Filosofía
martes, abril 24, 2018
jueves, abril 19, 2018
Los perezosos
No sirven, frenan procesos, estorban a los demás, son mediocres, siempre tienen disculpas para todo y la culpa de lo que les sucede siempre es de los demás, o de las circunstancias, son "de malas", nada les sirve, poco los satisface, son criticones no críticos constructivos, son negativos y nada proactivos.
Para ellos todo está mal, nunca entienden, el profesor no explica bien, le tiene "la mala", siempre necesitan más tiempo, no proponen pero sí entorpecen.
Se quejan permanentemente, para ellos tres páginas de una lectura son un libro extenso, nada los mueve ni conmueve, ni se inmutan, son interesados para su bien, despreocupados para cumplir.
Tienen por compañía la mentira, la falacia, la insensatez y la disculpa.
Son los primeros en salir y los últimos en llegar, no participan, duermen en clase hasta con los ojos abiertos, se les olvidan las cosas fácilmente...
No sirven, frenan procesos, estorban a los demás, son mediocres, siempre tienen disculpas para todo y la culpa de lo que les sucede siempre es de los demás, o de las circunstancias, son "de malas", nada les sirve, poco los satisface, son criticones no críticos constructivos, son negativos y nada proactivos.
Para ellos todo está mal, nunca entienden, el profesor no explica bien, le tiene "la mala", siempre necesitan más tiempo, no proponen pero sí entorpecen.
Se quejan permanentemente, para ellos tres páginas de una lectura son un libro extenso, nada los mueve ni conmueve, ni se inmutan, son interesados para su bien, despreocupados para cumplir.
Tienen por compañía la mentira, la falacia, la insensatez y la disculpa.
Son los primeros en salir y los últimos en llegar, no participan, duermen en clase hasta con los ojos abiertos, se les olvidan las cosas fácilmente...
martes, abril 10, 2018
Estudiantes habilitados para presentar el 2° Taller y la 2ª Evaluación
de “Un mundo” raro”.
Esto según lo acordado.
viernes, abril 06, 2018
¡Increíble! Así cambia el rostro de las personas adictas a las drogas
Organización reunió fotos de consumidores para mostrar su deterioro. ('El Mercurio' / Chile - GDA).
SOCIALISMO DE ESTADO Rafael Uribe Uribe
Conferencia en
el Teatro Municipal de Bogotá, octubre de 1904.
Suele la
prensa tomar la tarea docente más a lo serio de lo que fuera menester, para
declararse depositaria única del saber político y económico y para estar
llamando de continuo ante su Cátedra o su tribunal a abencerrajes y zegríes
para calificar su ignorancia o su competencia y expedirles o negarles títulos
de liberalismo o conservatismo y hasta de probidad o improbidad.
Cierto
diario de la ciudad, en ejercicio mas que otro alguno de ese presuntuoso
magisterio, viene fastidiándome hace algún tiempo con el mote de socialista de
Estado, solo porque propuse que el Estado Contribuyera a remediar los males que
él mismo ha producido, y que no se habrían presentado sin su arbitraria
Intervención en las relaciones comerciales de los ciudadanos Porque el Estado
reemplazó la moneda metálica, de estimación y curso libres, por el papel
moneda, de estimación y Curso forzosos; porque lo ha emitido sin regla ni
medida; porque repetidas veces ha quebrantado la fe pública con respecto a ese
papel, o sea a la cantidad existente y a las promesas de cambio o valorización;
y porque en virtud de ese atropello de la libertad económica suministró el
instrumento del agio, trastornó las nociones del valor, desquició las bases de
la propiedad y del trabajo, alteró la medida de los cambios y fundó los
elementos del desastre, Sonsacando los capitales del empleo útil y reproductivo
en las Industrias, para lanzarlos en el juego de bolsa y en la usura; de ahí
deduje y deduzco todavía el deber en que esta quien tuvo la culpa de la
perturbación para restablecer el orden económico o Intentarlo siquiera.
Pero ahora
quiero Ir más lejos: en vez de rechazar, acepto la imputación de socialista de
Estado y la reivindicaré en adelante como un título. No soy partidario del
socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital,
denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con
lamentable frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el
socialismo de arriba para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado en
la forma precisa que paso a expresar.
Todo
hispanoamericano ha sido víctima de las teorías de publicistas europeos como
Smith, Say, Bastiat, Stuart Mill, Spencer, Leroy y Beaulieu y demás
predicadores del libre cambio absoluto y de las célebres máximas del laissez
faire, laissez passer, un mínimum de gobierno y un máximum de libertad,
mientras en el nuevo Continente hemos venido aplicando hace tres cuartos de
siglo esas lucubraciones especialmente en lo económico; los países de esos
escritores, Francia la primera, se han complacido en no escucharlos y en
practicar todo lo contrario. De este modo, esas doctrinas han sido allá, casi
en un todo, literatura para la exportación, que los americanos hemos pagado a
doble costo el precio de los flamantes libros y la apertura de nuestros
mercados a los productos europeos. A tal punto que si no fuera insospechable la
buena fe de esos tratadistas, sería de pensar si no habrían obrado de acuerdo
con sus gobiernos respectivos para tendernos una red, haciéndonos adoptar una
línea de conducta que ellos se cuidaban bien de no seguir, conforme a la
palabra del cura libertino: orad como os predico, no conforme al ejemplo que os
doy. Lo cierto es que al paso que en Europa y Estados Unidos han adoptado
prácticas sólidas, visibles y tangibles, que los tienen ricos, aquí nos hemos
alimentado de idealismo etéreo, el manjar menos nutritivo que se conoce. Así
estamos de pobres, flacos y desmirriados.
¿Qué nos han
dicho los escritores europeos en materia de socialismo de Estado? Esto, en
resumen: “El cáncer que mina a los países americanos que hablan español es el
socialismo de Estado, que mata la iniciativa individual, fomenta la
empleomanía, falsea su misión y corrompe la sociedad. No debiendo tener el gobierno
más atribuciones que las de dar leyes, ejecutarlas y administrar justicia, se
le adscriben, además, las de construir ferrocarriles y otras obras, dar
educación, dirigir bancos, reglamentar la beneficencia y otras funciones
exóticas. Un Estado empresario, banquero, maestro y limosnero no puede menos de
olvidar sus deberes esenciales y cumplir mal las facultades ordinarias para que
ha sido creado. Quien mucho abarca poco aprieta”.
Nadie negará
que a los países hispanoamericanos los han aquejado desgracias inauditas y que
algunos de ellos, como el nuestro, han estado al canto de la ruina y disolución
total. Pero son muchas y muy complejas las causas que a tal situación los han
traído, y si el mal entendido y peor practicado socialismo oficial ha podido
ser una de ellas, mayor influencia han tenido la raza, la educación, el clima,
y los hábitos y antecedentes históricos que desde la metrópoli española obraron
en sus colonias.
Europa y América
Las
condiciones de estos países poco o nada tienen de común con los de Europa, y,
por consiguiente, las teorías y las prácticas aceptables allá no pueden
plantearse aquí sin el beneficio de inventario de una prudente adaptación.
Escasea allá la tierra cultivable; y la que hay no produce sino a poder de
abonos y labor; mientras en América tenemos vastas extensiones ubérrimas, no
apropiadas todavía, y que cualquiera puede ocupar. De ahí que entre nosotros la
propiedad no sea cuestión que se debate; aquella palabra de Proudhon que él
creía tan grande que en mil años no resonaría otra igual: “la propiedad es un
robo” suena en el dilatado Nuevo Mundo como una paradoja sin sentido, pues a
ese titulo no hay aquí nadie que no pueda mediante centavos, hacerse ladrón,
con solo capitular unos baldíos.
