Orlando Arroyave Álvarez
Profesor de Psicología de la U. de Antioquia.
Revista de Psicología. Vol. 1. No. 2. Julio - Diciembre de 2009
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.
Departamento de Psicología
La psicología ha carecido en las últimas décadas de una
adecuación conceptual y metodológica, a lo que el escritor John Brockman ha denominado
la “tercera cultura”. Para Brockman esta “filosofía natural” la conforman dos
campos de saber; uno, un nuevo humanismo que concibe la cultura, el lenguaje y
al hombre dentro de una explicación naturalista, y que además hace uso de la
sabiduría, la literatura o el arte para la comprensión del hombre y el
Universo.
Para esta nueva concepción epistémica, también denominada “nuevo
humanismo científico”, el hombre de ciencia no es enemigo de la tradición
literaria, filosófica o de sabiduría; la ciencia ilumina su ejercicio de
comprensión con otros saberes. Por lo demás, este nuevo humanismo no se opone a
la ciencia y a la tecnología contemporáneas. Estas nuevas ciencias y estas
nuevas tecnologías son el segundo campo propio de la “tercera cultura”.
La ciencia moderna fue renovada en el s. XX con especializaciones
y campos de investigación, que han pluralizado los objetos de indagación
científica, las tecnologías y sus aplicaciones, y que se expresan en
disciplinas, técnicas, hipótesis o ciencias como la astrofísica, la nanotecnología,
la física cuántica, la informática, la incertidumbre, el caos, la complejidad,
los fractales, la ingeniería genética, los sistemas emergentes. Uno de los
objetos renovados, por la ciencia contemporánea, es la “mente”; un concepto
ahora dentro de un marco postmetafísico, esto es, una explicación evolucionista
o naturalista de la mente.
El ensayo El Cisne Negro, de Nassim Nicholas Taleb, está
concebido dentro de esta nueva visión epistemológica. Taleb se presenta a sí
mismo como un pensador de la incertidumbre más que un hombre de ciencia, un
matemático o un científico. Su libro, lo afirma, trata de la incertidumbre. Una
de las fortunas de la “tercera cultura”, o esta nueva cultura tecno-científica
que surgió en el siglo XX, es la habilidad de estos científicos para divulgar
sus ideas, más allá de las fronteras aldeanas en que habitan los expertos.
Taleb, de origen libanés (o levantino, como gusta a este
pensador ser nombrado), y residente en EU,
es profesor de la U. de Massachussets en Ambherst; sus especialidades son las
probabilidades y la incertidumbre. A diferencia de una epistemología
“anarquista”, como la de Paul Feyerabend, la oveja negra del popperismo, o de
la epistemología “postestructuralista”, en que todo es historia o lenguaje,
Taleb, como matemático “empírico” se ha ocupado de investigar las reglas y la
lógica del juego, la suerte, las probabilidades, la incertidumbre y las
estructuras mentales humanas que la niegan, entre otros fenómenos conexos,
desde una orientación naturalista o práctica.
En este ensayo se ocupa de explorar la incertidumbre. Para su investigación recurre a una metáfora;
“El Cisne Negro” es su metáfora sobre la incertidumbre. Nuestro mundo está
gobernado por lo imprevisto: “[…] el mundo en que vivimos tiene un número
creciente de bucles de retro-alimentación que hacen que los sucesos sean la
causa de más sucesos”, lo que genera un efecto de bola de nieve, que “afecta
todo el planeta” (p. 28).
El concepto de “cisne negro” fue empollado por Karl Popper. Era
el corazón de su demarcacionismo científico; para discernir entre una teoría
científica, siempre conjetural, de las no ciencias, tales como el psicoanálisis
o el marxismo, tenemos que aplicar el “falsacionismo”.
Su propuesta
se resumía así: lo que podemos hacer, con una teoría científica, no es
verificar si “todos los cisnes son blancos”, sino si hay al menos un cisne
negro. Si encontramos un cisne negro, una hipótesis predominante quedará “falseada”
o “refutada”.
