sábado, octubre 05, 2019


El peligroso juego sectario de arabia saudita    

Columnista The New York Times      El Colombiano

Cuando Arabia Saudita ejecutó al clérigo chiíta y disidente político Sheikh Nimr al-Nimr el sábado, los líderes del país estaban conscientes de que hacerlo sería molesto para sus antiguos rivales en Irán. De hecho, la corte real en Riad estaba contando con eso. Consiguió lo que quería. El deterioro de relaciones ha sido precipitoso: protestantes en Teherán saquearon la embajada de Arabia Saudita; en retaliación, Arabia Saudita cortó vínculos diplomáticos. Más efectos secundarios podrían seguir, posiblemente hasta la guerra.

¿Por qué quiso Arabia Saudita esto ahora? Porque el reino está bajo presión: los precios del petróleo, sobre los cuales la economía depende casi completamente, están cayendo; una distensión en las relaciones entre Irán y América amenaza con reducir la posición especial de Riad en la política regional; las fuerzas militares sauditas están fracasando en su guerra en Yemen.

En este contexto, un pleito con Irán no es tanto un problema como una oportunidad. Lo más probable es que los reales en Riad creen que les permitirá poner fin al disentimiento en casa, recolectar apoyo entre la mayoría sunita y traer a aliados regionales a su lado. En el corto plazo, podrán tener razón. Pero eventualmente, atizar al sectarismo sólo fortalecerá a los extremistas y desestabilizará aún más una región ya candente.

A través de la última década, los gobernantes de Arabia Saudita han usado a Irán y a los chiítas cada vez que necesitan un chivo expiatorio. Sentimientos anti-iraníes y anti-chiítas por mucho tiempo han existido entre extremistas religiosos en el reino, pero hoy están en el centro de la identidad nacional de Arabia Saudita. Este desarrollo es peligroso para la comunidad chiíta de Arabia Saudita, que se estima es entre 10 y 15 por ciento de la población, y para todo el Medio Oriente.

Esta es la primera vez que los chiítas de Arabia Saudita han estado bajo fuego. El sectarismo bajo el gobierno saudí data de principios del siglo XX. Pero recientemente, los líderes del reino han balanceado tácticas de mano dura con esfuerzos por acomodar a los líderes de la comunidad, en busca de minimizar los peligros del sectarismo.

Después de que la invasión de Irak en 2003 desató una nueva ola de tensión entre sunitas y chiítas a través del Medio Oriente, Riad empezó a desviar su rumbo. Pero en el 2011, mientras el mundo árabe explotaba con protestas populares, el gobierno saudí cimentó su compromiso con la confrontación sectaria. La población mayoritaria chiíta en el vecino Bahrein se alzó contra la monarquía dominada por sunitas. La minoría sunita en Arabia Saudita también salió a las calles, protestando a favor de la reforma política.

Invocando a Irán y a los chiítas como una amenaza aterradora, los gobernantes saudíes enmarcaron todo, desde protestas domésticas hasta la intervención en Yemen, en términos sectarios y durante el proceso buscaron no sólo demonizar a un grupo minoritario, sino también desautorizar el atractivo de la reforma política y la protesta.

Nimr tenía una larga historia de retar a la familia gobernante saudí, pero fue su activismo pos-2011 lo que llevó a su ejecución. Después de hablar en tono desafiante sobre la discriminación anti-chiíta, fue perseguido y arrestado por la policía saudí en julio de 2012. Los policías que lo arrestaron dijeron que él había disparado contra ellos. Oficialmente, Nimr fue ejecutado por sedición y otros cargos. Lo más probable es que fue ejecutado por ser crítico del poder. No era un liberal, pero le dio una voz al tipo de críticas que los reales saudíes más temen y menos toleran.

En todo caso, la ejecución de Nimr es más importante por lo que comunicó a los aliados domésticos del reino y a posibles disidentes futuros. La emergencia de sentimiento anti-chiíta en la última década no sólo ha sido utilizada para eliminar esfuerzos por parte de la minoría chiíta por ganar más derechos políticos. En aplastar el llamado a la democracia que origina en la comunidad chiíta, Riad también ha menospreciado amplias demandas para la reforma política al presentar a los protestantes como anti-islámicos. Muchos reformistas sunitas quienes cooperaron con chiítas en el pasado ahora no lo hacen.


Las autoridades saudíes tienen buena razón para preocuparse por nuevos llamados a la reforma. Aproximadamente una semana antes de la ejecución de Nimr, el reino anunció que enfrentaba un déficit de unos $100 billones para su presupuesto nacional del 2016. Ganancias petroleras en decaída podrían pronto obligar al reino a recortar gastos en programas de bienestar social, agua subsidiada, gasolina y empleos, el mismo contrato social que vincula a gobernantes y gobernados en Arabia Saudita. El asesinato de un miembro prominente de una detestada minoría religiosa desvía la atención de la inminente presión económica.

El peligro con la incitación sectaria y anti-iraní en curso en Arabia Saudita, de la cual la ejecución de Nimr es solo una parte, es que es incontrolable. Como es claro en Siria, Irak y hasta más allá, la hostilidad sectaria ha tomado vida por encima de lo que los arquitectos del reino son capaces de manejar. Esto ya ha demostrado ser el caso en Arabia Saudita, donde terroristas alineados con el Estado Islámico han perpetrado varios bombardeos suicidas en mezquitas chiítas en el último año. El verdadero problema no es solo que los saudíes están dispuestos a vivir con sectarismo violento. Ellos ahora están endeudados con él también. El hecho de que los líderes del reino han aceptado al sectarismo de manera tan imprudente sugiere que tienen pocas opciones. Esto debería ser aterrador, al considerar que seguramente viene más de lo mismo. Pero también debería ser esclarecedor para quienes creen que Arabia Saudita es una fuerza para la estabilidad en el Medio Oriente. No lo es.

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