa entre él y su aspiración, que,
fuera de sí mismo, casi no interesa a nadie; análogamente decimos de las
aplicaciones prácticas de la ciencia que apasionan a las multitudes, y frente a
las cuales él permanece aparentemente ajeno. Que ese acuerdo entre las
especulaciones matemáticas y la vida práctica se expliquen por medio de
argumentos matemáticos o de teorías biológicas, no importa; lo cierto es que
esa relación existe y que la Historia sólo ha logrado confirmarlo. En los
estudios más áridos y abstractos el matemático trabaja convencido que su labor,
hoy o mañana, será útil a sus semejantes. Esa certeza de la gran utilidad de su
obra permite al matemático entregarse, sin reserva y sin remordimiento, a los
placeres de la imaginación creadora, sin pensar más que en su propio ideal de
belleza y verdad.
¿La teoría estudiada hoy
tendrá aplicaciones en lo futuro?
¿Quién podrá aclarar ese
enigma ni su proyección, a través de los siglos? ¿Quién podrá, de la ecuación
del presente, despejar la gran incógnita de los tiempos venideros? Sólo Alah
sabe la verdad. Es muy posible que las investigaciones teóricas de hoy provean,
dentro de mil o dos mil años, de preciosos recursos a la práctica. Es preciso,
sin embargo, no olvidar que la Matemática, además del objetivo de resolver
problemas, calcular áreas y medir volúmenes, tiene finalidades mucho más
elevadas.
Por tener alto valor en el
desenvolvimiento de la inteligencia y del raciocinio, es la Matemática uno de
los caminos más seguros por donde puede llegar el hombre a sentir el poder del
pensamiento, la magia del espíritu.
El estudio de la matemática
contribuye, por sí sólo, a la formación de la personalidad; ante todo, ejercita
singularmente la atención, y, de ese modo, desenvuelve, concomitantemente, la
voluntad y la inteligencia; habitúa a reflexionar sobre una misma cosa que no
ocupa los sentidos, a observarla en todos sus aspectos y en todas sus
variantes, a compararla con otros objetos análogos, a descubrir tenues y
ocultos vínculos, y a seguir, en todos sus pormenores, la extensa cadena de
deducciones; de hábitos de paciencia, de precisión y de orden; inicia el
razonamiento en los recursos de la Lógica; eleva y encanta por la contemplación
de vastas teorías magníficamente ordenadas y resplandecientes de claridad.
La Matemática es, en fin, una
de las verdades eternas y, como tal, eleva el espíritu
–del mismo modo que lo hace la
contemplación de los grandes espectáculos de la Naturaleza, a través de los
cuales sentimos la presencia de Dios, Eterno y Omnipotente. Hay, pues, ilustre
visir Nahun Ibn-Nahun, como ya dije, un pequeño error de vuestra parte. Cuento
los versos de un poema, calculo la altura de una estrella, las franjas de una
pollera, mido la extensión de un país, o la fuerza de un torrente; aplico, en
fin, fórmulas algebraicas y principios geométricos, sin preocuparme por el
beneficio inmediato que puedan producirme mis cálculos y estudios. Sin los
sueños y las fantasías, la ciencia se empequeñecería; sería una ciencia muerta.
¡Uassalam!
Las palabras elocuentes de
Beremís impresionaron profundamente a los nobles y “ulemas” que rodeaban el
trono.
El rey se aproximó al
calculista, y, estrechándole la mano, eXclamó con gran autoridad:
- La teoría del hombre de
ciencia soñador venció y vencerá siempre al utilitarismo grosero del ambicioso
sin ideal filosófico.
Al oír tal sentencia, dictada por la
justicia y por la razón, el envidioso Mahun IbuHahun se inclinó, dirigió un
“zalam” al rey, y sin decir palabra se retiró cabizbajo de la Sala de
Audiencias.
CAPÍTULO
15
En el
cual Nuredin regresa a la Sala de Audiencias. La información que obtuvo de un “imman”.
Como vivía el pobre calígrafo. El cuadrado lleno de números y el tablero de
ajedrez. Beremís habla sobre los cuadrados mágicos. La consulta del “ulema”. El
rey pide a Beremís que le cuente la leyenda del juego de ajedrez.
Nuredin no fue favorecido por
la suerte al ir a desempeñar su misión. El calígrafo que el rey quería
interrogar con tanto empeño sobre el caso de los “números amigos”, no se
encontraba más en la ciudad de Bagdad.
A relatar las medidas que
tomara para dar cumplimiento a la orden del califa, habló así el noble
musulmán:
- Salí de este palacio,
acompañado por tres guardias, hacia la mezquita de Otman (Alah la ennoblezca
cada vez más). Me informó un viejo “imman”, que vela por la conservación del
templo, que el hombre que buscaba había, efectivamente, residido algunos meses
en una casa próXima. Pocos días antes, sin embargo, salió para Basora, con una
caravana de vendedores de tapices y velas. Supe también que el calígrafo (cuyo
nombre el “imman” ignoraba) vivía sólo, y que raras veces dejaba la pequeña y
modesta habitación en que moraba. Creí necesario eXaminar esa habitación, en
procura de algún indicio que facilitase la pesquisa.
Cuadrado mágico de 9 casillas
El aposento se hallaba abandonado
desde el día en que el calígrafo lo dejara. Todo allí denotaba extraordinaria
pobreza. Un lecho basto, colocado a un costado, era todo el mobiliario. Sobre
un cajón tosco, de madera, un tablero de ajedrez y unas cuantas piezas de ese
juego y, en las paredes, un cuadrado lleno de números.
Encontrando extraño que un
hombre tan pobre, que llevaba una vida llena de privaciones, cultivase el juego
de ajedrez y adornase las paredes con figuras de expresiones matemáticas,
resolví traer esos objetos conmigo, para que nuestros “ulemas” pudieran admirar
las reliquias dejadas por el viejo calígrafo.
El sultán, lleno de curiosidad
por el caso, ordenó a Beremís que examinase con la atención debida el tablero y
la figura que parecía más apropiada para un discípulo de Al-Carismi70,
que para adorno del cuarto de un pobre.
Después de haber observado
meticulosamente el tablero y el cuadro, dijo el “Hombre que calculaba”:
- Esa interesante figura
numérica, encontrada en el cuarto del calígrafo, constituye lo que llamamos un
“cuadrado mágico”.
Tomemos un cuadrado y
dividámoslo en 9, 16, 25 o más cuadrados iguales, que llamaremos casillas.
En cada una de esas casillas coloquemos un número entero. La
figura obtenida será un cuadrado mágico cuando la suma de los números que
figuran en una columna, en una fila, o en cualquiera de las diagonales, sea
siempre la misma. Ese resultado invariable se llama constante del cuadrado, y
el número de casillas de una fila, módulo del mismo.
Los números que ocupan las
diferentes casillas del cuadrado mágico deben ser todos diferentes y tomados en
su orden natural.
El origen de los cuadrados
mágicos es oscuro. Se cree que la construcción de esas figuras constituía ya,
en épocas remotas, un pasatiempo que absorbía la atención de gran número de
curiosos.
Como los antiguos atribuían a
ciertos números, propiedades cabalísticas, era muy natural que viesen virtudes
mágicas en los arreglos especiales de esos números. Los cuadrados mágicos eran
conocidos por los matemáticos chinos que vivieron cuarenta y cinco siglos antes
de Mahoma.
Es imposible, sin embargo,
construir un cuadrado mágico con cuatro casillas.
En la India muchos reyes
usaban los cuadrados mágicos como amuletos; un sabio de Yemen afirmaba que los
cuadrados preservaban de ciertas enfermedades. Un cuadrado mágico de plata,
colgado del cuello, evitaba, según la creencia de cierta tribu, el contagio de
la peste.
Cuando un cuadrado mágico
presenta cierta propiedad –como, por ejemplo, la de poder descomponerse en
varios cuadrados mágicos –lleva el nombre de hipermágico.
Cuadrado mágico de 16 casillas, que los matemáticos llaman “diabólico”. La constante 34 de este cuadrado mágico no solamente se obtiene sumando los números de una misma columna, o de una misma fila, o de una diagonal, sino también sumando de otras maneras cuatro números del cuadro, por ejemplo,
4+5+11+14
= 34; 4+9+6+15 = 34; 1+11+16+6 = 34, … y así de 86 modos diferentes. Véanse
nuestras Notas sobre cuadrados mágicos al final de este libro.
