lunes, abril 19, 2021
Byung-Chul Han
[…] El sujeto
obligado a rendir, compite consigo mismo, y cae bajo la destructiva coerción de
tener que superarse constantemente a sí mismo.
Esta coerción
así mismo, que se hace pasar por libertad, termina siendo mortal. La sociedad del cansancio.
Byung-Chul Han
(o Pyong-Chol Han) (Seúl, 195912) es un filósofo y ensayista surcoreano
experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de
Berlín. Escribe en idioma alemán y está considerado como uno de los filósofos más
destacados del pensamiento contemporáneo por su crítica al capitalismo, la
sociedad del trabajo, la tecnología y la hipertransparencia.
Chul Han nació en Seúl. En una entrevista en el
semanario Die Zeit contó que, aunque
crítico con la tecnología, esta le interesa especialmente, y que cuando era
niño jugaba siempre con radios y aparatos eléctricos, pero al final se decantó
por estudiar metalurgia en la Universidad de Corea. Abandonó la carrera tras
provocar una explosión en su casa mientras trabajaba con productos químicos.
Llegó a Alemania con 26 años sin saber alemán ni haber leído casi nada de
filosofía.3 En otra entrevista explicó:
Al final de mis
estudios [de metalurgia] me sentí como un idiota. Yo, en realidad, quería
estudiar algo literario, pero en Corea ni podía cambiar de estudios ni mi
familia me lo hubiera permitido. No me quedaba más remedio que irme. Mentí a
mis padres y me instalé en Alemania pese a que apenas podía expresarme en
alemán. [...] Yo quería estudiar literatura alemana. De filosofía no sabía
nada. Supe quiénes eran Husserl y Heidegger cuando llegué a Heidelberg. Yo, que
soy un romántico, pretendía estudiar literatura, pero leía demasiado despacio,
de modo que no pude hacerlo. Me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la
velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día.
Estudió
filosofía en la U. de Friburgo y literatura alemana y teología en la U. de
Múnich. En 1994 se doctoró en Friburgo con una disertación sobre Martin
Heidegger. En 2000, se incorporó al Depto. de Filosofía de la U. de Basilea,
donde completó su habilitación. En 2010 se convirtió en miembro de la facultad
Staatliche Hochschule für Gestaltung Karlsruhe, donde sus áreas de interés
fueron la filosofía de los siglos XVIII, XIX y XX, la ética, la filosofía
social, la fenomenología, la antropología cultural, la estética, la religión,
la teoría de los medios, y la filosofía intercultural.
Desde 2012, es
profesor de estudios de filosofía y estudios culturales en la U. de las Artes
de Berlín (UdK), donde dirige el Studium Generale, o programa de estudios
generales, de reciente creación.
Han es autor de
dieciséis libros, de los cuales los más recientes son tratados acerca de lo que
él denomina la «sociedad del cansancio», y la
«sociedad de la transparencia», y sobre su concepto
de shanzhai, neologismo que busca identificar los modos de la deconstrucción en
las prácticas contemporáneas del capitalismo chino.
Han se centra en la «transparencia» como norma cultural creada por las fuerzas del mercado neoliberal, que él entiende como el insaciable impulso hacia la divulgación voluntaria de todo tipo de información que raya en lo pornográfico.
Según Han, los dictados de la transparencia imponen un sistema
totalitario de apertura a expensas de otros valores sociales como la vergüenza,
el secreto y la confidencialidad.
Hasta hace poco, Han se negaba a dar entrevistas de radio y
televisión y raramente divulga en público sus detalles biográficos o
personales, incluyendo su fecha de nacimiento. Para rebelarse ante el
capitalismo digital ha desarrollado una fórmula propia de resistencia política:
no tiene smartphone, no hace turismo, solo escucha música analógica, no trata a
su alumnado como clientes y dedica tiempo a cultivar su jardín.
La sociedad de la transparencia
Ningún otro lema domina hoy el discurso público tanto como la transparencia.
Según Han, quien la refiere solamente a la corrupción y a la libertad de información, desconoce su envergadura.
Esta se
manifiesta cuando ha desaparecido la confianza y la sociedad apuesta por la
vigilancia y el control. Se trata de una coacción sistémica, de un imperativo
económico, no moral o biopolítico.
Las cosas se hacen
transparentes cuando se expresan en la dimensión del precio y se despojan de su
singularidad. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.