La división de castas
El reinado
de la libertad no ha podido aún abolir en la mayor parte de las naciones
europeas la división de castas, procedente del sistema feudal: nobleza, clase
media y pueblo. Monopolizan los unos la riqueza raíz, la influencia social y
política, la buena educación y los goces de la existencia, en tanto que a los
otros les toca invariablemente por ley de nacimiento el lote del trabajo y de
la vida dura. El régimen monárquico predominante en todas esas naciones, menos
dos, asegura por siglos todavía la permanencia de la desigualdad tradicional y
humillante. En América, la república y la naturaleza nos han hecho a todos
iguales ante la ley, si todavía no ante la costumbre, la fusión ya muy avanzada
de las razas, ha destruido casi todo prejuicio de sangre; con talento, ciencia
y virtudes no hay ninguna altura a donde un americano no pueda trepar, porque
la conformación social o legal se la veda. Oscura por el color, pero mil veces
luminosa por el talento y la virtud, es la huella de un Robles al través de
nuestra política.
Para la
ambición no hay aquí más barreras que las que cada cual lleve dentro de sí
mismo.
La lucha entre el capital y el trabajo
Al través de
las centurias han venido acumulándose en Europa enormes capitales, gran cultura
intelectual y singulares aptitudes para las artes, aptitudes aumentadas por la
selección, la herencia y la educación. Juntos, el dinero y la capacidad han
creado, por la sola virtud del interés particular, grandes fábricas e infinitas
empresas. Pero al frente de los patronos se presentan los ejércitos de los
obreros, las legiones densas y organizadas del pauperismo y del proletariado,
animadas por un sentimiento, listo a convertirse en un pensamiento, pero
conscientes ya de su derecho y resueltas a reivindicarlo. De ahí la lucha recia
entre el capital y el trabajo, cuyos ecos nos llegan por el estallido de la
dinamita, los estragos de las huelgas y la caída de los reyes o de los
presidentes asesinados. ¿Qué caso semejante ocurre en nuestra América joven y
libre? Pasará todavía un siglo, quizá dos, sin que esos conflictos se presenten
aquí, sobre todo si desde ahora se encamina bien la marcha paralela de los
intereses legítimos.
Los nacionalismos y la fuerza
Complican en
Europa una situación ya de suyo tirante y angustiosa, las rivalidades
nacionales que obligan al sostenimiento de enormes ejércitos permanentes, causa
de triple pérdida de riquezas: la que dejan de crear los millones de brazos
sustraídos a la industria, el costo de alimentación, vestido, equipo y
alojamiento del soldado, y el valor de los armamentos, municiones, artillería,
caballos, medios de transporte y marina de guerra. Qué contraste entre el
malestar y sacrificios que ese estado de cosas impone y que con frecuencia los
lleva a costosas guerras internacionales, y la tranquilidad con que en cada
país americano se puede deliberar sobre disminución del píe de fuerza,
economías en el presupuesto de guerra y venta de buques, sin temor a los
vecinos. Aclimatados al arbitramento para resolver las diferencias
internacionales, y cerrada para siempre la era de las luchas civiles, son
horizontes de paz y bienandanza los que se ofrecen a la vista de los patriotas
americanos, que bien pueden decir a sus pueblos: “solo cíe vosotros mismos
depende el desarrollo de vuestro progreso sin que presión extranjera pueda
impedirlo”.
Vieja y nueva civilización
Podría
prolongar el parangón, ya muchas veces hecho, del respectivo estado económico y
social de Europa y América, pero basta este esbozo para comprobar cuán
distintas son las necesidades y las condiciones de las dos civilizaciones,
caduca la una, nueva la otra, y cuán absurdo es medirlas con un mismo cartabón.
Si enfermos están ambos continentes, la dolencia no es la misma y, por tanto,
no puede ser uno mismo el procedimiento curativo, no digo yo que no leamos los
libros europeos; al contrario, es menester que sigamos muy de cerca el
pensamiento y la experiencia de esos países, pero sin casarnos irreflexivamente
con sus sistemas, como lo hemos hecho hasta aquí. No es tanta la sangre que nos
hemos hecho por nuestra propia cuenta, como la que hemos vertido por cuenta de
Bentham, Tracy, Comte, Darwin, Renán, Zolá, Max Nordau y Nietzsche, de un lado,
y el Vieulllot, Dupanloup, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y los autores del
Syllabus, por otro. Ni filosofía, ni política, ni legislación, ni literatura
original hemos tenido, siendo muy capaces de ello; hemos vivido afiliados a las
sectas que en Europa se combaten a muerte en todos los campos de la actividad,
y hemos creído muy inteligente, muy estético y muy caballeresco entrematarnos
por teoremas que el pueblo a quien hemos arrastrado a los campos de muerte no
supo nunca con qué salsa se comían. Por si debíamos adoptar el principio de la
utilidad o del deber; por si las ideas entran por los sentidos o se despiertan
y vacían en arquetipos preexistentes, al contacto con la sensación; por si
hemos de clasificarnos entre creacionistas, evolucionistas y positivistas; por
saber cómo debemos llamarnos, si clásicos, románticos o decadentes; y hasta por
averiguar la preeminencia entre Wagner y Rosslni, hemos escrito entonces de
polémica ardiente, y una vez recalentados los cascos hemos acabado por ir a
vaciar la querella al aire libre y con las armas en la mano.
Las teorías extrañas
Pero yo digo
que hoy más, al conformar nuestras ideas y al traducirlas en prácticas, debemos
tomar el promedio neutral de las teorías exageradas que nos llegan de ultramar,
en vez de adoptar unas y otras servilmente. Verbigracia, entre el fatalista
“dejar hacer” que asigna al Estado el papel de simple espectador y anonada sus
funciones activas, y la fórmula que convierte al gobierno en único motor
político y social, propietario único, dispensador de todo bien, y monopolizador
de sus energías, hay una transacción a Igual distancia de esas peligrosas
opiniones extremas y que debemos adoptar para las peculiares condiciones de
América.
A problemas propios soluciones propias
Partamos de
estos dos principios:
1. El Estado no es órgano de simple
conservación sino también de progreso; su fin exclusivo no es mantener el
orden, la paz, la obediencia: esa es apenas una condición previa, indispensable
para lograr más altos fines. Además de cuidar de lo que encuentra hecho y
oponerse a todo deterioro, debe procurar el adelanto.
Dentro de la
sola conservación del orden, un gobierno puede ser de los peores que existen;
para merecer que lo llamen bueno o excelente debe hacer algo más:
impulsar y
promover tan poderosamente como pueda la prosperidad del país. Por supuesto que
lo primero es la seguridad. Ella resulta de contener los alzamientos, reprimir
los delitos, administrar justicia, respetar los contratos, mantenerse y
mantener a los demás dentro de la órbita de la ley, y administrar con honradez
y economía el tesoro público. Pero una vez sentado el pie en ese firme terreno,
es imposible quedarse quieto: hay que Ir más adelante, so pena de ser
derribados por el irresistible empuje de los rivales en la lucha por la vida; y
2. Las entidades naturales, o
inmediatamente derivadas de la naturaleza, las que en lenguaje militar podrían
llamarse las unidades de combate de un país, son el individuo, la familia, el
municipio y la provincia o el departamento. Lo primero es reconocerles su
autonomía, esto es, sus derechos, su esfera de acción propia, la libre
disposición de sus recursos. Pero -y este es mi socialismo de Estado y el que
creo debe regir en América- a dondequiera que no alcancen la Iniciativa o el
esfuerzo Individual, municipal o seccional, ahí debe ir el esfuerzo colectivo.
SI hay un progreso que realizar, pero que esté fuera del alcance de los medios
limitados del individuo, del distrito o del departamento, la intervención
nacional se impone y justifica por sí misma. O para casos como esos sirve el
Estado, o yo no sé para qué existe. Los batallones, los ejércitos se forman, se
disciplinan y se ponen bajo el mando de un jefe para lograr lo que no pueden
los soldados dispersos. En este sentido, el socialismo es de naturaleza: las
hormigas, las abejas, los castores nos lo enseñan, así para realizar las obras
comunes como para atacar y defenderse.