Entre los cuadrados
hipermágicos podemos citar los diabólicos. Así se denominan los cuadrados que
continúan siendo mágicos aunque cambie una fila por una columna71.
Las indicaciones hechas por
Beremís acerca de los cuadrados mágicos fueron oídas con gran atención por el
rey y por los nobles musulmanes.
Uno de los “ulemas”, después
de dirigir elogiosas palabras al “eminente Beremís Samir, del país de Irán”,
aseguró que deseaba hacer una consulta al sabio calculista. La consulta era la
siguiente:
- ¿Habrá un método especial
para las investigaciones matemáticas, o los grandes principios y las leyes
admirables de esa ciencia serán descubiertas por casualidad? La respuesta a esa
delicada consulta la formuló Beremís en los siguientes términos: - No existe,
ni puede existir, método general para dirigir las investigaciones, pero es evidente
que la casualidad casi no interviene. El descubrimiento es siempre producto de
larga reflexión y de un esfuerzo consciente en una dirección ya determinada.
El hecho más interesante,
entre los que observan entonces, es, tal vez, la aparición repentina de la
solución largamente buscada, a veces cuando el investigador ya hace tiempo que
abandonó el asunto. Todo permite creer que esa verdadera luz mental es el
resultado de un trabajo subconsciente, que representaría un papel importante en
el descubrimiento.
A continuación el brillante
calculista tomó el tablero de ajedrez y dijo:
- Este
viejo tablero, dividido en 64 casillas negras y blancas, se emplea, comos abéis,
en un interesante juego que un hindú, llamado Lahur Sessa, inventó hace muchos
siglos, para recreo de un rey de la India. El descubrimiento del juego de
ajedrez se halla ligado a una leyenda que encierra cálculos y números.
- Debe
ser interesante oírla –opinó el califa.
- Escucho
y obedezco –respondió Beremís.
Y narró la historia siguiente:
CAPÍTULO
16
Leyenda
sobre el juego de ajedrez, contada al califa de Bagdad, Al-Motacen Billah, Emir
de los Creyentes, por Beremís Samir, el “Hombre que calculaba”.
Difícil, será descubrir, dada
la vaguedad de los documentos antiguos, la época exacta en que vivió y reinó en
la India un príncipe llamado Iadava, dueño de la provincia de Taligana. Sería
injusto, sin embargo, ocultar que el nombre de ese soberano es mencionado por
varios historiadores hindúes, como el de uno de los monarcas más generosos y
ricos de su tiempo.
La guerra, con su cortejo
inimitable de calamidades, amargó mucho la vida del rey Iadava, cambiando el
ocio y el placer de que gozaba la realeza, en las más inquietantes
tribulaciones. Fiel al deber que le imponía la Corona, de velar por la tranquilidad
de sus súbditos, se vio el hombre bueno y generoso obligado a empuñar la espada
para repeler, al frente de un pequeño ejército, un insólito y brutal ataque del
aventurero Varangul, que se decía príncipe de Calian.
El choque violento de los dos
rivales sembró de muertos los campos de Dacsina y tiñó de sangre las aguas
sagradas del río Shandú. El rey Iadava tenía –según lo que revela la crítica de
los historiadores- singular aptitud militar; sereno, elaboró un plan de batalla
para impedir la invasión, y tan hábil y afortunado fue al ejecutarlo, que logró
vencer y aniquilar por completo a los malintencionados perturbadores de la paz
de su reino.
El triunfo sobre los fanáticos
de Varangul le costó, desgraciadamente, grandes sacrificios; muchos jóvenes
“quichatrias”72 pagaron con la vida la seguridad de un trono para
prestigio de una dinastía; y entre los muertos, con el pecho atravesado por
certera flecha, quedó en el campo de batalla el príncipe Adjamir, hijo del rey
Iadava, quien patrióticamente se sacrificó en el momento culminante de la
lucha, para salvar la posición que dio a los suyos la victoria final.
Terminada la cruenta campaña y
asegurados los nuevos límites de su frontera, regresó el rey a su suntuoso
palacio de Andra, prohibiendo, sin embargo, las ruidosas manifestaciones con
que los hindúes festejan sus victorias. Encerrado en sus habitaciones, solo
salía de ellas para atender a los ministros y sabios brahmanes cuando algún
grave problema nacional lo obligaba a decidir, como jefe de Estado, en interés
y para la felicidad de sus súbditos.
Con el correr de los días, en
lugar de pagarse los recuerdos de la penosa campaña, más se agravaban la
angustia y la tristeza que, desde entonces, oprimían el corazón del rey.
¿De qué le podrían servir, en
verdad, los ricos palacios, los elefantes de guerra, los tesoros inmensos, si
ya no vivía a su lado aquel que fuera la razón de su existencia?
¿Qué valor podrían tener, a
los ojos de un padre inconsolable, las riquezas materiales, que no borrarían nunca
el recuerdo del hijo desaparecido?
Los pormenores de la batalla
en que pereciera el príncipe Adjamir no abandonaban su pensamiento. El infeliz
monarca pasaba largas horas trazando, sobre una gran caja de arena, las
diversas maniobras realizadas por las tropas durante el asalto. Un surco
indicaba la marcha de la infantería; otro, paralelo, a su lado, mostraba el
avance de los elefantes de guerra; un poco más abajo, representada en pequeños
círculos, dispuestos con simetría, se perfilada la temida caballería, comandada
por un viejo “radj”73, que se decía bajo la protección de Tchandra,
la diosa de la Luna. Así, por medio de gráficos, esbozaba el rey la colocación
de las tropas, estando las enemigas desventajosamente colocadas, gracias a su
estrategia, en el campo en que se libró la batalla decisiva.
Una vez completo el cuadro de
los combatientes, con todos los detalles que pudiera evocar, borraba el rey
todo, y comenzaba otra vez, como si sintiese placer en revivir los momentos de
angustia y ansiedad pasados.
A la hora temprana de la
mañana, en que los brahmanes llegaban al palacio para la lectura de los Vedas74,
ya se veía al rey trazando en la arena los planos de una batalla que se
reproducía indefinidamente.
¡Desgraciado monarca!
–murmuraban los sacerdotes, apenados-. Procede como un “sudra”75 a
quien Dios privó del uso de la razón. ¡Sólo Dhanoutara76, poderosa y
clemente, podrá salvarlo!
Y los brahmanes elevaban
oraciones, quemaban raíces aromáticas, implorando a la diosa clemente y
poderosa, eterna patrona de los enfermos, que amparase al soberano de Taligana.
Un día, finalmente, fue
informado el rey de que un joven brahmán –pobre y modesto- solicitaba una
audiencia que venía pidiendo desde hacía algún tiempo.
Como estuviese en ese momento
en buena disposición de ánimo, ordenó el rey que llevaran al desconocido a su
presencia.
Conducido a la gran sala del
trono, fue interpelado el brahmán, como lo exigía la costumbre, por uno de los
visires del rey.
- ¿Quién
eres, de dónde vienes y que deseas de aquel que, por la voluntad deVichnú77,
es rey y señor de Taligana?
- Mi
nombre -respondió el, joven braman- es Lahur Sessa78, y vengo de la
aldea de Manir, que está a treinta días de marcha de esta bella ciudad. Al
recinto en que vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso rey arrastraba
los días, en medio de profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que
le robaba la guerra. Gran mal será pare el país, me dije, si nuestro querido
soberano se encierra como un brahmán ciego dentro de su propio dolor.
Pensé, pues, en inventar un juego que pudiera
distraerlo y abrir en su corazón las puertas a nuevas alegrías. Es ese
insignificante obsequio que deseo, en este momento, ofrecer a nuestro rey
Iadava.
Como todos los grandes
principios citados en las páginas de la Historia, tenía el soberano hindú el
grave defecto de ser excesivamente curioso. Cuando le informaron del objeto de
que el joven bracmán era portador, no pudo contener el deseo de verlo y
apreciarlo sin demora.
Lo que Sessa traía al rey
Iadava consistía en un gran tablero cuadrado, dividido en sesenta y cuatro
cuadraditos iguales; sobre ese tablero se colocaban dos colecciones de piezas,
que se distinguían unas de otras por el color, blancas y negras, repitiendo
simétricamente los motivos y subordinadas a reglas que permitían de varios
modos su movimiento.
