Entrevista a Michael Apple: “Hemos conseguido que los niños odien leer”
El estadounidense Michael Apple, uno de los filósofos de la educación más importantes
del mundo, advierte sobre los modelos educativos que está mirando Chile en su
reforma, y sobre el peligro de los test. “Uno no es un número”, sentencia: “Me
preocupa Chile”, dice Michael Apple.
Se trata
de uno de los principales filósofos de la educación en el mundo. Académico
estadounidense, profesor de la U. de Wisconsin-Madison, Apple es uno de los
principales teóricos de la pedagogía crítica de Paulo Freire, y la suya es una
mirada inquisitiva sobre la educación en su país y en el mundo, similar a la
que plantea Noam Chomsky en política.
El
profesor recibe a Qué Pasa en la
capital chilena, hasta donde viajó para ser investido como Doctor Honoris Causa
de la U. de Santiago.
— ¿Qué le preocupa de
Chile?
M.A.—Chile ha liderado un tipo
particular de reforma durante las últimas décadas, basada en los vouchers, la
privatización, la profesionalización de los profesores, la selección de los
alumnos. Bachelet está tratando de moderar y cambiar esas reformas. Es un
paquete, pero algunos de sus elementos me preocupan. Uno de ellos es el de los
vouchers. Está ampliamente probado que los vouchers no reducen la desigualdad y
que, en el mejor de los casos, la mantienen. En Estados Unidos han tenido
efectos muy perversos.
— ¿Qué otro aspecto le
inquieta?
M.A.—Lo que se llama la
profesionalización de los profesores. Daré un ejemplo estadounidense, ya que
Chile ha tomado mucho de allá, desde los Chicago Boys hasta su armamento. Allí
Obama, a quien respeto, propuso que el salario de los profesores dependiera en
parte de los resultados de las pruebas a los estudiantes. Pero ya sabemos,
ampliamente, que si miro dónde vives y en qué trabajan tus padres, voy a ser
capaz de predecir, con una pequeña variación estadística, cómo te va a ir en
cualquier prueba que te tome. Aún así, el sistema hace que a los profesores
sólo les preocupen las pruebas, y a los niños sólo se los prepare para
contestarlas. Los profesores son menos profesionales, menos autónomos y la
mayoría de los niños recibe una educación poco robusta, donde no se les enseña
ciencia, ni arte, no leen nada importante, porque sólo los evaluamos según sus
habilidades básicas en lectura y matemáticas. Miro a Chile con los ojos de
muchos países, respeto las luchas por la democracia que aquí se han dado, pero
me preocupa que en la reforma se incorporen ideas que vienen de EE.UU. o
Inglaterra, cuando allá están en el debate.
— ¿Hacia dónde miraría
usted, en cambio?
M.A.—Si Chile va a mirar a otros
países, tiene que saber qué está pasando en ellos. En Inglaterra se está
planteando convertir los colegios en “academias”, que dependan a nivel local,
que compitan entre ellas en un sistema muy similar al que se impuso en Chile.
Eso reduce el presupuesto público para educación, y favorece a los colegios
privados y a las familias que pueden pagarlos. Sabemos que los barrios
determinarán los resultados de los colegios. Sabemos que los colegios
seleccionan a los alumnos, aunque el Estado lo prohíba. La idea del sistema es
que los padres eligen, pero eso no pasa en ningún lugar del mundo. Los colegios
eligen a los niños y a los padres.
—Descartamos Inglaterra
entonces…
M. A. —Y claro, hay una nación que, se
supone, valdría la pena mirar: Finlandia. He pasado mucho tiempo en Finlandia,
y me parecería perfecto seguir su ejemplo, si Chile o EEUU, que también ama a
Finlandia, como casi todos los países, hicieran lo que ellos hacen: doblar o
triplicar el sueldo de los profesores, pagar sus estudios de posgrado, permitir
sindicatos poderosos. Y necesitaríamos además un sistema de seguridad social
muy fuerte, para que la diferencia entre ricos y pobres sea pequeña. En Chile
es enorme, igual que en EEUU, donde además va en aumento. En Finlandia, si un
padre queda sin trabajo, su hijo recibirá ropa de calidad, para que nadie sea
marginado porque no tiene qué ponerse. Si quiero seguir el camino de un país,
no sólo miraría su educación, sino todo lo demás.
—¿Miraría a otros países
con buenos resultados?
M.A.—Primero, insistiría: los buenos
alumnos y los buenos profesores no se miden en las pruebas. Yo nací muy pobre.
