‘Manual de escritura’, el nuevo libro de Andrés Hoyos
Semana.com
En un tono
agradable y sencillo, el fundador de la revista 'El Malpensante' construyó un
instrumento útil para quienes quieren mejorar su escritura. Lea la
introducción.
“Escribir
es un acto de fe, no un ejercicio gramatical”. E. B. White
Para quien no tiene
la habilidad, escribir puede ser doloroso y frustrante; quien aprende a hacerlo
lo hallará estimulante y divertido.
La
escritura ha dado lugar a mil clichés: que es un don divino, que no hay modo de
enseñarla, que el escritor nace y no se hace. Pues bien, debemos darle al
lector que empieza a acompañarnos en estas páginas una noticia buena y una
mala. La mala es que las probabilidades de que llegue a escribir con la
potencia y la calidad que se requieren para volverse famoso, sin hablar de
ganarse el Premio Nobel de Literatura, son estadísticamente muy bajas, como lo
son para que un joven aficionado al fútbol llegue a integrar la selección
nacional de su país. El futuro autor de mérito y el futuro crack del balón
necesitarán todo el talento que recibieron en la cuna, toda la dedicación que
les aporte una recia personalidad y todas las enseñanzas y consejos que vayan
acumulando a lo largo de los años, y aun así corren el riesgo de quedarse
cortos.
La
buena noticia es que sin alcanzar la cumbre se puede vivir a plenitud, ir a
muchas partes y pasarla bien. Aparte de que hay dignidad en el intento de
escalar una montaña sin coronarla, aprender a escribir es en extremo útil para
una gran cantidad de empeños en la vida. Está demostrado, además, que la
escritura es enseñable, pese a que no todo el mundo aprende igual ni tiene las
mismas necesidades. De hecho, hubo un tiempo en que el futuro Premio Nobel de
Literatura no sabía redactar y otro en que el futuro goleador de la Copa
Mundial no había pateado el primer balón. También es seguro que alguien los
inició a ambos en los rudimentos de la actividad que después los llenaría de
gloria. Los tiempos de Tarzán, el autodidacta absoluto de la ficción de Edgar
Rice Burroughs, pasaron hace mucho.
Existen
dos prerrequisitos a la hora de sentarse a escribir: hay que apreciar la
lectura adquiriendo en ella habilidades por lo menos medianas y hay que tener
ganas. El resto corre por cuenta de un modelo pedagógico adecuado y de un buen
manual de acompañamiento, como ojalá lo sea este.
A
veces es preciso aclarar desde el principio lo que uno no quiere hacer, para
evitar engaños. La idea de este libro no es ayudarle a usted a convertirse en
un escritor frío y correcto. Escribir bien y escribir “correctamente” son dos
cosas distintas. Si lo que desea es esquivar los errores que los ubicuos
cazadores de gazapos persiguen con fruición cruel, este libro tal vez podrá
aportarle detalles y guiarlo en cuestiones mecánicas, aunque habrá fracasado en
su propósito básico: abrirle las puertas a una relación afectuosa, incluso
sentimental, con la escritura. Cuando alguien escribe, el lado racional de la mente participa y tiene que participar, pero si el corazón no se involucra,
la comunicación obtenida será limitada.
Cabe
anticipar otra buena noticia: así como no es necesario volverse un mecánico
experto para manejar un automóvil, tampoco es necesario ser un gramático
erudito para escribir bien. Con rudimentos sólidos, oído y buenos hábitos
bastará. De hecho, enmarcar el aprendizaje de la escritura en un esquema
punitivo de reglas gramaticales y sintácticas inviolables es mala idea y puede
conducir al mutismo.
Nadie
quiere tener un sirirí revoloteándole encima todo el tiempo. Las reglas, que
son necesarias hasta cierto punto, deben irse domesticando en forma desenfadada.
Solo dos premisas son de rigor: tener algo que decir y decirlo con gracia y
elocuencia. Aunque nosotros mencionaremos aquí lo primero, haremos énfasis en
lo segundo.
La escritura tiende a variar con la
personalidad y la ocupación de quien escribe. Según eso, son numerosos los
tipos de escritura a los que usted podrá aficionarse con el tiempo. Ninguno
está prohibido en los códigos. Aquí, sin embargo, abogaremos por la escritura
general, útil como base para las demás, y por el idioma llano, lo que no
significa insípido.
Este
libro no aspira a cubrir la totalidad del tema. Claro que no. Para ello habría
que sumarle varios volúmenes y aun así quedaría muchísimo por fuera. Sucede que
la enseñanza de escritura creativa ha corrido con fortuna en los últimos
tiempos, sobre todo en el mundo anglosajón, hasta el punto de que hoy es
posible obtener un PhD en la materia. Allá usted si quiere acumular títulos o
incurrir en excesos académicos; lo nuestro es identificar los obstáculos
comunes que impiden que personas de otro modo agudas se expresen de forma
ingeniosa e interesante.
Eso
por el lado negativo. Por el lado positivo, esbozaremos una serie de buenos hábitos,
sacados de la larga experiencia acumulada. Removidos los principales obstáculos
y establecido un régimen de buenos hábitos, usted estará listo para progresar
por su cuenta, o sea, para decirnos adiós.
La
mayor parte del contenido de este manual dista mucho de ser original. Para no
ir tan lejos, su estructura y parte de su filosofía están basadas en The
Elements of Style, un libro celebérrimo también conocido como Strunk &
White, que durante generaciones ha enseñado a escribir a medio mundo en Estados
Unidos. Así, cuando un pensamiento particular sea extraído de alguna fuente
porque vimos que no lo podíamos decir mejor, lo entrecomillamos. Al mismo
tiempo, es tal la profusión de reglas y contrarreglas que, si busca, usted
encontrará y es tal el cúmulo de contradicciones que afectan a la escritura
nada más en español, que nuestro aporte consistirá en organizar el material con
un énfasis y un enfoque relativamente heterodoxos.
Tampoco
tiene sentido exaltar la escritura más allá de sus propios límites. Pepe Sierra
era un campesino antioqueño que llegó a Bogotá a comienzos del siglo XX y se hizo muy rico. Cuentan que algún día don Pepe estaba redactando un
documento, quizá la escritura de una de sus muchísimas propiedades, y se lo
pasó al secretario, un clásico señorito bogotano, tan al tanto de las leyes de
la gramática como estrecho de peculio. En el documento don Pepe se refería a
una acienda, error ortográfico que le fue señalado por el secretario. El
latifundista alzó la mirada fastidiado y contestó: “Mire, joven, yo tengo
veinte aciendas sin hache, ¿cuántas con hache tiene usted?”. Según quien cuente
la anécdota, varían el interlocutor y el número de aciendas de don Pepe, pero
no el mensaje de fondo.
Suponemos
que si usted tiene este manual entre las manos es porque lo necesita o le
resulta útil. Pues bien, lo dejará de necesitar (aparte de abrirlo de tarde en
tarde para hacer tal cual consulta puntual) cuando sea capaz de violar la
mayoría de las reglas que aquí proponemos, no solo sin que se note sino con
provecho.
Antes,
sin embargo, le conviene dominarlas para aspirar a jugar con ellas luego. Un
principio paradójico del conocimiento es que las excepciones suelen ser más
interesantes que las reglas, aunque dependen de ellas para funcionar. El autor
inexperto incurre en casi todas las excepciones sin saberlo; el experto
escogerá las que le atraigan. Así, estimado lector, quizá le aportemos algo en
su camino para vivir también en la excepción.
Andrés Hoyos Restrepo,
Bogotá, 2015.
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