Sessa explicó con paciencia al
rey, a los visires y cortesanos que rodeaban al monarca, en qué consistía el
juego, enseñándoles las reglas esenciales:
- Cada uno de los
jugadores dispone de ocho piezas pequeñitas, llamadas peones. Representan la
infantería que avanza sobre el enemigo para dispersarlo. Secundando la acción
de los peones vienen los elefantes de guerra79, representados por
piezas mayores y más poderosas; la caballería, indispensable en el combate,
aparece, igualmente, en el juego, simbolizada por dos piezas que pueden saltar
como dos corceles, sobre las otras; y para intensificar el ataque, se incluyen -representando
a los guerreros nobles y de prestigio -los dos visires80 del rey.
Otra pieza, dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las
demás, representará el espíritu patriótico del pueblo y será llamada la reina.
Completa la colección una pieza que aislada poco vale, pero que amparada por
las otras se torna muy fuerte: es el rey.
El rey Iadava, interesado por
las reglas del juego, no se cansaba de interrogar al inventor:
- ¿Y por
qué la reina es más fuerte y poderosa que el mismo rey?
- Es más
poderosa -argumentó Sessa- porque la reina representa, en el juego, el patriotismo
del pueblo. El poder mayor con que cuenta el rey reside, precisamente, en la exaltación
cívica de sus súbditos. ¿Cómo podría el rey resistir los ataques de sus
adversarios, si no contase con el espíritu de abnegación y sacrificio de
aquellos que lo rodean y velan por la integridad de la patria?
En pocas horas el monarca aprendió las reglas
del juego, consiguiendo derrotar a sus visires en partidas que se desenvolvían
impecablemente sobre el tablero. Sessa, de vez en cuando, intervenía
respetuoso, para aclarar una duda o sugerir un nuevo plan de ataque o de
defensa.
En determinado momento el rey
hizo notar, con gran sorpresa que la posición de las piezas, por las
combinaciones resultantes de diversos lances, parecía reproducir exactamente la
batalla de Dacsina.
- Observad
–dijo el inteligente brahmán- que para conseguir la victoria es imprescindible
el sacrificio de este visir.
E indicó precisamente la pieza
que el rey Iadava, en el desarrollo del juego, pusiera gran empeño en defender
y conservar.
El juicioso Sessa demostraba,
de ese modo, que el sacrificio de un príncipe es a veces impuesto como una
fatalidad, para que de él resulten la paz y la libertad de un pueblo.
Al oír tales palabras, exclamó
el rey Iadava, sin ocultar su entusiasmo:
- No
creí nunca, que el ingenio humano pudiera producir maravillas como este juego,
tan interesante al par que instructivo. Moviendo esas simples piezas, aprendí
que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus súbditos,
y que, a veces, el sacrificio de un simple peón vale más, para la victoria, que
la pérdida de una poderosa pieza.
Y, dirigiéndose al joven
brahmán le dijo:
- Quiero
recompensarle, amigo mío, por este maravilloso obsequio, que de tanto me sirvió
para aliviar viejas angustias. Pide, pues, lo que desees, para que yo pueda
demostrar, una vez más, como soy de agradecido con aquellos que son dignos de
una recompensa.
Las palabras con que el rey
traducía su agradecimiento dejaron indiferente a Sessa. Su fisonomía serena no
traducía la menor emoción ni la más insignificante muestra de alegría o
sorpresa. Los visires miraban atónitos y asombrados su apatía ante un
ofrecimiento tan magnánimo.
- Rey
todopoderoso -recriminó el joven con suavidad y altivez. No deseo, por el presente
que hoy os traje, otra recompensa que la satisfacción de haber proporcionado al
señor de Taligana un pasatiempo agradable para aligerar el peso de las horas
alargadas por agobiadora melancolía. Yo estoy, por lo tanto, sobradamente
recompensado, y toda otra paga sería excesiva.
Sonrió, desdeñosamente, el
bondadoso soberano al oír aquella respuesta, que reflejaba u desinterés tan
raro entre los hindúes. Y, no creyendo en la sinceridad de las palabras de
Sessa, insistió:
- Me
causa asombro tanto desamor y desdén por las cosas materiales, joven. La modestia,
cuando es excesiva, es como el viento que apaga la antorcha, dejando al
viandante en las tinieblas de una noche interminable. Para que el hombre pueda
vencer los múltiples obstáculos que le depara la vida, precisa tener el
espíritu sujeto a una ambición que lo impulse hacia un ideal cualquiera. Exijo,
por tanto, que escojas si demora, una recompensa digna de tu valioso regalo.
¿Quieres una bolsa llena de oro? ¿Deseas un arca llena de joyas? ¿Pensaste en
poseer un palacio? ¿Aspiras a la administración de una provincia? Aguardo tu
respuesta, ya que mi palabra está ligada a una promesa.
- No
admitir vuestro ofrecimiento después de vuestras últimas palabras -respondió Sessa-,
más que descortesía sería desobediencia al rey. Voy, pues, a aceptar por el juego que inventé,
una recompensa que corresponda a vuestra generosidad; no deseo, sin embargo, ni
oro, ni tierras, ni palacios. Deseo mi recompensa en granos de trigo.
- ¿Granos
de trigo? –exclamó el rey, sin ocultar la sorpresa que le causara semejante
propuesta-. ¿Cómo podré pagarle con tan insignificante moneda? - Nada más
simple –aclaró Sessa-. Dadme un grano de trigo por la primera casilla del
tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta y así
duplicando sucesivamente hasta la sexagésima cuarta y última casilla del
tablero. Ruego a vos, rey generoso, que de acuerdo con vuestra magnífica
oferta, ordenéis el pago en granos de trigo, y así como te indiqué.
No sólo el rey, sino los
visires y venerables brahmanes, se rieron estrepitosamente al oír la extraña
solicitud del joven. La falta de ambición que se traducía en aquel pedido era,
en verdad, como para causar asombro aun al que menos apego tuviese a las cosas
materiales de la vida. ¡El joven brahmán, que pudo obtener del rey un palacio o
una provincia, se conformaba con granos de trigo!
- Insensato
-exclamó el rey-. ¿Dónde aprendiste tan grande indiferencia por la fortuna?
- La
recompensa que me pides es ridícula. Bien sabes que en un puñado de trigo hay
un número enorme de granos. Debes darte cuenta de que con dos o tres medidas de
trigo te pagaré holgadamente, conforme tu pedido, por las 64 casillas del
tablero. Has elegido una recompensa que no alcanzaría ni para distraer algunos
días el hambre del último “paria”81 de mi reino. En fin, ya que mi
palabra fue empeñada, ordenaré que el pago se haga inmediatamente conforme a tu
deseo. Mandó llamar el rey a los algebristas más hábiles de la Corte y les
ordenó calculasen la porción de trigo que Sessa pretendía.
Los sabios matemáticos, al
cabo de algunas horas de profundos estudios, volvieron al salón para hacer
conocer al rey el resultado completo de sus cálculos.
Preguntóles el rey,
interrumpiendo el juego:
- ¿Con
cuántos granos de trigo podré cumplir, finalmente, con la promesa hecha al joven
Sessa?
- Rey
magnánimo -declaró el más sabio de los geómetras-: calculamos el número de
granos de trigo que constituirá la recompensa elegida por Sessa, y obtuvimos un
número cuya magnitud es inconcebible para la imaginación humana82.
Hallamos en seguida, y con la
mayor exactitud, a cuántas “ceiras”83 correspondería ese número
total de granos, y llegamos a la siguiente conclusión: la cantidad de trigo que
debe entregarse a Lahur Sessa equivale a una montaña que teniendo por base la
ciudad de Taligana, fuese 100 veces más alta que el Himalaya. La India entera,
sembrados todos sus campos, y destruidas todas sus ciudades, no produciría en
un siglo la cantidad de trigo que, por vuestra promesa, debe entregarse al
joven Sessa.
¿Cómo describir aquí la
sorpresa y el asombro que esas palabras causaron al rey Iadava y a sus dignos
visires? El soberano hindú se veía, por primera vez, en la imposibilidad de
cumplir una promesa.
Lahur Sessa –refiere la
leyenda de la época-, como buen súbdito, no quiso dejar afligido a su soberano.
