sábado, octubre 05, 2019


“Es culpa de  la religión que la gente buena haga cosas malas”

Rodrigo Restrepo confronta a A.C. Grayling sobre su excesiva beligerancia en contra de las religiones.  Una conversación desafiante.
                                                                                
                       Por: Rodrigo Restrepo* Bogotá     Revista Arcadia.com

Grayling no es un filósofo en el sentido clásico del término. No aventura originales hipótesis metafísicas ni escudriña en las profundidades del alma humana. Es más bien un filósofo en el sentido contemporáneo: un técnico de las ideas, una hormiga de los conceptos, un típico ejemplar del homo academicus. En el lado “duro” de su pensamiento se dedica a indagar en las relaciones entre la mente y el mundo. Usa la lógica para inquirir en la pregunta de si podemos conocer el mundo, y para contrargumentar las tesis del escepticismo. En su lado “blando” es un pensador de la ética, de la filosofía de la vida cotidiana, un contribuyente de la gran pregunta socrática: ¿cómo debemos vivir?

Este es, sin duda, el aspecto más popular y atractivo de su prolífica obra, que se extiende a treinta libros. Como intelectual comprometido y filósofo público, Grayling escribe sobre crímenes de guerra, legalización de la droga, eutanasia o derechos humanos. Es un colaborador frecuente del Literary Review, del Times Literary Supplement, de la revista científica New Scientist o de la radio BBC, entre otras. Durante tres años mantuvo una columna en el diario The Guardian llamada “The Last Word” (La última palabra), de la que surgió su libro El sentido de las cosas, una colección de pequeños ensayos sobre las virtudes, las falacias y los bienes del hombre contemporáneo. Allí explora ideas como la tolerancia y el racismo, la fe y la razón, la pobreza, el capitalismo, el arte o la salud. En ese mismo espíritu de divulgación filosófica escribió El poder de las ideas, una especie de enciclopedia de bolsillo para el hombre del siglo XXI, en donde actualiza conceptos como la bioética, el multiculturalismo, el psicoanálisis, la mecánica cuántica, Internet, la inteligencia artificial y hasta el budismo y el vegetarianismo.      

Miembro de la Real Sociedad de Literatura, de la Real Sociedad de Artes, del Saint Anne’s College de Oxford, representante del Consejo para los Derechos Humanos de la ONU y de un larguísimo etcétera de sociedades y agrupaciones civiles, se yergue como un eminente miembro del establishment intelectual inglés: todo un candidato a Sir. Como filósofo, nada de tesis atrevidas, nada de posmodernismo ni de poshumanismo, nada de franceses y poco de alemanes. Ceñido con celo a la tradición inglesa y muy ajustado al common sense, Grayling es un organizador de conceptos, mesurado, frío y sobrio.    

Excepto quizá cuando habla de religión. Se le incluye en la corriente del Nuevo Ateísmo, junto a Richard Dawkins (El gen egoísta y El espejismo de Dios) o Daniel Dennett (Romper el hechizo: la religión como fenómeno natural). Y, todo hay que decirlo, cada vez que tiene la posibilidad despotrica con todo su arsenal contra las creencias religiosas.  

Usted es un intelectual que ha decidido entrar de lleno en el debate público. Escribe columnas en periódicos, colabora con suplementos culturales, es frecuentemente entrevistado en radio y televisión. Desde su punto de vista, ¿por qué es importante el filósofo en la arena pública? ¿Qué puede y debe aportarle al debate en los medios masivos?

La filosofía trata de las ideas, los debates, las perspectivas. En cuestiones morales y políticas existe una gran tradición de pensamiento sobre estos temas. Los filósofos pueden contribuir en algo a la conversación social acerca de estas cuestiones, no decirle a la gente qué pensar, sino alertarlos sobre las ideas y las posibilidades.

Uno de sus temas como filósofo público es la ética. ¿Por qué la importancia de la ética en este momento?    

La ética es la indagación en las cuestiones del valor, en el pensamiento acerca de cómo debemos vivir nuestras vidas, qué clase de personas debemos ser, cuáles son nuestras responsabilidades con los otros. Trata de la buena vida, la vida floreciente. Y se relaciona con cuestiones políticas sobre la buena sociedad, el mejor tipo de sociedad en la cual pueden florecer buenas vidas individuales. 

