Una buena parte de los docentes afirma que
consolidar la lectura crítica es uno de los propósitos más importantes de la
educación. Sin embargo, cuando les pedimos que precisen su acepción y la
diferencien de la lectura literal o inferencial, la confusión aflora.
¿Qué es entonces la lectura crítica?
La mayoría de docentes cree que favorece la lectura
crítica y que lo hace desde los primeros años de escolaridad, pero si
observamos los niveles de lectura alcanzados por los estudiantes colombianos al
ingresar a la universidad, vemos que tan solo el 1 % logra consolidarla. Por el
contrario, la mitad se queda en una lectura literal y solo un 49 % logra hacer
inferencias indirectas.
En términos de Cassany, diríamos que un 50 % lee
“las líneas” (Nivel 1 y 2 según PISA), un 49% lee “tras las líneas” (Nivel 3 y
4 según PISA) y tan solo un 1% lee “detrás de las líneas” (Nivel 5 y 6 según PISA) ¿Por qué son tan bajos los niveles
alcanzados y por qué son tan similares a los obtenidos veinte años atrás?
La lectura crítica nos protege contra el fanatismo,
el dogmatismo y la manipulación, algo muy importante en la era de la
desinformación, las noticias falsas y las redes. Como destacaba Carl Sagan en
su última entrevista: “Si nosotros no somos capaces de hacer preguntas
escépticas, para interrogar a quienes nos dicen que algo es verdad, para ser
escépticos de quienes ejercen la autoridad, entonces estaremos a merced
del próximo charlatán político o
religioso que aparezca”. Todo indica que muchos ciudadanos en el mundo
siguen a merced de charlatanes y eso sucede porque un ciudadano sin lectura
crítica es presa fácil de estafadores, mentirosos y manipuladores. Como
veremos, la lectura crítica también es nuestra mejor defensa contra los
populistas y contra quienes han optado por construir gobiernos cada vez más
autoritarios, cerrados, excluyentes y basados en la reiteración de mentiras.
El problema es que para leer críticamente se
requieren varias condiciones que muy pocas veces cumple la mayoría de la
población.
Primera.
La lectura crítica es un punto de llegada en el
proceso formativo. Eso sucede porque es en extremo exigente. Demanda
conocimientos, actitudes, competencias y sofisticados procesos de lectura,
pensamiento y metacognición. Para alcanzarla, previamente debemos estar en
capacidad de elaborar la estructura semántica de un texto, es decir, captar su
intención comunicativa, sus ideas principales y la manera como los argumentos
se entretejen con la idea central. Van Dijk afirmaba en la misma línea que la
tarea más compleja era reconstruir cognitivamente la base textual
implícita. Esto quiere decir que sin leer entre líneas es imposible leer de
manera crítica. Aun así, la lectura de matices es una condición necesaria, pero
no suficiente.
Algo análogo pasa si como lectores tuviéramos
dificultad para captar los colores que existen en la realidad y el discurso, y
tendiéramos a ver un mundo en blanco y negro. La realidad es más compleja
porque tiene infinidad de tonos que los lectores poco críticos no logran ver.
El problema es que la gran mayoría de personas se
queda en los escalones iniciales de la comprensión lectora y por ese motivo
tienen dificultad para inferir, matizar, captar las intenciones comunicativas,
articular y entretejer la estructura del texto. Es por eso que no llegan a leer
de manera crítica, mucho menos si se trata de comprender discursos complejos.
En una columna anterior diferencié entre ser crítico y criticón. Los primeros escasean y los segundos predominan. Los lectores críticos
leen a profundidad los textos para reelaborar su estructura semántica y ponerla
en diálogo con diversos contextos sociales. Los criticones, por el contrario,
opinan antes de comprender las ideas. Pasan muy rápidamente de la lectura al
juicio de valor. Como decía Gaston Bachelard, quien opina piensa mal
porque traduce sus necesidades en pensamientos. Un lector crítico, por el
contrario, se adentra en profundidad en la estructura ideativa del texto y en
el contexto en el cual fue elaborado. Los criticones opinan inmediatamente y,
al hacerlo, plasman sus prejuicios sobre los textos.