O en el sentido de la sentencia de Taleb, “falsar es demostrar
que se está equivocado”. La hipótesis (“todos los cisnes son blancos”) que
resista un cisne negro, merece el adjetivo de “científica”. Por otro lado, y es
su horizonte filosófico, Taleb considera a Popper como el único filósofo de la
ciencia que se lee y quien escribe para los hombres reales del mundo. Taleb
busca, al igual que Popper, ser tomado como un filósofo de la ciencia (o un
“filósofo científico de la historia”) con su concepto del Cisne Negro: “lo
desconocido, lo abstracto y lo incierto impreciso”, que se manifiesta en lo que
llamamos con tanta impresión, pero con cierta confianza, como realidad.
Su investigación se ocupa, en sus palabras, de los sucesos
trascendentales, altamente improbables. No sería la primera vez que un
economista se convierte en filósofo. La zoología ha comprobado, por su parte,
la existencia de estas aves, en apariencia seres fantásticos de la
epistemología popperiana. Los cisnes negros existen; su hábitat es Australia.
Pero más allá de este descubrimiento empírico, una consecuencia para el
pensamiento contemporáneo de estos eventos es la importancia vital de entender
la incertidumbre.
La idea del Cisne Negro se basa en la estructura aleatoria de la
realidad empírica. Nassim Nicholas Taleb, explora la noción de incertidumbre
aun en las estructuras mentales que hacen posible que siempre ideemos
explicaciones “después del hecho [un cisne negro, por ejemplo], con lo que se
hace explicable y predecible”. Tenemos la tendencia natural (“el empirismo
ingenuo”) a fijarnos sólo en los casos que confirman nuestra historia y nuestra
visión del mundo. Cuando nuestra mente se habitúa a una determinada visión del
mundo considera únicamente los casos que la confirman. A esta tendencia es
posible contraponerle el “empirismo negativo”: los hechos corroborativos no
constituyen “necesariamente una prueba”. Ver cisnes blancos no confirma la
inexistencia de cisnes negros.
Nuestro bagaje, contrario a lo que se piensa, no aumenta a
partir de una serie de hechos confirmativos.
El ejemplo del pavo es
ilustrativo para Taleb
El filósofo Bertrand Russell había refutado al “empirismo
confirmativo” con un pollo. El problema de la Inducción o el Problema del
Conocimiento Inductivo, la “madre de todos los problemas de la vida”, es la
tragedia del pavo antes del día de la Acción de Gracias. Una tarde el pavo
tiene que revisar su creencia; su generoso alimentador, en los últimos 999
días, se convierte en verdugo. Entre mayor grado de confianza del pavo, más
altas son las probabilidades de riesgo.
Esta generalización ingenua nos acosa en cada forma de leer el
mundo. Poner en duda nuestras interpretaciones sobre la realidad, agota.
Nuestras obras artísticas y científicas son productos de nuestra necesidad de
“reducir las dimensiones e imponer cierto orden en las cosas”. Tanto una
novela, un mito o una teoría científica nos ahorran la complejidad del mundo, y
nos protegen de su aleatoriedad. Tendemos a utilizar el conocimiento como
terapia, como estrategia curativa contra la incertidumbre.
La biología confirma esta tendencia humana a reducir las dimensiones
del mundo para darle un orden. En los estudios sobre neurotransmisores se ha
descubierto la relación entre la dopamina, por ejemplo, y la búsqueda innata de
patrones.
Nuestra mente está presa de nuestra biología. Una porción extra
de dopamina disminuye el escepticismo, que se “traduce en una mayor
vulnerabilidad” para la detección de patrones.
