lunes, febrero 03, 2020

Ciencia y Filosofía 1

 El porqué  de la filosofía


Quizá la filosofía interese a unos pocos, la cuestión es que tarde o temprano necesitarán descubrirla, en un sentido u otro.

¿Quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad?

En el fondo los filósofos, se empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada», Si no sabe nada, ¿para qué vamos a escucharlo? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los que no saben; sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y sabemos cómo funcionan la mayoría de las cosas. Así pues, en la época actual, la del microchip, del acelerador de partículas, el reino de Internet, la televisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna.

Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión…, pero no hay información «filosófica», y la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?

Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, por ejemplo: x número de personas muere diariamente de hambre en el mundo; nosotros, recibida la información, nos preguntamos ¿qué está ocurriendo? Recabaremos opiniones, algunas nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre poseedores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará quien cándidamente, comente: «¡En qué mundo vivimos!» Entonces, como un eco, nos preguntamos: ¿en qué mundo vivimos?»

No nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados humanos».  No queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretada y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone toda ella en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Estas son, precisamente preguntas a las que atiende la filosofía. Digamos:

a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede, 
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla, 
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.  

Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a y el b de conocimiento, mientras la filosofía opera entre el b y el c. Así que no hay información propiamente filosófica, pero sí conocimiento filosófico, lo ideal sería llegar a la sabiduría filosófica ¿Es posible lograr y enseñar tal cosa?

Intentemos precisar la diferencia entre ciencia y filosofía.

Lo primero que salta a la vista no es lo que las distingue sino lo que las asemeja: tanto la ciencia como la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad. De hecho, en sus orígenes, ciencia y filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los siglos la física, la química, la astronomía o la psicología se fueron independizando de su común matriz filosófica.

En la actualidad, las ciencias pretenden explicar cómo están hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien en lo que significan para nosotros; la ciencia debe adoptar el punto de vista impersonal para hablar sobre todos los temas (incluso cuando estudia a las personas mismas), mientras que la filosofía siempre permanece consciente de que el conocimiento tiene necesariamente un sujeto, un protagonista humano. La ciencia aspira a conocer lo que hay y lo que sucede; la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo cuenta para nosotros lo que sabemos que sucede y lo que hay.

La ciencia multiplica las perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir, fragmenta y especializa el saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo, con todo lo demás, intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que sobrevuele la diversidad desde esa aventura unitaria que es pensar, o sea, ser humanos. La ciencia desmonta las apariencias de lo real en elementos teóricos invisibles, ondulatorios o corpusculares, matematizables, en elementos abstractos inadvertidossin ignorar ni desdeñar ese análisisla filosofía rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en la que transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta (v. gr. la ciencia nos revela que los árboles y las mesas están compuestos de electrones, neutrones, etc., pero la filosofía, sin minimizar esa revelación, nos devuelve a una realidad humana entre árboles y mesas). La ciencia busca saberes y no meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el conjunto de nuestros saberes... y si son verdaderos saberes o ignorancias disfrazadas. Porque la filosofía suele preguntarse principalmente sobre cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya por supuestas o evidentes.

Un historiador se preguntará qué sucedió en tal momento del pasado, un filósofo preguntará: ¿qué es el tiempo? Un matemático investiga las relaciones entre los números, pero un filósofo indagará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué están hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará: ¿Cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal colarse en el cine sin pagar, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una acción es buena o mala?

En cualquier caso, tanto las ciencias como la filosofía contestan a preguntas suscitadas por lo real. A tales preguntas las ciencias brindan soluciones, es decir, contestaciones que satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la anulan y disuelven. Si una contestación científica funciona como tal ya no tiene sentido insistir en la pregunta, deja de ser interesante. En cambio, la filosofía no brinda ‘soluciones’ sólo respuestas, que no anulan las preguntas, y nos permiten convivir racionalmente con ellas, aunque sigamos planteándolas una y otra vez; por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere sobre qué es la justicia o qué es tiempo, nunca dejaremos de preguntamos por el tiempo y la justicia.

Las respuestas filosóficas cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, humanizamos en la  convivencia perpetua con la interrogación. Porque, ¿qué es el hombre sino el animal que pregunta y que seguirá preguntando más allá de cualquier respuesta imaginable?

Hay preguntas que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia; otras creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y responderlas -siempre insatisfactoriamente- es el empeño de la filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas preguntas empezaron siendo competencia de la filosofía -la naturaleza, el movimiento de los astros, y luego pasaron a recibir solución científica, tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimuladas por dudas filosóficas (el paso de la geometría euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo).

Deslindar qué preguntas parecen hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas críticas más importantes de los filósofos... y de los científicos. De lo único que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...

Pero hay otra diferencia importante entre ciencia y filosofía. Un científico puede utilizar las soluciones halladas por científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y experimentos que llevaron a descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento incontrovertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado individualmente por cada cual, aunque parta de una muy rica tradición intelectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien quiera consultarlos, leerlos de la filosofía sólo sirven a quien se decide a meditarlos por sí mismo.

Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse. O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar con argumentos, antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepte no saber, pero conoce al menos su ignorancia.

¿Enseñar a filosofar aun cuando todo el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?

Aceptemos que hay que intentar enseñar filosofía o, mejor, a filosofar. ¿Cómo hacerlo? No puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí mismo.
   

Texto fundamentado en: “Las preguntas de la vida”, Fernando Savater.
Editorial Ariel. 1999. págs. 15 - 26.

 


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