Taller Grado 9° Ciencias Sociales
Responder las 3 Preguntas al final del
texto
Cartas a Stalin
Mihail Bulgákov - Evgeni Zamiatin
Mijaíl
Afanásievich Bulgákov a Iosif Vissariónovich Stalin
Al Secretario General del Partido I. V.
Stalin, al Presidente del Comité M. I. Kalinin, al jefe del Servicio de Bellas
de Artes A. I. Sviderski, a Alexei Maksimovich Gorki.
Del literato Mijail Afanásievich Bulgákov
(Moscú, Bolshaia Pirogovskaia 35-a, apto. 6, Tf. 2-03-27).
Solicitud
Hace diez años que comencé a desempeñar
mi trabajo literario en la URSS.
De esos diez años, he consagrado a mi
tarea de dramaturgo los cuatro últimos, durante los cuales he escrito cuatro
obras de teatro. Tres de ellas (Los días de los Turbín, El apartamento de Zoika y La
isla púrpura) han sido puestas en escena por los teatros estatales de
Moscú; y la cuarta, La huida,
en principio autorizada para su representación en el Teatro de Arte de Moscú,
fue prohibida posteriormente durante el montaje de la obra.
Acabo de saber que han sido prohibidas
las representaciones de las obras Los
días de los Turbín y La isla púrpura. El apartamento de Zoika fue retirada en la pasada temporada,
después de 200 representaciones, por orden de las autoridades.
De modo que, en la presente temporada
teatral, todas mis obras se encuentran prohibidas, incluyendo Los días de los Turbín, que
ha sido representada cerca de 300 veces.
Ya anteriormente mi relato Notas sobre los puños de las
camisas había sido
prohibido. Prohibida la reedición de mi colección de relatos satíricos
Diaboliada, prohibida la edición de mi colección
de ensayos satíricos, prohibida la lectura en público de Las aventuras de Chichikov.
La publicación de mi novela La
guardia blanca en la revista Rossia se ha visto interrumpida, puesto que
la misma revista ha sido prohibida.
A medida que iba sacando a la luz mis
trabajos, la crítica en la Unión Soviética me ha ido prestando mayor atención;
con todo, ninguna de mis obras, ya se trate de textos en prosa ya de obras de
teatro, ha recibido jamás en ninguna parte juicio aprobatorio alguno; por el
contrario, cuanta mayor notoriedad adquiría mi nombre en la URSS y en el
extranjero, más virulentas se hacían las críticas de la prensa; hasta adquirir
finalmente el carácter de injurias desenfrenadas.
Todas mis obras han recibido críticas
desfavorables, monstruosas; mi nombre ha sido difamado, no sólo en la prensa,
sino también en obras como la Enciclopedia
Soviética y la Enciclopedia Literaria.
Impotente para defenderme, en distintas
ocasiones he solicitado un permiso para dirigirme al extranjero; aunque tan
sólo sería por un breve periodo de tiempo. Sólo he recibido negativas...
Mis obras Los días de los Turbín y El
apartamento de Zoika me han
sido sustraídas y enviadas al extranjero. En Riga, una editorial ha cambiado el
final de mi novela La guardia
blanca, sacando a la luz bajo mi nombre un libro con un final infame. Me
han sido arrebatados los derechos de autor en el extranjero.
Mi mujer Liubov Evguénievna Bulgákova
presentó entonces una segunda petición para que se le permitiera viajar sola al
extranjero, con el fin de poner en orden mis asuntos; en cuanto a mí, me
comprometía a permanecer aquí en calidad de rehén. Hemos recibido una negativa.
He presentado muchas peticiones para que
me devuelvan los manuscritos que se hayan en poder del G.P.U.; y aparte de las
que han quedado sin respuesta, no he recibido más que negativas.
He pedido autorización para enviar al
extranjero mi obra de teatro La
huida a fin de evitar que me
sea sustraída. He recibido una negativa.
Al cabo de diez años mis fuerzas se han
agotado; no tengo ánimos suficientes para vivir más tiempo acorralado, sabiendo
que no puedo publicar, ni representar mis obras en la URSS.