El socialismo es universal
¿Y cuál es
la nación del mundo que no haya siclo socialista? Caminos, carreteras,
ferrocarriles, canales, telégrafos, puertos, dársenas, docks, higiene,
instrucción pública, teatros, universidades, museos, colonización: casi todo lo
constituido por las conquistas y las comodidades del progreso moderno, obra ha
sido, en su mayor parte, del socialismo de Estado que todavía se practica en
Europa y que bien lejos de debilitarse, gana terreno día por día; y eso que la
riqueza particular y la gran cultura hacen allá menos necesaria la injerencia
del Estado, que en estos países americanos, pobres, dbi1es y atrasados. Y, sin
embargo, es aquí donde los boquirrubios del individualismo nos recetan el
mínimum de gobierno y el dejad hacer. Es aquí, es en Colombia, por ejemplo,
país en que hay departamentos como Magdalena y Tolima que tienen menos rentas
que un solo ciudadano, como don José María Sierra, y en que la mayor parte de
las municipalidades solo disponen de medios deficientes de existencia, es aquí
donde se censura como socialismo el hecho de que con el tesoro formado por las
contribuciones de todos, se acuda a la adquisición de aquellos bienes ante los
cuales son Impotentes las fuerzas del Interés particular o de las entidades
Inferiores.
Nuestras constituciones… socialistas
Si
socialismo es ese, socialismo es la Constitución del 86 que en sus incisos 17 y
18, artículo 76, manda al Congreso “fomentar las empresas útiles o benéficas
dignas de estímulo y apoyo” y “decretar las obras públicas que hayan de
emprenderse”; en sus incisos 17 y 21, articulo 120, ordena al poder ejecutivo
“organizar el Banco Nacional y ejercer la inspección necesaria sobre los bancos
de emisión y demás establecimientos de crédito, conforme a las leyes” y
“ejercer el derecho de inspección y vigilancia sobre las Instituciones de
interés común”; y pasando del socialismo nacional al departamental, socialista
es en grado máximo el artículo 185, que faculta a las asambleas para “dirigir y
fomentar la instrucción primaria y la beneficencia, las Industrias establecidas
y la introducción de otras nuevas, la inmigración, la apertura de caminos y
canales navegables, la construcción de vías férreas, la explotación de bosques,
la canalización de ríos y cuanto se refiere a los Intereses seccionales y al
adelantamiento interno”, siendo de advertir la singular anomalía de que el
legislador constituyente fue más explícito y amplio para conferir atribuciones
a dichas asambleas, las cuales, bajo el sistema centralista, nada son, nada
tienen y nada pueden hacer para declarar las facultades del Congreso y del
Ejecutivo Nacional, encarnación del poder soberano.
La
Constitución de Rionegro no fue socialista en su letra, pero si en su práctica.
El famoso principio federalista consignado en el artículo 16, conforme al cual
“todos los asuntos de gobierno, cuyo ejercicio no delegaban los Estados
expresa, especial y claramente, al gobierno general, eran de la exclusiva
competencia de los Estados”, no impidió que la Unión se encargara de todo lo
relativo a vías Interoceánicas, navegación de ríos, comercio exterior y de
cabotaje, fortalezas, puertos, arsenales, diques, moneda, pesos, pesas y
medidas, instrucción pública, correos y otros ramos, ya exclusivamente, ya en
concurrencia con los Estados; ni Impidió tampoco que las diputaciones de ellos
trajeran a la capital de la república, por principal misión, solicitar auxilios
del tesoro nacional para aquellas obras que los Estados eran Incapaces de
llevar a cabo por sí solos.
Es que las
instituciones, por muy copiadas que parezcan o por mucho que se las corte sobre
patrones extranjeros, no son fórmulas abstractas sino en parte, al menos,
producto del país. Por muy ilusos que sean sus redactores o muy teóricos de
gabinete, extraños a la vida práctica, siempre alcanzan a reflejarse en la
Constitución y en las leyes el genio nacional y las exigencias peculiares del
estado social.
Y entre
nosotros, todo grita apelación al poder central, depositario de los recursos
comunes, para vencer los obstáculos que la naturaleza nos atraviesa en el
camino del porvenir y que la iniciativa individual no puede por sí sola
dominar. Aparte de eso, el Interés privado es egoísta, imprevisor y
transitorio. Su Imagen está en el explotador de nuestros bosques, que derriba
el árbol de caucho o el de quina, no importándole nada los que vengan atrás,
siempre que él alcance la plenitud de su efímero provecho. Solo el Estado, que
es perpetuo, representa los intereses perpetuos de la sociedad; solo él puede
hacer desembolsos reproductivos al través de los años; solo él puede, con larga
visión, imponer sacrificios a las generaciones actuales para preparar a las
venideras una existencia mejor. En nuestra Colombia, solo el esfuerzo
colectivo, bien dirigido y honradamente manejado, puede sacarnos de la
postración presente para convertirnos en lo que debemos ser: un pueblo rico, grande
y glorioso, el primero en Hispanoamérica.
El único camino: socialismo de Estado
Mas para
salir del abismo en que nos hallamos y levantarnos a la altura que nos
corresponde por nuestra situación geográfica, a la riqueza del suelo, y el
talento y las virtudes de la raza, no hay otro camino que el adoptado por las
naciones europeas para llegar a su actual prosperidad: el socialismo de Estado,
dentro de límites prudentes y ejercido con tino y probidad. Pero esto, aceptado
conscientemente como una doctrina, como un plan fijo e invariable para
desarrollarlo en el tiempo, no para tomarlo y abandonarlo sucesivamente, con
floja voluntad veleidosa. En materias económicas, como en política, como en
todo, hemos venido girando a todo viento, y dando tumbos a diestro y siniestro,
como borrachos. Tracémonos, de hoy en adelante, una línea recta de conducta, y
sigámosla, con tesón, a despecho de tropiezos accidentales. Oísteis hablar de
las maravillas realizadas en Holanda en su lucha secular contra la invasión de
las aguas del mar, del Océano poderoso y obstinado que ni un momento cesa de
dar el salto a la costa baja amenazando tragársela. A la eternidad del ataque,
el hombre ha contestado con la eternidad de la defensa; ¡y va triunfando!; lo
que a nosotros nos amenaza es la invasión de la selva tropical, lujuriosa,
tenaz y traicionera, mar verde como el otro, que al menor descuido ocupa la
dehesa y el plantío de donde se le había desalojado, obstruye los caminos y se
entra victorioso por las calles y plazas de las ciudades mismas, y avanzando
sus raíces ocultas, socava los muros y de repente nos hace prisioneros, como en
Wood Town, la ingeniosa fábula de Daudet. ¡Y con la selva, la barbarie! ¿Quién
nos defiende contra los dos, como en Holanda contra el mar? Solo el Estado con
su esfuerzo persistente, ilustrado y superior.
Harto lejos
estoy de considerar al Estado como infalible. No puede ser él cosa distinta de
los hombres, y éstos están, por naturaleza, sujetos al error. Con la adehala de
que el error personal solo daña a quien lo comete; mientras que el error
público suele causar, y muchas veces ha causado, la ruina de Las naciones. Mal
pueden ignorarlo la raza a que perteneció Felipe II y el pueblo en que los
estragos del papel moneda ofrecen el caso mas estupendo de la historia. Y no
son solo los jefes del ejecutivo —reyes o presidentes— los falibles, sino
también, y acaso más, los parlamentos. Del de la sesuda Inglaterra, cuenta
Janson que de 1436 a l872 voto 18.160 medidas legislativas, de las cuales
derogó en el mismo tiempo 14.000, o sea cuatro quintos de error reconocido por
un quinto de aciertos. Y aun por contentos deberíamos darnos con poder decir de
la humanidad que, de cada cinco veces, solo en cuatro peca y yerra. Herben
Spencer agrega que en solo tres años, de 70 a 73, el parlamento inglés abrogó o
modificó 3.532 leyes anteriores. Sirvanos esto de consuelo a los colombianos,
en este tejer y destejer de nuestra teja legislativa, y esforcémonos siquiera
porque los cambios obedezcan a la investigación, la pasión o el interés.