La aplicación de L-dopa (droga que se emplea para el tratamiento
del Parkinson) puede producir una mayor propensión hacia “la astrología, las
supersticiones, la economía y la lectura del tarot” (p. 121). Entre los efectos
secundarios de la L-dopa, está la compulsión al juego (pacientes que creen ver
patrones claros en números aleatorios). Taleb advierte al lector que no
pretende reducir la dopamina como la explicación de nuestra interpretación
exagerada o sesgada del mundo, sino mostrar una correlación física y neural en
el funcionamiento cognitivo. Esa misma tendencia a simplificar (somos primates
“ávidos de reglas […] [y necesitado de] reducir la dimensión de las cosas”) nos
empuja a creer que el mundo es menos aleatorio de lo que es. Nuestro cerebro
está diseñado para aprender lo preciso y lo general, no aprende reglas sino
hechos y sólo hechos. Por eso preferimos más lo anecdótico que lo experimental.
Desdeñamos con pasión lo abstracto. Cada prueba experimental muestra que
pensamos mucho menos de lo que creemos, “a excepción, quizá, de cuando pensamos
en esta misma realidad”.
La realidad la abordamos con la “platonicidad”, o el “deseo de
dividir la realidad en piezas nítidas”. Nuestro cerebro-mente confunde el “mapa
con el territorio”, y nos centramos en ‘formas’ puras y bien definidas, sean
objetos, como los triángulos o las ideas
sociales. La platonicidad es el sesgo mental que nos hace pensar que entendemos
más de lo que en realidad entendemos. Confiamos demasiado en lo que sabemos más
que en lo que no sabemos.
La historia es un ejemplo de esos “trastornos” o “sesgos”
cognitivos: (a) La ilusión de comprender cuando el mundo es más aleatorio de lo
que aspiramos o creemos; (b) “la distorsión retrospectiva”, que permite evaluar
los hechos después de ocurridos, y luego, con retrovisor, organizarlos y
explicarlos con una coherencia que asombra; (c) la “valoración exagerada de la
información factual, y la desventaja de los eruditos” que “platonifican” la
realidad sobre los hombre de la calle. A esa tendencia natural de prestar
atención a los casos que confirman nuestra historia y visión del mundo, Taleb
la denomina “empirismo ingenuo”:
confirmamos con facilidad, desconociendo que “una serie de
hechos corroborativos no constituye necesariamente una prueba” (p. 107; las
cursivas son del autor.). Por paradójico que parezca, escribe Taleb:
[…] sé qué afirmación es falsa, pero no necesariamente qué
afirmación es correcta. Si veo un cisne negro puedo certificar que todos los
cisnes no son blancos. Si veo a alguien matar, puedo estar seguro de que es un
criminal. Si no lo veo matar, no puedo estar seguro de que es un criminal (p.
107).
Taleb lleva el falsacionismo popperiano hasta su límite: nos
acercamos más a la verdad mediante ejemplos negativos, que mediante la
verificación. Podemos aprender de los datos, pero no tanto como anhelamos.
Esos “sesgos” (errores sistemáticos “que de forma coherente
muestra un efecto positivo, o negativo del fenómeno”) hacen que nuestra mente
tienda a considerar como más predecible algunos hechos de lo que en realidad
son. El cerebro, esa hermosa máquina de explicar, hábil para hilar sentidos y
encadenar explicaciones, está incapacitada para la idea de lo impredecible. Una
de las frases favoritas de Taleb refleja esa impredictibilidad: “La historia y
las sociedades no gatean: avanzan a saltos”. La historia no tiene un progreso
instrumental y planeado; está bajo la sombra del Cisne Negro.
Esa “platonicidad” se apoya en nuestra memoria limitada y
filtrada; recordamos lo que coincide con los hechos. Sin embargo, el
conocimiento puede tener un valor dudoso al igual que la información. Esa
tendencia a la reducción para interpretar el mundo, puede hacernos olvidar
fuentes de incertidumbre que pueden tener consecuencias que quizá no podamos ni
quiera especular (una catástrofe nuclear o estelar, las guerras, la mayor crisis
bursátil de la historia moderna, etc.).
