La reflexiones sobre la revolución que podría significar el fin de los valores clásicos de la cultura occidental.
Jóvenes conectados a
terminales cibernéticas, seres diseñados en laboratorios, libros electrónicos. Sí ese es el futuro, ¿debemos temerle?
Es el paisaje de mutación de esta época, un mundo que se
mueve saqueado por los bárbaros, con la agilidad de un antílope en un
territorio que no es precisamente el suyo, pero en el cual no se encuentra de
ningún modo incómodo.
Los bárbaros lo son respecto a aquello que se considera
la civilización (es decir, respecto a nosotros, que nos consideramos como tal),
una civilización que se siente devastada en sus valores esenciales: la
duración, la autenticidad, la profundidad, la continuidad, la búsqueda del
sentido de la vida y del arte, la exigencia de absolutos, la verdad, la gran
forma épica, la lógica habitual, toda jerarquía de importancia entre los
fenómenos.
En lugar de todo esto, triunfan la superficialidad, lo
plano, lo efímero, el artificio, la espectacularidad, el éxito como única
medida del valor, el hombre horizontal que busca la experiencia en una
girándula continuamente mutable. Vivir se convierte en un surfing, una
navegación veloz que salta de una cosa a otra como de una tecla a otra en
internet; la experiencia es una trayectoria de sensaciones en la que la pulp
fiction y Disneylandia valen tanto como Moby Dick pero no hay tiempo para leer Moby Dick.
Nietzsche ha descrito con genialidad única el advenimiento
de este hombre nuevo y de su sociedad nihilista, en la que todo es
intercambiable con cualquier otra cosa, como el papel moneda.
Todo esto nace ya con el romanticismo, que ha infringido
todo canon clásico, más aún, todo canon; como recuerda Baricco, la primera
ejecución de la Novena de Beethoven fue despedazada por los críticos
musicales más serios con términos análogos a los que hoy se emplean para
despedazar, acusándolas de complicidad con los gustos más bajos y vulgares,
muchos performances artísticos o pseudo-artísticos.
Entender el mundo, en el que toda identidad y todo valor
se salvan no erigiendo una muralla contra la mutación sino operando en el
interior de la mutación que es, de cualquier modo, el precio, a veces pesado,
que se paga por un gran progreso, por la posibilidad de acceder a la cultura
dada a masas antes inicuamente excluidas y que no pueden haber adquirido
todavía un cierto aire de coherencia, si bien todo puede ser comprendido. Es
preciso saber qué debe salvarse de lo viejo –que por lo tanto no lo es– en esta
transformación total. Esto implica un juicio que no identifica por lo tanto,
como hoy se pretende, el valor con el éxito. Entender esta mutación, aceptarla,
es el único modo de conservar una posibilidad de juicio, de elección. Si se
reconoce a la nueva civilización bárbara un estatuto, precisamente, de civilización,
entonces se hace posible discutir sus rasgos más débiles, que son muchos. Por
otra parte creo que la misma barbarie tiene cierta conciencia de sus límites, de
sus pasajes riesgosos y potencialmente autodestructivos: en cierto sentido
siente la necesidad de los viejos maestros, tiene un hambre espasmódica de
ellos. El hecho es que los viejos maestros a menudo no aceptan sentarse a una
mesa común, y esto complica las cosas.
Pareciera que no existe una contraposición entre los
bárbaros y los otros (¿nosotros?). Aun quien combate muchos aspectos “bárbaros”
no está patéticamente out, y puede contribuir a la transformación de la
realidad.
La civilización de los Habsburgo, tan experta en
invasiones bárbaras, no las demonizaba ni las enfatizaba; se limitaba a decir:
“Sucedió que...”
Nos enfrentamos a esta especie de apocalipsis, con la
impresión de salvación alguna. Indagar
sobre la estrecha relación que había entre profundidad, rehuida por los
bárbaros, y esfuerzo, sublimada y honda moralidad del trabajo y del deber que a
menudo conduce al sacrificio y a la violencia. Pero la profundidad no está
necesariamente ligada a la falsa ética del sacrificio.
