El mito de que la disciplina es
inútil, que no sirve para nada, es falso
Por Antonio Diéguez Thomas Sturm
Es posible que usted se haya
planteado alguna vez ser vegetariano o vegano por razones éticas, o al menos
conozca a alguien cercano que lo ha hecho. En los últimos años, el animalismo y
la defensa del valor moral del sufrimiento animal se han convertido en piezas fundamentales
de la acción política y de las convicciones éticas de muchas personas. ¿Sabe de
dónde proviene ese enorme cambio cultural? En su forma actual el origen está en
un grupo de estudiantes de filosofía de la Universidad de Oxford que empezaron
a promover estas ideas durante los años 70 del pasado siglo y, sobre todo, en
la publicación en 1975 del libro 'Liberación animal', del filósofo australiano
Peter Singer.
Es difícil encontrar un libro
reciente que haya cambiado más nuestra forma de ver el mundo. No es extraño,
por ello, que Singer obtuviera este año el Berggruen Prize in Philosophy and
Culture, el premio más prestigioso en filosofía, comparable con el Nobel. Y
este mismo ejercicio podría hacerse con otras ideas fundamentales que forman
parte del paisaje cultural y político contemporáneo. Encontraríamos algunas
referencias filosóficas notables que habría dado grandes frutos en la práctica,
aunque a veces se desconocen esos orígenes. El mito de que la filosofía es
inútil, que no sirve para nada, es falso.
Una cosa es que la filosofía no ayude
a dinamizar los mercados ni sirva para construir aparatos o utensilios, que no
genere tecnología (aunque el desarrollo de la lógica moderna por parte
principalmente del filósofo alemán Gottlob Frege (1848-1925) fue lo que hizo
posible el surgimiento de los lenguajes formales que estuvieron en la base de
la construcción de ordenadores y de los programas iniciales de inteligencia
artificial), y otra bien distinta que sea inútil sin más. Por mucho valor que
pueda tener lo inútil, la filosofía no debería asumir ese valor. Puede que,
como enseñaba Aristóteles, la filosofía no se busque principalmente por su
utilidad práctica, pero hacen mal quienes la presentan como un modo de
comprender la realidad que, a diferencia del de las ciencias, no conduce nunca
a su transformación ni la pretende; como si su reino no fuera de este mundo o
sus ideas solo se encaminaran al cultivo personal. La (buena) filosofía tiene,
de hecho, una gran utilidad.
Crea conceptos nuevos para precisar
ideas aún no pensadas con claridad, algunos de los cuales son luego
incorporados a las ciencias, a la educación, al derecho o a otros ámbitos de la
cultura y la política; señala los límites de los viejos conceptos, que hacen
que estos ya no puedan acomodar bien a las nuevas circunstancias, y ayuda a
derribarlos cuando son un estorbo para la reflexión; proporciona argumentos
para apoyar mejor y de forma más persuasiva las ideas más racionales, y
facilita la detección de los argumentos falaces y de las preguntas mal
formuladas. En realidad, si se mira con atención, se verá que pocas cosas han
sido más transformadoras que la filosofía
En realidad, si se mira con atención, se verá
que pocas cosas han sido más transformadoras que la filosofía. En no pocas ocasiones
las ideas filosóficas han cambiado historia. Han alejado o acercado pueblos;
han promovido y justificado revoluciones; han edificado instituciones
culturales y sistemas políticos; han erradicado o santificado costumbres; han
forjado utopías que anhelar (como la de la paz universal y perpetua o la de la
igualdad entre los seres humanos) y distopías que evitar. Los objetivos y
métodos de una educación liberal y su importancia para la democracia actual no
pueden entenderse sin las ideas de filósofos como Rousseau, Kant o John Dewey.
En definitiva, ellos y otros filósofos nos han ayudado a elaborar una imagen
coherente y significativa de nosotros mismos, nos han proporcionado los ideales
de libertad, igualdad y justicia, y nos han mostrado que la mera razón puede
dar respuestas, tentativas y provisionales, pero satisfactorias, a las
cuestiones últimas que siempre nos han importado. Incluso para las ciencias ha
tenido la filosofía una gran utilidad. La reflexión filosófica ha realizado
aportaciones en diversas disciplinas que han contribuido, aunque sea
modestamente, a su desarrollo. La filosofía de la biología proporciona algunos
ejemplos relevantes.
Pensemos en el problema de la
conducta altruista y si cabe su explicación mediante el recurso a la selección
de grupos. O en problemas de tipo conceptual, como el de la clarificación de la
noción de especie, o del concepto de eficacia biológica (fitness), o del
concepto de gen. Pensemos en las dificultades para determinar el papel y
significado de los conceptos informacionales en biología y en los laberintos
teóricos que hay detrás de las nociones de complejidad y de individuo. En todos
estos temas ha habido filósofos que han participado activamente en su discusión
con resultados bien acogidos por los biólogos. Incluso, aunque mucho más
esporádicos, encontramos casos de filósofos que han sido capaces de llevar a
cabo estudios de campo sobre fenómenos biológicos, como han sido los trabajos
de Peter Godfrey-Smith sobre la cognición en cefalópodos.