Llevado hasta la depresión nerviosa, me
dirijo a Usted y le pido que interceda ante el gobierno de la URSS PARA QUE ME
EXPULSE DE LA U.R.S.S., JUNTO CON MI ESPOSA L.E. BULGÁKOVA, que se suma a esta
petición.
Mihail Bulgákov, 1930.
Estimado
losif Visarionovich
Condenado a un castigo
supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la intención de
que le sea conmutada esa pena.
Seguramente mi nombre le es conocido. Para mí, como para
cualquier otro escritor, la privación de la posibilidad de escribir constituye
un castigo mortal; las condiciones que se han creado son tales que no puedo
continuar con mi trabajo, porque resulta impensable realizar cualquier tarea
creativa cuando se trabaja en una atmósfera de acoso sistemático, que se va
reforzando año tras año.
De ningún modo pretendo representar la inocencia ultrajada. Sé
que, durante los 3 ó 4 primeros años que siguieron a la revolución, escribí
algunas cosas que han podido dar pie a ciertas acusaciones. Sé que tengo la
mala costumbre de decir en un momento determinado, no lo que podría resultar
provechoso, sino lo que creo que es verdad. Particularmente, nunca he ocultado
mi actitud ante el servilismo literario, el vasallaje y la hipocresía:
consideraba, y sigo considerando, que eso rebaja tanto al escritor como a la
revolución. En su momento, esa cuestión, planteada de forma brusca y ofensiva
para muchos en uno de mis artículos (en la revista La casa de las Artes, Nº 1,
1920), fue la señal para el comienzo de una campaña de la prensa dirigida
contra mí.
Desde entonces, esa campaña, por diferentes motivos, continúa
hasta el día de hoy; y finalmente ha llegado a tales extremos que la
calificaría de fetichismo: como cuando en otros tiempos los cristianos, para
mayor comodidad, crearon el diablo como personificación de todas las formas del
mal; así, la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética.
Escupir al diablo se considera una buena acción y nadie se priva de hacerlo, de
una forma o de otra. En todas mis obras se ha detectado infaliblemente una
intención diabólica. Para encontrarla, no han vacilado en atribuirme incluso
dones de profeta. Por ejemplo, en uno de mis cuentos (Dios), publicado en la
revista Anales, en el año 1916, algún crítico se las ha ingeniado para
encontrar ya... «Una burla contra la revolución en relación con la transición a
la NEP».
En un relato (El monje Erasmo) de 1920, otro crítico
(Mashbits-Verov) percibía «una parábola sobre lo juiciosos que se hicieron los
jefes durante la NEP». Independientemente del contenido de cualquiera de mis
escritos, basta la simple aparición de mi firma para calificarlo de criminal.
Recientemente, en el mes de marzo de este año, la Oblit de
Leningrado adoptó medidas para que no quedara ninguna duda sobre el particular:
yo había revisado, a petición de la editorial Akademia, la traducción de la
comedia de Sheridan La escuela de la
maledicencia, y había escrito un artículo sobre su vida y su obra.
Naturalmente, no había en ese artículo, y no podía haber, ninguna maledicencia
por mi parte; y no obstante, la Oblit no sólo prohibió el artículo, sino que
incluso prohibió a la editorial mencionar mi nombre como revisor de la traducción;
y sólo después de mi apelación en Moscú, una vez que el Glavit, evidentemente,
le hiciera comprender que no se podía actuar con tal franqueza, se autorizó
tanto la publicación de mi artículo como la inclusión de mi nombre criminal.
Saco a colación ese hecho porque muestra claramente, podría
decirse de forma químicamente pura, la actitud que se ha tenido conmigo. De la
extensa colección de ejemplos que atesoro, aún citaré un hecho más. Ya no se
trata de un artículo fortuito, sino de una pieza de gran envergadura, en la que
he trabajado durante casi tres años. Había creído que esa obra, una tragedia
titulada Atila, conseguiría acallar finalmente a todos los que habían hecho de
mí una especie de oscurantista. Parecía que tenía todos los fundamentos para
albergar esa certeza. La obra fue leída en una sesión del consejo artístico del
Gran Teatro Dramático de Leningrado; en esa sesión estaban presentes
representantes de 18 fábricas de Leningrado; resumo algunos extractos de sus
opiniones (cito el protocolo de la sesión del 15 de mayo de 1928).