La sociedad de la transparencia
Ningún otro lema
domina hoy el discurso público tanto como la transparencia. Según Han, quien la
refiere solamente a la corrupción y a la libertad de información, desconoce su
envergadura. Esta se manifiesta cuando ha desaparecido la confianza y la
sociedad apuesta por la vigilancia y el control. Se trata de una coacción
sistémica, de un imperativo económico, no moral o biopolítico. Las cosas se
hacen transparentes cuando se expresan en la dimensión del precio y se despojan
de su singularidad. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.
La salvación de lo bello
Lo pulido, lo
liso, lo impecable, son la seña de identidad de nuestra época. Son lo que
tienen en común las esculturas de Jeff Koons, los smartphones y la depilación.
Estas cualidades ponen en evidencia el actual <exceso de positividad> del
que habla Han en otros ensayos, pero que aquí enfoca y desarrolla en el campo
del arte y de la estética.
La expulsión de lo distinto
Los tiempos en
los que existía el otro han pasado. El otro como amigo, el otro como infierno,
el otro como misterio, el otro como deseo van desapareciendo, dando paso a lo
igual. La proliferación de lo igual es lo que, haciéndose pasar por
crecimiento, constituye hoy esas alteraciones patológicas del cuerpo social. Lo
que enferma a la sociedad no es la alineación ni la sustracción, ni tampoco la
prohibición y la represión, sino la hipercomunicación, el exceso de
información, la sobreproducción y el hiperconsumo. La expulsión de lo distinto
y el infierno de lo igual ponen en marcha un proceso destructivo totalmente
diferente: la depresión y la autodestrucción.
El arte de la falsificación y la deconstrucción en China.
"Shanzhai"
es un neologismo chino que refiere a la apropiación de una forma o una idea,
desestimando su estatus de originalidad. Un shanzai es un fake, un copia
pirata, una parodia.
Aplicado en un
comienzo a las falsificaciones de productos electrónicos y marcas de ropa, este
concepto hoy abarca todos los terrenos de la vida en China: hay arquitectura
shanzhai, comida shanzhai, diputados shanzhai y hasta estrellas del espectáculo
shanzhai. En tanto su atractivo radica precisamente en la variación funcional e
ingeniosa, son mucho más que meras falsificaciones baratas. No pretenden
engañar a nadie. Su capacidad de innovación, que es innegable, no se define por
el genio o la creación ex nihilo, sino por ser parte de un proceso anónimo y
continuado de combinación y mutación.
Psicopolítica
Han dirige ahora
su mirada crítica hacia las nuevas técnicas de poder del capitalismo
neoliberal, que dan acceso a la esfera de la psique, convirtiéndola en su mayor
fuerza de producción. La psicopolítica es, según Han, aquel sistema de
dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder
seductor, inteligente (smart), que consigue que los hombres se sometan por sí mismos
al entramado de dominación.
Buen entretenimiento En este perspicaz ensayo, analiza y relata, tomando como referencia a Kant,
Hegel, Nietzsche, Heidegger, Luhmann y Raushenberg. Las numerosas formas de entretenimiento
surgidas a lo largo de la historia y muestra el arraigo del ocio en nuestro
sistema social. Tan amena como productiva, esta obra nos plantea una original
reflexión sobre si todavía se puede mantener la dicotomía entre pasión y
entretenimiento
Hiperculturalidad
En esta obra, Han utiliza el concepto teórico de hiperculturalidad para distinguirlo de conceptos normativos y mal empleados en el debate actual como multiculturalidad y transculturalidad.
A través del pensamiento de diversos filósofos modernos y
contemporáneos, el presente libro discute la idea cambiante de cultura y muestra
hasta qué punto es necesaria y posible una orientación del todo diferente del
mundo que habitamos. ¿Vivimos finalmente en una cultura que nos da la libertad
de dispersarnos como alegres <turistas> por todo el mundo? Si así fuese,
¿estamos asimilando bien este cambio de paradigma?
lunes, abril 12, 2021
domingo, abril 11, 2021
J. M. Coetzee y nuestros dilemas existenciales
Crítica literaria del
libro “Siete cuentos morales”
Camilo Ángel Urazán * / Especial para El Espectador
El Premio Nobel de Literatura 2003 y uno de los
escritores más prestigiosos de nuestro tiempo cumple hoy 81 años de edad.
Declarado ateo públicamente, no le preocupa en lo más mínimo el concepto de
pecado y por lo tanto de culpa. En cambio, le interesa categóricamente la
exploración moral.
