martes, enero 30, 2018

Mitología Griega

La mitología griega está formada por un conjunto de leyendas que provienen de la religión de esta antigua civilización del Mediterráneo oriental. Los griegos, conocían estas historias, las cuales formaban parte de su acervo cultural.

Los dioses del panteón griego adoptaban figuras humanas y personificaban las fuerzas del Universo; al igual que los hombres, los dioses helenos eran impredecibles, por eso unas veces tenían un estricto sentido de la justicia y otras eran crueles y vengativos; su favor se alcanzaba por medio de los sacrificios y de piedad, pero estos procedimientos no eran siempre efectivos puesto que los dioses eran muy volubles.

La mitología griega es compleja, llena de dioses, monstruos, guerras, héroes y semidioses. Algunos estudiosos afirman que llegó a haber hasta 30.000 divinidades en total. 
Prometeo

Prometeo fue el creador de los hombres, modelándolos con barro, gran benefactor de la humanidad. No tenía miedo alguno a los dioses, y ridiculizó a Zeus y su poca perspicacia.  Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes: en una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey y en la otra puso los huesos, pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses, pero la carne se la comen. Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego. Prometeo decidió robarlo, subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Apolo y consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente.

Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que modelara una imagen con arcilla, con figura de encantadora doncella, Pandora, la primera mujer, semejante en belleza a las inmortales, Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes a Epimeteo [hermano de Prometeo]. Ella también traía una caja que contenía todas las desgracias con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella para aplacar la ira de Zeus por haberla rechazado una primera vez a causa de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses.

Cuando Pandora abrió la caja que contenía todos los males liberó todas las desgracias humanas. La caja se cerró justo antes de que la esperanza fuera liberada.

Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo encadenándolo a una montaña, Zeus envió un águila (hija de los monstruos Tifón y Equidna) para que se comiera el hígado de Prometeo, siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. Este castigo había de durar para siempre, pero Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y le liberó disparando una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, al proporcionar la liberación más gloria a Heracles, quien era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado. Agradecido, Prometeo reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas de las Hespérides.

El mito de Prometeo (Platón, Protágoras)

... Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución "Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas". Con este permiso comienza a distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que, para aquellas, a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A las que daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse, en tanto que a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él, las salvaba. De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual.

A algunas les puso en los pies cascos y a otras, piel gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos distintos a cada una: a unas hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras raíces. Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. Así, concedió a aquellas descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran fecundidad; procurando, así, salvar la especie. Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles.

Entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.

El hombre, una vez que participó de una porción divina, fue el único de los animales que, a causa de este parentesco divino, primeramente, reconoció a los dioses y comenzó a erigir altares e imágenes a los dioses. Luego, adquirió rápidamente el arte de articular sonidos vocales y nombres, e inventó viviendas, vestidos, calzado, abrigos, alimentos de la tierra. Equipados de este modo, los hombres vivían al principio, dispersos y no en ciudades, siendo, así, aniquilados por las fieras, al ser en todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio, adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra, porque no poseían el arte de la política, del que el de la guerra es una parte. Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: "¿Las distribuyó como fueron distribuidas las demás artes?".

Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos? "Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad''.
El regreso de Ulises

El regreso de Ulises constituye el tema de la Odisea, cuya personalidad no ha dejado de enriquecerse. Tras la toma de Troya, Ulises se peleó con los otros jefes y siguió a Agamenón, pero pronto fue separado de éste y abordó en Tracia, donde tomó y asoló la ciudad de Ismaros. No dejó a salvo más que al sacerdote de Apolo, Marón, que le regaló doce tinajas de un rico vino. Luego puso rumbo al sur, y, al cabo de varios días, abordó en el país de los Lotófagos, pueblo que se alimentaba del loto, tan exquisito que quienquiera que lo probara no quería marcharse ya. Ulises hubo de emplear la fuerza para arrancar a sus hombres a tales delicias. Ulises llegó a Sicilia, al país de los Cíclopes. Desembarcó con doce hombres, llevando una tinaja del vino de Marón. Entraron en una caverna cuyo propietario era el cíclope Polifemo, horrible gigante que no tenía más que un ojo en medio de la frente. Polifemo les encerró y quiso devorarles, dos a dos. Ulises logró hacerle beber vino, lo que sumergió al monstruo en un profundo sueño, lo que aprovechó para cegarle, y él y sus hombres pudieron escapar, disimulados bajo el vellón de los carneros del gigante. Poseidón, que era padre de Polifemo, sintió desde ese momento un odio violento contra Ulises. Escapado de los Cíclopes, Ulises llegó a las islas de Eolo, señor de los vientos, que le dio un odre donde estaban encerrados todos los vientos, salvo una brisa favorable. Pero, aprovechando el sueño de Ulises, sus compañeros abrieron el odre; se desencadenó la tempestad y les llevó a la isla de Eolo, que esta vez no quiso acogerles.

