jueves, marzo 09, 2017

La naturaleza vuelve a la vida. Biología


 A partir  del siglo XVII, la biología siguió el camino de la física newtoniana, viendo la reali­dad como una gran máquina que sólo podría compren­derse aislando sus partes más pequeñas y analizando sus engranajes.

Pero a princi­pios del siglo XX, la relatividad y la teoría cuántica desterraron el paradigma mecanicista de la física, que ahora avanza hacia una visión cada vez más orgánica. En cam­bio, la biología, la ciencia de lo orgánico, continúa aferrándose al modelo mecanicista.

La biología seguía a la física, pero la física cambió de rumbo y la biología no parece haberse dado cuenta. Su inercia la lleva a concentrarse en la bioquímica (código ge­nético, moléculas, células) y a dejar en se­gundo plano los ecosistemas, que es donde mejor se aprecia la belleza y sabiduría del mundo natural.

Esa belleza y sabiduría se vieron puestas en entredicho con las teorías de Darwin. Nadie duda hoy que las especies evolucio­nan, pero su idea de que sólo sobreviven las especies más aptas y los más aptos den­tro de cada especie, y que la vida es una lu­cha ciega contra el entorno y los demás, re­fleja demasiado la mentalidad competitiva de la Inglaterra industrialista de su tiempo y nada tiene que ver con lo que muestran las observaciones de animales en libertad.

Darwin escribía en 1858: «Toda la natu­raleza está en guerra, un organismo con otro, o con el medio externo». En cambio, como veremos, estudios más detallados re­velan que lo que guía la naturaleza es la coexistencia pacífica, la cooperación y no la competición. Las especies orientan su propia evolución buscando el máximo de eficiencia, y no se adaptan pasivamente a un entorno, sino que se integran armonio­samente en él y evolucionan conjunta-men­te con él. Como explican Augros y Stanciu en su obra The New Biology:

«La naturaleza... es un modelo tanto para el ingeniero como para el artista. Sus atributos de simplicidad, economía, belleza, propósito y armonía la convierten en un modelo para la ética y la política. El redes­cubrimiento de la sabiduría de la naturale­za pide una nueva biología».

Existen en la actualidad cuatro frentes que están liberando a la biología del lastre mecanicista, haciendo que la naturaleza de­je de verse como una máquina y vuelva a la vida, una vida auténtica y digna de ser vivi­da. Uno es este paulatino redescubrimiento de la sabiduría natural, la superación de la competitiva selección natural darwiniana. Los otros son la teoría general de siste­mas, la hipótesis Gaia, y la resonancia mórfica de Sheldrake.

De la teoría de la evolución darwiniana sólo queda en pie el hecho de la evolución, y esta evolución no es gradual como suponía Darwin, sino que ocurre a través de «saltos», como ha señalado el paleontólogo Stephen Jay Gould. Estos saltos evolutivos se produ­cirían cuando un grupo o especie se topa con un reto que interrumpe su equilibrio; esa perturbación sólo puede verse superada mediante un salto evolutivo que establece un nuevo equilibrio en un nivel más alto. (Dicha recuperación del equilibrio a un nivel más alto ocurre también en ciertas estructu­ras químicas llamadas «disipativas», en la frontera entre lo orgánico y lo inorgánico, por cuyo estudio Prigogine obtuvo el Pre­mio Nobel de Química en 1977). La humani­dad, por cierto, también vive hoy inmersa en una crisis global; un salto evolutivo la podría llevar a un nuevo y necesario equilibrio, y ese salto sólo puede ser una evolución de la conciencia.

La teoría general de sistemas na­ció en los años 30 de la ma­no de Ludwig von Bertalanffy y se desarrolló a partir de la década de los 60. Considera que moléculas, órganos, células, individuos, sociedades, ecosistemas,
son sistemas, com­puestos por subsistemas menores e inte­grados en sistemas más amplios

Dos alimentarios de los otros a la vez han ignorado y han dejado a la vista. Aunque estos y otros grandes animales de presa se mueven por los mismos lugares, claramen­te evitan la competición especializándose en la forma de energía alimentaria que in­gieren.»