John Maxwell Coetzee nació en
Sudáfrica el 9 de febrero de 1940 y vive en Australia, donde también es
profesor de literatura. Aquí en Roma en 2014.
“Así que esa es la cuestión: si el contacto con
la belleza nos hace mejores”. Las palabras de Helen, hija de Elizabeth
Costello, pronunciadas para abreviar en una frase los radicales
cuestionamientos estéticos de su madre, expresan un asunto filosófico de orden
mayor que atañe a todo aquel que sostiene una relación activa con el arte, bien
sea una relación de consumo o de producción. Con evidente inquietud por
resolver la pregunta sobre el sentido de su oficio de escritora y de su vida
misma, Elizabeth Costello declara en el cuento Una mujer que
envejece “cuando quise, viví en el seno de la belleza. Lo que me
pregunto ahora es: ¿de qué me ha servido toda esa belleza? ¿no será la belleza
otro objeto de consumo como el vino? Uno bebe, lo traga, nos da una breve
sensación placentera, embriagadora, pero ¿qué queda? Lo que el vino deja como
saldo, con tu perdón, es la orina; ¿cuál es el saldo de la belleza? ¿En qué
hace bien? ¿nos hace mejores?”.
A pesar de suponer que su madre le respondería en
su habitual tono escéptico y le diría “que toda esa belleza que hubo en su vida
no le ha hecho ningún bien apreciable, que cualquiera de estos
días se va a hallar a las puertas del cielo con las manos
vacías y un gran signo de interrogación en la frente”, Helen le dice claro a su
madre lo que piensa de su radical cuestionamiento: “Lo que no vas
a decir -porque no sería propio de Elizabeth Costello- es que lo que has
producido como escritora no sólo tiene su belleza, una belleza acotada, desde
luego –no es poesía– pero belleza al fin: forma agradable, claridad, economía.
Lo que no vas a decir es que lo que has escrito ha cambiado la vida de otros,
ha hecho de ellos seres humanos mejores, o algo mejores. No porque tus obras
contengan lecciones sino porque son una lección”. Como era de
esperarse, Elizabeth duda y no está convencida de eso.
¿Es la
belleza un medio o fin? Se me ocurre que esa sería otra manera de plantear la
pregunta y dar cabida en la discusión al viejo asunto ético del arte por el
arte o el arte comprometido, un arte que asume la belleza como un fin en sí
mismo y un arte que la asume como un medio para procurar la justicia. De
acuerdo con lo que podemos inferir del diálogo de sus personajes, el autor de
esta ficción considera más sensato asumir la belleza como una lección, como la
posibilidad de aprender y enseñar algo, como una exigencia moral por encima de
la inherente complacencia estética que supone.
¿Nos hace mejores personas el contacto con la
belleza? En efecto, esa es la cuestión central y pregunta de fondo a la que
responde el libro Siete cuentos morales, obra que desde su mismo
título hasta sus últimas líneas está dedicado a exponer tácitamente la
convicción del autor sobre el propósito didáctico (manifiesto o latente) de
todo texto de ficción. En efecto, la cuestión se traslada por contagio al
lector, bien sea porque éste alguna vez se hizo la pregunta sin considerar
urgente emitir un veredicto o porqué el propósito del texto es causar esta
reflexión; postulado que después de mascarlo con paciencia y a pesar de íntimos
remilgos, yo también suscribo.
Es
innegable que la ficción es una necesidad humana y que acudimos a ella en busca
de placer, entretenimiento, diversión, evasión, en suma, en busca de una
experiencia. Pero digámoslo claro, si detrás de todo esto no hay algún tipo de
enseñanza, inquietud, pregunta, reflexión, aprendizaje, crecimiento o
conocimiento personal o del mundo y sus hechos –por mínimo que sea– entonces en
el mencionado acto de lectura no se podría catalogar formalmente como una
experiencia y, en consecuencia, nos preguntaríamos ¿qué propósito final tiene
la lectura? o siguiendo el hilo de las palabras de Costello ¿cuál es el saldo
que nos deja? ¿nos hizo algún bien que podamos considerar perdurable?
Las
palabras de Kafka, una de las principales influencias de Coetzee, se tornan
felizmente apropiadas para responder a estas preguntas: “Pienso que sólo debemos
leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no
nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en
leerlo? ¿Para qué nos haga felices, como dice tu carta? Cielo santo, ¡seríamos
igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! (…) Un libro debe ser el
hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros. Eso es lo que creo”.
