"Fernando Garavito era un ser de pasiones profundas":
Édison Marulanda Peña
Ángel Castaño Guzmán
Entrevista con Édison Marulanda Peña escritor de "Más que Juan Mosca. Fernando Garavito, escritor y hereje", sobre el
poeta y columnista colombiano muerto en 2010 en un accidente de tráfico.
El periodista Édison Marulanda Peña,
luego de seguirle la pista al Cardenal Darío Castrillón y publicar sobre él un
libro con prólogo de Javier Darío Restrepo, acaba de sacar al mercado con la
editorial de la Universidad de Antioquia el ensayo biográfico Más que Juan Mosca.
Fernando Garavito, escritor y hereje, sobre el poeta y columnista colombiano muerto en 2010 en un
accidente de tráfico.
¿Qué piensa de la
tradición colombiana de las biografías? ¿Han sabido los biógrafos colombianos
huir del hechizo de los personajes cuya vida abordan para dejar investigaciones
serias?
Para empezar, amplío una idea de la
introducción del libro Más que Juan Mosca. Fernando Garavito, escritor y
hereje: en Colombia no existe una tradición de biógrafos renombrados, porque no
hay un interés genuino en buscar que la biografía se consolide como un campo de
la escritura testimonial. No sé si llamarla ironía o paradoja divertida, se
trata del hecho que el biógrafo más reconocido entre nosotros es un exsacerdote
irlandés-australiano, Walter Joe Broderick (con nacionalidad colombiana desde
hace poco tiempo), autor de tres biografías; contratado para la primera,
Camilo, el cura guerrillero (1975), por una editorial estadounidense porque
aquí ninguna del sector pudo despojarse del prejuicio para contar la vida de un
personaje singular en nuestro medio, por ser una síntesis de científico social,
revolucionario y mártir: Camilo Torres Restrepo, de cuya muerte se están
cumpliendo 50 años.
Un escritor y periodista valorado por
la tenacidad reflejada en sus investigaciones biográficas de personajes
históricos es Enrique Santos Molano. Por lo menos dos trabajos suyos tienen que
estar en una suerte de “canon” de la biografía colombiana: El corazón del
poeta. Los sucesos reveladores de la vida y la verdad inesperada de la muerte
de José Asunción Silva (1992), donde expone la polémica tesis del asesinato del
poeta modernista, elemento que convierte su texto en un ensayo con tono de
relato. El segundo es Nariño, filósofo revolucionario, con dos ediciones
(1999/2013), donde reivindica al intelectual perseguido por sus ideas
libertarias, que bebió de la Ilustración. Por cierto, el poder corroborar
cuántas ediciones aguanta una biografía sobre un personaje que no sea histórico
(Bolívar, Santander, Nariño, Miranda, Manuelita Sáenz, etc.), podría ser un
criterio para saber si en Colombia hay o no lectores formados para este género
de escritura híbrida.
Hay que subrayar el aporte de
Indalecio Liévano Aguirre al desarrollo del ensayo biográfico en el país de la
primera mitad del siglo pasado, proclive al melodrama, los versos ripiosos y
las pasiones políticas azuzadas desde la prensa doctrinaria y los
radio-periódicos militantes. La novedad de su libro Rafael Núñez (1944),
consiste en que el análisis de las ideas políticas y económicas que adopta el
regenerador, como de su creación en la poesía, no es relegado para favorecer la
anécdota de sus vicisitudes amorosas. A lo que debe sumarse la tersura del
estilo del joven biógrafo, que no permite a su orientación liberal ninguna
diatriba contra “el hombre más odiado por el liberalismo colombiano”. Y lleva
un prólogo de Eduardo Santos, quien supo ponderar los méritos del trabajo
de aquel estudiante de derecho que lo presentó como tesis de grado.