El representante de la fábrica Volodarski dijo: «Esta obra,
escrita por un autor contemporáneo, trata el tema de la lucha de clases en la
antigüedad, tema que está en consonancia con la modernidad... Su ideología es
completamente admisible... La obra produce una fuerte impresión y aniquila el
reproche lanzado sobre la dramaturgia moderna acusándola de no producir buenas
obras». El representante de la fábrica Lenin, resaltando el carácter
revolucionario de la obra, encuentra que «esta pieza por su valor artístico
recuerda las obras de Shakespeare.... Una obra trágica, extraordinariamente
repleta de acción, que cautivará a los espectadores».
El representante de la fábrica de hidromecánica considera que
«toda la obra tiene mucha fuerza y resulta sorprendente», y recomienda que se
represente en el aniversario del teatro.
Con lo de Shakespeare los camaradas obreros se pasaron de la
raya; pero, en cualquier caso, M. Gorki escribía a propósito de la obra, que la
consideraba «de un alto valor, tanto desde el punto de vista literario, como
desde el punto de vista social» y que «el tono heroico de la obra y el heroísmo
del argumento no pueden ser más provechosos en nuestros días». La obra fue
aceptada para su representación en el teatro, fue autorizada por el Comité del
Repertorio Central y luego... ¿Se llegó a montar la obra para ese público
obrero que le había dado tal calificación? No: la obra, que ya estaba a mitad
de los ensayos en el teatro y anunciada en cartel, fue prohibida por
requerimiento del Oblit de Leningrado.
La muerte de mi tragedia Atila fue, en verdad, una tragedia para
mí: a partir de entonces, me di cuenta de que cualquier tentativa para cambiar
mi situación resultaría inútil; además, poco después estalló la famosa historia
de mi novela Nosotros y Caoba de Pilniak. Naturalmente, para aniquilar al
diablo se permite la utilización de cualquier estratagema; y mi novela, escrita
nueve años antes, en 1920, fue presentada junto a Caoba, como si fuese mi
último trabajo, mi nueva obra.
Se organizó una persecución sin precedentes en la literatura
soviética, mencionada incluso en la prensa extranjera: se hizo todo lo
imaginable para cerrarme cualquier posibilidad de continuar con mi trabajo.
Comencé a dar miedo a mis antiguos camaradas, a las editoriales, a los teatros.
Quedó prohibida la distribución de mis libros en las bibliotecas.
Mi obra de teatro La pulga,
representada con constante éxito en el Teatro de Arte durante cuatro
temporadas, fue retirada del repertorio. Se suspendió la edición de mis obras
completas en la editorial Federatsia. Cualquier editorial interesada en editar
mis trabajos se expone al fuego inmediato, que ya han experimentado tanto
Federaisia como Tierra y fábrica, y especialmente «la editorial de los
escritores de Leningrado». Esa última editorial incluso se arriesgó a tenerme
durante todo el año como miembro del consejo de dirección y se atrevió a
utilizar mi experiencia literaria, encargándome la corrección estilística de
obras de escritores jóvenes, algunos de los cuales eran comunistas. Esta
primavera, la sección del RAPP de Leningrado logró mi salida del consejo de
dirección y la suspensión de mi trabajo. La Gaceta Literaria lo anunció
triunfalmente, añadiendo de forma inequívoca: «La editorial debe ser
conservada, pero no para los Zamiatin».
Se cerró la última puerta que permitía a Zamiatin llegar al
lector: lo que constituía la publicación de mi sentencia de muerte.