Después de declarar públicamente que se desdecía del pedido que formulara, se
dirigió respetuosamente al monarca y prosiguió:
- Maldita,
¡oh rey!, sobre la gran verdad que los brahmanes prudentes tantas veces repiten:
los hombres más precavidos, eluden no solo la apariencia engañosa de los
números sino también la falsa modestia de los ambiciosos. Infeliz de aquel que
toma sobre sus hombros los compromisos de honor por una deuda cuya magnitud no
puede valorar por sus propios medios. Más previsor es el que mucho pondera y
poco promete.
Y después de ligera pausa, continuó:
- Aprendemos menos con las
lecciones de los brahmanes que con la experiencia directa de la vida y de sus
lecciones diarias, siempre desdeñadas. El hombre que más vive, más sujeto está
a las inquietudes morales, aunque no quiera. Hállase ora triste, ora alegre;
hoy vehemente, mañana indiferente; ya activo, ya indolente; la compostura, la
corrección, alternará con la liviandad. Sólo el verdadero sabio, instruido en
las reglas espirituales, se eleva por encima de esas vicisitudes, pasando por
sobre todas esas alternativas.
Esas
inesperadas y sabias palabras quedaron profundamente grabadas en el espíritu
del rey. Olvidando la montaña de trigo que, si querer, prometiera al joven
brahmán, lo nombró su primer ministro.
Y Lahur Sessa, distrayendo al
rey con ingeniosas partidas de ajedrez y orientándolo con sabios y prudentes
consejos, prestó los más señalados servicios a su pueblo y a su país, para
mayor seguridad del trono y mayor gloria de su patria.
Encantado quedó el califa
Al-Motacen cuando Beremís terminó la singular historia del juego de ajedrez.
Llamó al jefe de sus escribas y ordenó que la leyenda de Sessa fuese escrita en
hojas especiales de pergamino y conservada en hermoso cofre de plata.
En seguida, el generoso
soberano ordenó se entregara al calculista un manto de honor y 100 sequíes de
oro.
A todos causó gran alegría el
acto de magnificencia del soberano de Bagdad. Los cortesanos que permanecían en
la Sala de Audiencias eran todos amigos del visir Maluf y del poeta Iezid; era,
pues, con simpatía, que oían las palabras del calculista persa, por quien se
interesaban vivamente.
Beremís, después de agradecer
al soberano los presentes con que acababa de ser distinguido, se retiró de la
Sala de Audiencias. El califa iba a iniciar el estudio y a juzgar varios casos,
oír a los “cadis”84 y a dictar sus sabias sentencias.
Dejamos el palacio real al
caer la noche y cuando comenzaba el mes de Cha-band85.
CAPÍTULO 17
En el
cual el “Hombre que calculaba” recibe innumerables consultas. Creencias y
supersticiones. Unidad y figura. El cuentista y el calculista. El caso de las
90 manzanas. La Ciencia y la Caridad.
A partir del célebre día en
que estuvimos, por primera vez, en la Sala de Audiencias del Califa, nuestra
vida sufrió profundas modificaciones. La fama de Beremís aumentó
considerablemente. En la modesta fonda en que vivíamos, los visitantes y
conocidos no perdían oportunidad de lisonjearlo con repetidas demostraciones de
simpatía y respetuosos saludos.
Todos los días veíase obligado
el calculista a atender decenas de consultas. Una vez era un cobrador de
impuestos que necesitaba conocer el número de “ratls” impuestos en un “abás” y
la relación entre esa unidad y el “cate”86; aparecía, en seguida, un
“hequim” ansioso por oír a Beremís una explicación sobre la cura de ciertas
fiebres por medio de siete nudos hechos en una cuerda; más de una vez el
calculista fue llamado por los camelleros que querían saber cuántas veces debía
un hombre saltar una hoguera para librarse del Demonio. Aparecían a veces, al
caer de la noche, soldados turcos, de aviesa mirada, que deseaban aprender
medios seguros para ganar en el juego de los dados. Tropecé, muchas veces, con
mujeres – ocultas por espesos velos- que venían, tímidas, a consultar al
matemático sobre los números que debían tatuarse en el antebrazo izquierdo para
tener buena suerte, alegría y riqueza.
A todos atendía Beremís Samir
con paciencia y bondad. Aclaraba las dudas a algunos, daba consejos a otros.
Procuraba destruir las creencias y supersticiones de los mediocres e
ignorantes, mostrándoles que ninguna relación puede existir., por la voluntad
de Alah, entre los números y las alegrías o tristezas del corazón.
Y procedía así, guiado por
elevado sentimiento de altruismo, sin perseguir lucro ni recompensas. Rechazaba
sistemáticamente el dinero que le ofrecían, y cuando algún rico “sheik”, a
quien enseñara, insistía en pagar la consulta, Beremís recibía la bolsa llena
de denarios, agradecía la limosna y mandaba distribuirla íntegramente entre los
pobres del barrio.
Cierta vez un mercader,
llamado Aziz Neman, trayendo un papel lleno de números y cuentas, vino a
quejarse de un socio, a quien llamaba “miserable ladrón”, “chacal inmundo” y
otros epítetos no menos insultantes. Beremís procuró calmar el ánimo exaltado
del comerciante, llamándolo al camino de la humildad.
- Cuídate –aconsejó- de los
juicios hechos en un momento de arrebato, porque estos desfiguran muchas veces
la verdad. Aquel que mira a través de un vidrio de color, ve todas las cosas
del color de ese vidrio; si el vidrio es rojo, todo le parecerá rojizo; si es
amarillo, todo se le presentará amarillento. El apasionamiento es para
nosotros, lo que el color del vidrio para los ojos. Si alguien nos agrada, todo
lo aplaudimos y disculpamos; si, por el contrario, nos molesta, todo lo
condenamos o interpretamos de modo desfavorable.
En seguida examinó con paciencia las cuentas, y
descubrió en ellas varios errores que desvirtuaban los resultados. Aziz se
convenció de que había sido injusto con el socio, y quedó tan encantado con la
manera inteligente y conciliadora de Beremís, que nos convidó aquella noche a
efectuar un paseo por la ciudad.
Nos llevó nuestro cumplido compañero hasta el
café Bazarique, situado en el eXtremo
de la plaza de Otman.
Un famoso cuentista, en el
medio de la sala llena de espeso humo, mantenía la atención de un numeroso
grupo de oyentes.
Tuvimos la suerte de llegar en
el preciso momento en el que el “sheik” El-Medah87, habiendo
terminado la acostumbrada oración inaugural, empezaba la narración. Era un
hombre de más o menos cincuenta y seis años, moreno, de oscurísima barba y de
ojos centellantes; usaba, como casi todos los cuentistas de Bagdad, un
amplísimo paño blanco, ceñido en torno a su cabeza con una cuerda de pelo de
camello, que le daba la majestad de un sacerdote antiguo. Hablaba en voz alta y
enérgica erguido en medio del círculo de oyentes, acompañado por dos sumisos
ejecutantes de laúd y tambor. Narraba, con entusiasmo, una historia de amor,
intercalada con las vicisitudes de la vida de un sultán. Los oyentes, atentos,
no perdían una sola palabra. El gesto del “sheik” era tan arrebatado, su voz
tan expresiva y su rostro tan elocuente, que a veces daba la impresión de que
vivía las aventuras que creaba su fantasía. Hablaba de un largo viaje; imitaba
el paso del caballo cansado, y señalaba hacia grandes horizontes más allá del
desierto. A veces fingía ser un beduino sediento procurando hallar a su
alrededor una gota de agua; otras dejaba caer la cabeza y los brazos como un
hombre postrado.
Árabes, armenios, egipcios,
persas y nómades de Hedjaz, inmóviles, sin respirar, observaban atentos las expresiones
del rostro del orador. En aquel momento, dejaban traslucir, con el alma en los
ojos, toda la ingenuidad y frescura de sentimientos que ocultaban bajo una
apariencia de salvaje dureza. El cuentista se movía para la derecha y para la
izquierda, se cubría el rostro con las manos levantaba los brazos al cielo, y,
a medida que aumentaba su entusiasmo y levantaba la voz, los músicos batían y
tocaban con más fuerza. La narración entusiasmó a los beduinos; al terminar,
los aplausos ensordecían.