Sumergirse y volverse a sumergir en un texto –en un amor,
en una amistad, en vez de tocarlos de pasada como lo hacen hoy los bárbaros–
La profundidad del abismo, ese foso negro donde les encanta
estar. Parece increíble la idea de entender y describir la formidable reinvención
de la superficialidad que esta mutación está realizando. Me doy cuenta de que
esto no significa de ningún mundo demonizar, automáticamente, la profundidad.
Hablar de amistad, de amor, y si observas a los jóvenes
de hoy, casi todos típicos bárbaros, encontrarás el mismo deseo de profundidad
que podíamos tener nosotros. O si piensas en su necesidad religiosa, encuentras
una ansia de verticalidad que no logras conjugar del todo con la cultura del surfing.
En definitiva, ¿sabes qué? Que la mutación ha desmontado
la dicotomía de lo superficial y lo profundo: ya no son dos categorías antietéticas.
Son las dos movidas de un único movimiento. Son los dos nombres de una única
cosa. Te diré más: la superficialidad, en las obras de arte bárbaras, ya no es
distinguible como tal, no más de cuanto tú puedas distinguir entre la cosa y el
adorno en un cuadro sin esencia.
Aunque soy más alérgico que tú a los bárbaros, querría
defenderlos de una imagen totalitaria. En Google veo también una –aunque
inmensa– redecilla semejante a aquella con la que los niños pescan en el mar
cangrejos y conchillas. No tengo necesidad de Google para saber algo sobre
Goethe, “linkeadísimo”, porque lo encuentro también fácilmente en otra parte,
como en el pasado. En cambio Google me ha dado información sobre un personaje
mínimo en el que me estoy interesando, una negra africana del siglo XVI,
convertida en dama de corte en España, raptada por caribeños, que llegó a ser
más tarde su reina. Los blogs corrigen la unilateralidad bárbara de los
medios, que hablan sólo de aquello de lo que se habla y se sabe. No creo que
Faulkner pueda desaparecer, sería mejor que desapareciera Google; pero creo que
Google puede en todo caso ayudar a hacer redescubrir la grandeza de Faulkner a
muchos ignorantes.
Los bárbaros que invadieron el Imperio romano fueron sus
herederos, leyeron y difundieron los Evangelios.
Los bárbaros que invadieron el Imperio romano eran a
menudo poblaciones ya parcialmente romanizadas, guiadas por caudillos que
procedían de las filas de los oficiales del ejército imperial.
Claudio Magris: La profundidad, escribes, es a menudo fundamentalista.
Ha conducido, en nombre de valores fuertes, a la guerra y
a la destrucción. No creo sin embargo que la muchedumbre bárbara, inocente, pacifista
de los consumidores de video juegos sea idónea para exorcizar la violencia; la
veo en todo caso desarmada e ingenua y, por lo tanto, fácil presa de las
persuasiones colectivas que llevan a la guerra. En tu extraordinaria apostilla
a Homero, Ilíada dices –y concuerdo plenamente– que la guerra no se
derrota con el abstracto pacifismo sino con la creación de otra belleza,
desligada de aquella, por más alta que sea, como en la Ilíada. No veo,
sin embargo, en los consumidores de Matrix a estos constructores de paz.
Alessandro Baricco: Aparentemente es así. Pero cada tanto me pregunto, por
ejemplo, si una de las razones por las cuales, después de las Torres Gemelas,
no nos hemos precipitado en una verdadera guerra de religión en amplia escala,
no es justamente la barbarie difusa de las masas occidentales y cristianas: la
nueva sospecha que les inspira todo lo que se da en forma mítica les impide
adherirse en modo visceral a los posibles eslóganes guerreros que en el pasado,
y por siglos, han abierto una brecha muy grande entre la gente.