Estado: único pudiente
Pero siempre
será cierto que al Estado compete la ejecución de las obras costosas, de
utilidad común y largo aliento; las variaciones de la legislación en el sentido
de la mejora social; la protección de todos los intereses que no pueden
defenderse por si mismos, y el amparo de los débiles contra los fuertes.
Colocado en la cumbre política y dotado del poder delegado por el pueblo, está
obligado a mantener el equilibrio entre las aspiraciones encontradas de las
clases, para impedir que las unas sacrifiquen y exploten a las otras.
Porque es
necesario convenir que en Colombia está todo por hacer. Aquí hace veinte años
que no se estudia, ni siquiera se lee; en ese tiempo, el mundo ha andado más
aprisa que nunca y se ha transformado, al paso que nosotros hemos permanecido
estacionarios, o lo que es peor, hemos desandado gran trecho de camino. La
prueba es que al oír resonar esta palabra, socialismo, las beatas se persignan,
los campesinos se asustan, y los hombres de caudal lo guardan porque se creen
amenazados, pensando que se trata de la Comuna y el nihilismo. Sin embargo, en
el Reichstag alemán se sientan y deliberan tranquilamente 60 diputados
socialistas; raro es el parlamento europeo donde no los hay; figuran en el ministerio
francés; celebran congresos que los gobiernos permiten y estimulan; desfilan
por centenares de miles, en todas las ciudades, en su fiesta del 2 de mayo; y
pocos son los inteligentes y los letrados que no confiesen hoy en Europa todo o
parte de la doctrina socialista. Es que al propio tiempo que ésta ha Ido
precisándose, las clases conservadoras han ido tranquilizándose acerca de las
reivindicaciones socialistas y de su justicia. Despojadas sus fórmulas de su
primera vaguedad tópica, han venido haciéndose cada día más prácticas y menos
agresivas, y ya muchas de las proposiciones del programa socialista han entrado
en la legislación.
Conclusiones del socialismo europeo
Voy a
permitirme presentar, quizá por primera vez en Colombia, algunas conclusiones
del socialismo europeo, para que se vea que no son herejías abominables y que
bien podrían ser materia de reflexión para aplicarlas un día en nuestro país.
Advierto, sí, que ni en la parte de este trabajo que precede, ni en la que
sigue hay nada original: es apenas el resumen de mis últimas lecturas,
adaptándolo, según mi regla, a las necesidades de nuestro país.
1º. Cambiar el modo de elección del
Senado para convertirlo en una verdadera Cámara de Trabajo.
La de
representantes, elegida por el pueblo, lo representaría numéricamente; la del
trabajo la eligirían los gremios, los propietarios urbanos y rurales, el
comercio y la navegación, los agricultores, los industriales y obreros, los
mineros, las universidades, las academias (medicina, jurisprudencia,
ingeniería), la Iglesia, el ejército. SI el parlamento ha de ser como una
reducción fotográfica del país, tal como es allí -en la Cámara del Trabajo-
debe haber voceros de todos los cuerpos que en el país existen y tienen vida
propia, voceros que traten con especial competencia los asuntos de su resorte,
echados por lo regular a perder por entrometidos presuntuosos que no los
conocen ni tienen interés en ellos. Así, una Cámara reflejaría la unidad de los
elementos constitutivos nacionales, la otra la multiplicidad de los elementos
históricos y sociales.
Nuestro
Senado actual es uno de esos órganos atrofiados que quedan al través de las
transformaciones selectivas. Tenía razón de ser bajo la Federación, elegidos sus
miembros por las legislaturas de los Estados Soberanos para representarlos como
sus plenipotenciarios. Abolidas las selecciones bajo el centralismo, el Senado
es un remanente inútil, especie de aparecido del tiempo viejo, Ido para nunca
más volver. Esa Cámara alta solo sirve para neutralizar la acción de la Cámara
baja, para provocar conflictos y luchas estériles y para desacreditar el
sistema parlamentario más de lo que ya lo está. ¿Es justo que se empleen días,
semanas y aun meses, en largas y huecas discusiones políticas que le cuestan un
dineral a nuestra nación empobrecida, ansiosa de salvarse, y que todo lo espera
de quienes tan mal corresponden a su anhelo? Ahora bien: no pudiendo pagarnos
rodajes de lujo en nuestra pobre maquinaria gubernamental, démosle ocupación a
la exótica y sin par Cámara de los Pares, hagamos que la sangre vuelva a
circular en el órgano atrofiado, atribuyéndole funciones que corresponden a un
fin de la vida nacional, y en esta tierra nueva donde a nadie debe permitirse
estar ocioso o de mero criticón de lo que hacen los demás, rejuvenezcamos esa
Institución caduca, pongámosle oficio al Senado, y que eche a andar al compás
de las exigencias del tiempo. Eso se logra formándolo por elección profesional
emanada de los sindicatos o corporaciones que representen los gremios
organizados y las entidades que ya existen en el país. Los socialistas piden
que la Cámara del trabajo, así constituida, se divida en tres secciones: la de
los intereses comunes (estadística, asistencia pública, comercio, finanzas,
trabajos públicos, defensa nacional, relaciones entre el capital y el trabajo,
enseñanzas, higiene); la de los intereses especiales: agricultura, minas,
manufacturas, medios de transporte, bellas artes, pedagogía; y la de
aplicaciones sociales: estímulo a los descubrimientos e invenciones, crédito,
seguros, etc.
¿Os parece
muy absurda esta primera proposición socialista? ¿E ella una de esas herejías
políticas que apenas enunciadas ya están condenadas? Vivimos bajo el reinado de
la abogadocracia, es la casta de los abogados, con su hueca fraseología y sus
fórmulas sutiles, la que rige el país. En la composición de nuestros congresos
predominan las llamadas profesiones liberales; políticos profesionales,
legistas, médicos, literatos, periodistas; rara vez hay un comerciante, un
agricultor o un ingeniero, nunca un industrial ni un hombre práctico. ¿Cómo se
quiere que salgan buenas leyes de recinto donde predomina la retórica y la
intriga?
Apelemos a
las fuerzas vivas de la nación, si de veras queremos variar de rumbo.
Entregados al expedienteo y al formalismo burocrático, nos marchitamos a la
sombra de las oficinas; salgamos a tomar el aire y el sol, poniéndonos en
contacto directo con la naturaleza y con el pueblo. Así recuperaba fuerzas Anteo;
no siguiendo su ejemplo, nos asfixiaría en la altura el Hércules de la miseria.
Vivimos en un mundo oficial, muerto; apresurémonos a respirar el ambiente de la
vida moderna.
2º. Reforma del sistema tributario.
No sé hasta
dónde sea cierto lo que dice el general Reyes en su último mensaje; que ‘ha
sido práctica constante en nuestro país no crear las contribuciones
necesarias”. Lo que sí sé es que las que hay, están muy mal repartidas. Los
pobres pagan mucho más que los ricos, proporcionalmente, es decir, fuera de
toda proporción. Se viola con estos dos principios: uno de equidad y otro de
conveniencia. Consiste el uno en que quien aprovecha de la seguridad amparadora
del Estado, porque tiene más sobre qué recaiga, debe pagar más; y consiste el
otro en que el impuesto puede y debe ser empleado como instrumento de
nivelación, de manera que gravando poco las pequeñas fortunas y bastante las
grandes, se procure el crecimiento de las primeras y la disminución de las
segundas, en busca de un promedio Igualitario donde se eviten los peligros del
desequilibrio.