El mercader Aziz Neman, que
parecía muy popular en aquella barullenta reunión, se adelantó hacia el centro
de la rueda y comunicó al “sheik”, en tono solemne y decidido:
- ¡Hállase
presente el hermano de los árabes, el célebre Beremís Samir, el calculista persa,
secretario del visir Maluf!
Centenares de ojos
convergieron en Beremís, cuya presencia era un honor para los parroquianos del
café.
El cuentista, después de
dirigir un respetuoso “zalam” al “Hombre que calculaba”, dijo con bien timbrada
voz:
- Mis
amigos: he contado muchas historias de reyes, genios y magos. En homenaje al
brillante calculista que acaba de entrar, voy a contar una historia que
envuelve un problema cuya solución, hasta ahora, no fue descubierta.
- ¡Muy
bien! ¡Muy bien! –exclamaron los oyentes.
El “sheik” evocó el nombre de
Alah (¡con él en la oración y en la gloria!), y en seguida contó esta historia:
- Vivía
una vez en Damasco un buen y trabajador aldeano que tenía tres hijas. Un día,
conversando con un “cadí”, declaró el campesino que sus hijas estaban dotadas
de gran inteligencia y de raro poder imaginativo.
El “cadí”, envidioso, irritose
al oír elogiar al rústico el talento de las jóvenes, y dijo: - Ya es la quinta
vez que oigo de tu boca elogios exagerados que exaltan la sabiduría de tus
hijas. Voy a probar si ellas son, como afirmas, tan ingeniosas y perspicaces.
Mandó el “cadí” llamar a las
muchachas y les dijo:
- Aquí
hay 90 manzanas que ustedes deberán vender en el mercado. Fátima, que es la
mayor, llevará 50; Cunda llevará 30, y la pequeña Siha venderá las 10
restantes. Si Fátima vende las manzanas a 7 por un denario, las otras deberán
hacerlo por el mismo precio, esto es, a 7 por un denario; si Fátima fija como
precio para la venta, tres denarios cada una, ese será el precio por el cual
Cunda y Siha deberán vender las que llevan. El negocio debe hacerse de suerte
que las tres saquen, con la venta de las respectivas manzanas, la misma
cantidad.
- ¿Y no
puedo deshacerme de algunas manzanas?, preguntó Fátima.
- De
ningún modo –objetó, rápidamente, el impertinente “cadí”-. La condición, repito,
es esa: Fátima debe vender 50, Cunda 30 y Siha sólo podrá vender las 10 que le
tocan. Y por el precio que venda Fátima venderán las otras. Hagan las ventas de
modo que al final los beneficios sean iguales.
Aquel problema, así planteado,
resultaba absurdo y disparatado. ¿Cómo resolverlo? Las manzanas, según la
condición impuesta por el “cadí”, debían ser vendidas por el mismo precio. En
esas condiciones, era evidente que la venta de las 50 manzanas debía producir
mayor beneficio que la venta de las 30 ó de las 10 restantes. Como las jóvenes
no atinaran con la forma de resolver el problema, fueron a consultar el caso
con un imman88 que vivía
en la cercanía.
El imman, después de llenar varias hojas de números, fórmulas y
ecuaciones, concluyó:
- Pequeñas:
ese problema es de una simplicidad evidente. Vendan las 90 manzanas como el
viejo cadí ordenó y llegarán sin error al resultado que él mismo determinó. La
indicación dada por el imman aclaraba
el intrincado enigma de las 90 manzanas propuesto por el cadí.
Las jóvenes fueron al mercado
y vendieron todas las manzanas: Fátima vendió las 50 que le correspondían,
Cunda las 30 y Siha las 10 que llevara. El precio fue siempre el mismo para las
tres, y el beneficio también. Aquí termina la historia.
Toca ahora a nuestro
calculista determinar cómo fue resuelto el problema.
No bien terminó el narrador de
hablar, Beremís se encaminó al centro del círculo formado por los curiosos oyentes,
y dijo así:
- No
deja de ser interesante ese problema, presentado bajo forma de una historia. He
oído muchas veces lo contrario; simples historias, disfrazadas de verdaderos
problemas de Lógica o de Matemática. La solución para el enigma con que el malicioso
cadí de Damasco quiso atormentar a las jóvenes campesinas, es la siguiente:
Fátima inició la venta fijando
el precio de 7 manzanas en un denario. Vendió de ese modo, 49, y se quedó con
1, sacando en esa primera venta 7 denarios. Cunda, obligada a vender las 30
manzanas por el mismo precio, vendió 28 por 4 denarios, quedando con 2 de
resto. Siha, que tenía una decena, vendió 7 por un denario y se quedó con 3 de
resto.
Tenemos así, como primera faz
del problema:
Fátima
vendió 49 y se quedó con 1
Cunda vendió 28
y se quedó con 2
Siha vendió 7
y se quedó con 3
A continuación decidió Fátima
vender la manzana que le quedaba en 3 denarios. Cunda, según la condición
impuesta por el cadí, vendió las 2
manzanas en 3 denarios cada una, obteniendo 6 denarios, y Siha vendió las 3
suyas del resto por 9 denarios, esto es, también a 3 denarios cada una:
Terminado el negocio, como es
fácil verificar, cada una de las jóvenes obtuvo 10 denarios, resolviendo así el
problema del cadí. Quiera Alah que
los perversos sean castigados y los buenos recompensados.
El sheik El-Medah, encantado con la solución presentada por Beremís, eXclamó,
levantando los brazos:
- ¡Por
la segunda sombra de Mahoma! Este joven calculista es realmente un genio. Es el
primer “ulema” que descubre, sin hacer cuentas complicadas, la solución exacta
y perfecta para el problema del cadí.
La multitud que llenaba el
café de Otman, sugestionada por los elogios del sheik, vitoreó:
- ¡Bravo,
bravo! ¡Alah ilumine al joven “ulema”!
Era muy posible que muchos
hombres no hubieran entendido la explicación de Beremís. No obstante esa
pequeña restricción, los aplausos eran generales y vibrantes.
Beremís, después de imponer
silencio a la barullenta concurrencia, les dijo con vehemencia:
- Amigos
míos: me veo obligado a confesar que no merezco el honroso título de “ulema”.
Loco es aquel que se considera sabio cuando sólo mide la extensión de su
ignorancia. ¿Qué puede valer la ciencia de los hombres delante de la ciencia de
Dios?
Y antes de que ninguno de los
presentes lo interrogase, narró lo siguiente:
- Hallábase
cierta vez, en presencia de Masudí89, el gran historiador musulmán,
el alquimista Aidemir ben-Alí, quien se vanagloriaba de poseer todos los
secretos científicos que le hacían dueño de la tierra. Ante tan descabellada
presunción, Masudí observó:
- “Aidemir
ben-Alí habla como habló otrora la hormiga que descubriera la gran montaña de
azúcar.” Y, a fin de curar, de una vez para siempre, la vanidad sin límite del
alquimista, el gran historiador así le contó: “Érase una vez una hormiguita
que, vagando por el mundo, encontró una gran montaña de azúcar. Muy contenta
con su descubrimiento, sacó de la montaña un grano y lo llevó a su hormiguero.
– “¿Qué es eso?”, preguntaron sus compañeras. –“Esto es una montaña de azúcar”,
replicó orgullosa. “La encontré en mi camino y resolví traerla para aquí.”
–Masudí, con maliciosa ironía, concluyó así: -El sabio orgulloso es como la
hormiga. ¡Trae una pequeña migaja, y casi cree llevar el propio Himalaya! La
ciencia es una gran montaña de azúcar; de esa montaña sólo conseguimos retirar
insignificantes trocitos.”
Un barquero de hinchadas
mejillas, que se hallaba en la rueda, preguntó a Beremís:
- ¿Cuál
es la ciencia de Dios?
- ¡La
ciencia de Dios es la Caridad!
En ese momento me acordé de la
admirable poesía que oyera a Telassim, en los jardines del “sheik” Iezid,
cuando los pájaros fueron puestos en libertad:
Si yo hablase las lenguas de los
hombres y de los ángeles y no tuviese caridad, sería como el metal que
suena, o como la campana que tañe, ¡Nada sería!... ¡Nada sería!...
Hacia la media noche, cuando
dejamos el café Bazari que, varios hombres, para testimoniarnos la
consideración que nos dispensaban, vinieron a ofrecernos sus pesadas linternas,
pues la noche era oscura y las calles eran tortuosas y estaban desiertas.
