¿Por qué no mejora la educación en Latinoamérica?
Hay preocupación por el estancamiento de la calidad de la educación en demasiados países de América Latina.
BBCMUNDO Esto es un problema
importante en una economía globalizada, donde las recompensas van a parar a los trabajadores mejor
cualificados y más productivos, y donde se le da más importancia que nunca a la
educación de alta calidad.
¿Pero cómo medimos la calidad de la educación en América Latina respecto a estándares globales si no hay voluntad para participar en las pruebas internacionales? ¿Cómo podrán los potenciales reformadores comparar los resultados más allá de las fronteras?
Entre las comparaciones más reconocidas globalmente está la prueba PISA -el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes- que realiza cada tres años la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En América Latina, los ránking regionales de estos tests internacionales realizados a jóvenes de 15 años en matemáticas, lectura y ciencia están encabezados por Chile, por encima de potencias económicas como Brasil y México.
La mayoría de los países de la región está en un lugar bajo de la lista.
Ausencia en las pruebas
Parte del recelo de muchos países latinoamericanos hacia este tipo de listas puede ser un temor a ser comparados con líderes mundiales en educación como Finlandia y Japón.
Incluso Chile, el país de la región más alto de la lista PISA, está considerablemente por debajo de la media en estos tests, que queda marcada por países como Reino Unido y Francia.
Pero el examen PISA ha generado también bastante controversia por su metodología y diseño, generando dudas -algo común en muchos exámenes estándar- sobre si mide de forma adecuada la calidad de la enseñanza. O por el hecho de que no captura de forma real la diversidad de contextos de unos sistemas de educación tan dispares.
Estas inquietudes se reflejan en el hecho de que menos de la mitad de los países de América Latina participa en la prueba.
Pero hay otros exámenes que pueden ofrecer una escala global de evaluación: el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo de la Unesco (Terce) cubre una parte más extensa de la región.
El Terce evaluó 15 países incluyendo Brasil, México, Argentina y Colombia, así como participantes más pequeños como Costa Rica, Honduras, Guatemala, República Dominicana y Uruguay. La evaluación tiene también un margen más amplio que PISA, al estudiar a menores en diferentes fases de desarrollo -con edades de 8 y 11 años- y considerar el contexto de cada escuela.
Lo que Terce halló fue motivo de prudente optimismo: su comparación entre la última evaluación en 2006 y el presente mostró una mejora modesta pero extendida en la mayoría de los países latinoamericanos.
Estos ránkings fueron también liderados por Chile, seguido de Costa Rica y Uruguay.
Pero también permitieron una comparación con países ausentes de la prueba PISA, como Guatemala y Paraguay, que aparecen en la mitad más baja de los resultados de la prueba Terce.
Quedándose atrás
Pese -o quizá debido- a la controversia circundante, estas pruebas ya cumplieron un propósito importante. Más allá de sus carencias, pusieron la atención en el hecho de que la masiva expansión del acceso a la educación en la región, una gran victoria en sí misma, no es suficiente sin una mejora equivalente en calidad.
Los legisladores ya no pueden ignorar la realidad de que incluso los países con mejor desempeño en América Latina, mucho menos los medios, están muy lejos del mundo desarrollado y muy lejos del lugar donde necesitan estar para competir en la economía global.
Como resultado, la demanda por una mejor educación crece desde abajo hacia arriba, conforme estudiantes, padres y grupos de la sociedad civil se van haciendo más conscientes de cómo sus escuelas se comportan respecto a los estándares internacionales.
No es sólo inversión
Las comparaciones internacionales también aportaron una lección necesaria: que una mayor inversión sola no puede resolver problemas de educación. Los sistemas de educación de América Latina se gastan casi tanto como la media de los países de la OCDE, donde algunos invierten hasta el 6% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras producen resultados deslucidos.
En algunos casos se necesita más financiación pero, sin un enfoque riguroso y enfocado para asegurar que se utilizará bien, el dinero adicional puede que sea desperdiciado.
Es por eso que se necesita una nueva conversación en América Latina, que se centre en maneras innovadoras para mejorar la calidad, y de forma rápida.
Una oleada de nuevos actores -emprendedores sociales, negocios privados, fondos de inversión, fundaciones y grupos activistas- está tomando el liderazgo en la adopción de nuevas pedagogías, tecnologías y reformas estructurales en sus sistemas de educación.