2
Claudio Magris: Los
bárbaros de los que hablamos son occidentales, aunque comprenden elementos de
otras culturas. Hoy la así llamada globalización mezcla en escala planetaria
otras culturas, tradiciones, niveles sociales, casi épocas diversas, e
introduce también valores de profundidad y de esfuerzo, absolutos,
fundamentalismos.
Una
nueva muchedumbre de excluidos se asoma al mercado de la civilización: respecto
de ellos, nuestros bárbaros pronto parecerán aristocráticos de otro ancien
régime. Por cierto, pasará tiempo antes de que los clandestinos de
cualquier lengua y cultura levanten verdaderamente la voz, pero...
Alessandro Baricco: Es cierto. Cuando hablamos de humanismo o de
romanticismo, hablamos de mutaciones relacionadas con un mundo pequeñísimo
(Europa, y ni siquiera toda), mientras que hoy cualquier mutación se debe
confrontar con todo el mundo, porque está obligada a dialogar con todo el
mundo. Será una aventura fascinante.
Claudio Magris: Hay
otra mutación en acto, no sólo cultural sino antropológica, genética,
biológica, que podrá generar una humanidad radicalmente distinta de la nuestra,
dueña de su corporeidad, capaz de orientar a su gusto el propio patrimonio
genético y de conectar las neuronas propias a circuitos electrónicos
artificiales, portadora de una sensualidad que no tiene nada que ver con la
que, más o menos, es todavía la nuestra. Por cierto, pasará mucho tiempo de
todos modos antes de que algo así pueda ocurrir. Pero no tendrá sentido preguntarse
si este hombre o su clon será verdaderamente “otro” respecto de nosotros, si
será horizontal o profundo, así como no tendría sentido preguntárselo respecto
de nuestros antepasados simiescos o quizá roedores.
Alessandro Baricco: ¿Lo crees? No sé. A mí me parece una frontera bastante
más cercana, un destino que pertenece al hombre como lo conocemos hoy, a ese
animal. Porque creo que una de las adquisiciones fundamentales del hombre
moderno ha sido la de imaginar y generar una continuidad en su camino, una continuidad
casi indestructible. No importa cuánto tiempo será necesario, pero cuando
conectemos nuestras neuronas con circuitos electrónicos artificiales habrá
todavía, junto a nosotros, una mesa de luz y sobre ella un libro: quizá sea de
titanio, pero será un libro. Y lo que hacemos cada día, hoy, quizá sin siquiera
saberlo, es elegir qué libro será: ¿puedes imaginarte una tarea más alta y
divertida?
Traducción del italiano de Hugo Beccacece / © La Nación
© Corriere della Sera
Alessandro Baricco
Es un escritor, dramaturgo y
músico italiano nacido en Turín el 25 de enero de 1958. Tras licenciarse en
Filosofía y estudiar Piano, sus primeros escritos fueron ensayos de crítica
musical, centrándose en la relación entre la música y la modernidad. Colaboró
como crítico musical en publicaciones como La Repubblica y La Stampa, y fue
presentó varios programas en Rai Tre. Ha escrito y dirigido varias obras de
teatro.
Publicó su primera novela,
Castelli di rabbia (Tierras de cristal), en 1991, pero fue su obra Seda (1996)
la que realmente le granjeó éxito crítico y comercial a nivel internacional.
Varias de sus novelas han sido adaptadas al cine, y ha obtenido numerosos
premios, entre ellos el Premio Médicis en 1991 por Tierras de cristal y el
Premio Viareggio en 1993 por Océano mar. En 1993 fundó una escuela literaria en
Turín, a la que llamó Scuola Holden en honor al personaje principal de El
guardían entre el centeno de Salinger. Es notoriamente tímido con la prensa,
llegando a promocionar su libro City (1999) exclusivamente por Internet. En
2003 realizó una versión leída de City junto con el grupo musical Air, en el
disco City Reading (Tre Storie Western).
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