CAPÍTULO
18
En el
cual volvemos al palacio del sheik Iezid. Una reunión de poetas y letrados. El
homenaje al Maharajá de Laore. La Matemática en la India. La perla de Lilavati.
Los problemas de Aritmética de los hindúes. El precio de la esclava de 20 años.
Al día siguiente, a la primera
hora de “sob”90, vino un egipcio con una carta del poeta Iezid, a
buscarnos a nuestra humilde posada.
- Todavía
es muy temprano para la clase (advirtió tranquilo, Beremís). Dudo que mi paciente
alumna haya sido prevenida.
El egipcio explicó que el
“sheik”, antes de la clase de Matemática, deseaba presentar al calculista a su
grupo de amigos. Convenía, pues, llegar más temprano al palacio del poeta.
Esta vez, por precaución,
fuimos acompañados por tres esclavos negros, decididos y fuertes, pues era muy
posible que el terrible y celoso Tara-Tir intentase, en el camino, asaltarnos y
matar al calculista, en el cual, parece, preveía a un poderoso rival.
Una hora después, sin que nada
anormal ocurriera, llegamos a la magnífica residencia del “sheik” Iezid. El
esclavo egipcio nos condujo, a través de interminable galería, hasta un hermoso
salón azul adornado con frisos dorados. Alí se encontraba el padre de Telassim,
rodeado de varios letrados y poetas.
- ¡Zalam
aleikum!
- ¡Masa
al-quair, sheik!
- ¡Venta
ezzaiac!
Cambiados esos atentos
saludos, el dueño de casa nos dirigió unas palabras amistosas convidándonos a
tomar parte en aquella reunión.
Nos sentamos, sobre blandos
cojines de seda. Una esclava morena, de ojos negros y vivaces, nos trajo
frutas, dulces secos y agua perfumada con rosas.
Observé entonces que uno de
los invitados que parecía extranjero, ostentaba en sus trajes un lujo excepcional.
Vestía una túnica de satín
blanco de Génova, sostenida con un cinturón azul adornado con brillantes, y del
cual colgaba un lindo puñal con el cabo de lapislázuli y zafiros. El turbante,
de seda color rosa, adornado con hilos negros, tenía diseminadas piedras
preciosas, y sus manos, trigueñas y finas, se veían realzadas por el brillo de
los anillos que cubrían los dedos.
-
Ilustre geómetra –dijo el sheik Iezid,
dirigiéndose al calculista-: noto bien que estáis sorprendido con la reunión
que promoví hoy en esta humilde tienda. Debo, por tanto, informaros que esta
reunión no tiene otra finalidad que la de tributar homenaje a nuestro ilustre
huésped, el príncipe Cluzir-el-din Meubareo-Scha señor de Loare y Delhi.
Beremís con una leve
inclinación de busto hizo un “zalam” al gran maharajá de Laore, que era el
joven del cinto de brillantes.
Ya sabíamos, por las
conversaciones habituales con que nos entretenían los forasteros de la posada,
que el príncipe había dejado sus ricos dominios de la India para cumplir con
uno de los deberes de todo buen musulmán: hacer la peregrinación a la Meca, la
perla del Islam. Quedaría, por lo tanto, pocos días en Bagdad, para continuar
luego, con sus numerosos siervos y ayudantes, hacia la Ciudad Santa.
-
Deseamos, calculista –prosiguió Iezid- tu ayuda
para que podamos aclarar una deuda sugerida por el príncipe Cluzir Schá. ¿Cuál
fue la contribución con que la ciencia de los hindúes enriqueció a la
Matemática? ¿Cuáles los principales geómetras que más se destacaron en la India
por sus estudios e investigaciones? - Generoso sheik –respondió Beremís-. La
tarea que acabáis de encomendarme es de las que exigen erudición y serenidad.
Erudición para conocer, con todos los detalles, los datos recopilados por la
Historia de las Ciencias y serenidad para analizarlos y juzgarlos con elevación
y discernimiento. Vuestros menores deseos, oh sheik, son, sin embargo, órdenes
para mí. Expondré en esta brillante reunión, como humilde homenaje al príncipe
Cluzir Schá (a quien recién he tenido el honor de conocer), las pocas nociones
que aprendí en los libros sobre el desenvolvimiento de la Matemática en el país
de Ganges.
Y así comenzó el “Hombre que
calculaba”:
- Nueve o diez siglos antes de
Mahoma, vivió en la India un bracmán ilustre que se llamaba Apastamba. Con el
objeto de informar a los sacerdotes sobre los procedimientos para construir
altares y orientar los templos, escribió ese sabio una obra intitulada Suba-Sultra, que contiene numerosas
enseñanzas matemáticas. Es poco probable que esa obra haya recibido la
influencia de los Pitagóricos91, pues la Geometría del sacerdote
hindú no sigue el método de los investigadores griegos. En las páginas de Suba-Sultra se encuentran varios
teoremas de Matemática y pequeñas reglas sobre construcciones de figuras. Para
transformar convenientemente un altar, el prudente Apastamba construye un
triángulo rectángulo cuyos lados miden, respectivamente, 39, 36 y 15. Aplica en
la solución de este interesante problema el principio famoso atribuido al
geómetra Pitágoras: “El cuadrado
construido sobre la hipotenusa es equivalente a la suma de los cuadrados
construidos sobre los catetos.”
El
teorema de Pitágoras, tan citado en Matemática, puede demostrarse de muchísimas
maneras. Siendo A el área del cuadrado construido sobre la hipotenusa, B y C
las de los cuadrados construidos sobre los catetos, tenemos la siguiente
relación: A = B + C. La figura que traduce el teorema de Pitágoras es clásica
en Matemática.
Esa proposición, señores, expresa
una gran verdad. Ley eterna dictada por Dios y que la Ciencia reveló a los
hombres. Antes que existiese Marte, o la Tierra o el Sol, y mucho después que
dejaren de existir aquí como allá, en los mundos visibles como invisibles, -“el
cuadrado construido sobre la hipotenusa fue y será siempre equivalente a la
suma de los cuadrados construidos sobre los catetos.” Todas nuestras teorías de
la vida, todas las pueriles especulaciones nuestras sobre la muerte, todas las
discusiones sobre los problemas del destino -todo eso es polvareda que apenas
se ve en un rayo de sol, comparado con la doble eternidad, pasada y futura, de
una verdad como aquella.
Pues bien;
el teorema de Pitágoras es presentado por el hindú Apastamba bajo una forma muy
interesante:
“La
diagonal de un rectángulo produce, por si sola, lo que los lados del rectángulo
producen en conjunto.”
Es posible sacar en
conclusión, pues, que los hindúes, sin el auxilio de los griegos, ya conocían los
triángulos rectángulos, cuyos lados están expresados por números enteros. En el
primer capítulo de Suba-Sultra hay
referencias al triángulo rectángulo notable, cuyos lados miden,
respectivamente, 3, 4 y 5. El ilustre Apastamba menciona otros triángulos
pitagóricos:
12,
16,20;
5,
12,13; 8, 15,17
y llega, por medio de
fracciones simples a expresar el valor aproximado de la raíz cuadrada de 2. 92
Figura
que podría servir para demostrar gráficamente el teorema de Pitágoras. Los
lados del triángulo miden respectivamente 5, 4 y 3. La relación pitagórica se
verifica con la igualdad: 25 = 16 + 9
El valor así obtenido,
Apastamba lo aplica en la construcción de un cuadrado por medio de un ingenioso
artificio.
Los sacerdotes aprendían así,
por la lectura de las páginas de Suba-Sultra,
a transformar un rectángulo en un cuadro equivalente, cosa que, a veces,
precisaban al tener que alterar la forma de un altar, sin modificar el área.
Surgieron después de Suba-Sultra varias obras de indiscutible
valor en la Historia de la Matemática. Por ejemplo, Suria-Sidanta, que contiene una tabla de senos93 utilizada
por los astrónomos. La palabra seno, en idioma hindú, significa declive.
Triángulo
rectángulo ya conocido y citado por los antiguos matemáticos hindúes. Conviene
observar que el cuadrado (25) del lado mayor es igual a la suma de los
cuadrados (9 + 16) de los otros dos lados
Suria-Sidanta es el
primer tratado que expone las reglas de la numeración decimal cada guarismo
tiene un valor negativo y emplea el cero para indicar la ausencia de unidades
de cierto orden.
