Por: Dolly Montoya Castaño
Rectora Universidad
Nacional Mayo 23 de 2020
En la columna anterior presenté la idea de que los maestros son
cultivadores de preguntas. Trabajar con interrogantes incentiva a los estudiantes a buscar el conocimiento, a vivir la experiencia de construirlo y a
prepararse para contribuir al enriquecimiento de la vida simbólica y material
de la sociedad. El conocimiento favorece tanto el avance de la vida social como
el logro y la realización vital de los sujetos que intervienen en su gestión.
Los estudiantes no son sujetos pasivos a los que se les entrega información para ser repetida, por el contrario, son seres activos y
maravillosamente creativos. En el diálogo maestro estudiante participan el
conocimiento acumulado históricamente por la sociedad y las experiencias de
vida de maestros y estudiantes. En esta interacción se hace crisis, se
construyen síntesis, surgen las nuevas ideas, se revalúan o afirman las viejas
certezas; el maestro pone alas al estudiante para ayudarlo a volar y crear. Si
el maestro es un cultivador de preguntas, los estudiantes son la semilla. De
ellos brota la crítica y la pregunta, guiados por sus sueños, sus ideas y
proyectos y por el cómo vivir en el mundo.
En la naturaleza, una adecuada
combinación de condiciones y factores ambientales y de características propias
de la semilla da lugar a un florecimiento próspero. Así ocurre también con el
conocimiento. Las instituciones educativas y los maestros somos responsables de
garantizar ese ambiente adecuado para la formación. Sin embargo, ese solo
criterio no garantiza el éxito en la formación; hacen falta las características
propias del estudiante que, a diferencia de la semilla, no están condicionadas
únicamente por su genética, pues son el resultado de sus deseos y su
experiencia social.
Esta idea implica reconocer al
estudiante en su autonomía, es decir en su capacidad para actuar acorde a los
valores y principios de su consciencia, la cual se desarrolla incrementalmente
gracias al conocimiento. El conocimiento dota al estudiante de las herramientas
necesarias para relacionarse con el mundo de forma consciente, ampliando sus
horizontes de elección, y con ellos su libertad.
Este conjunto da sentido a la
educación como un proceso permanente e inacabado de aprendizaje, de ampliación
de las capacidades y posibilidades adquiridas por el conocimiento; un proceso
que se da a lo largo de la vida.
En medio de la crisis que estamos
afrontando, y de la adaptación que ella ha conllevado para las instituciones
educativas y para las comunidades académicas, se han intensificado las
preocupaciones por el proceso y la calidad del aprendizaje, por los currículos,
las metodologías y la evaluación. Con todo, se configura una especial oportunidad
para llamar la atención sobre el propósito fundamental de la formación:
coadyuvar al desarrollo de seres humanos integrales como ciudadanos éticos,
responsables y socialmente comprometidos.
Hoy los maestros e instituciones de
educación debemos ser más capaces de reconocer a nuestros estudiantes en sus
sueños, ideas y proyectos, de reconocerlos en su autonomía y de asumir que
nuestro papel central se encuentra en la contribución que podamos hacer para el
incremento y desarrollo de dicha autonomía.
Este es un momento idóneo para que el
estudiante se cuestione por sus propios proyectos, que reconozca que su
formación no es un proyecto de las instituciones, de los maestros, de los
padres o sus familias. Su aprendizaje tiene sentido por sus propios sueños y
motivaciones, porque con el conocimiento amplía su autonomía en tanto es más
consciente de sí y de la comunidad en la que se desenvuelve. Es claro entonces
que también se debe renunciar a la idea del estudio por la nota, no habrá
premio o reconocimiento más importante que su propio crecimiento y realización
humana. Un estudiante al que se le reconoce su autonomía y se le impulsa en su
desarrollo es, definitivamente, un ser humano movilizado por una creciente
consciencia de su ser futuro, de los sueños y proyectos que quiere para sí,
para su comunidad y para su país.
Los tiempos
inéditos que vivimos están fuertemente marcados por la incertidumbre, los
múltiples controles, espacios y agendas que regulaban nuestra vida
cotidianamente se han diluido. Constantemente nos vemos reclamando certezas
frente a lo que va a pasar más adelante. Ahora comprendemos mejor que no
siempre hay certezas absolutas, caminos ya resueltos; no siempre hay quien nos
diga qué hacer. Allí, frente a la incertidumbre, lo único que nos guía ante un
horizonte incierto de elecciones, son nuestros valores y principios, la
autonomía y la libertad que hemos cultivado a lo largo de la vida, y la certeza
de que actuando con cuidado y consciencia de sí, del otro, de la comunidad y
del medio ambiente lograremos nuevos aprendizajes. Experiencias que ampliarán
nuestra autonomía y nuestra libertad, que nos dotarán de las herramientas para
ser determinantes en los cambios y escenarios con los que queremos construir
nuestro futuro.
*
Rectora, Universidad Nacional de Colombia.
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