En mi caso, ahora yo también estoy convencido de eso; al igual que Coetzee,
quien comprometido con su credo didáctico siembra en nuestro pensamiento por
medio de relatos de ficción, urgentes reflexiones a propósito de la conducta y
el comportamiento humano.
Según el Diccionario
Filosófico de André Comte-Sponville moral es “el conjunto de las
reglas que yo me impongo a mí mismo, o que debería imponerme, no con la
esperanza de una recompensa o el temor de un castigo, que sería sólo egoísmo,
no en función de la mirada del otro, que sería sólo hipocresía, sino al
contrario, de forma desinteresada y libre: porque me parecen imponerse
universalmente (para todo ser razonable) y sin que haya necesidad para eso de
esperar o temer cualquier cosa”.
Entonces
el asunto de este libro bien logrado no se trata de la belleza, el amor o la
compasión; ni tampoco de la furia, la indiferencia o la aprobación de Dios.
Consiste
esencialmente en un necesario llamado a cumplir con el deber inherente de todo
ser humano por el simple hecho de pertenecer a la especie, el único deber o el
que resume todos los demás deberes: actuar humanamente. Son los humanos los
únicos que tienen deberes en esta Tierra, ningún otro ser vivo que la habite ha
desarrollado lenguaje simbólico complejo, consciencia y –gracias a esto– la
capacidad de distinguir entre el bien y el mal. Para poder ser considerado como
tal el ser humano debe ser un ser moral, pues la moral es aquello por lo cual
la humanidad llega a ser humana, en el sentido normativo del término (en el
sentido en que lo humano es contrario de lo inhumano), al rechazar la apatía y
la barbarie que no dejan juntas de amenazarla, de acompañarla, ni de tentarla.
O recordarnos, a fuerza de tragedias y dolor, nuestra condición animal.
Es precisamente el hecho de experimentar primordialmente la inmanencia del instinto, el deseo y las emociones, como consustanciales
a la condición humana, lo que lleva a Coetzee a llamar la atención sobre la
necesidad de percatarnos de la inmanencia de la condición moral de la especie,
más allá de credos, cultos y religiones, sino obedeciendo al hecho biológico de
experimentar empatía y poder tomar decisiones que vayan más allá del egoísmo,
es decir, de recompensas que solo benefician al individuo que decide. O de
igual forma, también gracias a ese cambio de perspectiva (empatía) llamado
coloquialmente ponerse en los zapatos del otro, juzgar las decisiones de otra
persona; aquellas decisiones que tornamos a calificar como egoístas por
contravenir intereses propios.
Si bien es descabellado afirmar que los
correspondientes siete pecados capitales discurren con sigilo y son el tema de
fondo de estos siete cuentos morales, no es insensato considerar que de alguna
u otra manera en cada uno de los cuentos habita una reflexión laica sobre las
siete virtudes antagónicas de las pecaminosas faltas, una meditación puesta en
escena por medio de historias y situaciones en que los personajes se enfrentan
a dilemas morales relacionados con la libertad, la justicia, la belleza, la
verdad y la muerte.
Es evidente que al autor, declarado ateo
públicamente, no le preocupa en lo más mínimo el concepto de pecado y por lo
tanto de culpa.
En cambio, le interesa categóricamente el ya analizado concepto de moral y su relación en
términos deónticos[1]
con el principio o valor que desde Aristóteles hasta Hofmansthal motiva la
voluntad humana de darle forma al fluir de la vida y orden a la anarquía del
mundo: la justicia. “No
me interesa el amor, lo único que me interesa es la justicia”, le expresa
Elizabeth Costello a su hijo John en una conversación sobre los gatos de la
calle que ha decidido proteger; una filosófica charla sobre la relación de los
hombres con los animales.
Tema recurrente en la obra de este autor, premio
nobel de literatura del año 2003, que aparece igualmente en otros libros
como En defensa de los animales (1999) y Elizabeth
Costello (2003), y tema también con el que comienza y se cierra este
libro.
El perro, cuento con el que abre el libro, es una historia
donde el odio de un animal y el miedo de una muchacha se encuentran dos veces
al día en la reja de la casa de unos ancianos apáticos, que luego de ser
interpelados por la joven, aseguran que simplemente su mascota es un buen perro
guardián. Siguen los cuentos Una historia y Vanidad. El
primero, un relato sobre la ausencia de culpa, la fidelidad y la libertad en
una relación matrimonial. El segundo, una historia sobre una mujer mayor que
anhela volver a sentir posarse sobre su cuerpo la mirada del deseo, y para eso
se corta y pinta el pelo de un modo que llama la atención de sus hijos y sus
nietos, quienes van a visitarla a su casa en su cumpleaños número sesenta y
cinco.
