El roscograma de la corrupción y el
clientelismo en Colombia
visto por Daniel Coronell
“Se trata de una gran colonoscopia de la política”, dice Samper
Pizano en el prólogo del libro “Recordar es morir” que muestra el entramado de
sus columnas. Por: Las2orillas julio 7 de 2016
“Recordar es morir”, así se tituló
una columna publicada en 2007 por Daniel Coronell sobre la trágica suerte de
varios testigos que se habían atrevido a declarar contra el general Rito Alejo
del Río. Y así mismo se titula el nuevo libro en el que reconocido periodista y
columnista cuenta el detrás de cámaras de sus investigaciones periodísticas.
Las historias detrás de sus más importantes columnas publicadas en la revista
Semana.
Coronell escribe solo una vez a la
semana. Y con eso le basta para revelar las documentadas denuncias que marca en
la agenda informativa. ¿Cómo lo logra? ¿Cómo se tejen esas investigaciones?
¿Cómo decide un tema y lo concreta? Estas son algunas de las preguntas que
responde el libro publicado por la editorial Aguilar, y con prólogo de Daniel
Samper Pizano, quien señala que más que un recuento de columnas, el texto
entero expone un gigantesco roscograma de corrupción y clientelismo: “una gran
colonoscopia de la política colombiana”.
Este es el preámbulo escrito por
Daniel Samper Pizano:
De un solo golpe Por: Daniel Samper
Pizano
Cierto día de 2007, una discreta
florista callejera se instaló en inmediaciones de la residencia bogotana de
Daniel Coronell, uno de los periodistas más conocidos del país por sus
telenoticieros ágiles, informados y vigilantes. Contra lo que podría suponerse,
la florista no estaba interesada en ofrecer azucenas y claveles a los peatones,
sino en averiguar la vida de Coronell y espiar sus actividades. Era una agente
secreta del das, el ya desaparecido y tenebroso departamento de seguridad que,
impulsado por la Presidencia de la República, se dedicó entre 2002 y 2010 a
perseguir, calumniar, amenazar e incluso asesinar a quienes entraban a la lista
negra del primer mandatario, Álvaro Uribe Vélez.
Coronell, bogotano de 51 años,
trabajador incansable, hombre discreto casado con la conocida y premiada
periodista María Cristina Uribe y padre de Raquel y Rafael, en los años
siguientes fue víctima, lo mismo que su familia, de chuzadas telefónicas,
amenazas y un acoso permanente que los obligaron a dos exilios. Uno por
emergencia y otro por prudencia, que aún se prolonga. Sin embargo, desde el
exterior y durante el tiempo que permaneció en Colombia, su columna en Semana
se convirtió en la más leída del país por su valentía y por la solidez de sus
denuncias. Y Daniel, me atrevo a pensar, en el periodista que más admiramos sus
colegas.
Recordar es morir recoge, en forma
temática y con interesantes introducciones, 102 columnas publicadas entre el 19
de mayo de 2007 y el 28 de noviembre de 2015. Posiblemente muchos seguidores de
Coronell conocieron en su momento buena parte de esos artículos. Pero se trata
de experiencias diferentes. Una cosa es leer cada ocho días una página que
revela atropellos y corruptelas y otra es el acceso a esas denuncias ofrecidas
en orden cronológico, y agrupadas por escándalos. El impacto ya no llega en
incómodas cuotas semanales, sino como un solo golpe contundente que quita la
respiración.
Su lectura resulta indispensable para
intentar armar el “rompecabezas que es la Colombia contemporánea”, como señala
el subtítulo del tomo con pleno acierto. Me parece, en cambio, que el título
está errado. Este libro es mucho más que una recopilación de recuerdos o
memorias. En realidad, se trata de varios libros en uno. Es un libro de historia
actual; es un tratado de periodismo; es una exploración social sobre la
corrupción y también un esbozo sicológico sobre el poder.
Siendo todo lo anterior junto, no
constituye, sin embargo, el texto de un sociólogo, un politólogo ni un
sicólogo, sino de un periodista que reflexiona sobre su oficio y procura
ejercer de la manera más profesional posible la función fiscalizadora que es
derecho y deber de la prensa.
El agudo sentido reporteril de
Coronell está presente en cada renglón, pero en especial cuando ofrece detalles
y pinceladas de los personajes que desfilan por sus páginas. Menciona, por
ejemplo, que cuando buscó para una entrevista en su cuartel de reclusión al
coronel Alfonso Plazas Vega, procesado por la toma del Palacio de Justicia, lo
encontró orando en la capilla. Y describe así a cierto fotógrafo tropical:
venía “vestido de amarillo pollito y con una cámara al cuello”.
Recordar es morir tiene las ventajas
de un libro escrito por un buen periodista. Lo que en manos de un jurisperito,
un militar o un antropólogo habría sido un ladrillazo contra el lector,
Coronell lo presenta en forma clara, contextualizada y amena. Los acusados
tienen su turno, los hechos son precisos y no le falta humor al autor para
describir ciertas situaciones, ni ironía para calificarlas.
