Novela de Charlotte Delbo, sobreviviente de campos de concentración.
Por: Diego Felipe González
Gómez El Tiempo
Recordar, en algunas
ocasiones, es una forma de justicia y de perdón. Es un acto político y de
reparación para aquellos que han sido desposeídos hasta de su condición de
seres humanos. De ahí que el pasado sea un territorio siempre en disputa y un
lugar donde las víctimas –de las muchas formas de violencia– encuentran alivio.
Recordar es también una especie de remedio.
Todo eso lo sintió –y
lo supo– Charlotte Delbo, miembro de la resistencia francesa a la invasión nazi
y sobreviviente de varios campos de concentración. Y el camino que ella eligió
para recobrar esa humanidad que le había sido arrebatada fue el de la
escritura. A los pocos días de ser liberada del campo de Ravensbrück, en 1945,
empezó a organizar en su mente todo lo que había vivido. Ese fue el nacimiento
de Ninguno de nosotros volverá, la primera parte de lo que sería su trilogía
Auschwitz y después. Delbo entendió que su dolor y el de sus compañeras de
cautiverio no podía ser olvidado.
“Desde Auschwitz, yo
tenía miedo de perder la memoria. Perder la memoria es perderse una misma, es
dejar de ser una misma”, escribe. Si quería sobrevivir, tendría que recordar,
el olvido era un regalo que no les podía dar a sus victimarios. Aun así, con
ese miedo acechándola y la conciencia de saber de la importancia de su
testimonio, guardó el libro en un cajón. Pasaron más de veinte años antes de
que finalmente sus memorias fueran leídas y solo hasta 1970 creyó que era el
momento de hablar.
Muchos de los
sobrevivientes del Holocausto sintieron, en un primer momento, que contar sus
experiencias producía cierto rechazo, un malestar que hacía que sus vivencias
fueran puestas en duda. En su artículo Tiempos de memoria, tiempos de víctimas,
Gonzalo Sánchez –exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica de
Colombia– analiza la figura de las víctimas culpabilizadas basándose en los
casos de Jorge Semprún, Jean Améry y Primo Levi y habla del doble castigo que
la sociedad les impone a las víctimas: “Las liberaciones de combatientes suelen
ser jubilosos. Las de las víctimas son dolorosas. ¿Por qué? Porque la condición
de sobreviviente está atravesada por un enorme sentimiento de culpa, derivado
del hecho de que los sobrevivientes son todos excepciones”.
Este sentimiento está
presente en el libro de Delbo, pero es ante esto que ella se rebela. Si bien
cada jornada en el campo de concentración era un día más cercano a la muerte y
un día en que se hacía más real la idea de que “ninguno de ellos volvería”, la
autora encuentra en la memoria un refugio donde resistir. Su libro es una
“plegaria a los vivos para perdonarles que están vivos”. Para ella, convertir
su tragedia en un relato que busca la belleza ante tanto horror fue una forma
de encontrar justicia.
En un
tono muy similar al de Svetlana Alexiévich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer, Delbo también
busca recoger la voz de sus otras compañeras de cautiverio, busca que ellas
–así hayan sido asesinadas– también tengan la oportunidad de volver. Y con eso
pone de manifiesto otro gran problema: cómo la guerra castiga a las mujeres no
solo con la violencia que se ejerce sobre sus cuerpos, sino que también las
despoja de la posibilidad de que su historia sea conocida.
Si bien sobre el Holocausto se ha escrito, investigado y hasta se han llevado al cine infinidad de historias, el relato de las sobrevivientes ha sido relegado a un segundo plano porque ni la memoria histórica escapa de los vicios patriarcales de nuestra sociedad o como lo dice Germaine Tillion –otra sobreviviente de Ravensbrück– en el testimonio recogido por Mercedes Monmany en su libro Ya sabes que volveré: Tres grandes escritoras asesinadas en Auschwitz: “Durante décadas, nosotras, las más afectadas por aquellas experiencias, no dejamos de pensar en la suerte de los y las que habíamos perdido. Pero ahora, nosotras mismas, últimos testigos, nos hemos convertido ya en unas ausentes”.
Ninguno de nosotros volverá es un llamado a entender que la memoria histórica de una sociedad no pertenece ni a los poderosos, ni al Estado ni a los victimarios. Debe ser un relato en el que quepan las voces de todas las víctimas. Tal vez ese sea el único camino a la verdad, a la reparación y, sobre todo, a la justicia.
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Ninguno de nosotros volverá
Charlotte Delbo
Libros del Asteroide
320 páginas $ 95.000
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