La naturaleza vuelve a la vida. Biología
A partir del siglo XVII, la biología siguió el camino de la física newtoniana, viendo la
realidad como una gran máquina que sólo podría comprenderse aislando sus
partes más pequeñas y analizando sus engranajes.
Pero a
principios del siglo XX, la relatividad y la teoría cuántica desterraron el paradigma
mecanicista de la física, que ahora avanza hacia una visión cada vez más
orgánica. En cambio, la biología, la ciencia de lo orgánico, continúa
aferrándose al modelo mecanicista.
La
biología seguía a la física, pero la física cambió de rumbo y la biología no parece haberse dado cuenta.
Su inercia la lleva a concentrarse en la bioquímica (código genético,
moléculas, células) y a dejar en segundo plano los ecosistemas, que es donde
mejor se aprecia la belleza y sabiduría del mundo natural.
Esa belleza
y sabiduría se vieron puestas en entredicho con las teorías de Darwin. Nadie
duda hoy que las especies evolucionan, pero su idea de que sólo sobreviven las
especies más aptas y los más aptos dentro de cada especie, y que la vida es
una lucha ciega contra el entorno y los demás, refleja demasiado la
mentalidad competitiva de la Inglaterra industrialista de su tiempo y nada
tiene que ver con lo que muestran las observaciones de animales en libertad.
Darwin
escribía en 1858: «Toda la naturaleza está en guerra, un organismo con otro, o
con el medio externo». En cambio, como veremos, estudios más detallados revelan
que lo que guía la naturaleza es la coexistencia
pacífica, la cooperación y no la
competición. Las especies orientan su propia evolución buscando el máximo de
eficiencia, y no se adaptan pasivamente a un entorno, sino que se integran
armoniosamente en él y evolucionan conjunta-mente con él. Como explican
Augros y Stanciu en su obra The New Biology:
«La
naturaleza... es un modelo tanto para el ingeniero como para el artista. Sus
atributos de simplicidad, economía, belleza, propósito y armonía la convierten
en un modelo
para la ética y la política. El redescubrimiento de la sabiduría de la
naturaleza pide una nueva biología».
Existen
en la actualidad cuatro frentes que están liberando a la biología del lastre
mecanicista, haciendo que la naturaleza deje de verse como una máquina y
vuelva a la vida, una vida auténtica y digna de ser vivida. Uno es este paulatino redescubrimiento de la
sabiduría natural, la
superación de la competitiva selección natural darwiniana. Los otros son la teoría
general de sistemas, la hipótesis
Gaia, y la resonancia
mórfica de Sheldrake.
De la
teoría de la evolución darwiniana sólo queda en pie el hecho de la evolución, y
esta evolución no es gradual como suponía Darwin, sino que ocurre a través de
«saltos», como ha señalado el paleontólogo Stephen Jay Gould. Estos saltos
evolutivos se producirían cuando un grupo o especie se topa con un reto que
interrumpe su equilibrio; esa perturbación sólo puede verse superada mediante un
salto evolutivo que establece un nuevo equilibrio en un nivel más alto. (Dicha
recuperación del equilibrio a un nivel más alto ocurre también en ciertas
estructuras químicas llamadas «disipativas», en la frontera entre lo orgánico
y lo inorgánico, por cuyo estudio Prigogine obtuvo el Premio Nobel de Química
en 1977). La humanidad, por cierto, también vive hoy inmersa en una crisis
global; un salto evolutivo la podría llevar a un nuevo y necesario equilibrio,
y ese salto sólo puede ser una evolución de la conciencia.
La teoría
general de sistemas nació en los años 30 de la mano de Ludwig von Bertalanffy
y se desarrolló a partir de la década de los 60. Considera que moléculas, órganos,
células, individuos, sociedades, ecosistemas,
son sistemas,
compuestos por subsistemas menores e integrados
en sistemas más amplios…
Dos
alimentarios de los otros a la vez han ignorado y han dejado a la vista. Aunque
estos y otros grandes animales de presa se mueven por los mismos lugares,
claramente evitan la competición especializándose en la forma de energía
alimentaria que ingieren.»
A su vez,
la cebra, el ñu y la gacela de Thompson tienen varios depredadores habituales,
que incluyen al león, el leopardo, el guepardo y la hiena, los cuales pueden
convivir porque tienden a cazar con técnicas diferentes, en distintos lugares
y a distintas horas.