La maga Circe

Ulises volvió a partir, al azar. Con los lestrigones, un pueblo de antropófagos perdió todos sus barcos, salvo uno, y en esa embarcación es donde llegó a la isla de Aea, donde vivía la maga Circe, que era hermana del rey de la Cólquida, Aetes. Vivía sola, con sirvientes, y metamorfoseaba en animales a todos los viajeros que llegaban a su palacio. Ulises, sin saber lo que le esperaba, envió en exploración un grupo de marineros: la maga les acogió amablemente, y les dio de beber un brebaje encantado, transformándoles en lobos, en perros, etc. Ulises, cuando no vio volver a sus compañeros, emprendió su búsqueda solo. En el bosque, Hermes le abordó y le dio el secreto para escapar a los encantamientos de Circe: que echara en el brebaje una hierba llamada moly, y la bruja estaría a su merced. Armado de la planta mágica, Ulises resistió a los encantamientos: sacó la espada y obligó a Circe a dar forma humana a sus amigos. Luego pasó con ella un tiempo. Al partir, recibió de Circe el consejo de ir a consultar al alma del adivino Tiresias, en el país de los Cimerios.
La isla de las Sirenas

Tiresias, debidamente evocado, revela a Ulises el porvenir que le espera, y el héroe se vuelve a marchar, infatigablemente. Llega hasta la isla de las Sirenas, que con su música, atraían a las naves, que se estrellaban en los escollos de la isla. Luego ellas devoraban a los náufragos. Pero Circe había enseñado a Ulises lo que debía hacer, llenó de cera las orejas de los marineros, y se hizo atar al mástil del navío, pudiendo así atravesar sin temor el lugar peligroso. Después hubo de afrontar a los dos monstruos Caribdis y Escila, que devoraban a los marineros y provocaban temibles remolinos. 
Llega a una isla donde se quedan más tiempo del que pensaban, y no pudieron menos, impulsados por el hambre, de matar un buey, durante el sueño de su jefe. El Sol fue a quejarse a Zeus. Cuando el barco volvió a partir, el dios envió una tempestad terrible, el barco zozobró y todo el mundo se ahogó, menos Ulises, que, aferrado al mástil, fue arrastrado por la mar durante nueve días con sus nueve noches. El décimo día, llegó a la isla de Calipso, una ninfa que le retuvo en ella vario años. Pero Atenea obtuvo de Zeus que enviase a Hermes a dar orden a Calipso de que dejara ir a Ulises. Y así fue como, después de haber construido él mismo una balsa y conjurado una tempestad suscitada por Poseidón, llegó, agotado pero vivo, a la isla de los Feacios.
El regreso a Itaca
Ya los viajes de Ulises estaban casi terminados. Los feacios le acogieron con bondad, y, cargándole de muchos regalos, le hicieron llevar hasta Itaca. Pero le hacía falta reconquistar su reino, que estaba en manos de un tropel de jóvenes príncipes pretendientes que, reunidos en torno a Penélope, y devorándolo todo en palacio, imponían su ley en Itaca. Muy hábilmente, disfrazado de mendigo, Ulises consiguió deslizarse en su casa, sin dejarse reconocer más que por algunos hombres seguros. Con ocasión de un concurso de tiro con arco -que aconsejó a Penélope que organizara- aniquiló a los pretendientes, y pudo, por fin, recobrar su lugar. 
La Guerra de Troya
La guerra de Troya fue un conflicto bélico en el que se enfrentaron una coalición de ejércitos aqueos contra la ciudad de Troya (también llamada Ilión, ubicada en Asia Menor) y sus aliados.

En la boda de Peleo, rey de los mirmidones y Tetis, ninfa del mar, todos los dioses fueron invitados a la boda, excepto Eris, la diosa de la discordia, quien, enojada por el divino desaire, se presentó de improviso en la boda y dejó un presente, una manzana de oro en la que estaba inscrita la palabra kallisti (‘para la más hermosa’). La manzana fue reclamada por Hera, Atenea y Afrodita. Zeus resolvió el asunto nombrando árbitro a Paris, un príncipe de Troya, que había sido criado como pastor a raíz de una profecía, según la cual sería el causante de la caída de Troya.