En su libro La elección de Hércules usted plantea nuevamente las preguntas socráticas: ¿cómo debo vivir? y ¿cuál es la buena vida? Dice incluso que el filósofo debería ofrecer indicaciones prácticas respecto a la ética. ¿Debería el filósofo ser una especie de guía para la buena vida, como creían los griegos? ¿Por qué parece ser tan relevante hoy en día “devolver la discusión ética a los detalles prácticos de la vida"?        

La filosofía académica se ha vuelto demasiado técnica y estrecha, demasiado oscura. Sin embargo la filosofía pertenece a todo el mundo. Pensar en cuestiones morales y políticas debería ser la responsabilidad de toda persona atenta. Los filósofos no deberían ser los profesores o legisladores de la humanidad, sino los facilitadores, para contribuir a la conversación de la humanidad, para recordarle a la gente de las ideas, discusiones y debates de la filosofía a través del tiempo, de manera que la gente tenga material para reflexionar, y para formar sus propios juicios sobre la base de la información, la razón y el debate. 
 

Como intelectual público, usted establece una descarnada disputa contra la religión, contra todo fundamentalismo y toda actitud moralizadora. Llega usted a decir que la religión es una “estrecha prisión”, que las creencias religiosas, “siempre y en todo lugar han sido causa de guerras, intolerancia y persecución, y han distorsionado la naturaleza humana con posturas falsas y artificiales”. ¿Por qué tanta crítica a la religión en sí misma, al punto de considerarla una fuerza en contra del desarrollo de la humanidad? ¿Por qué rechazarla de tajo como una opción ética y vital válida para el hombre contemporáneo? Me parece una actitud demasiado radical e incluso peligrosa. 

Estoy pensando en la actitud pragmática del filósofo William James, quien argumentaba que es perfectamente válido asumir la creencia en Dios y probar su existencia si aquella creencia mejora la propia vida, la convierte en una buena vida. O en Carl Jung, cuando afirma que las experiencias de lo numinoso (esto es, lo sagrado), son no solo importantes sino fundamentales en el proceso de individuación, es decir, en el saludable desarrollo de la psique humana individual. O también en el filósofo Peter Sloterdijk, quien postula que estamos asistiendo al retorno, no de la religión, sino de ciertas “prácticas espirituales”, o procedimientos y sistemas de ejercitación mediante los cuales los hombres de todas las épocas y culturas han optimizado su estado inmunológico frente a los riesgos de la vida y de la muerte. ¿Por qué establecer semejante disputa contra la religión?  

Por las razones dadas en los escritos que usted cita. La religión es una sobreviviente de los tiempos de ignorancia de la humanidad. La Ilustración nos enseñó que hay muchas posibilidades para unas buenas y florecientes vidas humanas, y que declarar que solo hay una gran verdad, una respuesta correcta que todos debemos aceptar, una autoridad que debemos obedecer y adorar, ya no es aceptable.    

Pero la Ilustración también llevó a buena parte del mundo occidental a los campos de exterminio, así como a nuevas formas de esclavitud, como bien lo ha mostrado Adorno…

Adorno habla basura. La Ilustración promovió el pluralismo, la libertad individual, la racionalidad, la democracia y los derechos humanos. Todo movimiento totalitario –el estalinismo, el nazismo, la religión– sostiene lo opuesto a estos valores: estos movimientos afirman que hay una verdad, un camino correcto, que todos deben ajustarse a él, todos deben obedecer. De allí es de donde vienen los campos de exterminio –de la contra-Ilustración– no de la Ilustración. Me sorprende que la gente no vea esto. 

Usted es frecuentemente incluido en la corriente de los Nuevos Ateístas. Uno de los propósitos de este movimiento es contrargumentar públicamente contra la religión, criticarla y exponerla mediante argumentos racionales en cualquier lugar en que sus influencias surjan. Aparte de que esta misión no deja de tener algo de evangelizador, muchos han calificado al Nuevo Ateísmo como agresivo y discriminatorio del cristianismo.