Otra
técnica que evita competir con otras especies por los mismos recursos es la migración
periódica, empleada por anguilas, peces,
tortugas, insectos, aves, murciélagos, caribúes, ballenas, etc. Por ejemplo,
las cigüeñas blancas y negras que pasan el invierno en África viven el resto
del año en Europa, evitando competir por la comida con sus parientes
tropicales. Las plantas, a su vez, pueden repartirse el tiempo floreciendo de
manera secuencial, cada especie en su momento.
La
depredación puede verse como una forma de coexistencia equilibrada entre especies.
En circunstancias naturales, los predadores no exterminan a las presas; si
éstas se hacen más escasas se concentran en especies más abundantes. Ayudan a
equilibrar la población de la presa, estimulan la reproducción y suelen
respetar a los animales más sanos; así, un estudio de 51 alces americanos
cazados por sus depredadores reveló
que ninguno
de ellos estaba en la Flor de la vida. Los depredadores buscan minimizar la
lucha y no cometen matanzas desenfrenadas. Y el dolor suele ser el menor posible;
por ejemplo, un ñu que se ve rodeado por varios leones se desmaya antes de ser
alcanzado.
Existen
miles de casos curiosos de cooperación entre especies. Cualquier animal marino
con caparazón o con espacio disponible de algún tipo sirve de hogar a otras
especies. En una
gran esponja de mar encontrada en los cayos de Florida habitaban 13.500
pequeños animales, incluyendo un pez. Un hipopótamo caminando bajo el agua
puede ser limpiado a la vez por veinte peces a medida que con sus pasos levanta
alimento para otros, y cuando emerge quizá una cigüeña se pose sobre él para
comer los moluscos que han subido.
Muchos
animales se alimentan de las sobras de otros. Así, el león da de comer a la
hiena y el oso polar al zorro ártico.
Hay
también una especie de transporte
colectivo, como en el caso de los percebes que se
unen a las ballenas o de las anémonas que se enganchan a los cangrejos; a
cambio, las anémonas los camuflan de posibles predadores. Incluso los
parásitos sólo resultan perjudiciales cuando se dan en número excesivo; en
muchos casos aportan nutrientes o equilibran el metabolismo del anfitrión. Las
vacas tienen ciertas bacterias sin las cuales no podrían digerir la celulosa;
a medida que estas bacterias mueren son digeridas por la vaca, aportándole proteínas.
Del mismo modo, los humanos tenemos en nuestra flora intestinal bacterias
inocuas que nos proporcionan vitamina B12.
Otros
animales se brindan protección.
Por ejemplo, los babuinos se suelen
asociar con las gacelas; éstas tienen un mejor sentido del olfato y aquéllos
una visión superior, con lo que ambas especies se benefician mutuamente. Algo
parecido ocurre entre el avestruz y la cebra, y los casos de simbiosis en el
mundo vegetal son de sobra conocidos. También
la limpieza es un
motivo habitual de colaboración entre especies, sobre todo en el mar. Los
animales limpiadores establecen estaciones fijas que son visitadas por
incontables especies de peces. El biólogo marino C. Limbaugh vio limpiar en una
de dichas estaciones a trescientos peces en seis horas. El pez cliente permite
incluso que los pequeños peces limpiadores penetren dentro de su boca sin
ningún peligro. Uno se libera de posibles infecciones bacterianas y los otros
obtienen alimento.
Al igual
que no hay competición entre especies, tampoco la hay entre una especie y su
entorno. El oso polar no ha de hacer ningún esfuerzo para luchar contra el
frío; todas las especies se hallan perfectamente integradas en su medio (o, al
menos, así era hasta que empezamos a perturbar el clima, acidificar las
lluvias, agujerear la capa de ozono y destrozar las selvas).
No es
cierto, como pretendía Darwin, que todas las especies intenten producir el
mayor número posible de crías y semillas -ninguna pretende transgredir ciertos
límites, del mismo modo que ningún animal crece más allá de ciertoas
proporciones-, Se ha observado, por ejemplo, que muchos animales ponen más
huevos o tienen más crías cuando hay abundancia de comida, y menos cuando hay
escasez.
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