No menos notable, para la
ciencia de los brahmanes, es el tratado de Aria-Bata, que se divide en cuatro
partes: “Armonías Celestes”, “El Tiempo y su Medida”, “Las Esferas” y “Elementos de Cálculo”. Varios son los errores que se observan en
las páginas de Aria-Bata. Ese geómetra afirma que el volumen de una pirámide se
obtiene “multiplicado la mitad de la base por la altura”94 e indica
como fórmulas para el cálculo de áreas de cuadriláteros, algunas que sólo son
aplicables a casos particulares. Para determinar el largo de la circunferencia
da Aria-Bata la siguiente regla: “Sumar 4 a 100, multiplicar por 8, sumar
62.000”; se obtiene así la longitud de la circunferencia para un círculo de dos
miriámetros de diámetro.95
Los Pitagóricos fueron atacados de todos modos por sus adversarios. Con estas caricaturas pretendían ridiculizar a los discípulos del célebre filósofo griego.
Una de las más curiosas e
importantes obras de la literatura científica de la India es Bijaganita.
Ese nombre singular está
formado por dos palabras, bija y ganita, que significan, respectivamente,
semilla y cuenta. La traducción perfecta del título de la obra hindú sería:
“El arte de contar semillas”.
Lilavati,
según una curiosa leyenda, no se casó por causa de una perla desprendida de su
vestido de novia, y “que hizo detener el tiempo”. Báskara, el geómetra hindú,
para consolar a su hija le dijo: “- Escribiré un libro que perpetuará tu
nombre.
Vivirás
en el recuerdo de los hombres más de lo que hubieran vivido los hijos que
pudieron haber nacido en tu malogrado matrimonio.” La obra de Báskara se hizo
célebre y el nombre de Lilavati surge inmortal en la Historia de la Matemática.
El autor de ese trabajo eXtraordinario
es el famoso matemático Báskara Acharia,
que nació en Bidon, en la provincia de Decan, en el año 492 de la Hégira.96
A más de Bijaganita escribió Báskara
el célebre Lilavati, tratado de
Álgebra y Geometría, y en los últimos años de su eXistencia hizo un pequeño
libro de Astronomía, de relativa importancia, intitulado Suomani.
Es
curioso el artificio que Báskara, matemático hindú, en su libro Lilavati,
empleara para la determinación del área del círculo. Trazado un diámetro, cada
uno de los semicírculos era dividido en un mismo número de sectores iguales.
Los sectores 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9 que formaban uno de los semicírculos
eran colocados como indica la figura, con las bases (que se suponen
rectificadas) apoyadas sobre una recta AB. Los sectores a, b, c, d, e, f, g, h,
i, que formaban el otro semicírculo eran colocados entre los primeros en
oposición (como indica la figura) de modo de completar el paralelogramo ABCD.
El área del círculo será igual al producto de la semicircunferencia por la
altura (?) del círculo. La base AB de ese paralelogramo es la
semicircunferencia rectificada (?).
El origen de Lilavati es muy interesante. Voy a
relatarlo. Báskara tenía una hija llamada Lilavati. Cuando esta nació, él
consultó a las estrellas y verificó, por la disposición de los astros, que su
hija estaba condenada a quedar soltera toda la vida, no siendo requerida por
los jóvenes nobles. Báskara no se conformó con esa determinación del Destino y
recurrió a los astrólogos más famosos de la época. ¿Cómo hacer para que la
graciosa Lilavati pudiese encontrar esposo, y ser feliz en el casamiento? Uno
de los astrólogos consultados por Báskara, le aconsejó casar a Lilavati con el
primer pretendiente que apareciera, pero dijo que la hora propicia para la
ceremonia del enlace sería marcada, en cierto día, por el cilindro del Tiempo.
Los hindúes medían, calculaban
y determinaban las horas del día con ayuda de un cilindro colocado en un
recipiente lleno de agua. Ese cilindro, abierto apenas en su parte superior,
tenía un pequeño orificio en el centro de la base. La cantidad de agua que
entraba por el orificio llenaba lentamente el cilindro que se iba hundiendo
hasta desaparecer completamente bajo el agua a una hora previamente
determinada.
Con agradable sorpresa para su
padre, Lilavati fue pedida en matrimonio por un joven rico y de buena familia.
Fijado el día y señalada la hora, se reunieron los amigos para asistir a la
ceremonia.
Esta es Lilavati, la heroína de la célebre leyenda de “La perla y el tiempo”, que es llamada en el libro de Báskara “la linda pequeña de los ojos fascinantes”.
Báskara colocó el cilindro de
las horas y aguardó que el agua llegase al nivel marcado. La novia, llevada por
irresistible y verdaderamente femenina curiosidad, quiso observar la subida del
agua en el cilindro. Al aproximarse para acompañar la determinación del Tiempo,
una de las perlas de sus vestidos se desprendió y cayó dentro del vaso.
Por una fatalidad, la perla,
llevada por el agua, obstruyó el pequeño orificio del cilindro, impidiendo que
pudiese entrar el agua. El novio y los convidados esperaron largo rato con
paciencia. Pasó la hora fijada sin que el cilindro marcara el tiempo, como
previera el sabio astrólogo. El novio y los convidados se retiraron para que
fuese fijada otra fecha, después de consultar los astros.
El joven brahmán desapareció
algunas semanas después, y la hija de Báskara quedó para siempre soltera.
Reconoció el inteligente
geómetra que era inútil luchar contra el Destino y dijo a su hija:
Escribiré un libro que
perpetuará tu nombre. Vivirás en el pensamiento de los hombres más de lo que
hubieran vivido los hijos que pudieron haber nacido de tu malogrado matrimonio.
La obra de Báskara se hizo célebre
y el nombre de su hija surge inmortal en la Historia de la Matemática.
En lo que se refiere a la
Aritmética, Lilavati hace de las operaciones aritméticas sobre números enteros;
estudia minuciosamente las cuatro operaciones, el problema de elevación al
cuadrado y al cubo; enseña la extracción de la raíz cuadrada, y llega hasta el
estudio de la raíz cúbica de un número cualquiera. Aborda después las
operaciones con números fraccionarios, aplicando la hoy tan conocida regla de
reducción a común denominador. Al final de esa parte, refiriéndose a la
reducción de un número por cero97, Báskara dice: “Ni la adición ni
la sustracción, por grandes que sean, hacen disminuir o aumentar la cantidad
llamada cociente por cero.”
Lilavati presenta, en seguida,
reglas variadas de cálculo, algunas de carácter general, como la de inversión,
que consiste, procediendo en orden inverso, en hallar un número que, sometido a
una sucesión de operaciones, reproduzca un número dado, y la regla de falsa
posición, que los Egipcios y los Griegos ya conocían y empleaban.
Interesantes por la forma,
delicada algunas veces, rica y exuberante otras, como son presentados algunos
problemas, revelan, por sus enunciados, la íntima satisfacción de quien los
propuso, así como la inclinación de su espíritu a lo hermoso y al bien.
Es este un ejemplo
característico:
“Amable y querida Lilavati, de
dulces ojos como los de la delicada y tierna gacela, dime cuáles son los
números que resultan de la multiplicación de 135 por 12.” Más adelante Báskara
enseña a resolver la siguiente y delicada cuestión:
“Linda pequeña de ojos
fascinantes, tú, que conoces el verdadero método de la inversión, dime cual es
el número que multiplicado por 3, aumentado en las tres cuartas partes del
producto, dividido por 7, disminuido en un tercio del cociente, multiplicado
por sí mismo, disminuido en 52, después de la extracción de la raíz cuadrada,
adicionado en 8 y dividido por 10, sea 2.”98
No es menos interesante el
problema formulado sobre un enjambre de abejas: “La quinta parte de un enjambre
de abejas se posa sobre una flor de kadamba, la tercera parte en una flor de
silinda, el triple de la diferencia entre estos dos números vuela sobre una
flor de krutja, y una abeja vuela indecisa de una flor de pandanus a un
jazmín.”
Otros problemas tratan sobre
el interés del dinero, sobre el precio de las esclavas, cuyo valor máximo, a
los 16 años, correspondía al de 8 bueyes con dos años de trabajo, sobre el
costo de los géneros, de los salarios, de los trasportes, etc.