¿No es el Nuevo Ateísmo una nueva forma de fundamentalismo? Quizás no un fundamentalismo en el sentido clásico del término, entendido como “obediencia ciega a la escritura y aliada al extremismo”, sino un fundamentalismo más sutil y académico, en el que todo aspecto o rasgo religioso es descartado de entrada –no sin cierta actitud irónica– o aparentemente superado con “contundentes” argumentos científicos. ¿No sería juego sucio atacar todo elemento religioso desde la lógica científica de datos y evidencias, cuando la misma experiencia religiosa escapa a dicha lógica?


Hay una confusión aquí entre ateísmo y secularismo. El secularismo señala que la religión es un movimiento con intereses propios y con muchas ganas de persuadir a otros de su punto de vista. Esto también lo hacen otros puntos de vista. Pero por razones históricas la religión ha ocupado un vasto e inflado espacio en la plaza pública. El secularismo argumenta que la religión debería tomar su turno en la fila con todos los otros grupos de interés.       

Entonces usted es un secularista, no un ateo…    

Yo soy un ateo y un secularista. Y un humanista: las tres posiciones van juntas de manera muy natural, aunque desde luego puede haber también secularistas religiosos, pues un secularista es simplemente alguien que piensa que la religión y los asuntos públicos deben mantenerse aparte: la separación de la Iglesia y el Estado.      

¿Pero y entonces por qué tanta guerra intelectual contra la religión?          

La religión incide más como fuerza para el mal que para el bien en el mundo, es corrosiva para la vida intelectual y moral de los individuos y las naciones (es culpa de la religión que la gente buena haga cosas malas) y obstruye el camino del progreso científico y social. 

Dice usted que “la razón es un absoluto que, usado correctamente, puede dirimir disputas y guiarnos a la verdad” y que a pesar de sus fracasos y limitaciones debemos aferrarnos a ella. Suele usted oponer la razón a la fe, y dice incluso que la fe es la negación de la razón. ¿No estaría esta postura elevando la razón al nivel de un ídolo, un dios, o en sus palabras, un “absoluto”? Si el universo carece de una estructura racional y la razón, como decía Nietzsche, resulta incapaz de conocer el universo sin distorsionarlo; si incluso la naturaleza humana, como sabemos desde Freud, es gobernada por su dimensión irracional, ¿por qué seguir a estas alturas de la historia de las ideas elevando la razón al nivel de un “absoluto”?      

La razón es la aplicación de la racionalidad. Racionalidad = ratio = dar proporción a nuestras conclusiones y acciones según la evidencia y las razones que uno tiene.
La razón es nuestra mejor guía y ayuda para vivir acorde con nuestras mejores evidencias y pensamientos.
Usar el lenguaje de la religión -”ídolos”, etc., etc.- para describir el responsable compromiso de vivir según la razón y la evidencia es tergiversar el asunto. La gente quiere que los constructores del avión en el que viajan sean tan cuidadosos y racionales como sea posible. Y después van a la iglesia el domingo. ¡Eso es una inconsistencia!

Claro, pero la vida no es un asunto de consistencia, precisamente porque no es ni lógica ni siempre racional. La razón, sin duda, es una herramienta muy poderosa y útil, pero mucha gente querrá y necesitará ir a la iglesia para vivir una buena vida. ¿No es un poco unilateral argumentar que solo la razón y la evidencia pueden conducirnos a la buena vida?    

Repito mi punto sobre el avión en el que usted está volando. Si sus ingenieros dijeran: “Muy bien, no tenemos que ser racionales –o tratar de ser racionales–”, el avión de alguna manera aún volaría, pero usted no querría montarse en ese avión. Usted no debería querer “volar” en una vida que está perezosamente gobernada por supersticiones antiguas, impulsos no racionales y hábitos ajenos.    

Usted “cree apasionadamente en el valor de todo lo espiritual” y sin embargo es ateo. ¿Es posible creer en el espíritu dejando a Dios –o cualquier imagen o idea que de este se tenga– fuera del escenario? ¿Qué significa esta postura?

Por “espiritual” entiendo algo totalmente secular y natural: el complejo de nuestras emociones y actitudes intelectuales, que constituyen una repuesta al mundo y a los otros. Los seres humanos tenemos una capacidad para el amor, para el gozo estético, para la conexión con los otros y con el mundo: el disfrute del arte, de la naturaleza, de la música y de la amistad son, a mi juicio, ejercicios “espirituales”.
                                                                                                                                   *Filósofo y periodista.




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