“Retrotopía”.
El testamento de Bauman para regenerar los desvaríos de la globalización
Luis Núñez Ladevéze
Con la muerte de
Zygmunt Bauman se apagó una de las voces más importantes de la sociedad. Su
obra póstuma, Retrotopía, es la renuncia, por ilusoria, del proyecto de
emancipación colectiva del ser humano. Retroceder a los valores del pasado
puede ser la solución.
Este libro póstumo de
Bauman puede interpretarse como una renuncia, o un reconocimiento. No hay
salida por el camino emprendido durante la Ilustración de alcanzar una
“emancipación humana” universal a través de la acción política. La pretensión
ilustrada de edificar una utopía terrena, el reino de solidaridad entre los
hombres, prometida o anunciada por los comunismos, anarquismos y socialismos,
se ha desmoronado en la actual fase líquida de la modernidad.
El título de Retrotopía
expresa la renuncia, por haberse demostrado ilusorio, al proyecto racionalista
de autoemancipación colectiva. Lo que queda a la vista de la sociedad líquida
se aleja de la utopía cuanto se aproxima a la distopía. El reconocimiento de su
fracaso se manifiesta en dos guerras mundiales, en el brote de los
totalitarismos que pusieron al sedicente servicio de la raza o de la igualdad
los campos de exterminio de Auschwitz, el Archipiélago Gulag y el Polpot.
Frustrada la expectativa racional de alcanzar colectivamente, mediante la planificación
política, una sociedad mejor, a la vez igualitaria, próspera y libre, por
inverosímil, la distopía anticipada por la literatura, la cinematografía y las
series televisivas se vislumbra ahora como un hallazgo imaginario que puede ser
más verosímil que su contramodelo utópico.
Bauman propone como
salida retroceder para readquirir los valores humanos del pasado. La voz
“retro” no tiene raíz griega, solo latina, así que no figura como “topos” de la
imaginación, sino como un lugar localizado en un mundo histórico precedente.
Habría que recuperarlo dentro de un marco de condiciones que haga posible el
diálogo para abordar los problemas comunes derivados de la propia globalización
del mundo y superar el patente y obvio “conflicto de civilizaciones”.
El lugar de la marcha
atrás, del retroceso, requiere profundizar en la condición dialógica. Bastaría
con que “el diálogo fructifique. Según nos recuerda el propio papa Francisco,
depende de que nos respetemos recíprocamente y de que asumamos, nos otorguemos
y nos reconozcamos mutuamente una igualdad de estatus”.
¿Qué significa “una
igualdad de estatus?
¿Qué hay que admitir
como contenido de esa “igualdad”?
Publicado postmortem,
Retrotopía tiene el sentido de poder interpretarse como un legado intelectual
que compendia la decepción causada por la frustración de una expectativa y
responde a esta pregunta proponiendo como principio la reciprocidad del
reconocimiento mutuo. Instalado en su observatorio de los “tiempos líquidos”, a
través de los cuales ha ofrecido uno de los diagnósticos más aceptados en la
sociología actual sobre los caracteres de la sociedad digitalizada, de las
redes virtuales y de la porosidad de las instituciones humanas, Bauman ya ha
dejado de creer que el futuro tecnológico pueda aportar alguna rectificación de
la «endémica» agresividad humana. A su juicio, el consumismo individualista
fomentado por el capitalismo la exacerba. El fin de la utopía se convierte en
mirada retrostópica para buscar una base realista a una civilización
globalmente deshumanizada.
El optimismo ilustrado
ha concluido su ciclo estrellando las pretensiones de alcanzar racionalmente el
progreso colectivo contra una realidad antropológica que limita el alcance de
la razón. Si la misma complejidad del mundo obliga a afrontar sus riesgos y
peligros con la tecnología, que es el artefacto que puede liberar la
servidumbre humana a los condicionantes de la naturaleza, no hay modo de
impedir que no sea a la vez ese mismo instrumento el que también la supedite a
una voluntad de dominación inserta en la condición humana.
