What The Bleep Do We Know?
Plantea un interesante debate filosófico y científico.
Constituye un nuevo intento por acercar al gran público las cuestiones
sobre las que se está planteando una profunda revolución cultural, surgida de
los conocimientos sobre las partículas elementales, englobados en lo que ha
dado en llamarse la Física Cuántica.
La Física Cuántica, tal como explicamos en otro artículo, es una manera de describir el
mundo. Su campo de actuación es el de las partículas elementales, que se
desenvuelven de manera misteriosa para la percepción ordinaria, ajenas a las
leyes de los objetos físicos, dando lugar a diferentes interpretaciones.
Dudas de realidad
La revolución cultural que se deriva de estos conocimientos tiene que ver,
sobre todo, con la naturaleza de la realidad. La tesis de la película es que la
realidad se reduce a la percepción y que la percepción (a la que llamamos
realidad) se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y
emociones.
La consecuencia de esta tesis es que el sujeto es el artífice último de lo real
y que, cuando descubrimos la estrecha relación entre el mundo interno de las
personas y lo que acontece en su entorno, alcanzamos la capacidad de alterar la
realidad, una de las más antiguas aspiraciones humanas.
El argumento sobre la estructura cuántica de la realidad se completa en la
película con recientes descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro,
capaz de reaccionar de la misma forma tanto respecto a un objeto real como a
otro imaginario, siempre que una emoción esté asociada a estos procesos.
Este descubrimiento lleva a los protagonistas a proponer una mayor atención a
los procesos de pensamiento y a la profundización en las emociones, al
considerar que una revisión profunda del interior humano puede ayudar a
comprender mejor el mundo que nos rodea y a hacerlo más habitable y
confortable. Y, sobre todo, mucho más feliz.
La película está articulada en torno a una protagonista que busca sentido a su
vida, a la que acompañan en su experiencia una serie de expertos de diferentes
disciplinas: física, neurología, psiquiatría, filosofía, medicina, biología,
teología, explicando conocimientos relativos a la experiencia de la
protagonista, Amanda (Marlee Matlin).
Los argumentos que los diferentes expertos exponen en la película están
documentados en muchos casos, pero en otros aspectos son más débiles. La
fragilidad de algunas de las exposiciones de la película está bien recogida en
un artículo de Wikipedia. Además, según Popular Science, uno de los expertos
entrevistados, David Albert, profesor en la U. de Columbia, considera que las
declaraciones suyas que aparecen en la película son incompletas y que están
distorsionadas.
La prueba del acierto se observa en el inesperado éxito obtenido en las salas
comerciales de Estados Unidos y en el hecho de que, antes de llegar a las
grandes pantallas de España, ha estado circulando casi clandestinamente por
países latinoamericanos y regiones españolas, aglutinando foros de reflexión
“sobre física cuántica” a partir de esta película.
La Física Cuántica, de esta forma, se está poniendo de moda, con todo lo bueno y lo malo que eso supone: despertar el interés por una disciplina científica es positivo, pero reducirla a una tertulia de salón y convertirla casi en una religión capaz de resolverlo prácticamente todo, es algo que no tiene nada que ver con la ciencia.
Telón
de fondo
En cualquier caso,
lo cierto es que la película evoca un importante debate filosófico y científico
que se remonta al Siglo IV antes de Cristo, cuando Platón señaló con el mito de la caverna que no conocemos la realidad,
sino las sombras que el mundo refleja en las paredes de la caverna en la que
estamos encerrados.
En 1781 Kant especula con que sólo podemos conocer a través de modelos de
realidad, innatos en nosotros, que son sólo una tenue representación del mundo
real, por lo demás inaccesible al conocimiento.
A su vez, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad y que la realidad última es una voluntad universal.
Más de cien años después, Einstein descubre, ya sobre bases científicas, que el
mundo real no coincide siempre con nuestras estructuras mentales, ya que, a
partir del conocimiento de las partículas elementales, hemos descubierto que lo
que sabemos del mundo objetivo es muy diferente de las ideas que tenemos sobre
ese mismo mundo.
En realidad este es el punto de partida de la película, que recupera el papel del sujeto (observador en el lenguaje de la Física) en la construcción de la realidad planteado por la teoría cuántica: en 1984, John Wheeler y Wojcieck Zurek, en su obra Quantum Theory and Measurement, señalaron que son necesarios los observadores para dar existencia al mundo.
Aunque más tarde el físico alemán Dieter Zeh cuestionara esta hipótesis con su
propuesta de los procesos de decoherencia para explicar los mecanismos de
formación de la realidad, el debate sobre el papel del observador en el mundo
no ha concluido.
La neurología ha venido a arrojar nueva luz al señalar que el cerebro nos
ofrece, no un reflejo de la realidad, sino una interpretación de señales,
símbolos y signos a través de un complicado ejercicio vertiginoso de
matemáticas complejas, lo que aparentemente reduce la naturaleza de la realidad
a un conjunto de ondas electromagnéticas que se concretan en objetos por
mediación del cerebro.
Edgar Moria, entre otros, explica muy bien estos procesos en su obra El Conocimiento del Conocimiento y concluye: el cerebro se ha construido en el mundo y ha reconstruido el mundo a su manera dentro de sí, por lo que el mundo está en nuestro espíritu, que a su vez está en el mundo.
Aunque no es la
única lectura posible, lo que explica Morin es un buen resumen del argumento
básico de la película y una posible explicación de su mensaje porque, si damos
por ciertos estos supuestos, realmente estamos adentrándonos en la próxima
evolución de nuestra especie.
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