Chet Baker
"Almost blue"
Chet Baker
la autodestrucción del genio salvaje del jazz
La obra de Chet Baker, profundamente sensual e hipnótica, contrasta con el caos de su vida
Sofá Sonoro
Alfonso
Cardenal Regueiro
La música de
Chet Baker es profundamente seductora, triste, evocadora. El genial
trompetista, uno de los músicos más atractivos de la historia, tenía un don,
una capacidad única para transmitir emociones a través del viento que cruzaba
su trompeta como el aliento del que está apunto de desfallecer. Su vida, en
cambio, fue terriblemente desastrosa. Todo el talento que tenía como músico,
todos esos dones, chocaban con una personalidad destructiva y egoísta asfixiada
por las adicciones. Como Charlie Parker o como Bill Evans, junto a los que
tocó, Baker se destrozó con las drogas hasta hurgar en lo más profundo del pozo
más hondo.
Chet Baker
conquistó la gloria en los clubes de jazz de Estados Unidos gracias a su don, a
ese sonido suave de la Costa Oeste de EEUU. Baker transformó el jazz en algo
diferente tanto por su música como por su imagen de actor de Hollywood
rebosante de carisma y elegancia. Todo el mundo quería estar cerca de él y tuvo
el mundo entre sus manos. Pero en ese mundo abundaban las drogas, drogas duras
que todavía eran legales y que circulaban en todo tipo de entornos y ciudades.
Baker acabó preso de ellas. Arruinado por ellas tanto en lo económico como en
lo personal.
Cayó en un
círculo vicioso de deudas, mentiras y divorcios mientras su música seguía
creciendo. Devoró el mundo y a la par fue devorado por él, como Paker, como
muchos más de aquella generación bendecida por la música y maldecida por sus
pactos con el diablo. Agotado, Baker se trasladó a Europa, aunque poco cambió.
Las drogas seguían estando al alcance, abundaban los admiradores dispuestos a
invitarle y no faltaban los médicos que accedían, a cambio de dinero, a
facilitar recetas para heroína y cocaína. Baker montó su propia red de
suministro, aunque también tuvo épocas de control en las que sujetado por
alguna de sus parejas consiguió centrarse en la música, la única compañera que
nunca le abandonó, la tabla sobre la que se mantuvo a flote en las peores
épocas.
Pero sus
vicios acabaron también afectando a su música. En los años sesenta acabó
pasando algo más de un año en la cárcel. A su salida de prisión editó el eterno
‘Chet is back’, aunque en realidad no había vuelto.
La droga provocó su
expulsión de Italia, Francia y Alemania hasta que finalmente fue deportado a
EEUU. De vuelta a casa terminó de tocar fondo cuando unas deudas fueron la
causa de una paliza que le destrozó la boca afectando a su forma de tocar. Sin
embargo, consiguió resurgir, volver a grabar y a tocar con acierto durante los
años setenta y buena parte de los ochenta. Volvió a encontrar el amor y la
estabilidad, cambió la heroína por la metadona y puso orden en su caos. Siguió
grabando discos de todo tipo, directos, tríos y con orquesta. Eso nunca dejó de
hacerlo. Era su consuelo y su fuente de ingresos.
En los años
ochenta, Baker inició una nueva etapa de su vida. Volvió a instalarse en Europa
a finales de los 70 y centró su carrera en los escenarios europeos. Dejó de
lado el estudio y sus discos apenas cruzaron el Atlántico ni tuvieron gran
trascendencia. Vivía de tocar y sobre las tablas había noches de todos los
colores. En esos años fue reclutado por un admirador como Elvis Costello para
grabar con él y volvió a girar por Japón, donde su estrella nunca perdió el
brillo de sus mejores años.
Su imagen,
por esta época, estaba muy deteriorada y parecía mucho mayor de lo que era. Sin
embargo, su magia seguía apareciendo de noche en noche. Una de ellas quedó para
el recuerdo de los aficionados madrileños cuando actuó en el San Juan
Evangelista junto a Phillipp Catherine y Marc Johnson. Unas semanas después murió
en un hotel de Ámsterdam. Junto a la plaza en la que falleció, tras caerse -o
arrojarse- por una ventana, las autoridades de la capital holandesa pusieron
una placa que sustituyó a los improvisados homenajes que habían instalado sus
seguidores en ese rincón junto a la estación central.
Chet Baker
no llegó a ver ‘Lets get lost’, el espectacular documental rodado por Bruce
Weber estrenado poco después. Weber se acercó mucho a Baker y entendió su
historia, sus contradicciones, sus mentiras.
Desnudó al personaje retratándole
con todos sus matices, narrando su historia con honestidad, sin ensalzar el
mito ni derribar al hombre. Diez años después del documental de Weber se
publicaron las memorias perdidas de Chet Baker, unas anotaciones sin orden que
encontró su mujer Carol tras la muerte del músico. El relato de Baker muestra
una cara más del trompetista, sus demonios y sus pasiones. Son apenas 120
páginas, pero en ellas, escritas quizá sin intención editorial, Baker se
confiesa como quien hablar con uno mismo recordando errores, éxitos, amigos y
amoríos. Un relato íntimo que exhibe la naturaleza misma del artista, de ese
artista maldito.
La de Baker
es la historia de una caída, de una vida perdida. Historias que pueden resultar
morbosas pero que en realidad son terriblemente tristes. Es la pérdida de un
talento especial, consumido y derrotado, malgastado y destruido. Hay artistas
que han llegado a la cima a base de trabajo, lo de Baker era instintivo.
Mientras algunos músicos se mataban ensayando para mejorar, Baker lo hacía todo
de un modo tremendamente natural. La música fluía en él como el aire que
respiraba. No era trabajo, no era difícil.
Era algo innato.
Adentrarse en su historia resulta aterrador, hacerlo en su música es justo lo
contrario. Otro contraste más de Chet Baker. Su música, que pasó por distintas
etapas y fases, sigue apareciendo como algo puro, elegante, hipnótico.
Los discos
de Baker, con sus aciertos y fallos, poco tienen que ver con la crónica de su
vida. Volver a sus canciones relaja, abstrae, parece un regalo que anestesia de
los males que nos persiguen. Una vía de escape a la realidad. Sus trabajos con
Charlie Paker, sus grabaciones con Bill Evans, sus discos para Blue Note o sus
encuentros con Gerry Mulligan son historia del jazz, una historia en blanco y
negro, como el contraste entre la brillante música y la oscura historia de Chet
Baker.
http://cadenaser.com/programa/2015/08/21/sofa_sonoro/1440172373_807625.html
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