Perplejo ante encrucijadas absurdas,
Coronell confiesa que a veces no sabe si reír o llorar.
De todos modos, ni el humor ni la
amenidad despojan al columnista de lo que en la profesión se llama “el instinto
por la yugular”, y a todo lo ancho y lo largo el libro da la impresión de haber
sido escrito “sin temores ni favores”.
Adentrarme en este prólogo en los
temas investigados y los destapes conseguidos equivaldría a repetir su
contenido. Menciono apenas la nefasta vitrina de escándalos: el Palacio de
Justicia, la compra de la reelección de Uribe, las chuzadas del das, los
subsidios para ricos de Agro Ingreso Seguro, SaludCoop, el inefable magistrado
Jorge Pretelt…
Vale la pena apuntar que un trabajo
de Daniel y sus colegas al revisar y comparar videos de la tragedia del Palacio
de Justicia les permitió saber que el magistrado Carlos Urán había salido vivo
del infierno y asesinado después. Muchos hallazgos sorprenden y la gran mayoría
indignan. No todos salpican a Uribe. También aparece, por ejemplo, la
vergonzosa defensa que hizo Colombia a través de un “perito mercenario” ante la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, lo que hace al gobierno de Juan
Manuel Santos cómplice de esconder suciedades debajo del tapete.
En las páginas de este volumen uno
oye crujir la maquinaria del poder y ve el baile de presiones contra la
Justicia: políticos, militares, juristas, “abogángsters” (como los denominó
Carlos Monsiváis), gobiernos extranjeros (en especial el de Estados Unidos),
medios de comunicación…
Quiero subrayar esto último porque
Recordar es morir no solo se destaca como excelente tratado de periodismo (“La
labor del periodismo es buscar la verdad, no hacer justicia”) y de
investigación (“El periodismo investigativo es, en esencia, un trabajo de
equipo”); además, al hacer un repaso a las debilidades del sistema político y
social, exhibe la irresponsabilidad de la prensa. Coronell la critica por sus
silencios, por sus alcahueterías, por su incapacidad de mirar (me remito a la
nota “No se han dado cuenta”) y por sus incongruencias. Denuncia a los
“periodistas dedicados a lavar la cara de los funcionarios envueltos en escándalos”.
Y revela, por ejemplo, que, en tiempos en que el embajador de Colombia en
Italia, Sabas Pretelt, tenía problemas con la Justicia, el jefe de prensa de la
embajada, pagado por el Gobierno, era también corresponsal de El Tiempo, RCN
Radio y Canal RCN. ¿Qué independencia podía esperarse de él?
La imagen telescópica que ofrece el
trabajo de Coronell es la de un gigantesco roscograma alimentado por la
corrupción y el clientelismo.
El elenco de personajes principales
que protagonizan el libro es siniestro, angustioso, deprimente, triste. Algunos
de ellos, como el procurador Alejandro Ordóñez, sectario y clientelista, no
parecen de estos tiempos sino de la Edad Media. El más temible es Álvaro Uribe,
líder conectado con un sinfín de escándalos, actos de persecución y corruptelas
de consecuencias históricas que en cualquier país realmente democrático estaría
preso en una penitenciaría, sedado en una casa de reposo o hundido en un
avergonzado silencio. En Colombia, no; aquí es un prócer buscapleitos a quien
la ley no roza.
Entretanto, el mosaico de personajes
secundarios ofrece muchos pintorescos; otros, ingenuos; algunos más unos que
inspiran miedo y no pocos esperpénticos, como cierto colombiano antisemita y
católico pre-preconciliar que mantiene una organización pronazi donde alaba a
Hitler y a sus discípulos tropicales.
Actúan en el escenario de Recordar es
morir muchos individuos que ofenden la ley, la Justicia, el decoro
administrativo y hasta la ortografía, como la sentencia condenatoria de Yidis Medina
(otra figura que parece tomada de una película de Almodóvar), suscrita por un
juez a quien no le alcanzó bachillerato, por lo que escribe “agrozo modo” en
vez de grosso modo y “espedida”, en vez de “expedida”.
Uno de los “valores” que -espero y
confío- salen maltrechos de estas páginas es la noción de patria que nos venden
quienes pelechan a la sombra del tricolor. El doctor Samuel Johnson dijo
sabiamente en el siglo xviii que “el patriotismo es el último refugio del
sinvergüenza”. Imposible discrepar de él cuando uno se entera de los crímenes
que se cometen aquí y ahora con el pretexto de “hacer patria”.
Muchos reprocharán a Coronell que se
ocupe de la podredumbre nacional y no de “tantas cosas buenas y bonitas que
tiene nuestro lindo país”.
No es esa su misión. La suya consiste
en destapar los abusos, única manera de poder corregirlos, así como el médico,
para recobrar la salud del paciente, debe diagnosticar primero la
enfermedad. Por eso insisto en que
este no es un libro de recuerdos. Es una gran colonoscopia de la política
colombiana.
http://www.las2orillas.co/el-roscograma-de-la-corrupcion-y-el-clientelismo-en-colombia-visto-por-daniel-coronell/
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