Fui la primera generación de mi familia que terminó la educación secundaria. Y
aquí estoy, soy un profesor. Así que yo sé que, a veces, las escuelas pueden
compensar la pobreza. Pero también sé que la mayor parte del tiempo no pueden,
a menos que la educación se vincule a otras reformas sociales.
“La
educación no debería tratarse sólo de pruebas, debería dar a los niños las
habilidades para reflexionar sobre su vida, para pensar en su futuro y el de su
nación. Si no, la educación sería una fábrica. Es en el colegio donde
aprendemos a ser solidarios”.
— ¿Qué piensa del caso de
Singapur?
M.A.—En el caso de Singapur hay
escuelas de élite, donde los alumnos reciben una educación creativa,
interesante, orientada a formar doctores, políticos, abogados. El resto de la
población es educada para responder las pruebas. Y luego tienes un enorme grupo
de inmigrantes provenientes de China, India, Filipinas a cuyos hijos,
simplemente, no se les toma la prueba. Shanghái es aún más interesante. Yo hice
clases en Shanghái, que es una ciudad impresionante. Imagina una ciudad donde
todos los edificios son como el que ustedes tienen en Santiago (la torre del
Costanera Center). Se ve muy rico. Pero en China unos 300 millones de personas
han migrado del campo a la ciudad. Y China desarrolló un sistema de pases de
residencia para moverse de un lado hacia otro. Con los trabajadores hace vista
ciega, porque necesita mano de obra, pero que no les permite traer a sus hijos
a la ciudad. Los niños entran igual, pero quedan sin acceso a la educación. Los
educan de forma ilegal, en fábricas viejas, en garajes sin calefacción. O los
incorporan a programas de “educación especial”, pero en ningún caso rinden las
pruebas. Sólo los niños que tienen permiso de residencia van a las escuelas
públicas y dan las pruebas. Mi punto es que las mediciones pueden ser muy
engañosas. Chile debe entender que si toma una idea de Singapur, o de cómo se
enseña matemáticas en Shanghái, tiene que preguntarse cuánto sabe de esa
sociedad.
— ¿Cuál es la alternativa a las pruebas estandarizadas para
medir la educación?
M.A.—Tenemos que encontrar formas
distintas de evaluación. En Maine, Estados Unidos, sólo el 25% de la evaluación
de niños y profesores se basa en sus resultados en las pruebas. El resto es
observación, participación, se contempla el portafolio de los estudiantes, su desempeño
en arte, poesía, su capacidad para escribir ensayos. Son evaluaciones que toman
tiempo y trabajo. Pero los profesores sienten que se les trata como a
profesionales, y no sienten que tienen una prueba sobre su cabeza cada día.
—¿No hay nada que podamos
aprender de los resultados de las pruebas?
M.A.—Parte de la realidad se puede
evaluar a través de números. En educación, los números son los test. Pero si
usted le pide a alguien que evalúe su día, esa persona no le dará un número, le
va a contar una historia. Uno no es un número, uno tiene un relato mucho más
rico. No me opongo a la evidencia, pero los profesores y la comunidad deben
debatir qué evidencia necesitan. Por qué resultados van a juzgar a los
profesores. La educación no debería tratarse sólo de pruebas, debería dar a los
niños las habilidades para reflexionar sobre su vida, para pensar en su futuro
y el de su nación. Si no, la educación sería una fábrica. Es en el colegio
donde aprendemos a cooperar, a compartir, a ser solidarios.
— ¿Qué pasa con los alumnos
frente a las pruebas?
M.A.—Incluso en los colegios donde les
va bien, cuando les preguntan a los niños si les gusta leer, responden cosas
como “no, lo odio”. El foco en los test genera una disposición negativa hacia
el aprendizaje. Eso es lo que llamamos el “currículo oculto”. Los colegios
harán cualquier cosa para mejorar su resultado en las pruebas, porque ellos y
los profesores dependen de esos resultados y se ha convencido a los padres de
que eso es lo único que importa. Pasa en Chile, Estados Unidos, Francia,
Alemania. Lo que hemos conseguido es que los niños odian leer. Y luego nos
preguntamos por qué, cuando tratamos de conversar con ellos, prefieren jugar
Angry Birds. Porque les han dicho que leer no es algo valioso para ellos, que
sólo vale para tomar una prueba.
— ¿Cuánto hay de política
en la educación?
M.A.—La educación
siempre es política. Yo uso el concepto de “conocimiento legítimo u oficial”. De
cientos y miles de cosas posibles, sólo elegimos algunas para enseñar a los
niños. Esa elección es un acto político.
Disponible
en:
http://www.eduglobal.cl/2016/06/29/entrevista-a-michael-apple-hemos-conseguido-que-los-ninos-odien-leer/
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