En
el devenir de la historia nos encontramos con tres conceptos diferentes de la
filosofía, que emergen, en última instancia, de tres dimensiones:
a) La filosofía como un saber acerca de las cosas
de la vida.
b) La filosofía como una dirección para el mundo
y la vida.
c) La filosofía como una forma de vida, y, por
tanto, como algo que acontece.
En
realidad, estos tres enfoques de la filosofía, corresponden a tres concepciones
distintas de la inteligencia que, conducen a tres formas absolutamente
distintas de intelectualidad. De ellas ha ido nutriéndose sucesiva y
simultánea-mente el mundo, y, a veces, hasta un mismo pensador. Las tres
convergen de una manera especial en nuestra situación, y plantean de nuevo, en
forma punzante y urgente, el problema de la filosofía y de la inteligencia misma. Esas tres dimensiones de
la inteligencia nos han llegado, tal vez
dislocadas, por los cauces de la historia, y la inteligencia ha
comenzado a pagar en si misma su propia deformación. Al tratar de reformarse,
reservará seguramente para el futuro formas nuevas de intelectualidad.
Como
todas las precedentes, serán defectuosas, mejor aún, limitadas, lo cual no las
descalifica, porque el hombre es siempre lo que es gracias a sus limitaciones,
que le dan a elegir lo que puede ser.
Y
al sentir su propia limitación, los intelectuales de entonces volverán a la raíz
de donde partieron, como nos vemos retrotraídos a la raíz de donde partimos. Y
esto es la historia: una situación que implica otra pasada, como algo real que está posibilitando
nuestra propia situación.
Ocuparse
de la historia de la filosofía no es, pues, una simple curiosidad: es el
movimiento mismo a que se ve sometida la inteligencia cuando intenta
precisamente la ingente tarea de ponerse en marcha a sí misma desde su última
raíz. Por esto la historia de la filosofía no es extrínseca a la filosofía
misma, como pudiera serlo la historia de la mecánica a la mecánica.
La
filosofía no es su historia; pero la historia de la filosofía es filosofía,
porque la entrada de la
inteligencia en sí misma, en la situación concreta y radical en que se
encuentra instalada, es el origen y la puesta en marcha de la filosofía.
El problema de la filosofía no es sino el problema mismo de la inteligencia.
Con esta afirmación, que en el fondo remonta al viejo Parménides, comenzó a
existir la filosofía en la Tierra. Y Platón nos decía, por esto, que la
filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma en todo al ser.
La
primera actitud del filósofo ha de consistir en no dejarse llevar de dos
tendencias antagónicas que surgen espontáneamente en un espíritu principiante:
la de perderse en el escepticismo o la de decidirse a adherir polémicamente a
una fórmula con preferencia a otra, tratando incluso de forjar una nueva. Xavier Zubiri
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