Esa es precisamente la entrada y regreso de
Elizabeth Costello, quien de ahí en adelante será la protagonista del resto de
historias. Una mujer que envejece, La anciana y los gatos, Mentiras y El
matadero de Cristal, son cuatro cuentos en los que se funde la ficción y el
ensayo, la literatura y la filosofía, la sombra de la muerte poniendo a prueba
nuestras más altas categorías morales y estéticas (justicia, verdad, belleza) y
el claroscuro de la empatía obstinándose en no naufragar en medio del
irreprochable mar de la injusticia y la impotencia. Una empatía que Costello
juzga innata en nosotros, al menos en esta época, y que podemos optar por
cultivarla o dejar que se marchite.
Elizabeth es una mujer mayor de edad que se ha
ganado la vida y un prestigio internacional como escritora, y entrada ya en los
años definitivos sabe que pontificar no es más que ponerse la más pesada de las
máscaras. Aproximándose a la muerte duda de todo: de su oficio, de su vida, de
su obra. Pero a pesar de esto no deja de insistir en el valor de la justicia –
y algunas virtudes afines como la generosidad, la caridad y la templanza– o al
menos eso es lo que nos dicen acciones como proteger a un hombre desamparado y
poco dotado mentalmente para ser autónomo, proteger también a los gatos que
todo el pueblo desprecia y solicitar a su hijo, reconociendo el decaimiento de
su salud y su juicio, la mirada de unos textos de los cuales sospecha que algo
pueda valer la pena.
A pesar del ánimo lúgubre que reconoce o el humor
otoñal como lo nombra su hijo John, “soy la que solía reír, pero ya no ríe. Soy
la que llora”. A pesar de la inminencia de su muerte o del ruido cartesiano del
reloj de su consciencia: la duda. A pesar de experimentar el naufragio de sus
convicciones por comprobar a donde mire la tiranía del egoísmo humano. A pesar
de todo esto Elizabeth se aferra a una última creencia que podríamos considerar
el núcleo de su código moral como escritora: el deber de escribir para
trasmitir a los otros la memoria de los seres insignificantes cuyo camino se
cruzó con el suyo cuando iban rumbo a la muerte. En su caso particular, la
memoria de los animales. Ella misma había afirmado que “el mundo no sigue
andando gracias al amor sino gracias al deber” y el deber que ella se impuso
por considerarlo un imperativo moral es la justicia, ejercida a través del
poder de las palabras para generar y trasmitir la memoria de todo lo que la
oscuridad y el olvido devora de manera inclemente, como esos “millones de
pollitos a quienes les concedemos la gracia de vivir un día antes de
triturarlos porque no tienen el sexo que queremos, porque no encajan en nuestro
proyecto comercial”.
En definitiva, Siete cuentos morales es
un libro que nos interpela; un tejido fino de ficciones que disertan y exponen
la condición humana como un campo de tensión entre las emociones y la razón,
entre el anhelo y la fatalidad, entre la fe y la duda. Somos el lugar donde
encarna la contradicción, la paradoja y el dilema moral. El egoísmo y la
vanidad nos determinan como especie. Sin certezas de ningún tipo navegamos en
un mar de incertidumbre rumbo a la oscuridad. Enfermamos y morimos sin remedio
o salvación. Pero nada es excusa para ser crueles, apáticos y mezquinos.
Frente a este lúgubre escenario, Elizabeth Costello
opta por la empatía y la justicia como dos cirios morales para caminar entre
las sombras. Abrumada por la pérdida de claridad mental y de la fe en la
historia, por el hundimiento y disolución de sus creencias en la niebla y
confusión de su cabeza, Elizabeth se aferra a la escritura como posibilidad de
establecer un tribunal paralelo llamado memoria.
No podemos restituir lo perdido, pero podemos
lograr que no se olvide.
*
Profesional en Creación Literaria de la Universidad Central de Colombia,
tallerista y estudiante de la Maestría de Escrituras Creativas de la
Universidad Nacional, línea de Poesía.