Para esto
proponen los socialistas varios medios, desde el impuesto progresivo sobre la
renta y el aumento proporcional del Impuesto sobre la riqueza raíz, a partir de
una cifra de capital determinado, hasta la exención de todo derecho para los
artículos de primera necesidad, y otras medidas análogas.
¿Se sale
esta petición socialista de los límites de una discusión aceptable y aun de una
aplicación práctica posible?
3º.
En este mismo orden de ideas, proposiciones sobre la herencia.
Proponen los
socialistas que se altere el orden legal en las sucesiones. Sientan esta
premisa: en la creación de la riqueza, especialmente de los grandes caudales,
entran por más de la mitad la intervención de la naturaleza y la protección del
Estado, correspondiendo el resto al esfuerzo del trabajo Individual. Y deducen
esta consecuencia: luego el Estado tiene derecho desde el 1 hasta el 50 por 100
de las fortunas, al punto que la muerte desposee a sus dueños. En el momento de
la transmisión de la propiedad, es justo que el Estado recupere el equivalente
de sus gastos, entrando a la parte de los que ayudó a producir.
Se exceptúa
el peculio de los pobres; toma poco de los caudales cortos, algo más de los
medianos y la mitad de los grandes, a partir del 1 por 100 sobre las herencias
de cinco mil pesos hasta el 50 por 100 de las que pasen de un millón.
Pero hay
más: como lo dice Karl Marx, ya no basta la abolición de los mayorazgos y de la
mano muerta, reformas que en su tiempo parecieron de tan extremada audacia (y
la segunda de las cuales ha sido abrogada prácticamente en Colombia, a espaldas
de la ley); ni basta el ensanche de la libertad de testar: es la institución
misma la que se pone en tela de discusión, como factor de la desigual repartición
de las riquezas.
Nada más
legítimo que el hombre goce del producto de su trabajo, que recoja el fruto de
la simiente que sembró; pero parece menos legítimo que transmita el fruto de su
trabajo a otro hombre, si eso ha de dar por resultado la ociosidad del que
hereda y los vicios que la ociosidad engendra. Si no heredando sería, por
necesidad, un ciudadano trabajador y virtuoso, es un mal la herencia que lo
convierte en un holgazán corrompido.
Se niega que
la voluntad del testador pueda siempre continuar viviendo en el heredero, lo
que equivaldría a afirmar el dogma de la Inmortalidad terrestre; y admitiendo
la facultad de testar, por lo que fortifica los lazos de la familia, se
sostiene el derecho del Estado a suprimir o limitar esa facultad, en beneficio
de las clases pobres, cuando culmina en el resultado de poner en posesión de
fortunas imprevistas y aun inmerecidas a personas cuyo solo título a la
herencia consiste en vínculos de parentesco lejano.
El principio
se traduce en esta fórmula concreta: supresión de la herencia ab intestato y de
la colateral entre parientes del cuarto grado en adelante.
Los recursos
procedentes de esta medida y la de retener del 1 al 50 por 100 de las herencias
de cinco mil pesos para arriba, se dividirán entre la Nación y los Municipios
para emplearlos en la instrucción y la asistencia públicas, en la disminución
de los impuestos.
El fin es
conservar los pequeños patrimonios, y hacer imposible la concentración de la
riqueza en unas pocas familias, causa de injustas desigualdades sociales.
Sin duda es nueva y aun atrevida
esta tercera proposición socialista; pero ¿quién podrá tenerla por
pretensión descabellada e insostenible, desprovista de todo fundamento?
4º. La intervención del Estado.
Para
reglamentar el régimen del trabajo, ya han obtenido leyes en casi toda Europa,
para limitar a ocho las horas en que el obrero deba permanecer en la fábrica o
el taller, así como la prohibición del trabajo de los niños, la limitación del
de las mujeres, el de las industrias peligrosas o insalubres, la inspección de
las calderas de vapor y transmisiones de máquinas, el cubo de aire respirable
en los talleres, el reposo dominical obligatorio para los adolescentes y para
las mujeres, la restricción del trabajo nocturno para las obreras menores de
edad, y otras reformas importantes.
Entre
nosotros no existen grandes fábricas; los industriales son casi siempre
empresarios y trabajan en sus habitaciones. Quizá no es tiempo todavía de
limitar las horas de trabajo de los asalariados. Valdría más encaminar el
esfuerzo colectivo, como he tenido el honor de proponerlo en la Cámara, al
aprovechamiento de las caídas de agua para producir energía eléctrica que
pudiera suministrar a domicilio y a precio moderado para los pequeños talleres,
No estaría de más la vigilancia sobre las condiciones higiénicas de muchos de
ellos.
En nombre de
la libertad, suprimimos la instrucción obligatoria para los niños, sin caer en
la cuenta de que eso era imponerles el trabajo obligatorio en beneficio
exclusivo de sus padres o guardadores. No hay para qué sentar sobre eso una
prohibición; basta con devolver- los a la escuela.
No considero
prematuro legislar sobre los accidentes del trabajo. Si por descuido del
empresario, se hunde el socavón de una mina y aplasta o asfixia a los obreros,
¿puede el Estado mirar el siniestro con indiferencia? Si de un andamio
malhecho, cae y se mata el albañil, ¿debe quedar sin sanción el responsable? Ya
en Europa se le obliga a indemnizar el daño causado. Conozco la explotación de
los cafetales, trapiches o ingenios y demás empresas de tierras templadas o
calientes, y os digo que seria oportuna y humana la ley que mandara a los
patronos Suministrar asistencia médica a sus peones y mejorar los alojamientos.
Se otorga
pensión a las viudas de los militares que mueren o se invalidan en nuestras
guerras civiles, muchas veces obra de una bala perdida, o de alguna enfermedad
buscada; se jubila a los empleados que han tenido la paciencia de vivir
veinticinco años en la dulce ociosidad de las oficinas; pero a los nobles
soldados y héroes del trabajo cuya campaña no es de pocos meses sino de toda la
vida, y no sedentaria sino llena de fatigas, a esos servidores cuando caen
víctimas de los accidentes naturales o de enfermedades Consiguientes, se les abandona
a ellos y sus familias, y cuando la vejez los inutiliza, felices si se les
reserva una cama de hospital o se les dé permiso para pedir limosna. ¿No
pensáis que en el fondo de esto hay anomalía y que sería bueno comenzar a
preocuparnos del modo de remediarla?
5º. Mejora de la asistencia pública.
Hallan bien
los socialistas que Francia gaste anualmente doscientos millones de francos en
la caridad, que Inglaterra Sostenga más de un millón de indigentes, y que la
ciudad de Nueva York emplee de ocho a diez millones de dólares con el mismo
fin. Pero les parece mejor no recibir como limosna lo que consideran que se les
debe de derecho, y creen preferible, a fomentar la imprevisión y la miseria,
reemplazar el sistema de hospitales, hospicios y establecimientos semejantes,
con otro mixto en que se combine la iniciativa privada con la asistencia
pública, y en que en la caridad legal de organización burocrática, se
sustituyan las visitas a los pobres vergonzan5 por los préstamos para
procurarles trabajo, el pan necesario para no sucumbir y una especie de
dirección moral dignificador en lugar del pordioseo que los abate y
desmoraliza.
Grandes son
los sentimientos filantrópicos de la sociedad colombiana. Solo falta dirigirlos
mejor. Que la Izquierda sí vea lo que hace la derecha, en el sentido de que
observe a dónde va a parar el óbolo, y si con él es mayor el mal que el bien
que se causa, o si no podría aumentarse el bien, acordándolo con la santidad de
la Intención. Hay que ilustrar a las clases ilustradas, decía Flaubert, sobre
el mejor uso que pueden hacer de su influencia.