En una media, Mediocristán, el reino utópico del promedio, lo
importante es la regla que afirma que “Cuando la muestra es grande, ningún
elemento singular cambiará de forma significativa el total”. En el otro reino,
de las singularidades, Extremistán, la regla es: “las desigualdades son tales
que una única observación puede influir de forma desproporcionada en el total”
(por ejemplo, promediar las fortunas de 999 hombres comunes y un
multimillonario como Bill Gates).
Casi todos los fenómenos sociales habitan en Extremistán. Taleb
propone una lista de esos fenómenos: la riqueza, los ingresos, las ventas de
libro por autor, las citas bibliográfica por autor, el reconocimiento de
nombres como “famosos”, el número de referencias en Google, la población de las
ciudades, el uso de las palabras de un idioma, el número de hablantes de una
lengua, las guerras civiles, entre otros imprevistos que inciden en nuestras
vidas, individuales y como especie.
En el reino del promedio, confundimos la afirmación de “casi
todos los terroristas son musulmanes”, con el aserto de “casi todos los
musulmanes son terroristas”. O la aclaración de John Stuart Mill, citada por
Taleb: “Nunca quise decir que los conservadores en general sean estúpidos. Me
refería a que la gente conservadora normalmente es estúpida (p. 102).
La idea de Taleb es más radical de lo que en apariencia postula.
En una de sus páginas leemos: “Una
pequeña cantidad de Cisnes Negros explica casi todo lo concerniente a nuestro
mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones hasta la dinámica de los
acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal”. Pero el libro de Taleb no merecería
tal importancia si solo explorara estos sesgos cognitivos (o conceptos como “la
especificidad de dominio”, “la falacia narrativa”, “el sesgo de confirmación”,
la información, “las pruebas silenciosas”, entre otros), con sus plurales
ejemplos, o la radicalidad filosófica en que el arjé o principio del universo
es la incertidumbre; el libro tiene una pretensión epistémica y política, que
Taleb nombra como “libertarismo académico”.
Entre sus múltiples dianas de su militancia, podemos tomar dos:
la “ciencia económica” y la aplicación de la estadística a las ciencias sociales,
como divisa de rigor.
En estas ciencias los expertos se sienten obligados a dar una
razón. Taleb ha indicado previamente que “tenemos profesiones en que los
expertos desempeñan un papel, y otras donde no hay pruebas de la existencia de
destrezas”. Su lista, ampliada, la toma del psicólogo James Shanteau.
“Expertos que tiende a ser expertos”: “los tasadores de ganado,
los astrónomos, los pilotos de prueba, los tasadores del suelo, los maestros de
ajedrez, lo físicos, los matemáticos […], los contables, los inspectores de
grano, los intérpretes de fotografía, los analistas de seguro […]”.
Expertos que tienden a ser no expertos: “los agentes de Bolsa, los
psicólogos clínicos, los psiquiatras, los responsables de admisión en las
universidades, los jueces, los concejales, los selectores de personal, los
analistas de inteligencia [v.g. la CIA], […], los economistas, los analistas
financieros, los profesores de economía, los politólogos, los ‘expertos en
riesgo’”, entre otros. En este campo abundan, sin embargo, los “másteres del
universo”.
Como asesor financiero Taleb ha aplicado sus investigaciones a
los comportamientos económicos. Su sentencia es perturbadora: predomina lo aleatorio.
Los organismos multinacionales como el Fondo Monetario
Internacional FMI, en que se encuentran algunos de los más renombrados economistas
del mundo, tienen tan pocos aciertos que parece más una logia de adivinos que
de científicos. Los economistas ganan fortunas, son estrellas mediáticas y los
asesoran equipos que mascan números y proyecciones, y sin embargo no predicen
nada; hacen previsiones después del acontecimiento económico (un “crack”
financiero, la bonanza económica, el futuro de los intereses, etc.). De un
millón de artículos en economía, análisis de inversión y política, pocos tienen
comprobaciones sobre las cualidades predictivas de sus conocimientos, sentencia
Taleb.