El lector crítico se cuestiona constantemente de
manera reflexiva mientras que el criticón siempre intenta corroborar sus
propias ideas.
Segundo.
El lector crítico reconoce que los
conceptos tienen acepciones diferentes según el contexto en el que se utilicen
y el marco teórico del cual partan los autores. Sabe que los discursos tienen
historias, matices y contextos, porque son prácticas socioculturales. Los
lectores acríticos, por el contrario, se quedan con una sola definición y con
su interpretación personal y unilateral. A ellos hay que recordarles que “leer
-como decía Estanislao Zuleta- no es recibir, consumir, adquirir.
Leer es trabajar…”.
Al decirlo, retoma la figura de Nietzsche:
necesitamos rumiar muy lentamente los textos para poder interpretarlos.
En educación, conceptos como competencias, ciclos,
desarrollo, integralidad, calidad o constructivismo, por ejemplo, son
polisémicos, es decir, tienen múltiples acepciones. Por eso, se debe precisar
el significado que el autor ha adoptado para cada uno de ellos y, de esta
manera, entender de qué está hablando. Sin conceptos bien delimitados, no
podemos entender e interpretar un discurso. Lo complejo, como decía Mijaíl
Bajtín, es que los textos son polifónicos porque en ellos se mezclan múltiples
voces que es preciso desentrañar.
Tercero.
La lectura crítica invita a reelaborar las ideas.
Para lograrlo, exige que siempre se consulten fuentes diversas. Por el
contrario, un lector dogmático se contenta con usar una sola fuente. No lee,
sino que busca confirmar sus prejuicios. Prefiere leer exclusivamente las
fuentes que ratifican sus opiniones. Padece del sesgo de confirmación. Las
redes parecen diseñadas para los criticones. A nivel político se expresaría en
el petrista que no puede leer medios de comunicación o autores afines al
uribismo o, al contrario, se vería en uribistas para quienes la palabra de su jefe
es palabra sagrada y, de esa manera, basta con leer a su ídolo para saber qué
pensar de cualquier tema en concreto.
Cuarto.
La lectura crítica exige distanciamiento antes de
emitir el juicio de valor. De allí que los fanáticos no pueden realizarla. Como
se creen poseedores de la verdad, concluyen que todo aquel que diga algo
diferente, debe estar equivocado. Se sienten dueños absolutos de la verdad.
Como decía Estanislao Zuleta en el Elogio de la dificultad: “No se puede
respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, ejercer
sobre él una crítica, cuando creemos que la verdad habla por
nuestra boca”. La distancia emocional y afectiva
favorecen un juicio de valor más reflexivo e independiente. La duda y el
escepticismo alimentan el pensamiento y la reflexión. En general, en Colombia
hay exceso de dogmatismo. Por eso, Edelman concluyó que para 2023 éramos la segunda nación más
polarizada del mundo; es decir, aquella en la que las
personas no habían aprendido a discutir, controvertir y reelaborar sus ideas.
Quinto.
El lector crítico desentraña los nexos
entre el texto y los contextos sociales que condicionan y potencian su sentido.
Sabe que una idea, un párrafo, un video, una película o un trino, no se pueden
comprender sin mirar el contexto en el que se produjeron. Tiene en cuenta en
qué contexto social, histórico, económico, político y cultural se generó el
discurso. Eso lo lleva a hacer lecturas más reflexivas y relativas, así como
interpretaciones más cautelosas. Por el contrario, el lector acrítico desconoce
los diversos contextos y, por eso, hace lecturas ahistóricas, literales y
absolutas de los textos: lanza juicios de valor apresurados y sin evidencias.
Hasta el momento, formar lectores críticos sigue
siendo una labor que se cumple de manera excepcional en Colombia. El día que
esta tarea se generalice, dejaremos de ser un país tan polarizado y fortaleceremos la débil
democracia que tenemos.
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