A su vez, la cebra, el ñu y la gacela de Thompson tienen varios depredadores ha­bituales, que incluyen al león, el leopardo, el guepardo y la hiena, los cuales pueden convivir porque tienden a cazar con técni­cas diferentes, en distintos lugares y a dis­tintas horas.

Otra técnica que evita competir con otras especies por los mismos recursos es la migración periódica, empleada por angui­las, peces, tortugas, insectos, aves, murcié­lagos, caribúes, ballenas, etc. Por ejemplo, las cigüeñas blancas y negras que pasan el invierno en África viven el resto del año en Europa, evitando competir por la comida con sus parientes tropicales. Las plantas, a su vez, pueden repartirse el tiempo flore­ciendo de manera secuencial, cada especie en su momento.

La depredación puede verse como una forma de coexistencia equilibrada entre es­pecies. En circunstancias naturales, los predadores no exterminan a las presas; si éstas se hacen más escasas se concentran en es­pecies más abundantes. Ayudan a equili­brar la población de la presa, estimulan la reproducción y suelen respetar a los ani­males más sanos; así, un estudio de 51 alces americanos cazados por sus depredadores reveló que ninguno de ellos estaba en la Flor de la vida. Los depredadores buscan minimizar la lucha y no cometen matanzas desenfrenadas. Y el dolor suele ser el me­nor posible; por ejemplo, un ñu que se ve rodeado por varios leones se desmaya an­tes de ser alcanzado.

Existen miles de casos curiosos de cooperación entre especies. Cualquier animal marino con caparazón o con espacio dispo­nible de algún tipo sirve de hogar a otras especies. En una gran esponja de mar encontrada en los cayos de Florida habitaban 13.500 pequeños animales, incluyendo un pez. Un hipopótamo caminando bajo el agua puede ser limpiado a la vez por veinte peces a medida que con sus pasos le­vanta alimento para otros, y cuando emer­ge quizá una cigüeña se pose sobre él para comer los moluscos que han subido.

Muchos animales se alimentan de las so­bras de otros. Así, el león da de comer a la hiena y el oso polar al zorro ártico.

Hay también una especie de transporte colectivo, como en el caso de los percebes que se unen a las ballenas o de las anémo­nas que se enganchan a los cangrejos; a cambio, las anémonas los camuflan de po­sibles predadores. Incluso los parásitos só­lo resultan perjudiciales cuando se dan en número excesivo; en muchos casos apor­tan nutrientes o equilibran el metabolismo del anfitrión. Las vacas tienen ciertas bacte­rias sin las cuales no podrían digerir la celu­losa; a medida que estas bacterias mueren son digeridas por la vaca, aportándole pro­teínas. Del mismo modo, los humanos te­nemos en nuestra flora intestinal bacterias inocuas que nos proporcionan vitamina B12.

Otros animales se brindan protección. Por ejemplo, los babuinos se suelen asociar con las gacelas; éstas tienen un mejor senti­do del olfato y aquéllos una visión supe­rior, con lo que ambas especies se benefi­cian mutuamente. Algo parecido ocurre entre el avestruz y la cebra, y los casos de simbiosis en el mundo vegetal son de sobra conocidos. También la limpieza es un motivo habi­tual de colaboración entre especies, sobre todo en el mar. Los animales limpiadores establecen estaciones fijas que son visita­das por incontables especies de peces. El biólogo marino C. Limbaugh vio limpiar en una de dichas estaciones a trescientos pe­ces en seis horas. El pez cliente permite in­cluso que los pequeños peces limpiadores penetren dentro de su boca sin ningún peligro. Uno se libera de posibles infecciones bacterianas y los otros obtienen alimento.

Al igual que no hay competición entre especies, tampoco la hay entre una especie y su entorno. El oso polar no ha de hacer ningún esfuerzo para luchar contra el frío; todas las especies se hallan perfectamente integradas en su medio (o, al menos, así era hasta que empezamos a perturbar el clima, acidificar las lluvias, agujerear la capa de ozono y destrozar las selvas).


No es cierto, como pretendía Darwin, que todas las especies intenten producir el mayor número posible de crías y semillas -ninguna pretende transgredir ciertos límites, del mismo modo que ningún animal crece más allá de ciertoas proporciones-, Se ha observado, por ejemplo, que muchos animales ponen más huevos o tienen más crías cuando hay abundancia de comida, y menos cuando hay escasez. 

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