Comprende tres aspectos:
Origen explicativo de la naturaleza, de donde se conforman todos los seres. Los griegos conciben el universo como algo eterno, y para explicar su origen se ha de recurrir a algo que prevalezca a través del movimiento: para unos será el aire, para otros el agua.
Sustrato, de lo que están compuestos todos los seres.
Causa, que explique el movimiento o cambio.
La primera escuela presocrática que nos encontramos es la de los milesios, sobre el s. VII a. C.; a ellos se debe las primeras identificaciones del arjé. Distinguimos:
Tales de Mileto. Sostiene que el arjé es el agua, que a través de distintos procesos de condensación y rarificación produce ola multiplicidad.
Anaxímenes de Mileto. Identifica el arjé con el aire.
Anaximandro de Mileto. Probablemente el menos convencido del carácter racional del conocimiento, identifica el arjé con algo indeterminado, al que denomina apeiron, algo que no podemos entender o conocer.
Pitágoras, tras estudiar matemáticas en Egipto regresa a Grecia donde funda una escuela que, por su carácter esotérico y cerrado más bien puede considerarse como una secta.
Introducen las matemáticas como la estructura del universo. En un principio observaron que la realidad tiene un comportamiento matemático: se pueden medir fenómenos, se observan proporciones.
Llegan a la conclusión de que el orden del Universo es matemático; y como todo lo matemático puede reducirse a números, llegaron a la conclusión de que el arjé de las cosas son los números.
Según los pitagóricos los números aparecen en parejas, por lo que afirman que la naturaleza es algo dualista: noche-día, macho-hembra, Todo se organiza por parejas de la que destacan par - impar.
Finalmente asignan a cada cosa un número. Por ejemplo, al Universo, por considerarse perfecto, se le asigna el número 10, que para los griegos era el número más perfecto. Por eso el Universo habría de estar formado por una gran masa de fuego, que es el sol, rodeado por nueve planetas que giran en órbitas circulares.
Entre los siglos
VI - V a. C. nos encontramos con la figura de Heráclito de Éfeso. Parte
del dinamismo y movimiento del Universo, movimiento que, sin embargo, según él,
no nos lleva al caos, sino que está sometido a un orden, armonía o ley:
la dialéctica. Esta es consecuencia del equilibrio que se produce entre
la lucha de contrarios. La dialéctica es pues, según Heráclito, el arjé
explicativo del Universo, que representó mediante el fuego.
Parménides de Elea, sostiene, sin
embargo, tesis contrarias a las de éste.
Partiendo de unas
afirmaciones a primera vista evidente:
· lo que es existe
·
lo que no es no existe,
Llega sin embargo
a unas conclusiones bastante peculiares:
·
el movimiento no existe, puesto que es el
cambio de una cosa que es a otra que no es, o viceversa.
·
la diversidad no existe, porque si
existiera más de un ser, uno no sería el otro y el otro no sería el primero.
El arjé será por
lo tanto un ser inmóvil y único; es pues, el único filósofo griego que niega el
movimiento.
Sin embargo, hay
que explicar un movimiento que parece evidente. Para ello Parménides
dice que existen dos vías de conocimiento, la vía de los sentidos o la opinión
(doxa) y la vía de la razón o la verdad (aletheida). Los sentidos
nos engañan hasta el punto que nos parece que existe el cambio. Sin embrago, la
razón nos puede demostrar que el movimiento es algo imposible.
Tuvo dos
discípulos, Zenón de Elea y Melisso de Samos que demostraron
racionalmente la imposibilidad del movimiento mediante aporías,
razonamientos de los cuales si admitimos los fundamentos tenemos que admitir
las conclusiones.
De la unidad no
puede surgir la pluralidad, porque supondría el paso del ser al no ser.
A partir de
Parménides los filósofos adoptan el pluralismo, es decir, admiten una
pluralidad de realidades que existen desde siempre y que por lo tanto son
eternas.
El primer pluralista fue Anaxágoras (s. V a. C.), según el cual la realidad está formada por unas partículas que denominó homeomerías, que traducido literalmente significa todo está en todo y participa de todo.
Para explicar el cambio de estas partículas, el movimiento, nos habla de un nous o entendimiento universal: una realidad espiritual, divina, que imprime el movimiento a esta partícula provocando su mezcla y la creación de sucesivos y eternos mundos. Es un concepto muy importante, pues es la primera vez que aparece la idea de una realidad divina.
Sin embargo, una
vez llegado a este punto no acierta a completar sus teorías: ¿creó esa realidad divina las partículas?,
¿es eterna?
Recurre entonces a
una segunda explicación mediante el éter, homeomerías especiales en
eterno movimiento, que imprime éste movimiento a las restantes. Anaxágoras pues
se debate entre el finalismo y el mecanicismo.
Demócrito de Abdera (s. V a. C.), recibe su influencia de los planteamientos de Parménides: existe una única realidad en el Universo, pero esa realidad no tiene por qué ser esférica. Para él los átomos o partículas que forman el Universo tienen multitud de formas y son eternos, múltiples desde la eternidad.
Para explicar el movimiento, Demócrito afirma que es precisamente el no ser, el hecho de que "el no ser no exista", lo que explica el movimiento. Expliquemos esta idea: el no ser significa la ausencia, el vacío, un vacío que sirve como campo de acción para que se produzca el movimiento, para que el átomo se dirija a éstas zonas y se combine. El movimiento no surge en un momento determinado, es eterno.
¿Existe algún
orden, una realidad que le confiera una finalidad? No, según Demócrito el
Universo no tiene finalidad externa ni está sometido a un Dios. Se define pues
totalmente por el mecanicismo: para él los movimientos se producen al
azar.
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