El problema que relataré es
uno de los incluidos en Lilavati y
que pocos matemáticos sabrán resolver:
“Una pequeña de seis años es
vendida por 32 niscas. ¿Cuál es el precio, en niscas, de una jovencita de 20
años?”
Es muy interesante también, la
regla que Lilivati presenta para la determinación del área del círculo.
CAPÍTULO
19
En el
cual el príncipe Cluzir elogia al “Hombre que calculaba”. El problema de los
tres marineros. La generosidad del Maharajá de Laore. Beremís recuerda los
versos de un poeta. La ciencia y el mar.
El elogio que Beremís hizo de
la ciencia de los hindúes recordando una página de la Historia de la
Matemática, causó inmejorable expresión en el espíritu del príncipe
Cluzir-Schá. El joven soberano, impresionado por la disertación, declaró que
consideraba al calculista un sabio completo, capaz de enseñar el arte de
Báskara a un centenar de brahmanes.
- He
quedado encantado -añadió- al oír la leyenda de la infeliz Lilavati, que perdió
el novio por causa de una perla de su vestido. Los problemas de Báskara,
citados por el elocuente calculista, son, realmente interesantes, y presentan,
en sus enunciados, ese “espíritu poético”, que es tan difícil de hallar en las
obras de Matemática. Siento, sin embargo, que el ilustre matemático no haya
citado el famoso problema de los tres
marineros, que aparece en el libro intitulado “Faiouentchoutin”, y que hasta ahora no tiene solución.
- Príncipe magnánimo -respondió Beremís-. Entre los problemas de
Báskara por micitados no figuró el de los tres marineros, por la simple razón
que no lo conozco sino vagamente, por un relato incierto y dudoso, ignorando su
enunciado exacto. - Yo lo conozco perfectamente –dijo el príncipe-. Y tendría
verdadero placer en recordar ahora esa cuestión, que tiene atribulados a tantos
algebristas.
Y el príncipe Cluzir-Schá
contó lo siguiente:
- Un
navío que volvía de Serendibe99, trayendo gran cantidad de especias,
fue alcanzado por violento temporal. La embarcación habría sido destruida por
las olas, si no fuera por el valor y el esfuerzo de tres marineros que, en
medio de la tormenta, manejaban las velas con extremada pericia. El capitán,
queriendo recompensar a los denodados marineros, les dio cierto número de
“catils”. Los “catils”100 eran más de doscientos y menos de
trescientos. Las monedas fueron colocadas en una caja para que al día
siguiente, al desembarcar, el almojarife101 las repartiese entre los
tres valientes. Sucedió, sin embargo, que durante la noche, uno de los tres
marineros se despertó y pensó: “Sería mejor que retirase mi parte. Así no
tendré oportunidad de discutir con mis amigos.”
- Y, sin
decir nada a los compañeros, fue, en puntas de pie, hasta donde se hallaba
guardado el dinero, lo dividió en tres partes iguales y notó que la división no
era exacta, ya que sobraba un “catil”. –“Por causa de esta mísera monedita, es
probable que mañana haya riña y discusión. Será mejor sacarla.” Y el marinero
la tiró al mar, retirándose cauteloso. Llevaba su parte y dejaba las que
correspondían a sus compañeros en el mismo lugar. Horas después el segundo
marinero tuvo la misma idea. Fue al arca en que se depositara el premio
colectivo y lo dividió en tres partes iguales. Sobraba una moneda. El marinero
optó por tirarla al mar, para evitar posibles discusiones. Y salió de allí llevando
la parte que creía le correspondía. El tercer marinero, ignorando, por
completo, que sus compañeros se le habían anticipado, tuvo el mismo
pensamiento.
Levantóse
de madrugada y fue a la caja de los “catils”. Dividió las monedas que en ella
encontró, y la división tampoco resultó exacta; sobró un “catil”. No queriendo
complicar el reparto, el marinero la tiró al mar y regresó satisfecho a su
litera.
Al día siguiente, al desembarcar, el almojarife encontró un puñado de “catils” en la caja. Sabiendo que esas monedas pertenecían a los marineros, las dividió en tres porciones, que repartió entre sus dueños. Tampoco fue eXacta la división. Sobraba una moneda, que el almojarife se guardó como retribución a su trabajo y habilidad. Es claro que ninguno de los marineros reclamó, pues cada uno estaba convencido de haber retirado su parte. Ahora bien: ¿cuántas eran las monedas? ¿Cuánto recibió cada marinero?
Monedas
en caja |
la |
Dividas
entre: |
Da: |
Resta: |
Monedas
restantes |
|
241 |
|
3 |
80 |
1 |
160 |
División hecha por el 1.er marinero.
Dividiendo 241 por 3 da 80 y sobra 1 |
160 |
|
3 |
53 |
1 |
106 |
División hecha por el 2º marinero.
Dividiendo 160 por 3 da 53 y sobra 1 |
106 |
3 |
35 |
1 |
70 |
División hecha por el 3.er marinero.
Dividiendo 106 por 3 da 35 y sobra 1 |
|
70 |
3 |
23 |
1 |
|
Última división: dividiendo 70 por 3
da 23 y sobra 1 |
El “Hombre que calculaba”,
notando que la historia narrada por él, el príncipe despertara gran interés
entre los nobles presentes, creyó necesario dar la solución completa del
problema, y así lo hizo:
- Las
monedas eran, al principio, 241. El primer marinero las dividió en tres
partes;tiró un “catil” al mar y se llevó un tercio de 240, o sea, 80 monedas,
dejando 160. El segundo marinero halló, por lo tanto, 160 monedas; tiró una al
mar y dividió las restantes (159) en tres partes. Tomó la tercera parte, o sea,
53, y dejó el resto, 106. El tercer marinero encontró en la caja 106 monedas,
dividió ese resto en tres partes iguales, tirando al mar la moneda que sobraba.
Retiró la tercera parte de 105, o sea, 35 monedas, dejando el resto, o sea 70.
El
almojarife encontró 70 monedas, las dividió en tres partes iguales, tocando 23
monedas más a cada marinero. El reparto fue hecho, por lo tanto, de la manera
siguiente:
Marinero Nº1 |
80+23 |
= |
103 |
Marinero Nº2 |
53+23 |
= |
76 |
Marinero Nº3 |
35+23 |
= |
58 |
Almojarife |
|
= |
1 |
Tiradas al mar |
|
= |
3 |
Total |
|
= |
241 |
Al llegar al final de la
solución102, y habiendo dejado de hablar Beremís, el príncipe, para
demostrar su admiración por el ingenio del calculista, le ofreció como
recompensa una pequeña medallita recubierta de rubíes.
- Esta
joya -explicó sonriente el soberano hindú- fue grabada por un artista genial. En
una de las caras aparece mi nombre entrelazado con una flor de loto; y la otra
contiene algunos versos sobre el mar, escritos en lenguaje simbólico.
Beremís se mostró emocionado
con el presente del príncipe y, tomando la medalla entre sus manos, la examinó
con vivo interés.
- Es
raro -dijo al fin-, peor el artista que imaginó esta delicada obra de arte se equivocó,
sin querer. No encuentro aquí, ninguna poesía sobre el mar. Solo leo
pensamientos sobre el Saber y la Ciencia:
“El
que procura instruirse es más amado por Dios que aquel que combate en una
guerra santa.”
“Aquel
que educa y proporciona instrucción a los ignorantes, es como un vivo entre los
muertos.”
“Si
pasara un día sin que aprendiera alguna cosa que me aproximase a Dios, que la
aurora de ese día no sea bendecida.”
“Es un
sacrilegio prohibir la Ciencia. Pedir a la Ciencia es ofrecer actos de
adoración a Dios; enseñarla, es hacer caridad. La ciencia es la vida del Islam,
la columna de la Fe.”
- Amigo
mío -dijo el poeta Iezid-. Conozco todos esos pensamientos. Fueron dictados por
Mahoma (¡con Él en la oración y en la gloria!) y se enseñan hoy en todas las
escuelas. El sheik sonrió y concluyó:
- A mi
modo de ver, el artista que grabó esa medalla no engañó al príncipe. La ciencia,
según todos dicen, es un mar inmenso y profundo. Por consiguiente, esos
pensamientos, desde el punto de vista simbólico, son “versos sobre el mar”.
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