[1] La lógica deóntica ('lo debido , lo necesario') es la
lógica de las normas y de las ideas normativas. Su campo de estudio
corresponde, como «autorizado», «prohibido», «obligatorio», «indiferente».
miércoles, abril 07, 2021
La emergencia viral y el mundo de mañana Byung-Chul Han
Byung-Chul Han, el filósofo
surcoreano que piensa desde Berlín
EL PAÍS
Los países asiáticos están gestionando mejor
esta crisis que Occidente. Mientras allí se trabaja con datos y mascarillas,
aquí se llega tarde y se levantan fronteras
El coronavirus está poniendo a
prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que
Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se
registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un
período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España
19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor
fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la
tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la
prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes.
Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y
coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los
precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir
billetes de vuelo para China o Corea.
Europa está fracasando. Las
cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede
controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan
los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero
también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son
evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en
la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de
excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición
de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar
intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco. Entre tanto
también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un acto
totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde
nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de
salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa
es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
Las
ventajas de Asia
En comparación con Europa,
¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir
la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o
Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición
cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que
en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también
en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente
que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan
fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría
encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir
que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos,
sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un
cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de
la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.
Varios ciudadanos, todos ellos
con mascarilla, hacen cola para coger el autobús el pasado
La conciencia crítica
ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se
habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y
Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos.
Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para
los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los
ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta
social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté
sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada
actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien
tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las
redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy
peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee
periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos
obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo
de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es
posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de
datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades.
Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos
no aparece el término “esfera privada”.
En China hay 200
millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy
eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No
es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de
inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los
espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los
aeropuertos.
Toda la infraestructura para
la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la
epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado
automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal.
Si la temperatura es
preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una
notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba
sentado dónde en el tren.
Las redes
sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las
cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige
volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una
multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los
europeos sería distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia
en China.
Los Estados asiáticos tienen
una mentalidad autoritaria. Y los ciudadanos son más obedientes
Ni en China ni en otros
Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón
existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La
digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo
cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado.
No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está
muy propagado en Asia.
Al parecer el big data resulta
más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en
estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la
protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus
comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet
comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y
con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién
me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde
me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la
temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una
biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla
activamente a las personas.
En Wuhan se han formado miles
de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose
solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos
averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo
observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto
respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la
epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien
dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras
sigue aferrada a viejos modelos de soberanía.
La lección de la epidemia debería
devolver la fabricación de ciertos productos médicos y farmacéuticos a Europa
No solo en China, sino también
en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a fondo para contener
la epidemia.
En Taiwán el Estado envía
simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que
han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y
edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana,
Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles
infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en
Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la
“Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están
registrados en la aplicación.
No se tiene muy en cuenta la
protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay
instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada
tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado
por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material
filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un
infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder
que se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de salud
coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen otra cosa
que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil del movimiento
de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto con ellos.
Ha comenzado un éxodo de
asiáticos en Europa. Quieren regresar a sus países porque ahí se sienten más
seguros
Una diferencia
llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En
Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias
especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales
mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas protectoras especiales con
filtros, que también llevan los médicos que tratan a los infectados. Durante
las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro de
mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas
enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las
suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas
para su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay
incluso una aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden conseguir
aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras, de las que se ha
suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva a
contener la epidemia.
Los coreanos llevan
mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. Hasta los
políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras.
También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las
conferencias de prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla.
Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es
un disparate. ¿Por qué llevan entonces los médicos las mascarillas protectoras?
Pero hay que cambiarse
de mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su
función filtrante. No obstante, los coreanos ya han desarrollado una
“mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que incluso se puede
lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. En
realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos. En
Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para
conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre
el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales
sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo
cual es una mentira. Europa está fracasando.
¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible.
En una situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo.
Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los
infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera.
En la época de las ‘fake
news’, surge una apatía hacia la realidad. Aquí, un virus real, no informático,
causa conmoción
En los países europeos casi
nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son asiáticos. Mis
paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando
las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un
individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta.
Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes
de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz
descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí
me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran.
En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas.
Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho. ¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y farmacéuticos. El presidente de Corea del sur, el tercero por la izquierda, el pasado 25 de febrero en el Ayuntamiento de Daegu.
A pesar
de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la
pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”,
que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A
qué se debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan
desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo
invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo?
La “gripe española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel
momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la
epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad
totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo.
Como en
los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se
caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la
circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime
todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la
promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los
ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los
peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso
de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción
y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra
sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la
depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y
a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo
contra sí mismo.