Y proyectos como PISA y Terce ayudan a poner estos temas en primera línea en la agenda política pública. La siguiente generación de estudiantes tiene poco tiempo que perder.
¿Pero cómo medimos la calidad de la educación en América Latina respecto a estándares globales si no hay voluntad para participar en las pruebas internacionales? ¿Cómo podrán los potenciales reformadores comparar los resultados más allá de las fronteras?
Entre las comparaciones más reconocidas globalmente está la prueba PISA -el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes- que realiza cada tres años la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En América Latina, los ránking regionales de estos tests internacionales realizados a jóvenes de 15 años en matemáticas, lectura y ciencia están encabezados por Chile, por encima de potencias económicas como Brasil y México.
La mayoría de los países de la región está en un lugar bajo de la lista.
Ausencia en las pruebas
Parte del recelo de muchos países latinoamericanos hacia este tipo de listas puede ser un temor a ser comparados con líderes mundiales en educación como Finlandia y Japón.
Incluso Chile, el país de la región más alto de la lista PISA, está considerablemente por debajo de la media en estos tests, que queda marcada por países como Reino Unido y Francia.
Pero el examen PISA ha generado también bastante controversia por su metodología y diseño, generando dudas -algo común en muchos exámenes estándar- sobre si mide de forma adecuada la calidad de la enseñanza. O por el hecho de que no captura de forma real la diversidad de contextos de unos sistemas de educación tan dispares.
Estas inquietudes se reflejan en el hecho de que menos de la mitad de los países de América Latina participa en la prueba.
Pero hay otros exámenes que pueden ofrecer una escala global de evaluación: el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo de la Unesco (Terce) cubre una parte más extensa de la región.
El Terce evaluó 15 países incluyendo Brasil, México, Argentina y Colombia, así como participantes más pequeños como Costa Rica, Honduras, Guatemala, República Dominicana y Uruguay. La evaluación tiene también un margen más amplio que PISA, al estudiar a menores en diferentes fases de desarrollo -con edades de 8 y 11 años- y considerar el contexto de cada escuela.
Lo que Terce halló fue motivo de prudente optimismo: su comparación entre la última evaluación en 2006 y el presente mostró una mejora modesta pero extendida en la mayoría de los países latinoamericanos.
Estos ránkings fueron también liderados por Chile, seguido de Costa Rica y Uruguay.
Pero también permitieron una comparación con países ausentes de la prueba PISA, como Guatemala y Paraguay, que aparecen en la mitad más baja de los resultados de la prueba Terce.
Quedándose atrás
Pese -o quizá debido- a la controversia circundante, estas pruebas ya cumplieron un propósito importante. Más allá de sus carencias, pusieron la atención en el hecho de que la masiva expansión del acceso a la educación en la región, una gran victoria en sí misma, no es suficiente sin una mejora equivalente en calidad.
Los legisladores ya no pueden ignorar la realidad de que incluso los países con mejor desempeño en América Latina, mucho menos los medios, están muy lejos del mundo desarrollado y muy lejos del lugar donde necesitan estar para competir en la economía global.
Como resultado, la demanda por una mejor educación crece desde abajo hacia arriba, conforme estudiantes, padres y grupos de la sociedad civil se van haciendo más conscientes de cómo sus escuelas se comportan respecto a los estándares internacionales.
No es sólo inversión
Las comparaciones internacionales también aportaron una lección necesaria: que una mayor inversión sola no puede resolver problemas de educación. Los sistemas de educación de América Latina se gastan casi tanto como la media de los países de la OCDE, donde algunos invierten hasta el 6% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras producen resultados deslucidos.
En algunos casos se necesita más financiación pero, sin un enfoque riguroso y enfocado para asegurar que se utilizará bien, el dinero adicional puede que sea desperdiciado.
Es por eso que se necesita una nueva conversación en América Latina, que se centre en maneras innovadoras para mejorar la calidad, y de forma rápida.
Una oleada de nuevos actores -emprendedores sociales, negocios privados, fondos de inversión, fundaciones y grupos activistas- está tomando el liderazgo en la adopción de nuevas pedagogías, tecnologías y reformas estructurales en sus sistemas de educación.
Y proyectos como PISA y Terce ayudan a poner estos temas en primera línea en la agenda política pública. La siguiente generación de estudiantes tiene poco tiempo que perder.
Tomado de: http://www.dinero.com/internacional/articulo/baja-calidad-educacion-america-latina/207560
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