La neuropsicóloga estadounidense Maryanne Wolf ha
escrito un hermoso libro titulado: Lector, vuelve a casa. El texto recopila
nueve cartas a lectores imaginarios. Como leemos cada vez más a través de
pantallas, ella ha querido indagar sobre los efectos que este fenómeno podría
tener en nuestro cerebro.
Según el estudio sobre hábitos de lectura de la
Cámara Colombiana del libro realizado en el 2023, la mitad de los jóvenes
colombianos de 18 a 24 años que lee libros lo hace exclusivamente en formato
digital y el 19% lo hace en ambos
formatos. El dato es más relevante cuando hablamos de la manera en
la que nos informamos. El estudio Save The Children es
contundente al respecto: en España, el 60% de los adolescentes
mayores de 14 años recurre a redes sociales, mientras que solo el 5% consulta
la prensa en papel.
El contexto anterior produce diversos
cuestionamientos, pues lo que recientemente ha encontrado la ciencia es que el
impacto de la lectura en pantallas en los lectores novatos puede ser devastador
para la comprensión lectora y el pensamiento crítico. Veamos por qué.
Primero: Deteriora la atención.
Nuestros computadores permanecen conectados a
diversas plataformas y videojuegos que están abiertos simultáneamente con
nuestras lecturas. De esta manera, mantener el hilo de las ideas que leemos es
en extremo difícil. Además, dada la estructura fractal que tienen las redes,
con enorme frecuencia saltamos entre diversos temas, videos y documentos sin
profundizar en ninguno. Esta situación es mucho más difícil para un niño o
adolescente que hasta ahora está iniciando la adquisición de sus competencias
comunicativas.
El neurocientífico Stanislas Dehaene ha concluido
que el primer pilar del aprendizaje es la atención. Desafortunadamente, esta
habilidad psicológica superior viene en declive en las últimas décadas. La
mayoría de niños, niñas y jóvenes presenta graves déficits de atención porque
se enfrentan simultáneamente a múltiples tareas y estímulos. Estamos
adquiriendo -como lo llamó Howard Gardner-, una mente de “saltamontes”.
Hoy la mayoría de niños y adolescentes tienen muy
bajos niveles de concentración. En general, leen poco, pero ojean y opinan
mucho. En sus conversaciones y lecturas cambian de tema, videojuego o
plataforma, casi sin pestañear. En consecuencia, aprenden poco porque, aunque
están expuestos a infinidad de informaciones, poco contrastan, reestructuran o
reelaboran. El problema es que, si aprenden poco, cada vez serán más
influenciables y manipulables; es decir, menos autónomos.
Segundo: Debilita la empatía.
La empatía es la capacidad para ponernos en el
lugar de los otros, de gozar con sus alegrías y de preocuparnos por sus
problemas. Todo indica que viene en declive debido al creciente deterioro de la
socialización, en parte por la generalización de los hijos únicos y también por
la emergencia de plataformas que remplazan la vida social. Sara Konrath y su equipo
de investigación de la Universidad de Stanford estima una caída del 40% en la
empatía en los jóvenes durante las dos últimas décadas. Las pantallas,
las selfis y la exposición de la vida propia en plataformas,
fortalecen el yo y debilitan el nosotros.
Al incluir la empatía, estos estudios reivindican
la dimensión socioafectiva, esencial en la formación de actitudes favorables
ante la lectura. De hecho, para los enfoques socioculturales la lectura es un
acto de humanización, descentración y sobre todo una acción comunicativa.
Tercero: Deteriora el lóbulo
prefrontal.