Umbrales
inmunológicos y cierre de fronteras
Pues bien, en medio de
esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global
irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales
inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos
contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El
pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso
global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos
vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la
positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay otro motivo para el
tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La
digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la
resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La
digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la
resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge
una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de
ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a
hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de
pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.
La reacción pánica de los
mercados financieros a la epidemia es además la expresión de aquel pánico que
ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen
que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del
índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha
generado en los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al
estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado
el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el
miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido
también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho
mayor.
Zizek afirma que el virus
asesta un golpe mortal al capitalismo, y evoca un oscuro comunismo. Se equivoca.
Žižek afirma que el virus ha
asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree
incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca.
Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como
un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su
sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún
con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no
puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a
Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi
Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo
sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida
a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en
Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a
Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso,
como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación
normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo
islámico consiguió del todo.
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia.
La
solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que
permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos
dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga
una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes
tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y
también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros,
para salvar el clima y nuestro bello planeta.
Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista surcoreano que
imparte clases en la U. de las Artes de Berlín. Autor, entre otras
obras, de: ‘La sociedad del cansancio’, publicó hace un año ‘Loa a la tierra’,
en la editorial Herder.
Traducción de Alberto Ciria. 22 marzo 2020
https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado
diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, explica en Barcelona sus
críticas al “infierno de lo igual”.
“In Orwell’s ‘1984’ society knew it was being
dominated. Not today”
“En la sociedad de
Orwell '1984' sabía que estaba siendo dominado.
Carles Geli EL
PAÍS
Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente practicando binge watching (atracones de series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de Berlín.
Libros como La sociedad del cansancio, Psicopolítica o La expulsión de
lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso
intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus
manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta
coleta en la cabeza.
“En la orwelliana 1984 esa
sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa
consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea
de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó
sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular
cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se
autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el
desierto, o el infierno, de lo igual”.
Autenticidad. Para Han, la
gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los
demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy
auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”.
Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Autoexplotación. Se ha pasado,
en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se
vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se
triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se
está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el
síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra
quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es
“la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas
de comida o de productos de consumo u ocio.
‘Big data’.“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”.
¿La revuelta pasaría por dejar de
compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a
facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el
sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través
de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos
visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta
digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las
profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.
Comunicación. “Sin la
presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información:
las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo
igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos;
estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación
global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual
no duele!”.
Jardín. “Yo soy diferente;
estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante
tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la
realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la
alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo
digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es
la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El
jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.
Narcisismo. Sostiene Han que
“ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema
reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro
“uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. El
narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte:
“Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan
injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al
mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.
Otros. Es la clave de sus
reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la
producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos
iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas
fuéramos distintas”. Por ello propone “regresar al animal original, que no
consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede
que al final el sistema implosione por sí mismo... En cualquier caso, vivimos
en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea
trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su
capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal
original”.
Refugiados. Han es muy claro:
con el actual sistema neoliberal “no se siente temor, miedo o asco por los
refugiados sino que son vistos como carga, con resentimiento o envidia”; la
prueba es que luego el mundo occidental va a veranear a sus países.
Tiempo. Es necesaria una
revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo, profesor en Berlín. “La
aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo
propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de
fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no
debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el
tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”.
EL “MONSTRUO” DE LA
UE Y LA 'BODA' CATALUÑA - ESPAÑA
“Estamos en la Red,
pero no escuchamos al otro, solo hacemos ruido”, dice Byung-Chul Han, que viaja
lo justo y no hace turismo “para no participar del flujo de mercancías y
personas”. También reclama una política nueva. Y la relaciona con Cataluña,
tema cuya tensión rebaja bromeando: “Si Puigdemont promete volver al animal
original, me hago separatista”.
Y ya en lo político,
lo enmarca en el contexto de la Unión Europea: “La UE no ha sido una unión de
sentimientos sino comercial; es un monstruo burocrático fuera de toda lógica
democrática; funciona a golpe de decretos...; en esta globalización abstracta
se da un duelo entre el no lugar y la necesidad de ser de un lugar concreto; el
especial está incómodo y genera desasosiego y estalla lo regional. Hegel decía
que la verdad es la reconciliación entre lo general y lo particular y eso hoy
es más difícil...”. Pero acude a su revolución temporal: “Las bodas forman
parte de la recuperación del tiempo de fiesta: a ver si hay una entre Cataluña
y España y se reconcilian”.
https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html