Teorías de la mente
En otra rama de la filosofía, la que
integran la filosofía de la mente y la filosofía de la psicología, han surgido
también ideas que han sido aprovechadas por los científicos. Ya mencionamos el
papel indispensable de la lógica moderna en la ciencia de la computación y en
la investigación en inteligencia artificial. La ciencia cognitiva actual en su
conjunto está estrechamente relacionada con la filosofía: por ejemplo, en las
teorías de la mente y su relación con el cuerpo, en la hipótesis de la
modularidad de la mente, o en diversas hipótesis sobre el origen y la
naturaleza de la consciencia. Asimismo, la ciencia política no habría sido
posible sin teorías filosóficas sobre el Estado (como las de Hobbes y Locke),
sobre la democracia (Locke y Rousseau), sobre la separación de poderes
(Montesquieu), o sobre el uso público de la razón (Kant). Fueron estas ideas
filosóficas las que crearon y justificaron por primera vez estas instituciones
y prácticas políticas. Y no son sólo las ideas de los filósofos que ya son
considerados como “clásicos” las importantes para la sociedad y la democracia.
Hoy en día, filósofos reconocidos han realizado contribuciones influyentes y
perspicaces, por ejemplo, al examinar críticamente las “paparruchas” (Harry Frankfurt)
de demagogos y pseudointelectuales, o las empleadas en la propaganda política
(Jason Stanley), o la relación entre ciencia y democracia (Philip Kitcher).
Añadamos a todo ello que el propio desarrollo científico y tecnológico ha hecho
cada vez más urgente y necesaria la reflexión sobre los objetivos que debe
buscar ese desarrollo y sobre las consecuencias deseables e indeseables que se
nos avecinan. Es evidente que el propio ser humano y sus modos de vida van a
experimentar grandes transformaciones en las próximas décadas.
No solo por el deterioro creciente de
los recursos de este planeta y por el cambio climático que la actividad humana
está causando, sino por la aplicación directa de las nuevas tecnologías al
mejoramiento humano. Sería negligente no pensar con anticipación sobre estos
asuntos, si es que queremos evitar los peores escenarios. La filosofía no tiene
la exclusiva de esta reflexión, pero su voz es importante.
La filosofía se ha ocupado siempre de
problemas de importancia general, aunque no lo haya transmitido con eficacia En
realidad, la filosofía, se ha ocupado en cada momento histórico de problemas de
importancia general, aunque no siempre haya sido capaz de trasmitirlo con
eficacia. En la época helenística se ocupó de cómo tener una vida buena a pesar
de que el mundo que se había conocido hasta entonces comenzaba a derrumbarse;
en la Edad Media se ocupó de cómo conciliar la razón y la fe; en el
Renacimiento de cómo fundamentar una visión del ser humano capaz de asumir la
tradición pero en busca de una nueva forma de pensar su condición moral y
social; en el comienzo de la Modernidad se interesó en cómo conseguir un saber
tan riguroso como el que empezaba a alcanzar la Nueva Ciencia, puesta en marcha
por Galileo y por otros “filósofos naturales”; en el siglo XVIII se ocupó sobre
todo de cuestiones políticas y morales, centrando su atención en la posibilidad
de una renovación de la cultura y de la sociedad basada en la ciencia y en las
técnicas, etc. Como dijo Hegel, la filosofía ha sido siempre su tiempo atrapado
en pensamientos. El aprendizaje de la filosofía permite, además, entrenar dos
capacidades que deberíamos fomentar con empeño, puesto que no se adquieren
fácilmente y su carencia está en buena medida en la base de la polarización política
que padecemos. En primer lugar, la capacidad para atender a los argumentos
sobre cualquier asunto y para cambiar las opiniones propias cuando los
argumentos del otro resulten convincentes. Esto implica a su vez la capacidad
de análisis conceptual, así como el desarrollo de competencias discursivas
lógicas y críticas que permitan plantear un argumento convincente con claridad
y concisión.
En segundo lugar, la filosofía
(especialmente la ética y la filosofía política) puede mejorar la disposición
natural del ser humano a tomar decisiones y juicios morales de manera sensata.
Fueron filósofos como Aristóteles, Kant, Jeremy Bentham y John Stuart Mill
quienes nos proporcionaron las bases de las teorías y principios éticos que
siguen siendo los más importantes en la actualidad, al menos en Occidente, que
todo ciudadano de una democracia debería aprender a conocer, comprender y
aplicar. (Y para ello puede ayudarse con provecho de la divertida serie de
televisión The Good Place).
En esas habilidades la filosofía
prepara a los alumnos que la estudian como ninguna otra disciplina académica.
Todo esto, en definitiva, viene a cuento del último recorte que el gobierno de
turno, es este caso el de Pedro Sánchez, ha hecho de las horas de filosofía que
se imparten en la enseñanza secundaria y en el bachillerato. Cuanto más tiempo
se le quite a la filosofía en esas etapas educativas, menos herramientas
conceptuales, críticas y normativas se les proporcionarán a los alumnos para
entender y mejorar la sociedad en la que viven, y eso es privarles de algo muy
útil. No se necesita hoy menos, sino más filosofía. *Antonio Diéguez es
catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga. Su
último libro publicado es 'Cuerpos inadecuados: el desafío transhumanista a la
filosofía' (Herder). *Thomas Sturm es miembro de ICREA y profesor en la
Universidad Autónoma de Barcelona.
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