Una forma
práctica de la asistencia es la que he Visto funcionar bien en las aldeas de
Costa Rica: la institución del médico y del abogado de los pobres. Con sueldo
de la república, receta el uno y suministra la droga por cuenta de la nación, a
los pobres de solemnidad, declarados tales por certificado del alcalde o de la
municipalidad Defiende el otro los derechos civiles y las garantías
individuales de los mismos pobres, contra los abusos de los ricos y los
atropellos de las autoridades, mucho mejor que nuestros personeros municipales,
agentes del ministerio público de quienes nunca he sabido que se hayan puesto
del lado del oprimido contra el opresor. El pequeño sueldo que el Estado pagara
entre nosotros al médico y al abogado con título, sin perjuicio de que ellos
les trabajaran a los pacientes, sería una ayuda de costa para la carrera
profesional de muchos nuevos doctores que salen del claustro despistados a la
vida, y que se pierden por la atracción de las ciudades, o dominados por el
desaliento cambian de ocupación, si es que no se entregan a los vicios. Sería quizá
una afirmación demagógica la de que en Colombia solo los pobres son castigados
en lo criminal, por falta de medios de defensa, y la de que en lo civil tampoco
alcanzan justicia, por la misma causa. Sin embargo, así como el médico de los
pobres los libertaría de los curanderos, el abogado de los pobres los libraría
de los rábulas, sobre todo si la institución se completaba con árbitros
elegidos por el pueblo para juzgar gratuita y rápidamente las cuestiones
contenciosas, civiles y comerciales, de cierta cuantía.
6º.
Finalmente enumeraré en bloque algunas otras de las aspiraciones socialistas,
no impracticables en Colombia.
Protección
racional a las industrias nacionales, de que habla el informe que tendré el
honor de presentar a la Cámara, participación de los obreros asalariados en las
ganancias de la industria o explotación en que se ocupan; organización oficial
de las cajas de ahorros, puestas al alcance de todos los salarios, para
libertar a las masas obreras de la esclavitud de la ignorancia, creación de
bancos de anticipos que le hagan préstamos al obrero para ayudarle a
establecerse; fundación de bancos hipotecarios que desempeñen el mismo papel
respecto de la agricultura; desarrollo de los seguros y de todos los sistemas
cooperativos; medidas preventivas y aun coercitivas contra el alza artificial
de los víveres y demás artículos de primera necesidad, no permitiendo la compra
a los revendedores, sino después de haberse surtido los demás; reforma de la
legislación agraria en el sentido propuesto por Gladstone para Irlanda y
empezando ya a poner en práctica, que consiste esencialmente en dar duración
fija y larga a los contratos de arrendamientos de la tierra, destinando a la
adquisición de ella una parte del canon, para trocar en propietarios a los siervos
de la gleba; construcción en las ciudades de casitas de modelos a las cuales se
aplique el mismo sistema; creación de ministerios técnicos, en especial el de
agricultura, para la compra y difusión de las semillas y aclimatación de
plantas nuevas, progreso de los cultivos y de la ganadería, repoblación de los
bosques, etc., todo con el fin de mejorar en cantidad y calidad la alimentación
del pueblo; el dinero que hubiéramos de gastar en fomentar la inmigración
extranjera, empleémoslo en promover dislocaciones de la población nacional,
tomándola de donde es densa, para trasladarla a donde falte y fundando colonias
agrícolas; combatir el alcoholismo por todos los medios preventivos y
represivos posibles; aplicar en las escuelas primarias y secundarias el sistema
froebeliano, o de aprendizaje profesional, como lo dijo el General Reyes en su
discurso inaugural, para constituir la enseñanza teórica y de “surmenage”
intelectual, que deja a los alumnos desprovistos de conocimientos prácticos en
la lucha por la vida, por el trabajo manual en las escuelas, que inspira a las
generaciones nuevas el amor a la industria, ennoblece las artes, educa el ojo y
la mano, y forma buenos obreros. Con fragmentos clásicos, retazos latinos,
áridas reglas de gramática y sutilezas metafísicas, no se va hoy día a la
conquista del pan; es enseñando hechos y la razón de los hechos, la sustancia,
no la forma, como educaremos ciudadanos hábiles y fuertes, como formaremos con
urgencia el presente y el porvenir de la Patria. Para alejar de la taberna a
los obreros, el Estado debe procurarles distracciones encaminadas a la
educación moral y estética, como teatros populares a bajo precio, museos,
bibliotecas, escuelas dominicales y nocturnas, gimnasios públicos, retretas de
las bandas oficiales y, sobre todo, cafés baratos donde a tiempo que se busquen
mercados Inferiores para el consumo del grano, se tenga en mira producir la
excitación de las facultades ideativas, propia del café, en vez de espolear los
instintos innobles que el alcohol despierta o en lugar de permitir el
embrutecimiento por la chicha. Todo lo cual puede resumirse en esta sola
aspiración: hacer que el salarlo del obrero no se limite a lo puramente
necesario para asegurar su subsistencia física, o hacer que ese salario y el tiempo
que representa correspondan a la adquisición de mayor número de artículos o de
servicios, inclusive su mejora moral y su progreso intelectual.
Pero antes
que todo, la nación no debe pensar en dar un paso adelante sin abolir el
reclutamiento y establecer el servicio militar obligatorio, para que todos los
ciudadanos seamos iguales bajo las armas, como debemos serlo en el sufragio, en
el pago de las contribuciones, en la protección de las autoridades y ante la
justicia.
Las reivindicaciones socialistas
Como se ve,
casi todas las reivindicaciones socialistas están situadas en el terreno
económico y se confunden con las aspiraciones de buen gobierno. Porque ¿quién
podrá aseverar que nuestro sistema social y político es perfecto y que no
requiere alteración? Presenciamos el contraste desolador entre la penuria de
los que nada tienen y la abundancia de los que tienen mucho; y entre los que
sufren demasiado y los que demasiado gozan; entre los que oprimen y los
oprimidos; y sin embargo, al adaptar a la América Latina y a Colombia, en
particular, estas peticiones de reforma, nadie pide que se haga tabla rasa de
los existentes, para trazar en terreno limpio la ciudad nueva, sobre otro plan
y otros principios. Es inútil trasladarse a la Isla Utopía del Canciller Tomás
Moro, ni a la Civita Solís de Campanella, ni a la Nova Atlantis de Bacon, ni al
Falansterio de Fourier, ni al Salento de Fenelón o la Icaria de Cabet. Las
bases del procedimiento están hechas de afirmaciones prácticas, no de
negaciones o de ensueños. se dejan en pie todas las verdades morales y
religiosas, la constitución de la familia, la necesidad del gobierno; no se
ataca la propiedad en sí misma, nl se pretende realizar una igualdad paradójica
o imposible, ni se predica la rebelión contra el orden establecido. Las
apelaciones socialistas ya no son un toque de rebato para echarse sobre los
bienes de los ricos y repartírselos como una presa. Hacen valer solamente el
poder de la verdad y la fuerza del razonamiento para persuadir la conveniencia
de una más equitativa distribución de la naturaleza y sus productos, a los
cuales el Creador no puso marca de fábrica en favor de unos, con exclusión de
otros, sino que los hizo para que los gozasen todas sus criaturas. Es
innecesario que nadie se erija en Espartaco que encabece los gladiadores de la
vida y los esclavos del trabajo para Irse sobre el derecho escrito. Por medios
legales y pacíficos es como han de adelantarse las reformas. Se trata de
impulsar la civilización, en manera alguna de retroceder en su camino; el ideal
es un aumento de amor entre los hombres, no la propagación del odio y de la
envidia; y es apoyándose en la misma organización social, en lugar de pedir su
liquidación presente que —podría parar en bancarrota— como se quiere introducir
con lentitud y mesura las reformas, puesto que modificar la habitación que
hallamos hecha es de ordinario mejor que edificar sobre ruinas. Nada de
cataclismo; el paso del presente al porvenir ha de verificarse por transición
suave, bienhechora y regular.