Predicen poco, pero cada uno de estos expertos gana cada vez
mayor confianza en sus propias destrezas más que en sus vaticinios. Los
economistas ignoran cualquier información por fuera de su mundo (leen demasiado
periódicos financieros, olvidando, según Taleb, que “la lectura del periódico
disminuye nuestro conocimiento del mundo”).
Los expertos cuentan, no obstante, con el recurso de la
erudición y el buen decir para simular ese conocimiento profundo en el reino de
lo imprevisto como son la economía y la política.
Para este matemático la predicción es la auténtica prueba de
nuestra comprensión del mundo; sólo que esa comprensión es limitada, y casi inexistente
en los fenómenos que investigan las ciencias sociales. Tenemos una tendencia
natural a escuchar a los expertos, aun “en campos en los que es posible que
éstos no existan” como en la política y la economía.
De igual modo, Taleb nos recuerda, de paso, que atribuimos
nuestros éxitos a nuestras destrezas, y nuestros fracasos a la aleatoriedad.
Los homo sapiens somos máquinas de autoengaño. En las ciencias sociales
proliferan los métodos estadísticos complejos y sofisticados que no dan
necesariamente previsiones más acertadas que cuando se utilizan métodos sencillos
en los mismos fenómenos. El uso de la curva de campana (la marmórea “campana de
Gauss”) es uno de esos refinamientos metodológicos inútiles para predecir
sucesos políticos, sociales, económicos o climáticos.
Estos fenómenos tienen demasiado ruido aleatorio (ruido que se
confunde con la información).
Taleb, con este libro tan provocador como sabio, pretende
continuar con la labor de los filósofos, a los que considera como los “perros
guardianes del pensamiento crítico”. Para este matemático de probabilidades, la
filosofía debe transcender la academia o la propia filosofía; la raíz de la
filosofía, según esta concepción popperiana que toma como suya Taleb, son
problemas por fuera de su dominio de pensamiento. Los problemas filosóficos
mueren si esas raíces se secan.
Frente a la tendencia “platónica” de la mente, Taleb exalta las
virtudes de las mentes “aplatónicas” (contrarias a las mentes
“platónicas”); son abiertas, escépticas y empíricas. Hacen parte de las
estirpes del filósofo Sexto Empírico, quien quizá fue el primer en descubrir el
Cisne Negro en el siglo II de nuestra era. Si algo pretende esta filosofía
sería, casi como una fórmula de vida, es “aprender a vivir sin una teoría
general” (p. 265).
Por otro lado, este libro es tan sensato que es casi impracticable.
O para tomar en préstamo una expresión de Taleb, es un libro contrario al
“redil platónico”, que es impune a la presencia de los Cisnes Negros.
Los expertos de las matemáticas podrán encontrar este libro
frívolo. A ese comentario falsamente aristocrático de una élite experta, Taleb
responde que su ensayo es una “meditación compulsiva, no un informe
científico”.
Él también se lamenta, al igual que sus detractores, que las
metáforas y las narraciones tienen más fuerza que las ideas.
El libro frívolo o no, es una introducción divertida y
filosóficamente sana para adiestrar a nuestra mente a la presencia, cada vez
mayor, de Cisnes Negros.
Este libro combina tan sabiamente metáforas, historias e ideas,
que quizá sus críticos o sus detractores pierdan poco si se lo toman en serio.
Además, para expertos y no expertos, el libro tiene un capítulo técnico (“La
curva de campana, ese gran fraude intelectual”) y un breve “glosario” y “notas”
que explican los conceptos de uso propios de la incertidumbre, así como autores
y comentarios que los soportan.
No sobra advertir que el libro de Taleb es ya un Cisne Negro.
Orlando Arroyave Álvarez
Profesor de Psicología de la U. de Antioquia.
Revista de Psicología. Vol. 1. No. 2. Julio - Diciembre de 2009
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.
Departamento de Psicología
Arroyave Álvarez, O. (2011). El Cisne Negro. El impacto de lo
altamente improbable. Revista De Psicología Universidad De Antioquia, 1(2),
97–105.
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