Cien años del autor de obras míticas en el género, como: 'Fahrenheit 451' y 'Crónicas marcianas'
Por: Rodrigo Bastidas P. El Tiempo
Las historias de Ray Bradbury tienen
la fuerza hipnótica de los espectáculos de circo, las ferias, los shows de
magia. En sus conferencias y ensayos, el escritor nacido en Illinois contó una
y otra vez las historias sobre el Gran Harry Blackwood y sobre Mr. Eléctrico;
prestidigitadores de circo que, por medio de sus trucos -decía- le dieron la
vida eterna y el impulso para escribir todos los días desde que tenía doce
años. Y esa escritura constante, imaginativa, sorprendente, lo llevó a publicar
más de seiscientos cuentos y treinta libros entre novelas, obras de teatro,
poesía y ensayos sobre escritura.
Tras cien años de su nacimiento, el
legado de Bradbury (la vida eterna que le auguró Mr. Eléctrico) se convierte en
una potencia que alimenta la ciencia ficción y convierte al autor en uno de los
escritores más influyentes. La historia de Bradbury se podría contar siguiendo
el hilo de sus máquinas de escribir, objeto al que idolatraba y que comparaba
con una tabla ouija que, en lugar de comunicarlo con otros mundos, le revelaba
cosas sobre él mismo que desconocía.
Su primera máquina de escribir la
recibió como regalo de cumpleaños de sus padres, cuando tenía doce años. A
pesar de ser una máquina de juguete, podía usarla para construir sus historias
y se convirtió en una herramienta imprescindible para imaginar sus primeros
mundos; con ella inició un ejercicio casi obsesivo que mantendría hasta sus
últimos días. Bradbury, aún niño, no solo contaba en estos primeros escritos la
sorpresa que le causaban las ferias que visitaban su pueblo y las posibilidades
de una magia que para él era real, sino que inventaba continuaciones de las
historias que leía en las revistas pulp de ciencia ficción.
Durante años imitó la gramática y los
temas de Edgar Rice Burroughs y de Edgar Allan Poe: sus aventuras siderales,
ambientes tenebrosos y personajes lúgubres; hasta que a través de la práctica
constante (mil palabras al día y un cuento por semana durante diez años, cuenta
en El zen y el arte de la escritura) encontró su propio estilo y empezó a
enviar sus creaciones a revistas como Weird Tales.
En 1942, sentado en el jardín de su
casa y con una máquina de escribir en el regazo, escribió el que consideraba su
primer cuento bueno: El lago. Y ese fue el inicio de una productiva relación
con una máquina de escribir –se cree que fue una Underwood 5– que trabajaba a
razón de un cuento semanal, por el cual le pagaban entre veinte y cuarenta
dólares, si lograba venderlo. Ya para 1944 había conseguido vender cuarenta
cuentos a revistas populares y el nombre de Ray Bradbury era usual en las
portadas y los índices de Weird Tales, Amazing Stories y Planet Stories.
Las historias de Ray Bradbury tienen
la fuerza hipnótica de los espectáculos de circo, las ferias, los shows de
magia
Con el dinero que había conseguido
con la venta de sus textos a revistas de ciencia ficción, de detectives y de
terror, compró una máquina Royal KMM de 1947, en la cual escribió en 1950 uno
de los libros más importantes de la ciencia ficción del siglo XX: Crónicas
marcianas.
En este libro, una mezcla entre
cuentos autoconclusivos y novela fragmentada, Bradbury narra el proceso de
colonización de los humanos en Marte, desde 1999 hasta 2026. Inicialmente
pensado como una serie de narraciones que lentamente se fueron uniendo en un
universo en común, en esta obra Bradbury hace un llamado de atención sobre las
consecuencias de una fiesta del progreso que, en ese momento, parecía llena de
esplendor y futuros brillantes.
Al contrario de lo que prometía el
american way of life de mediados de siglo, en Crónicas marcianas hay una mirada
de desconfianza por un avance tecnológico y científico que, arrasando con todo
a su paso, destruye civilizaciones, pueblos, ideas, personas y culturas. Hay en
ese libro una visión crítica sobre la conquista de América, el racismo
estadounidense, la destrucción de ecosistemas, el exterminio de pueblos
originarios y la eliminación de la subjetividad; todo narrado desde historias
personales y muy íntimas, con un tono nostálgico y poético que sorprendieron a
Borges, cuyo asombro describió en el prólogo a la traducción en español que él
mismo realizó: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar
las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me
pueblen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una
manera tan íntima?”.
Pero no sería en la Royal KMM donde
escribiría otro de los libros más importantes de su carrera. En 1953, sin
poderse concentrar en su casa y sin el dinero suficiente para alquilar una
oficina, Ray Bradbury se dirigió a la biblioteca de la Universidad de California
y rentó una máquina de escribir por diez centavos por cada media hora de uso.