El código penal soviético prevé una pena aún peor que la pena capital:
la expulsión del país. Si realmente soy un criminal y merecedor de una pena,
con todo, pienso que no debe ser tan grave como la muerte literaria; y por eso
pido su sustitución por la expulsión de la URSS, con derecho a que mi mujer me
acompañe. Si no soy un criminal, pido permiso para viajar temporalmente al
extranjero junto con mi esposa, aunque sólo fuera por un año, con la
posibilidad de regresar en el momento en que sea posible en nuestro país servir
a las grandes ideas de la literatura sin tener que actuar de lacayo de gente
insignificante; en el momento en que cambie la opinión, aunque sólo sea en
parte, sobre el papel del escritor en nuestro país. Y creo que ese momento no
tardará mucho en llegar, porque, inmediatamente después de haber creado con
éxito una base material, se plantea de forma ineludible la creación de una
superestructura, un arte y una literatura que realmente sean dignos de la
revolución.
Sé que la vida en el extranjero no me resultará fácil, porque no
puedo permanecer allí, en un medio reaccionario; de eso ofrece suficientes
testimonios mi pasado (me afilié al partido bolchevique durante los tiempos
zaristas, fui encarcelado en esa misma época y fui exiliado dos veces; tuve que
responder ante un tribunal durante la guerra por un escrito antimilitarista).
Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por
mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí, por
esa misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique.
Pero incluso bajo esas difíciles condiciones, allí no me condenarán a guardar
silencio, allí tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea
en ruso.
Si por las circunstancias me
veo ante la imposibilidad (temporalmente, espero) de escribir en ruso, quizá
consiga, como lo consiguió el polaco Joseph Conrad, convertirme temporalmente
en un escritor en inglés, cuando además ya he escrito en ruso alguna cosa sobre
Inglaterra (el relato satírico Los isleños, y otras cosas) y escribir en inglés
no me resulta mucho más difícil que en ruso. Iliá Ehrenburg, sin dejar de ser
un escritor soviético, trabaja desde hace tiempo principalmente para la
literatura europea, escribiendo para ser traducido a lenguas extranjeras: ¿Por
qué lo que se le permite a Ehrenburg no se me permite a mí? Citaré aún otro
nombre: B. Pilniak. Como yo (ha compartido conmigo plenamente el papel de
diablo), ha sido el blanco principal de la crítica; y para descansar de esa
persecución se le ha permitido viajar al extranjero. ¿Por qué lo que se le
permite a Pilniak no se me permite a mí?
Podría basar mi solicitud para viajar al extranjero en motivos
más corrientes, aunque no menos serios: para librarme de una antigua enfermedad
crónica (colitis) necesito seguir un tratamiento en el extranjero; necesito
también estar personalmente en el extranjero para llevar a la escena dos de mis
obras, traducidas al inglés y al italiano (La pulga y La sociedad de los compañeros
honoríficos, que ya han sido representadas en los teatros soviéticos). Además,
la probable representación de esas obras me da la posibilidad de no agobiar al
Narkomfln con una petición de dinero. Todos estos motivos son evidentes; pero
no quiero ocultar que la razón principal de mi petición para que se me permita
viajar al extranjero en compañía de mi mujer es mi desesperada situación como
escritor dentro de la URSS, debido a la sentencia de muerte que ha sido
pronunciada contra mí como escritor.
La extraordinaria atención con que han sido acogidos por su
parte los otros escritores que se han dirigido a usted, me permite tener la
esperanza de que también mi petición sea atendida.
Evgeni
Zamiatin, Junio de 1931
Traducción de
Víctor Gallego para Grijalbo Mondadori
Responder las Siguientes
Preguntas
Al
escribirle a Stalin estos dos escritores se arriesgaron a ser enviados a un
Gulag (campo de concentración en la época de
Stalin) o inclusive ser ejecutados.
1. ¿Qué piensa
usted de esto? Es decir, ¿Cree que valía la pena el riesgo que
corrían con tal de poder salir de la URRS?
En Colombia el artículo
24 de la Constitución Política dice que:
“Todo
colombiano, con las limitaciones que establezca la ley, tiene
derecho a
circular libremente por el territorio nacional, a entrar y
salir de él, y a
permanecer y residenciarse en Colombia”.
2.
¿Qué
piensa de un país dónde sus ciudadanos no pueden salir de
al exterior ni
circular libremente por su territorio?
Según
lo anterior
3.
¿Cómo
cree que era la situación social y política en aquella
época en la URRS?