Es necesario
insistir en que el socialismo es o pretende ser únicamente una nueva economía
política. El problema social es enteramente económico y no quiere ser resuelto
fuera del dominio de los intereses. Es en ese terreno donde el debate debe
situarse. La escuela clásica económica es hoy apenas un recuerdo histórico.
Precisamente ante los ataques de los escritores socialistas la economía
política ha tenido que revisar sus dogmas decrépitos o dañinos. Y lo que hoy
existe con el nombre de esa ciencia —si ciencia es un conjunto de proposiciones
conjeturales o fantásticas— más es obra de la ofensa socialita que de la
defensiva de los mantenedores del viejo campo. Un indicio favorable es que las
soluciones socialistas nada tienen de radicales y simplistas: son, al contrario,
numerosas y complicadas, como son los males que aspiran a enmendar. Queda atrás
el período de la declamación: están formulados los principios y forman todo un
cuerpo de doctrina científica, precisa, segura de si misma. A las reformas
socialistas así concebidas, solo pueden oponerse el egoísmo y el miedo; pero ya
se ha dicho que los egoístas y los miedosos son verdaderos enfermos, a quienes
no se ha de odiar, sino compadecer y curar.
Socialismo y Cristianismo
Se explica
así que, despojadas las peticiones socialistas, de todo alcance irreligioso y
demoledor, la gran voz de León XIII (Encíclica Rerum Novarum), se dejara oír en
el debate, admitiendo la justicia de las reivindicaciones de los proletarios.
Ni cómo podía hablar de otro modo el jefe de una Iglesia cuyo fundador fue
artesano e hijo adoptivo de artesano; del que dijo: “Amaos los unos a los
otros, bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”.
Si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los escribas y fariseos,
no entraréis al reino de los cielos. Ocupando sus manos en un arte mecánico y
escogiendo por discípulos y apóstoles, no ricos ociosos, sino humildes
pescadores, dignificó el trabajo, que el paganismo tenía postergado. El acta de
emancipación de los obreros y su carta de nobleza fueron sellados con la sangre
de Cristo sobre la Cruz del Calvario.
“El que no
trabaja no debe comer” escribía San Pablo a los de Tesalónica y daba el ejemplo
ganando el sustento con la aguja de coser pieles. Hay que reconocer, pues, que
no existe ningún antagonismo entre la Iglesia y el progreso material del
pueblo, y que el jefe de ella dijo bien cuando exclamó, no hace mucho tiempo:
“Cosa admirable la religión cristiana, que parece no tener otro objeto que la
felicidad de la otra vida, puede realizar también nuestro bienestar en ésta”.
En efecto, la sentencia “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, más tiene
de remedio contra el pecado que de expiación humillante; en todo caso fue
dictada para todo el género humano, no para constituir en raza maldita una sola
de sus porciones. Por lo menos, el Nuevo Testamento es doctrina de igualdad y
de fraternidad.
Admiro al
cristianismo porque es la religión del valor. A los que luchan los asiste con
un pensamiento superior que les da fuerza para la resistencia y para el
sacrificio, y más aún, para dominar su propia voluntad. Trabajar es vencerse,
porque es sobreponerse a la pobreza y al cansancio.
Pero,
doloroso es reconocer que al través de veinte siglos, muchas máximas cristianas
han sido puestas en olvido. Fue dicho a los ricos que sólo eran depositarios de
los bienes y que, como representantes de Dios para con los pobres, debían
partir con ellos. Se les advirtió de los peligros de la riqueza y del deber
riguroso de hacer los sacrificios, lo que los pobres hacen por resignación.
Pero no pareciendo que deba esperarse por más tiempo el cumplimiento voluntario
de esos mandatos, el Estado y la ley deben proveer a que no se queden escritos.
De este modo, las reclamaciones socialistas tienden a la más efectiva práctica
del Evangelio; y bien creo que el gran principio igualitario saintsimoniano, a
cada uno según su capacidad, según sus obras, pudo brotar de los mismos divinos
labios que pronunciaron el Sermón de la Montaña.
Bien está
que con la predicación de la vida futura se induzca a los que inmerecidamente
padecen a que soporten el sufrimiento sin rebelarse, y a los poderosos a que
alivien la miseria por el ejercicio de la caridad. Pero ya no basta: es
necesario tomar la doctrina evangélica íntegra y aplicarla a las costumbres y a
las leyes, si se quiere que al fin reinen sobre la tierra sus principios. Hay
que darle por asiento al orden político y social la garantía de los derechos,
porque la sola abnegación ha resultado insuficiente.
Mas no
porque se prescinda de toda amenaza de violencia, deben las clases superiores y
directivas adormecerse en la rutina y en el goce de sus privilegios. Para
prevenir el socialismo de la calle y de la plaza pública, no hay más medio que
hacer bien entendido socialismo de Estado, y resolver los conflictos antes de
que se presenten. Para ello, no basta esperar el simple desarrollo de lo
establecido, confiando en que se cumpla la ley del Bastiat: todos los intereses
legítimos son armónicos, porque ¿quién define esa legitimidad? lo que a diario
presenciamos es precisamente el choque de los intereses. Para evitar las formas
agudas, hay que prever. Tampoco basta la legislación común, esto es, el Código
Civil y los códigos generales. Estamos en el siglo de la división del trabajo,
y en la legislación el proceso consiste en especializar los principios
jurídicos, tomando cada uno aparte y sacando todas sus consecuencias.
Preocupémonos
por buscar y favorecer el bienestar del pueblo: ayudémosle a obtener las
concesiones progresivas a que tiene derecho, y a destruir los privilegios que
lo colocan en posición de inferioridad; tengamos un poco más solicitud o
siquiera compasión por los desheredados. Es deber imperioso para todos los que
estamos consagrados al servicio del país, trabajar en la reforma social, para
suprimir los abusos, extirpar los parásitos y destruir los instrumentos de
tiranía. Santo y bueno que nuestros padres abolieran la esclavitud; toca a las
nuevas generaciones llevar a cabo una labor no menos ardua y meritoria: redimir
el pobre de la esclavitud embrutecedora de la miseria.
El
socialismo que defiendo difiere tanto del absolutismo que mata la dignidad
humana, como del individualismo, que mata la sociedad. No quiero que se trate
al pueblo como un niño o como un perpetuo menor de edad, incapaz de regir sus
propios negocios y siempre necesitado de tutela; ni opino porque se quite el
hábito de luchar contra las dificultades, esperando del gobierno muchas cosas
que debe fiar al propio esfuerzo; menos quiero que se aumente la omnipotencia
oficial, a expensas de la apatía o enervamiento de los ciudadanos. Pero
considerando que en el Estado existe la eminente dignidad y poder que lo hace
superior a los Individuos y a las colectividades subalternas, pido que tome la
iniciativa y dé el ejemplo; que fomente y estimule el espíritu público y la
creación de asociaciones a quienes encargue de ciertos ramos y que cada vez les
deje mayor latitud de acción, hasta acabar por dejarlas solas a la obra, en un
movimiento de descentralización progresiva y de educación nacional para el uso
de la libertad. No importaría que por lo pronto se la restringiera un poco, al
modo como se le cogen rizos a la vela, para soltarlos a la hora del buen
viento, o como se imponen privaciones los individuos, para llegar por el ahorro
al capital y con el capital a la Independencia y las comodidades.