Bauman insiste en que
el programa ilustrado en la etapa líquida de la modernidad, su última fase, ha
fracasado. El individuo consiguió su “emancipación”, llamémosla así, respecto
de las normas morales y sociales fraguadas en la tradición, pero esa autonomía
deja solo a cada individuo, aislado, a merced de sus propios recursos y
vencido, porque es impotente para remediar sus dependencias tribales o
comunitarias. El individuo tiende ahora a campar moralmente por sus respetos, sin
reconocer nada que lo resguarde del capricho moral que él mismo se suministra,
como no sea la vuelta al tribalismo comunal del nacionalismo.
El auge del
“nacionalismo” lo entiende Bauman en Retrotopía como un “regreso a la tribu”, a
la división entre “nosotros” y “los otros”, los extranjeros, que pone fronteras
a una emigración de vuelta de la colonización, atraída por las diferencias
entre unos países prósperos y otros depauperados. La globalización de la mirada
aproxima las distancias, antes insalvables. El proceso de las migraciones pone
a prueba cómo hacer compatible las identidades nacionales con la cooperación
mutua dentro de un Estado multiétinico, multicultural. Un Estado como lo fue el
imperio austrohúngaro, cuya caída supuso la multiplicación artificial de las
nacionalidades europeas.
La advertencia póstuma
del pensador Zygmunt Bauman
Dos nuevos textos del
pensador, un fenómeno en las redes sociales, analizan la búsqueda de la utopía
en un pasado idealizado ante un futuro falto de esperanza
La identidad
nacionalista no proporciona la recíproca “igualdad de estatus”, porque se basa
en distinguir a unos de otros. Este es un factor diferencial entre el
universalismo católico y el particularismo de las identidades étnicas, grupales
y nacionales. La “igualdad de estatus” es el principio que propuso Bruno Bauer
como un modo de garantizar, a un mismo tiempo, la continuidad de las
identidades nacionales y la cooperación duradera (y, a ser posible, pacífica)
entre ellas dentro de un Estado austrohúngaro multiétnico, con su irreductible
«mezcolanza de naciones».
¿Qué significa “una igualdad de estatus»?
¿Qué hay
que reconocer como objeto de esa “igualdad”: “que nos respetemos recíprocamente
y que lo asumamos, nos otorguemos y nos reconozcamos mutuamente»?
Bauman lo
rescata como solución, pero en el evidente “conflicto de civilizaciones” que se
produce en nuestro mundo global no todas ellas aceptan la integridad de este
principio de reciprocidad del reconocimiento.
Retrotopía centra en un
mercado consumista gobernado por el “individualismo” moral la principal causa
del deterioro que nos remite a un futuro incierto, no para la persona en
particular, pues la incertidumbre es constitutiva de la dependencia humana
personal, sino de la especie en su conjunto. Aboga por la implantación de la
“renta básica universal” y se muestra proclive a una política socialdemócrata
que compense las tendencias individualistas. Como ya no es posible confiar en
el futuro, hay que mirar al pasado para recuperar los topos o lugares
humanizados. Mirar atrás para recoger no significa ir atrás para no volver. El
progreso científico técnico ha llenado de incertidumbre la incertidumbre de los
tiempos. Un horizonte de dudas que aumenta y crece cuanto aumenta la
dependencia tecnológica que desgaja el uso de la tecnología de la conciencia
moral.
Este miedo al futuro es
consecuencia del fracaso moral del progreso técnico. El temor ha sustituido a
la confianza en la técnica que, si libera al hombre de sus servidumbres
naturales, altera el equilibrio ecológico de su arraigo en la naturaleza. La
tierra dejó de ser un medio ambiente acogedor del conglomerado natural y la
ecología comenzó a ser un problema añadido. La duda de que la progresión de la
especie pueda convertirse en el mayor peligro que la propia especie ha de
afrontar se ha introducido en el inconsciente colectivo.
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