Sucede que existe una suerte de
círculo irrompible: las editoriales nacionales no apuestan por abrir una
colección de escritura biográfica (memorias, perfil, biografía novelada, ensayo
biográfico), porque no hay un nicho de lectores formados en esta sensibilidad,
y temen el fracaso de su inversión. Basta con recordar la experiencia de
Panamericana hacia la mitad de la década anterior cuando Conrado Zuluaga creó y
dirigió un experimento loable: la colección 100 Personajes 100 autores. Diez
años después todavía quedaban muchos ejemplares en las agencias regionales y
para mover este capital inactivo apelaban a las promociones como pague 2 y
lleve 3. Hay trabajos fruto de la lucidez, bastaría con recordar el ensayo
biográfico Hannah Arendt. Una vida del siglo XX de Hernando Valencia Villa (el
jurista pereirano exiliado en España desde 1995, cuando era el procurador
delegado para los derechos humanos); consigue entusiasmar al lector tanto por
los hechos hilvanados y la relación intelectual de Arendt con sus maestros
Jaspers y Heidegger, como por las ideas de esta pensadora política perseguida
en la Alemania Nazi, que fue capaz de confrontar a su propia comunidad judía
después del Holocausto cuando expuso al mundo su tesis de la banalidad del mal,
al cubrir el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén como enviada de la
revista New Yorker. En cambio, me dejó un sinsabor enorme el trabajo de Ricardo
Silva Romero, Woody Allen: incómodo en el mundo (2004), quizá porque aceptó ser
“biógrafo” por encargo, sin vocación.
En relación con mi trabajo reciente
acerca de Fernando Garavito Pardo, ya Pablo Montoya –el poeta, músico y
novelista– sentenció en una conversación: “No esperes lectores para tu texto
sobre Garavito, porque en este país solo se leen biografías de Pablo Escobar”.
Después de la
investigación sobre el columnista y poeta Fernando Garavito, ¿cuáles son en su
opinión los rasgos más fascinantes de su personalidad y de su carrera
periodística?
Permítame descartar el calificativo
“fascinantes” para mostrar un poco de realismo y ecuanimidad. Aunque en el
libro advierto que por ser un ensayo se escribe desde la subjetividad, es una
mirada personal de su vida, pasión -el exilio de 8 años es equiparable- y la
obra variopinta.
De esta manera empalmo con uno de los
rasgos de la personalidad compleja de Fernando Garavito: era un ser de pasiones
profundas, fiel a sus amores y odios. Cuando él fungía de uno de los “Tres
mosqueteros”, defendía desde su columna en la revista Cambio la Administración
de su amigo Ernesto Samper (los otros dos espadachines eran D’Artagnan y
Hernando Santos), con la gobernabilidad socavada por el Proceso 8000, Garavito
era vehemente. Y, al mismo tiempo, alternaba la invectiva con la sátira contra
el jerarca que presidía el episcopado colombiano, Pedro Rubiano, el autor de la
famosa parábola del elefante, a quien el periodista llamaba “Rubi, cardenal,
Ano”, parodiando la tradición de los purpurados católicos al firmar documentos.
En un plano más íntimo, hay que decir
que Garavito era un hombre triste, incluso lo afirma en poemas como “En
el umbral de la vida” del libro Ilusiones y erecciones (1989): “Este fue
Fernando Garavito /con su tristeza y con su gula. /Vivió y fue escrito y amado
/pero él prefirió romperse /en mil pedazos menos uno”. También lo expresaría luego
en artículos y durante los años del ostracismo en correos personales.
Esto no es óbice para destacar su manejo magistral del humor en los temas que
se le antojara o cuando departía en reuniones privadas con sus amigas Ana
Fernanda Urrea y María Elena Triana.
Vivió desmesuradamente en el reino de
la lectura desde los nueve años. Tal vez esta relación estrecha con los libros,
especialmente de literatura, le concedió un poco de felicidad silenciosa, una
suerte de fórmula secreta para soportar la lucidez con que analizaba las
anomalías del país y los abusos de poder de las élites.
Quizá lo que más hay que resaltar, es su obsesión de experimentación con el lenguaje. Esto que se espera de los grandes literatos, Fernando Garavito tuvo la osadía de hacerlo en artículos de opinión, en reportajes, entrevistas y poemas. Este hallazgo lo explico en el capítulo 3. Un heterodoxo quiere cambiar el estilo del género opinión.
Garavito, usted lo dice en el libro,
es poco recordado hoy como poeta. ¿Cuál fue su aporte a la lírica nacional?