Yerran los
que me atribuyen el pensamiento antiliberal de anonadar el ciudadano ante el
Estado, para que sea este quien lo haga todo, reglamente la vida nacional hasta
en sus menores detalles, sea el propietario único, el único distribuidor de la
riqueza y convierta la nación en una máquina dirigida por uno o varios
ingenieros, encargados de pensar por todos los demás, asimilados a meros
rodajes mecánicos e Inconscientes, a la manera del Paraguay bajo los jesuitas o
bajo el doctor Francia, por huir de la anarquía. No preconizo el cesarismo. El
Estado-Provincia no es mi ideal. He sido, soy y seré autonomista toda mi vida.
Bien lejos de querer sacrificar la diversidad a la unidad, profeso el principio
del gobierno propio para el individuo, el municipio, el departamento y la
nación, como cuerpos que giran al unísono en órbitas regulares bien definidas.
Deseo que la paz no resulte de la Imposición, por un lado, y de la impotencia,
por otro, sino que sea producto necesario de una buena constitución económica y
política de la sociedad, del equilibrio de las fuerzas, de la ecuación y de la
acción conmutativa de todos los partidos y grupos. Pero está visto que el individualismo
es la disgregación y la dispersión de las fuerzas; y la dispersión es la
debilidad. Se Impone la asociación por analogía, y por sobre las asociaciones,
elevadas a la categoría de instituciones públicas, el Estado con su acción
reguladora y equilibradora.
Y repito: en
Colombia todo está por hacer. Como el siglo de vida Independiente que pronto
cumpliremos, lo hemos pasado divertidos en el “sport” de la guerra, estamos
singularmente retrasados en todas las sendas del progreso. Tenemos toda una
nación por reconstruir. Nuestros padres y nosotros mismos creímos “hacer
Patria” empleando los fusiles destructores. Necesitamos “hacer Patria” con las
herramientas fecundas del trabajo.
Pero ¿cómo
se pretende que nos dejemos deslizar dormidos sobre la balsa, abandonados al
amor de la corriente de las aguas perezosas y turbias de este Magdalena de
nuestras costumbres? Así nunca llegaremos al mar donde hace tiempo navegan los
bajeles de las demás naciones. Un remo llevamos en la mano, ¡voto a bríos! y
debemos emplearlo para bogar más aprisa y en dirección determinada. Campo al
Estado previsor y activo.
Yo he podido
renunciar, como en efecto he renunciado, una vez por todas y para siempre, a
ser un revolucionario con las armas, pero no he renunciado a ser un revolucionario
y un agitador en el campo de las ideas. Cada mañana toco tropas a las que he
venido profesando, y pasada la revista revaluadora, doy de baja sin pena a las
que hallo inútiles para el servicio y las repongo con otras jóvenes y robustas.
Querría que así procediesen todos, en vez de apacentarse en la inercia del
pensamiento y de la acción. Si el país se pierde es por pereza. ¡Trabajemos!
jueves, abril 05, 2018
Un mundo raro
Por: Salomón Kalmanovitz
EL ESPECTADOR Marzo 25 de 2018
EL ESPECTADOR Marzo 25 de 2018
Mientras
la bolsa de Nueva York aumentaba sistemáticamente, Donald Trump vociferaba que
el éxito era resultado de sus “grandiosas” políticas de reducir impuestos y
favorecer a los ricos. La semana
pasada las cotizaciones del índice S&P de 500 empresas cayeron 6%, la caída
más brusca en dos años, resultado de su política comercial confrontacional y
caótica; por esta vez, el presidente guardó un silencio prudencial.
La política comercial de Trump impone tarifas a productos como el acero y el aluminio,
que son insumos de miles de productos industriales norteamericanos y que traban
las cadenas internacionales de insumo - producto
que caracterizan a las grandes corporaciones modernas. Aunque la medida fue corregida con muchas excepciones para
Canadá, México y Europa, fue seguida por aranceles estampados contra China, por
un valor de US$ 60.000 millones. China respondió con la
imposición de cargas a las exportaciones de soya y carne de cerdo de Estados
Unidos, y amenaza además con liquidar buena parte de la deuda norteamericana
que ha comprado por décadas, precipitando un aumento inusitado de las tasas de
interés que tendría que pagar el tesoro norteamericano. En una guerra comercial todos pierden.
La mayor parte de la profesión
económica está de acuerdo en que los déficits comerciales de los países se
deben a excesos de gasto interno, asociados en especial al gasto público. Estados Unidos tuvo en 2017 un
déficit fiscal de 3,5% de su PIB y otro en su déficit en cuenta corriente de
2,4% del PIB. A pesar del déficit
externo, la producción industrial está creciendo casi al 4% anual, o sea que su
aparato fabril se complementa bien con las importaciones.
La perspectiva es que el recorte
impositivo aprobado por el Congreso va a aumentar el déficit fiscal y con ello
también el gasto en general y en importaciones. Las restricciones contra un país se convertirán en oportunidades
para otros países o simplemente en desvíos de comercio. Por ejemplo, se reducen las importaciones de acero de China, pero
aumentan las de Vietnam de acero y otras manufacturas chinas. El nacionalismo obtuso no puede
reconocer la naturaleza del problema y los remedios que encuentra enferman
tanto a Estados Unidos como al mundo.
Se evidencia el carácter destructivo de la extrema derecha gobernando al país
más rico del mundo.
La extrema derecha colombiana,
que mucho se identifica con Trump, muestra rasgos similares: durante las dos
administraciones de Uribe Vélez se devolvieron tantos impuestos que el país
acumuló déficits fiscales estructurales que Santos no enfrentó de manera
adecuada. Esos faltantes fueron
financiados con un aumento vertiginoso de la deuda pública interna y externa y
causaron déficits externos sistemáticos, incluso en tiempos de las bonanzas de
precios de petróleo y carbón. Su
caída tuvo efectos contractivos desastrosos que aún padecemos.
Las
propuestas electorales de Iván Duque en materia económica son igualmente
peligrosas. Está resuelto a reducir
impuestos de nuevo; para pasar la amarga píldora, va el dulce del aumento del
salario mínimo. Lo cierto es que va
a causar consecuencias nefastas:
otro aumento de la deuda pública con la pérdida del grado de inversión del
país, espantando la inversión extranjera; una reducción dramática del gasto
social con menos educación pública, y la imposibilidad de invertir en
infraestructura.
Es
la conjura de la extrema derecha mundial tocando a la puerta del país. ¿Se la abriremos?
Responder luego del
análisis y contextualización.
1. Diligenciar el Informe o Registro de
Lectura.
2. ¿Por qué en una guerra comercial todos
pierden?
3. ¿Qué significa el
hecho de aumentar aranceles a una serie de productos importados por un país?
4. Si China liquida parte de la deuda
norteamericana: ¿Qué puede ocurrir con la economía de los Estados Unidos?
5.
¿Qué
consecuencias podría traer el aumento de los aranceles al acero y el aluminio
en la cadena de producción industrial?
6. Si China impone
nuevas cargas impositivas a las exportaciones de soya y carne de cerdo de
Estados Unidos ¿Qué significado
tiene comercialmente?
7.
¿Cuáles
son las consecuencias que prevé el profesor Salomón Kalmanovitz si el Congreso
de Estados Unidos aprueba un recorte presupuestal al gobierno del presidente
Donald Trump?
8.
¿Por
qué las restricciones económicas contra un determinado país se convierten en
oportunidades para la economía de otros países o en desvíos de comercio, debido
a la oferta a nivel global?
9. Según el
artículo, la perspectiva a corto plazo es un aumento del déficit fiscal, y con
él también un incremento tanto en el gasto como en las importaciones de Estados
Unidos. ¿Cuál sería la causa que tendría estas nefastas consecuencias para
la economía de EU?
10. Escriba 30 Términos Específicos [el 50%] incluidos en el artículo [el cual contiene 60]
Suscribirse a:
Entradas (Atom)