Después de nueve días y de gastar nueve dólares con ochenta centavos, Bradbury
terminó la que se convirtió en una de las distopías clásicas más famosas de la
ciencia ficción: Fahrenheit 451.
En este libro, el autor retoma las
estructuras distópicas clásicas que ya habían sido desarrolladas por autores
como Eugene Zamiatín, Aldous Huxley o George Orwell, para narrar un
mundo en el que los bomberos tienen la tarea de quemar libros por ser
considerados objetos de alta peligrosidad dado que hacen que las personas
puedan pensar. Con esta obra, escrita en plena época del macartismo, Bradbury
hace una crítica directa a los regímenes totalitaristas que no aceptan disensos
o pensamientos divergentes, y que deciden eliminar la diferencia ideológica o
política. La gran cantidad de adaptaciones –desde series de televisión, cine
(donde sobresale la adaptación de Françoise Truffaut en 1966), novelas gráficas
y teatro– muestran la vigencia de una historia que se ha convertido en un ícono
de la fuerza de las palabras y de la literatura como espacio de resistencia.
Después de la Royal KMM, Bradbury
compró máquinas eléctricas –quizá recordando el toque de eternidad que le
otorgó Mr. Eléctrico–, entre las cuales se encontraban una IBM Selectric 1 de
1961 y una IBM Wheelwriter 1500 de 1984. En estas máquinas no solo escribió
libros como Cementerio para lunáticos y Matemos todos a Constance, sino que
hizo guiones para capítulos de televisión de Alfred Hitchcock presenta e
incluso tuvo una serie de 59 episodios con su propio nombre: Ray Bradbury’s
theatre. Jamás compró un computador. Hasta sus últimos días Bradbury criticó la
tecnología avanzada de computadores, celulares e internet, al tiempo que
defendía las bibliotecas, los libros y las bicicletas como las mejores formas
de interactuar con el mundo. En medio de un contexto cada vez más
interconectado por medio de redes eléctricas, lo análogo funcionaba para
Bradbury como un espacio en el cual la magia aún era posible. Sus historias,
más que puestas en escena sobre el futuro, son un lugar de nostalgia y defensa
por una posibilidad de mitos contemporáneos: “La ciencia y las máquinas pueden
anularse mutuamente o ser reemplazadas. El mito, visto en espejos, imposible
rozarlo siquiera, permanece. Si no es inmortal, prácticamente lo parece”,
escribe en la introducción a Crónicas marcianas.
Para Bradbury, la creación literaria
fue siempre una acción de constancia y de entrenamiento de la imaginación
Pero la historia de las máquinas de
escribir de Ray Bradbury se complementa con un anuncio que hizo para sí mismo y
que estuvo frente a cada uno de sus aparatos: “No pienses”. Para Bradbury, la
creación literaria fue siempre una acción de constancia y de entrenamiento de
la imaginación. La musa era un ente abstracto que necesitaba ser alimentado,
por eso consignaba sus sueños en una pequeña grabadora de periodista, anotaba
ideas constantemente en una libreta que cargaba consigo y organizaba las ideas
de sus cuentos en un directorio ordenado alfabéticamente según palabras claves.
Después de eso se sentaba frente a sus máquinas y se dedicaba a sentir; “nunca
debes pensar frente a una máquina de escribir, solo debes sentir”, escribió.
Concebía este acto como uno lleno de magia y creatividad donde “el intelecto es
muy peligroso” y en el cual la sorpresa y lo fantástico debían construir cada
narración.
A pesar de que hoy los tipos, los
carruseles y el papel han sido reemplazados por computadores y celulares, sus
palabras siguen latiendo y hablando de nuestro mundo. Con sus textos, Bradbury
logró crear mitos contemporáneos que vibran con una energía propia y que han
sabido mantenerse como espacios de imaginación, crítica y resistencia. El
terror de El árbol de las brujas, lo ominoso de La feria de las tinieblas, la
sorpresa de El hombre ilustrado y la excentricidad de Cementerio para lunáticos
se mantienen como corrientes eléctricas que nos permiten vislumbrar la
posibilidad de lo fantástico. Bradbury supo leer claramente los cambios
políticos, ideológicos y científicos de su tiempo y señaló la imaginación como
motor del futuro, advirtiendo que, sin ella, podemos perder aquello que nos
hace únicos: la libertad de leer, de escribir, de pensar; la libertad de
construir nuestros propios mitos y llenarlos con la energía suficiente para
poder sentarnos frente a nuestros teclados, dejar de pensar y comenzar a
sentir.
RODRIGO BASTIDAS P. El Tiempo
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