Retomo una reflexión de Hernando
Téllez, que está en “Litigio de la poesía”, un ensayo de 1947, porque me sirve
de igual modo que a cualquier lector de este exigente género, para detectar
cuándo se está ante la poesía genuina o ha sido adulterada por exceso u omisión
de uno de dos componentes inherentes a esta. El tránsito de lo estrictamente
poético a lo incuestionablemente antipoético –sostiene Téllez– ocurre cuando
las nociones intelectuales del poeta consiguen predominar sobre la pura
emoción. Y añade que hasta ese momento el equilibrio entre idea y emoción,
entre concepto y sentimiento, entre intuición y razón, era perfecto,
inobjetable, equitativo. Había llegado al punto exacto de mutua
correspondencia, indispensable para conseguir un resultado estrictamente
poético. Pero al sobrevenir, en beneficio de la inteligencia, el rompimiento de
ese providencial convenio, la sustancia poética se altera. En consecuencia, la
emoción, la intuición, el sentimiento debilitan así sus posibilidades y, al
mismo tiempo, la poesía se desvanece. Lo que queda, ya no es poesía sino una
ficción de ella, un alarde de la inteligencia, una expresión de lo
intelectualmente razonable, presentado bajo el esquema formal de lo poético.
Pero la auténtica poesía ha desaparecido, asegura el crítico Téllez. Y
advierte, que no está sugiriendo que la función lógica y razonable de la
inteligencia deba quedar por fuera del trabajo intelectual que demanda la
poesía.
Entonces, lo que
debe conseguir el poeta en su proceso creativo es un equilibrio entre las
fuerzas del intelecto y el sentimiento, para evitar la dominación de una u otra
en detrimento de la capacidad de conmover y sugerir al pensamiento, que
caracteriza a la poesía.
A mi modo de leer, en varios de los
poemas de Fernando Garavito, concretamente de sus dos primeros libros, Já
(1976) e Ilusiones y erecciones (1989), aunque se apela a un lenguaje fresco,
del cotidiano, sin pretensión erudita y los asuntos de sus versos se alimentan
de las vivencias del individuo, los sueños, la realidad social, el entorno
privado, el medio laboral, se capta sobre todo en la experimentación ese
esfuerzo de la inteligencia por decirlo todo a su manera sin tomar en cuenta a
la emoción; y el sentimiento ha escapado ante la negación de su derecho a
decir.
Por otra parte, en unos textos sin la
forma de versos, se nota la actitud provocadora del “antipoema” en la senda del
expresionismo, que puede encontrar como antecesor en el sur a Oliverio Girondo
con Espantapájaros (1932). Desde luego que no estoy generalizando esta
característica en toda la producción poética de Fernando Garavito. Por cierto,
no aparece en las antologías del género en la centuria anterior. Con excepción
de Antología de la poesía colombiana del siglo XX (De los Nuevos hasta los más
nuevos) (1996) Tomo II, compilación de Rogelio Echavarría. Si el crítico y
poeta Harold Alvarado hubiese querido concederle un lugar a la poesía de
Garavito Pardo, el capítulo donde quedaría su morada de papel y tinta es “Una
generación desencantada”, allí tiene su corona de laurel María Mercedes
Carranza. Él siempre la admiró y hasta quiso emular en sus búsquedas con la
palabra, como lo menciona en los correos que preceden el libro póstumo De la
luna y el sol. Palabras para las Romanzas sin palabras de Félix Meldelssohn
(Letra a Letra, 2015). Es un trabajo tejido con textos herméticos como homenaje
a Priscilla Welton, su esposa quien falleció en 2007 en USA, donde el logro
evidente del poeta Garavito es haber liberado su voz de adjetivos y adverbios
con clara intención minimalista, consiguiendo esta vez la convivencia armónica
de las fuerzas de la razón y el sentimiento. Para la muestra el poema
Academia de ballet: “Se es lo que se sueña, /el amor y su herida… /Se sueña lo
que tal vez será, /la huella de Giselle / bajo los árboles” (p. 54).
http://www.elespectador.com/noticias/cultura/fernando-garavito-era-un-ser-de-pasiones-profundas-edis-articulo-668750
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