Este lóbulo es el encargado de funciones como la
toma de decisiones, la gestión emocional, la planificación, la atención
voluntaria y el autocontrol. La psiquiatra Marian Rojas Estapé ha explicado de
manera profunda y sencilla cómo la sobreexposición a pantallas frena su
desarrollo y los jóvenes siguen –como si siguieran siendo bebés- dependiendo de
la luz, el sonido y el movimiento para no sentirse aburridos. Es por eso que
las redes los atrapan. Lo anterior sucede porque las pantallas generan dopamina
de forma rápida y constante, lo que debilita en niños y jóvenes la tolerancia a
la frustración, haciéndolos más impulsivos y menos capaces de concentrarse,
planificar y de gestionar el tiempo libre o la sensación de aburrimiento. Toda
actividad que no tenga luz, sonido y movimiento, les parece poco llamativa. En
consecuencia, jóvenes sobreexpuestos a pantallas tienen un sistema emocional
menos desarrollado pues no logran tramitar adecuadamente sensaciones como el
fracaso, el aburrimiento o la frustración y se vuelven drogodependientes emocionales hipnotizados
por el vértigo de las pantallas.
Cuarto: Dificulta el desarrollo de procesos
metacognitivos.
En la lectura es esencial cultivar el “ojo
tranquilo” de manera que nos ayude a reflexionar y reelaborar ideas. Federico
Nietzsche y Estanislao Zuleta hablarán de la necesidad de rumiar los textos.
Para eso es muy importante subrayar usando diversos colores, comentar, anotar y
volver la vista atrás para retomar palabras y páginas previas. Estos procesos
son relativamente sencillos de lograr en un texto impreso. En la lectura en
pantallas, por el contrario, es más difícil. Aunque es posible requiere una
experticia que no tienen niños y adolescentes.
Quinto: Limita la conversación.
La lectura es un proceso de diálogo con los
escritores. Mis ideas, actitudes, prejuicios, procesos y teorías, interactúan
con los autores que consulto. De allí que, sin conceptos previos, la lectura
comprensiva se torna muy difícil, equívoca y lenta.
Irene Vallejo escribió en 2024 una bella columna en
la que comenta el declive de la conversación moderna. Ha dicho que “el inconveniente de esta edad de
oro de la comunicación y la información, es que no hemos aprendido a hablarnos”.
A través de las pantallas por lo general nos insultamos, segregamos y
agredimos, pero no solemos conversar. Hoy sabemos que, como dice Yuval Harari,
la indignación y el odio venden más y “logran implicar más a los usuarios”.
Jean Piaget usó la expresión: “monólogo colectivo” para referirse al
diálogo entre niños: cada uno habla, pero ninguno escucha realmente. Hoy esa
expresión es vigente para los jóvenes y adultos que dialogan en redes.
Por lo general, en redes se leen textos cortos y
sin matices. Las plataformas están atosigadas de entretenimiento superficial.
Rápidamente los mensajes envejecen y se desactualizan. Para entender eso es
importante tener presente que leemos y escribimos con el cuerpo y con los
sentidos. Un libro impreso se lee, toca, oye y percibe.
Lev Vygotsky demostró que el lenguaje escrito no
solo refleja nuestros pensamientos, sino que también los impulsa. Esta tesis lo
distanció de Piaget, y sin duda, la mayoría le daríamos la razón al creador de
la Escuela Histórico-cultural. Lo percibimos a diario pues los buenos textos
nos ayudan a pensar mejor. En consecuencia, si se debilitan la lectura y la
atención, también se limita el pensamiento profundo, reflexivo y crítico. Si
leemos en smartphones que tienen cinco centímetros de ancho,
así también tienden a ser nuestros pensamientos.
La conclusión es evidente: en las escuelas debemos
privilegiar la lectura de textos impresos y la escritura a mano. Como afirma
Ismael Saenz: Leer en papel y escribir a mano son
la clave para un aprendizaje más profundo. Aun así, la propuesta de
Wolf es muy pertinente. Ella recomienda comenzar a trabajar la
bialfabetización, algo análogo a la enseñanza bilingüe, en la que tendría que
abordarse tanto la mediación de los textos impresos como de los digitales. Si
pretende ser bilingüe el entorno en el que vivimos, ¿por qué no lo ha de ser la
enseñanza?
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