Tres diosas comenzaron a disputarse el derecho a quedarse con el presente: Hera, hermana y esposa de Zeus, reina de las diosas, protectora de los matrimonios; Atenea, hija de Zeus, diosa de la guerra, la inteligencia y destreza en las bellas artes, y Afrodita, la diosa de la pasión, nacida de la enrojecida espuma del mar, y considerada hija de Zeus. Ni Zeus intercede como juez, ni ninguno de los dioses se atrevió a mediar en la contienda, por lo que Zeus, le dice a Hermes que busque a alguien para que sea el juez, deciden delegar el arbitraje y la elección, en un mortal. 

Las tres diosas, precedidas por el dios Hermes, descendieron del Olimpo para entrevistarse con el escogido, Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, quien, por aquellos días, se encontraba cuidando un rebaño de ovejas lejos de su patria y aun desconociendo que era hijo de un rey, pues, cuando iba a nacer, su hermana Casandra (que tenía el don de la adivinación), profetizó que sería la causa de la destrucción de la ciudad de Troya. Por eso su padre lo abandonó en un monte para que muriera, pero un pastor lo recogió y lo crió.

Las diosas, haciendo gala de su gran poder, le prometen diferentes recompensas. Hera le ofrece reinar sobre Asia, riquezas y poder; Atenea le ofrece sabiduría, destreza y gloria en la batalla y las habilidades de los grandes guerreros; Afrodita promete entregarle a la más bella mujer del Egeo, Helena, deseada y pretendida por reyes, príncipes y héroes. Paris se decide entonces por Afrodita.

Enviado a hacer tratos diplomáticos a Esparta, París se hospedó en casa del rey Menelao, quien residía con su esposa Helena. Cuando este tuvo que partir para resolver rutinarios asuntos de gobierno, y con la ayuda de Afrodita, raptó a Helena.

El rapto de Helena fue una grave ofensa al anfitrión, y también a Zeus, quien, a través de una de sus múltiples personalidades, Zeus Xenius, había apadrinado, en su día, esa unión. Con esto, Paris, se ganó la enemistad de Zeus, la de las diosas no favorecidas en el juicio de "La Manzana de Oro", Hera y Atenea, traerían para él y para su pueblo la cruenta tragedia de una larga guerra.

Los anteriores pretendientes de Helena, hasta su enlace con Menelao, consideraron el rapto como una traición a su honor, pues cuando fueron aspirantes al favor de la bella se juramentaron para defender el honor del que fuese elegido, como esposo, por la bella Helena. (Odiseo de Ítaca propuso hizo prometer a todos defender el matrimonio de Helena con quien ella eligiese. Ella eligió a Menelao, quien heredó el trono de Esparta, con Helena como su reina. Agamenón, su hermano -casado con la hermana de Helena, Clitemnestra-, recuperó el trono de Micenas). Por lo que todos los reyes y príncipes de Grecia fueron llamados a cumplir su juramento y recuperarla.

Menelao reúne un gran ejército con ayuda de su hermano Agamenón. También están Aquiles, el mejor guerrero griego, Odiseo, el más astuto, Ayax un gigante de gran fortaleza, y otros. Agamenón, el más poderoso de los reyes griegos, asumió el mando de la expedición de rescate de su cuñada y de castigo de los troyanos.

Los griegos ponen sitio a la ciudad de Troya e intentan tomarla durante diez años, pero los troyanos bajo el mando de Héctor, hijo de Príamo y el más fuerte de entre estos, resisten.

Los griegos atacan y saquean pueblos de alrededor, pero pasan muchos apuros, por lo que Patroclo decide combatir con las armas de Aquiles para asustar a los troyanos. Héctor mata a Patroclo al creer que era Aquiles. Aquiles vuelve al combate y mata a Héctor ultrajando su cadáver. Finalmente, Príamo consigue que Aquiles le devuelva el cuerpo de su hijo. Paris consigue, con la ayuda de Apolo, matar a Aquiles hiriéndole con una flecha en el talón, su único punto vulnerable.

Los griegos conciben una nueva treta, aconsejados por Odiseo, idean un plan para tomar Troya; construyen un gran caballo de madera hueco, donde se esconden los soldados griegos liderados por Odiseo y lo dejan como ofrenda ante las puertas de la ciudad. Retiran las naves griegas fingiendo partir, escondiéndose los hombres en una isla cercana. Un espía griego, Sinón, convence a los troyanos de que el caballo era una ofrenda a la diosa Atenea. A pesar de las advertencias de Laocoonte (sacerdote de Apolo) y Casandra, los troyanos entran el caballo en la ciudad e inician una gran celebración, situación que fue aprovechada por los griegos, salieron del caballo, pues la ciudad entera estaba bajo el efecto de la bebida; abren las puertas de la ciudad para permitir la entrada al resto de las tropas y la Troya fue saqueada sin piedad alguna.




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